2 dic 2018

1961-LOS CUATRO FANTASTICOS - Stan Lee y Jack Kirby (3)



(Viene de la entrada anterior)

Verano de 1956. Los superhéroes han ido declinando casi hasta el olvido, los lectores están aburridos y los comics se venden menos. En este punto apenas queda nada que sepultar en el género. Acosados por la mala fama que les ha dado Wertham, la creciente popularidad de una nueva forma de entretenimiento llamada televisión y una atonía creativa general, los comic books de justicieros parecen encaminarse hacia su extinción.


Y entonces, en octubre de 1956, apareció el nº 4 de una colección genérica conocida como “Showcase”, un soplo de aire fresco en una industria moribunda. La portada del cuadernillo, llamativamente ilustrada por Carmine Infantino, mostraba un celuloide ondulante como una cobra. En el film se adivina una figura vestida de rojo corriendo de fotograma en fotograma tan rápido que en el último de ellos se sale de la película. “Presentando el Flash! ¡Una tromba de aventuras del hombre vivo más rápido!” anunciaba esa portada.

Su interior cumplía con la promesa de la portada. En el origen del héroe se narraba cómo Flash era en realidad un científico de la policía llamado Barry Allen, que obtiene el poder de la supervelocidad tras sufrir un accidente. Siendo él mismo un admirador del Flash de la Edad de Oro, Allen asume el alias de ese héroe y diseña un traje rojo que, comprimido, puede ocultar en un anillo. Después, realiza el obligado juramento de utilizar sus poderes en la lucha contra el crimen.

Aquel número no fue solamente un guiño casual a los antiguos lectores del Flash original. En aquellos inseguros momentos en los que los comics todavía lucían reciente en sus portadas el sello del Comics Code Authority, este nuevo Flash era más cerebral y menos violento que su predecesor de la Edad de Oro, pero sus aventuras no eran por ello menos entretenidas. Utilizaba su inteligencia, no la fuerza bruta, para detener a sus enemigos. Además de convertirse en el primer héroe de su generación, la Edad de Plata, sirvió de molde para los que le siguieron.

“Showcase” nº 4 renovó el género y lo puso de moda otra vez. Estableció las líneas generales para una nueva aproximación a los luchadores enmascarados contra el crimen. A diferencia de los acartonados y predecibles Superman y Batman, que empezaban a asemejarse a viejas reliquias de un pasado cada vez más irrelevante, este nuevo Flash tenía una frescura y vitalidad que apelaba a las nuevas generaciones. Demostró que si los superhéroes iban a regresar a los quioscos, no podrían hacerlo conservando la bulliciosa y violenta estética de los personajes de la Edad de Oro.

Mientras tanto, en Atlas, Stan Lee y Jack Kirby languidecían en un estado de inercia creativa. Durante los primeros dos años de trabajo en equipo, se habían dedicado a producir como salchichas historietas equivalentes a las películas de monstruos japonesas post-Godzilla con nombres como Mummex, Bruttu, Monstrom, Titano, Groot, Krang, Spragg o Fing Fang Foom. Lee escribía los argumentos y se los pasaba a su hermano pequeño, Larry Lieber, que los convertía en guiones para Kirby. Cada mes sus portadas eran más ridículas a base de estirar hasta el hastío el mismo esquema: siempre se podía ver a un diminuto y tembloroso humano tropezando y señalando mientras gritaba avisando de la peligrosa criatura que lo perseguía: “Nos avisaron –pero no creyeron que Monstrom existía!” “¡Ayuda! Ya viene! ¡Es Droom!”.

Las ventas no eran en absoluto satisfactorias y dos años dedicándose a un trabajo mediocre y formulista eran más que suficientes. La legendaria velocidad de Kirby en el tablero de dibujo se estiró al límite, ocupándose de casi todos los títulos de la casa, lo que le obligó a sacrificar parte de su acabado aunque no su dinamismo. Además de los monstruos, las enérgicas páginas de Kirby podían verse en westerns como “Two-Gun Kid” y “Rawhide Kid”, comics de guerra como “Battle” e incluso sustituciones puntuales en “Love Romances”.

La competencia, no obstante, estaba señalando la salida del pozo en el que Stan y Jack se hallaban sumidos. La reconversión que DC había llevado a cabo de Flash, tuvo su continuidad en la actualización de su universo superheróico en lo que se ha dado en llamar, ya lo he mencionado, la Edad de Plata. Otra vieja gloria de los cuarenta, Linterna Verde, fue modernizado con otra identidad, origen, traje y poderes; Aquaman, que había estado acumulando polvo en historias de segunda fila, obtuvo pronto su propio título. Pero el más prometedor de todas las nuevas colecciones fue la Liga de la Justicia de América, un comic que recuperaba el viejo concepto de la Sociedad de la Justicia de América de los años cuarenta: reunir bajo una misma cabecera a los héroes más populares de la casa. A los chavales les encantó.

De repente, los superhéroes habían reconquistado el terreno perdido. Lee y Kirby, atrapados por la monotonía de los comics de monstruos, sintieron esos nuevos aires que soplaban desde DC. Quedaba por saber cómo aprovecharlos pero lo que sí estaba claro es que sólo tenían dos opciones: o crear algo nuevo y potente o saltar del barco.

Y su intento se concretó en esto: un médico norteamericano, Anthony Droom, viaja al Tibet para tratar a un lama. Le llevan a un templo en una región remota del Himalaya y, una vez allí, debe caminar descalzo sobre unos carbones al rojo y enfrentarse a la amenaza de un “gorlion”, mitad gorila y mitad león. Finalmente, se encuentra con el lama y se entera de que todo lo anterior no fue sino una prueba para determinar si era digno de recibir los poderes místicos del lama. Así empiezan sus aventuras, con el título “¡Soy el fantástico Dr.Droom!”, en el número 1 de “Amazing Adventures” (junio de 1961). Lee y Kirby pensaron que esta podría ser una buena aportación al revival superheróico de DC.

No tuvo el menor éxito.

Con los cincuenta años de perspectiva de que ahora disponemos, podemos darnos cuenta de que Dr.Droom era una creación completamente prescindible. Pero claro, entonces no resultaba tan obvio. Al fin y al cabo, en un momento en el que los superhéroes vestían llamativos uniformes y se ocultaban tras identidades secretas, el Dr.Droom optaba por lo contrario y esto en sí mismo sí era toda una novedad.

Aunque la serie adolecía de graves errores, la premisa básica era bastante interesante. Era la primera vez que se presentaba un superhéroe investido de mística oriental y había algo muy atmosférico y misterioso en el mundo de hipnotismo y realidades alternativas en el que se movía el protagonista. Ese mundo oscuro de lo oculto era algo innovador y potencialmente interesante, como pronto demostraría el Doctor Extraño que Stan Lee crearía junto a Steve Ditko.

Lee afirmó que había basado Dr.Droom en un programa radiofónico de los años treinta que le encantaba cuando era niño, “Chandu the Magician”. En ese serial, un norteamericano llamado Frank Chandler era iniciado en los secretos del ocultismo por un yogui de la India, adoptando la identidad de “Chandu”. Una de sus habilidades sobrenaturales era la “proyección astral”, poder que luego Lee asignaría al mencionado Doctor Extraño, personaje claramente basado tanto en Chandu como en el Dr.Droom.

En resumen, Dr.Droom no fue más que una serie de breve vida que sirvió sólo de escalón hacia las grandes cosas que estaban por venir. Su importancia no reside tanto en su calidad como en el efecto que tendría en el futuro inmediato de Marvel, ya que facilitó la transición de Lee y Kirby de los comics de monstruos a los héroes de acción. En este sentido, Dr.Droom podría ser considerado una especie de padrino del universo Marvel.

Pero en aquel momento, su trayectoria no fue precisamente prometedora. Kirby dibujó cuatro episodios del personaje, publicados entre junio y septiembre de 1961 en “Amazing Adventures” 1-4. El quinto y último capítulo, con fecha de noviembre de 1961, lo ilustró Paul Reinman, quien de vez en cuando se encargaba de entintar el trabajo de Kirby. El motivo de la marcha de Kirby fue que había comenzado a encargarse de un nuevo comic, Los Cuatro Fantásticos.

Era el momento. Dr.Droom había sido un fracaso y las ventas de comics de la casa no habían hecho sino caer durante la última mitad del año. Goodman necesitaba desesperadamente un éxito para mantenerse a flote. En los dorados años cuarenta, ya lo comenté, Goodman había conseguido encaramarse a lo más alto a base de inundar el mercado de títulos. Pero ahora, esa vieja táctica a base de publicar de todo y esperar a que apareciera el mirlo blanco, ya no era una opción. Jack Liebowitz no le iba a dejar sobrepasar su cupo de ocho títulos mensuales, especialmente ahora que el mercado de comic books parecía mostrar signos de recuperación. El destino de la línea de comics de Marvel estaba en las manos de Lee y Kirby. La presión era considerable y era imperativo que encontraran un éxito. Si no era así, todo habría terminado para esa empresa.

A comienzos de los sesenta, el éxito y la autocomplacencia habían malogrado el empuje artístico de DC Comics. Eran una gran organización elitista que contemplaba con desdén a sus competidores desde lo alto de su particular montaña. Los editores que controlaban el contenido de las colecciones parecían poco interesados en efectuar ningún cambio. Sus comics se vendían, así que no existían incentivos para probar cosas nuevas. La mayoría seguían adelante impulsados por la rutina. Esos mismos editores controlaban de cerca a sus guionistas y artistas, imponiéndoles su visión personal. Los creadores –si se les podía llamar así- debían someterse al estilo de la casa, dibujando como si trabajaran en un laboratorio. Debidamente esterilizadas, sus páginas salían de su mesa como si de una cadena de montaje se tratara, todas similares, previsibles, sin energía ni chispa.

Durante estos años, los comics de superhéroes estuvieron dominados casi enteramente por los títulos de Superman y Batman, totalizando nueve colecciones. Sus historias y dibujo estaban pensados para lectores de diez años. Y, entiéndaseme bien, cumplían su objetivo: tenían un nivel de calidad respetable, con un dibujo limpio y un pulido coloreado de tonos brillantes. Pero carecían de pasión y ambición. Así que si tenías diez años y estos comics eran lo único que habías conocido, podían leerse perfectamente bien.

De hecho, casi todos los comics de Superman y Batman de comienzos de los sesenta desprendían un sentimiento de tedio y monotonía. Las historias eran clichés banales repetitivos reciclados una y otra vez. Al final de cada episodio de “World´s Finest”, Superman y Batman derrotaban al villano de turno, sonreían y se estrechaban las manos satisfechos. Lo llevaban haciendo años y todo hacía temer que lo seguirían haciendo muchos años más… si es que los lectores no acababan desertando de aburrimiento.

Así, puede resultar engañoso que DC fuera la protagonista y ganadora absoluta de los premios otorgados en 1961 por la recién formada Academy of Comic Book Arts and Sciences. Estos premios, conocidos como “Alleys” –por “Alley Oop”, el primer “héroe” del comic- fueron a parar a DC por la sencilla razón de que apenas tenía competencia. El mejor héroe resultó ser Linterna Verde y el mejor comic book, “Flash Comics” nº 123 (en el que se reintroducía al Flash de los cuarenta).

La verdad es que el empuje que la editorial había dado al género unos años antes, se había esfumado. Las nuevas aventuras de Flash habían comenzado de forma prometedora, pero ahora incluso el corredor escarlata parecía atrapado por las rancias nociones de superheroísmo corporativo de DC. Creativamente, todo había quedado estancado en un punto muerto, en una especie de inercia que, con o sin premios, aseguraba una paralización de la industria. Había llegado el tiempo para una revolución. Los Cuatro Fantásticos serían la chispa que encendería de nuevo el motor.

Martes, 8 de agosto de 1961. Aquel día fue funesto para los Estados Unidos. Los titulares de todos los periódicos los ocupaba el nombre de un ruso: German Titov había completado un viaje de 25 horas alrededor de la Tierra a bordo de una astronave soviética. El premier ruso Nikita Kruschev apareció en televisión anunciando que las tropas soviéticas estaban agrupándose para terminar con la ocupación aliada en Berlín Occidental. Aquella misma semana, los rusos construyeron el Muro de Berlín.

Las únicas noticias esperanzadoras venían de la cultura popular. El ocho de agosto de 1961, los quioscos colocaron en sus escaparates una nueva revista titulada Los Cuatro Fantásticos. Su impacto sobre el mundo del comic fue inmediato e irreversible. Desde el momento en que entraron en escena, los FF transformaron el panorama superheróico.

De un solo brochazo, aquel número toscamente dibujado y escasamente desarrollado, sentó las bases para todo un nuevo universo de ideas que sacarían a los comics de superhéroes de la mediocridad en que se hallaban sumidos. Dividió la historia de los comic-books en dos: antes y después de los Cuatro Fantásticos. Reescribió las reglas de los comics de justicieros con poderes y el resto de títulos y editoriales hubieron de ajustarse a ellas si querían sobrevivir.

FF nº 1 introdujo el concepto de realismo. Por primera vez, el foco de las historias lo pasaban a ocupar las personalidades de los protagonistas, héroes o villanos –como se relacionaban los unos con los otros y con la sociedad y cómo ésta interactuaba con ellos-. Las historias evolucionaban sobre la base de cómo estos personajes, cada uno con una personalidad marcadamente diferente, reaccionaban a los dramas y decisiones que se les planteaban.

La historia exacta de cómo surgieron los Cuatro Fantásticos se ha perdido en la niebla de los tiempos, distorsionada tanto por la pobre memoria de quienes intervinieron en ella como por su ego artístico. Pero medio siglo después de su nacimiento, sí podemos deshacer algunos mitos que parecen haber calado hondo entre los propios estudiosos del medio.

Por ejemplo, esa leyenda que cuenta cómo Martin Goodman jugaba al golf con Jack Liebowitz cuando éste le comentó los buenos resultados que estaba obteniendo un nuevo título que habían lanzado recientemente, “La Liga de la Justicia”. Inspirado por la idea, Goodman encargó a Stan Lee que creara una nueva colección con un grupo de héroes.

Una gran historia. Y meticulosamente punteada de detalles que añaden color y verosimilitud. Sin embargo, es enteramente falsa.

Esta leyenda ha estado seduciendo a todos los aficionados desde mediados de los setenta. Es imposible determinar de dónde salió, pero no resulta descabellado que su creador fuera el propio Stan Lee. En 2002 todavía la repetía en su autobiografía. Una versión del mito es que Goodman en realidad jugaba con el presidente de DC, Harry Donenfeld. Otra versión apunta a que su contrincante era Jack Liebowitz, entonces editor de esa compañía. Sea como fuere, ambos han negado categóricamente tal episodio. Donenfeld juró que jamás había estado en un campo de golf con Martin Goodman. Pero es que el propio Goodman, en los últimos años de su vida admitió que tal historia era apócrifa. A la vista de todos estos testimonios, resulta sorprendente que todavía se siga presentando la anécdota del campo de golf como verídica por gran parte de los críticos y comentaristas.

El jefe de producción de DC, Sol Harrison, afirmó que Goodman se enteró de las cifras de ventas de “La Liga de la Justicia” a través de uno de los directivos de la distribuidora de DC, Independent News. Harrison tuvo mucho contacto a lo largo de su carrera con la alta dirección de esa compañía por lo que no resulta descabellado pensar que su información proviniera directamente de la fuente. Para liar aún más las cosas, otros trabajadores de DC declararon que Goodman había pagado a personal de la distribuidora para que le mantuvieran informado sobre los tebeos mejor vendidos de la competencia.

Las declaraciones del propio Stan Lee en una entrevista apuntan a que la historia de los “informadores” era la que más visos de verosimilitud tenía: “Martin Goodman, que era el editor, me llamó y dijo: “¿Sabes Stan? Creo que los superhéroes están regresando. Estaba revisando las cifras de ventas de la “Liga de la Justicia” de DC. ¿Por qué no tenemos nosotros un equipo de superhéroes?". Nótese que en esta versión de la historia no aparece por ninguna parte un campo de golf. Goodman dijo que había estado “revisando las cifras de ventas”, como si tuviera el informe en su mesa. Es más probable obtener esta información de un empleado sobornado de la competencia que de un directivo mientras se hacen unos hoyos.

Y aún hay otra cosa extraña: a pesar de la obsesión de Goodman con obtener las cifras de distribución por cualquier medio necesario, Sol Brodsky, el ayudante de producción de Stan Lee, a menudo se sorprendía por lo rápido que actuaba Goodman cuando de cancelar una colección se trataba, antes incluso de que las cifras de ventas hubieran llegado a la redacción. Goodman canceló “Two-Gun Kid” justo después de que Kirby se hiciera cargo del título; más tarde, cuando tuvieron el informe de ventas, se dieron cuenta de que habían subido. Irónicamente, Goodman estaba ya considerando reemplazar a los Cuatro Fantásticos por otro western cuando las cifras de ventas le aconsejaron no hacerlo.

(Continúa en la siguiente entrada)

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