(Viene de la entrada anterior)
Uno de los pilares sobre los que Stan Lee estaba construyendo su universo de superhéroes y que él no se cansaba de subrayar siempre que tenía ocasión, era su mayor conexión con la realidad contemporánea respecto a los que publicaba la competencia. Sus personajes no vivían en ciudades imaginarias como los de DC, sino que se concentraban en Nueva York, se hacían continuas referencias a localizaciones concretas y personajes populares del cine o la televisión, los héroes cargaban con problemas propios de gente corriente (económicos, de salud, de autoestima, familiares)… En años sucesivos, Marvel demostraría su capacidad para incorporar el devenir de los tiempos presentando personajes de raza negra, dándole mayor papel a las mujeres o reflejando en algunas de sus historias problemas sociales del momento.
Pero ese enfoque, como demuestra el número 18
de “Los Vengadores” (julio 65), tenía no sólo sus límites sino sus peligros. Y
es que cuando se incorporan asuntos de la actualidad internacional presentes en
los periódicos y sometidos a intensos debates políticos, es, paradójicamente,
cuando los héroes dejan de resultar creíbles.
La historia, titulada muy poco sutilmente
“¡Cuando Manda el Comisario!”, se abre con una página completa dedicada al
Capitán América reflexionando melancólicamente sobre su papel como líder de los
Vengadores en unos textos que le añaden una considerable profundidad: “¿Estoy destinado a pasar así el resto de
mis días, encabezando a un poderoso equipo pero sin una vida privada propia?
Aceptando la comida y el cobijo de otro hombre, rumiando las solitarias horas,
esperando cada llamada a la acción. ¡Ojalá Nick Furia contestara a la carta que
le envié solicitando un puesto en su unidad de contraespionaje (en el
número 15). ¿Cuánto tiempo seguiré
así…siendo un símbolo viviente para millones de personas… y un frustrado
anacronismo para mí mismo? ¡Ahí afuera el mundo sigue adelante…Un mundo en el
que aún he de hallar mi verdadero lugar y mi identidad! Pero no puedo dejar a
los Vengadores…¡Me necesitan! ¡La antorcha ha pasado a mis manos!”.
Estas meditaciones teñidas de autocompasión eran ya familiares para quienes siguieran desde el principio la colección o las aventuras del héroe en “Tales of Suspense”, pero son una buena muestra del tipo de caracterización con la que Lee modelaba a sus creaciones y que cautivaron a los lectores de entonces y de hoy.
Mientras tanto, los otros miembros del equipo disfrutan de momentos de asueto mas alegres: Wanda, que siempre había soñado con ser actriz, acude a una función teatral; su hermano Pietro pasa un rato en el circo (donde aprovecha para evitar un accidente de trapecio al tiempo que sienta las bases para la historia que se narrará en el nº 22) y Ojo de Halcón pone a prueba su nueva flecha antigravitatoria.
Y entonces es cuando la historia empieza a
descarrilar. En el país asiático de Sin-Cong, el dictador comunista conocido
como El Comisario, hace una demostración de su inmensa fuerza física ante un
grupo de oprimidos y asustados aldeanos al tiempo que les lanza una perorata: “¡Mirad cuán preparado estoy para defenderos
de las intrigantes naciones capitalistas!”. Uno de los oyentes se atreve a
contradecirle: “¡Pero si no tememos a los
capitalistas! ¡Fueron amigos nuestros…nos dieron comida y ropa hasta que
vosotros llegasteis al poder!”. Esa contestación despierta la ira del temible
Comisario, que le agarra con una mano y levanta el otro puño para golpearle: “¡De modo que aún sois víctimas de su
maligna propaganda! ¡Pero yo os curaré de esa enfermedad! ¡Os demostraré que
somos vuestros únicos amigos! ¡Ellos son débiles e incapaces! ¡Agachad la
cabeza! ¡Inclinaos ante la bondad y la generosidad de vuestro amado Comisario!
¡Pronto veréis cómo los americanos se inclinan también!”
Asi que, dispuesto a demostrar a su pueblo la
debilidad de los perversos capitalistas, El Comisario envía a los Vengadores un
mensaje de radio haciéndose pasar por miembro de un grupo de resistencia y
solicitándole su ayuda. El Capitán América muerde el anzuelo y acepta la
misión, y no por los motivos más nobles: piensa que esta acción apoyará su
solicitud de ingreso en la agencia de Nick Furia. Pero cuando reúne al resto de
los Vengadores, aunque Ojo de Halcón no tiene inconveniente en lanzarse de
cabeza a la pelea, Mercurio y la Bruja Escarlata –que, recordemos, no son
americanos- tienen más reparos: “Creía
que nuestro cometido era combatir el crimen. ¿Por qué hemos de inmiscuirnos en
asuntos internacionales?”.
Este es el tipo de conflicto interno, la
disparidad de puntos de vista respecto a cómo y dónde actuar, que muchos años
después se convertiría en el núcleo de la versión cinematográfica de “Civil
War”. Aquí, sin embargo, los comics de superhéroes no habían alcanzado el grado
de sofisticación que permitiera abordar seriamente este tipo de problemas complejos
y Stan Lee lo resuelve en una sola viñeta haciendo que los hermanos mutantes se
sometan a la disciplina de equipo en aras de la armonía.
Cuando llegan a Sin-Cong, les reciben las tropas del Comisario y les escoltan a su palacio, donde no tardan en confirmar sus sospechas de que se trata de una emboscada. Aunque vencen sin dificultad a los soldados, acaban siendo sedados y chantajeados: si no acatan las condiciones del Comisario –enfrentarse a él en duelo singular de uno en uno-, matará a la Bruja Escarlata, a la que mantiene prisionera. Este enfrentamiento, además, está siendo contemplado por una delegación de ciudadanos escogidos por el villano con el fin de que vean “lo débiles e inferiores que sois en realidad los capitalistas”. Uno tras otro, los Vengadores masculinos son derrotados por la fuerza física del Comisario y es Wanda la que, utilizando sus poderes, descubre que su adversario es en realidad un robot y luego lo destruye para alegría de las masas de oprimidos.
El comic termina con un vergonzante discurso
del Capitán América advirtiendo de los peligros del comunismo: “Permaneced siempre alerta. Su meta es nada
menos que la conquista y el dominio del mundo. Sólo nuestra vigilancia y
devoción constantes podrán detenerlos. Y recordad…Los Vengadores siempre
estarán listos para hacer su parte”. El propio Lee se debió dar cuenta de
su escasa sutileza y en la última viñeta puso en boca de Ojo de Halcón una
broma con la que rebajar algo el tono solemne del Capitán: “Capi, ¿has hecho algún cursillo de
cursilería o es un talento natural?”.
Lo que demuestra este episodio es que cuando
los superhéroes se empapan demasiado de realidad ocurren dos dos cosas. En
primer lugar, que la historia va a envejer rápido y probablemente mal. La
guerra de Vietnam era un tema candente en 1965 y lo seguiría siendo aún durante
diez años más, pero si la aborda un lector actual nacido ya en el nuevo siglo,
difícilmente entenderá las claves que contextualizan la narración a menos que
tenga cierto conocimiento de aquel conflicto y lo que significó no sólo para
Vietnam sino para la sociedad norteamericana.
Y en segundo lugar, enfrentados a dilemas éticos relacionados con esos mismos problemas reales y de actualidad, los superhéroes –y el guionista que los escribe- se van a ver obligados a tomar partido revelando sus ideologías políticas. La amenaza comunista llevaba presente en la ficción norteamericana desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y el propio Stan Lee había creado muchos villanos “rojos” para sus superhéroes. No es que Lee fuera un reaccionario anticomunista que vertiera sus opiniones políticas en sus guiones tratando de aleccionar a sus jóvenes lectores, sino que más bien era un mero transmisor de la opinión general que en Estados Unidos se tenía sobre esa ideología y los países que vivían bajo ella, y que básicamente se reducía a una colección de eslóganes y tópicos. Difícilmente podía haberse encontrado un sector de cierto tamaño y peso en la sociedad estadounidense que antepusiera el comunismo al capitalismo.
Pero la cosa se complicó cuando Estados Unidos
se involucró en la guerra de Vietnam. Ya no se trataba tanto de acumular armas
defensivas o defender el frente patrio, sino de intervenir directamente en un
conflicto que se estaba librando en un país lejano. Cuando las familias se
vieron obligadas a enviar a sus hijos a combatir y morir por el destino de una
nación con la que no sentían conexión alguna, la sociedad se dividió. Y no
tanto en relación a si el comunismo era deseable o no como en cuanto a la ética
de enviar tropas propias a matar y morir a un país lejano.
Y aquí Lee deja clara su postura, al menos por
entonces: los Vengadores, por su cuenta y riesgo, liberan al pueblo oprimido de
ese pseudo-Vietnam y les animan a que sigan vigilantes. Era la segunda vez que
un Vengador derrocaba un gobierno extranjero comunista, tras “Tales to Astonish”
54 (abril 64), donde el Hombre Gigante y la Avispa, a petición del gobierno de
Washington, se enfrentaban al Toro, flamante nuevo dictador de la nación
centroamericana de Santo Rico, que había accedido al poder apoyado por los
comunistas. Era esta una deriva peliaguda que podía suscitar preguntas
incómodas, como por qué los superhéroes Marvel no actuaban contra el tiránico
Doctor Muerte invadiendo Latveria; o contra Namor, violento rey de un pueblo
peligroso…
Quizá por eso, los villanos de este episodio, el mayor Hoy y el robot Comisario, no volverían a aparecer en el Universo Marvel; y el país ficticio de Sin-Cong tampoco lo haría hasta muchos años después, en “Iron Man: Enter the Mandarin” nº 3 (enero 2008) - aunque en forma de flashback sí se había recuperado en varios comics desde 1989-. En aquella época, la editorial, quizá tratando de esquivar polémicas o atraer atención indebida, parecía tener reparos a la hora de utilizar el nombre de Vietnam aun cuando, curiosamente, el origen de Iron Man, narrado en “Tales of Suspense” 39 (marzo 63) si acontecía explícitamente en ese país.
En cualquier caso, lo que peor ha envejecido y
más chirría a la mentalidad del lector moderno son esos burdos tópicos
relacionados con los villanos comunistas y la abierta propaganda política que
lanza el Capitán América. Pero es que la historia, más allá de los breves
chispazos iniciales de caracterización, está desarrollada de forma tosca y
previsible… a excepción quizá del papel que juega en el desenlace la Bruja
Escarlata. Aunque de primeras Lee y Heck la encajan en el rol de “damisela en
peligro” a la que los héroes masculinos deben salvar (algo que le ocurría con
molesta frecuencia a todas las féminas Marvel de la época, desde la Avispa a
Sue Storm), es Wanda la que utiliza sus poderes hechiceros para derrotar al
robot que había tumbado a todos sus compañeros (lo cual, por cierto, dice bien
poco de ellos como “Los Héroes Más Poderosos de la Tierra, tal y como rezaba el
lema de la colección).
Nos encontramos en los años más importantes
para la consolidación del Universo Marvel como gran ficción épica entrelazada y
dispersa a lo largo de una serie de títulos. Y entonces sucedió algo que cambiaría
para siempre la Historia de los comics: el mundo más allá de la escuela y el
instituto descubrió las maravillas del colorido universo Marvel.
Stan Lee empezó a recibir invitaciones para pronunciar
conferencias en campus universitarios acerca de sus comics; y a la editorial
llegaban cartas de lectores que mencionaban a Dostoievksky y Freud tanto como a
Spiderman y al Doctor Extraño. En una época en la que la brecha entre el “Arte”
y la cultura popular era amplia y a menudo infranqueable, Marvel comenzó a salvar
ese abismo cuando consiguió que hablar de sus comics estuviera tan a la moda como
disertar sobre Shakespeare o Dickens. Los estudiantes universitarios que
recordaban la actitud irreverente de los viejos comics de la EC en los 50 o que
tenían parientes más mayores que habían dejado ejemplares de esos clásicos en
el baúl del sótano, entendieron la desenfadada y a menudo irreverente
aproximación de Marvel la narración de historias, mezclando acción a raudales
con angustia vital y rociándolo todo con un humor cercano y socarrón.
Los guiños de reconocimimento a las a veces absurdas convenciones propias de los comics fue una de las cosas que llamaron la atención de los lectores más maduros, convenciéndoles de que había algo más en los tebeos de esa compañía que tipos en pijama y peleas a puñetazos. Aparentemente reivindicados por artistas críticamente aclamados como Andy Warhol o Roy Lichtenstein, los lectores se cargaron de razones para afirmar que los comics de Marvel deberían figurar en las listas de lectura universitarias.
La aceptación generalizada de Marvel fuera del
ghetto de la literatura infantil fue un avance de la conquista del arte popular
que pronto llegaría, a niveles más prestigiosos, al pop art, un proceso que se
completaría a finales del siglo XX. Por el momento, sin embargo, Lee no perdió
tiempo en sacar provecho de la situación. El propietario de la compañía, Martin
Goodman, le había dicho que se mantuviera atento a cualquier cambio en el
ámbito de la cultura popular.
Lee reaccionó rápidamente a la hora de
satisfacer las expectativas de los lectores más maduros. “Hay
tantos de vosotros, frenéticos fans, que tienen reparos en llamar a nuestras
publicaciones “comics” que pensamos en inventar un nombre mejor”, declaraba
Lee en el verano de 1965. “Y así, desde ahora, ya no
estareis leyendo comic-books cuando cojaís nuestras pequeñas obras maestras!. En
lugar de eso, será un “Libro de Arte Pop”!” Lee acompañó este anuncio
(reproducido en la página de correo de todos los comics con fecha de portada
agosto), con un cambio en el familiar sello de la editorial que se colocaba en la
esquina superior izquierda de casi todas las colecciones: bajo la ilustración
del protagoni
sta de la serie en concreto, se añadían las palabras Marvel Pop
Art Productions en una tipografía desenfada.
Esa leyenda permanecería en las portadas sólo durante unos meses… hasta que Lee, siempre algo disperso, dedicó su atención a otras cosas. No hay evidencia de que la nueva etiqueta conllevara cambio alguno en los comics. Y, desde luego, no en “Los Vengadores” nº 19 (agosto 1965), cuya portada, dibujada por Kirby, mostraba al Espadachín, un personaje con toda la pinta de haber nacido como idea conceptual tomando como modelos a Errol Flynn o Douglas Fairbanks. Las páginas interiores, desde luego, no podían calificarse como esa obra de arte de la que presumía Lee.
El terrorista internacional conocido como Espadachín
intenta infiltrarse en la Mansión de los Vengadores para demostrar su valía y
ser admitido como miembro. De esta forma, obtendría un pase de alta seguridad
que le podrá ser útil para sus propósitos criminales. Su presencia es
rápidamente detectada por el sistema de seguridad y aunque consigue plantar
cara a Mercurio y la Bruja Escarlata, es finalmente derribado. El Capitán
América descubre en los ordenadores el currículo criminal de este intruso justo
cuando recupera la consciencia, cortocircuita el sistema eléctrico y escapa. El
Capitán envía a los hermanos mutantes en su busca mientras él queda de guardia.
Cuando regresa Ojo de Halcón y le informa sobre el intruso, aquél revela que el Espadachín fue su idolatrado mentor durante el tiempo de su juventud que pasó en un circo. De este experto en armas, Barton aprendió todo lo que sabe del tiro con arco hasta que un día descubrió que su maestro estaba robando dinero al dueño, racionalizando su delito diciéndose a sí mismo que se lo merecía dado que era la estrella del espectáculo. Cuando el Espadachín no consiguió convencerle para ser su cómplice, le atacó y lo dejó por muerto.
Mientras tanto, en Washington, agentes de
Hydra interceptan la mencionada carta que el Capitán América envió a Nick Furia
solicitándole unirse a SHIELD. Llevan ya algún tiempo tratando de localizarle
(tal y como se contaba también aquel mismo mes en “Strange Tales” nº 135, primera
aparición oficial de Hydra en el Universo Marvel). Al comprobar que la misiva
no contiene información relevante sobre el paradero de su objetivo, la tiran
por la ventana sólo para que la encuentre a continuación un delincuente de poca
monta. Éste se entera al poco de que el Espadachín ha ofrecido una recompensa
por información que le facilite la captura de alguno de los Vengadores. Se cita
con el Espadachín y le entrega la carta para que éste la responda haciéndose
pasar por Furia y citando al Capitán en un almacén abandonado.
Al detener a una banda de ladrones durante una
patrulla ordinaria, Ojo de Halcón se entera accidentalmente de la trampa que el
Espadachín le ha tendido al Capitán, pero cuando llega a la Mansión para
avisarle éste ya se ha marchado. Junto con Mercurio y la Bruja Escarlata,
activan el rastreador que el Capitán lleva incorporado a su cinturón y siguen la
señal hasta su paradero. Pero llegan tarde. El Espadachín había convertido el
almacén en una gran trampa y tras un breve combate, consigue noquear a su
víctima. Para cuando se presentan sus compañeros, se lo encuentran atado y
arrodillado en el extremo de una plancha que sobresale de lo alto de un
edificio en construcción. Con su espada en el cuello del Capitán, el Espadachín
exige al trio restante de Vengadores que le nombren líder del grupo o su
compañero morirá. Éste ordena a Ojo de Halcón, Mercurio y la Bruja escarlata
que no se rindan, su vida no es importante; y a continuación se arroja él mismo
al vacío para frustrar el chantaje del Espadachín.
Quizá lo más interesante de este episodio sea el
flashback en el que se narra el origen de Ojo de Halcón, un origen que
contradice algo de lo que ya se había establecido sobre el personaje como
villano reformado. Lo lógico hubiera sido presentarlo aquí como un cómplice del
Espadachín, pero Lee y Heck decidieron hacer de el un pupilo desilusionado por
su mentor, lo que le da un perfil algo más heroico.
Por otra parte, en el futuro y de nuevo
recurriendo a la retrocontinuidad, Marvel le dio al Espadachín un origen algo
menos villanesco. A esas alturas, el personaje había alcanzado cierto estatus
de culto a tenor de lo que el guionista Steve Englehart hizo con él años
después en la saga de la Madonna Celestial (nº 129-135, nov.74-mayo 75; y Giant
Size Avengers 4, junio 75), después ya de haber sido admitido como miembro
oficial del equipo. Así, en “Avengers Spotlight” nº 22 (sept. 89), se contaba
en flashback que Jacques Duquesne, la verdadera identidad del Espadachín, había
utilizado la espada de su ancestro, un superhéroe de la Primera Guerra Mundial
llamado Caballero Carmesí, para ayudar a liberar la nación de Sin-Cong (ver el
número anterior) de sus compatriotas, los colonos franceses. Esto le llevó a
colaborar con Wong Chu (el villano relacionado con el origen de Iron Man), pero
éste le traicionó. La desilusión subsiguiente le empujaría a una vida criminal.
Pero aparte de profundizar un poco más en el pasado de Ojo de Halcón, no se puede decir que este número rompa lo que venía siendo una mala racha para la colección en cuanto a la solidez de las historias. Los planes del Espadachín, tanto el inicial (irrumpir en la Mansión para hacerse con un carnet de Vengador) como el final (pretender que le nombren líder del grupo), son no ya inverosímiles sino ridículos. Las dos escenas de acción están tan torpemente concebidas como dibujadas. Por ejemplo, alguien como el Espadachín no hubiera sido de ninguna forma adversario para la velocidad de Mercurio, que lo podría haber desarmado en un abrir y cerrar de ojos; y en cuanto al combate entre el Capitán y el Espadachín, Don Heck no está ni mucho menos al nivel de Jack Kirby, que por entonces se encargaba de regalar todos los meses a los lectores intensas escenas de pelea en las aventuras del Capitán en solitario en “Tales of Suspense”.
Y luego están esos pequeños detalles, quizá
menores, pero que hacen tambalear la inmersión del lector en la historia. Por
ejemplo, que el Capitán América se indigne tanto por la pretensión del
Espadachín por ser Vengador: “¿Y tuvo la
osadía de intentar unirse a nuestras filas? ¡Se lo conoce en casi toda Europa
como uno de los aventureros más peligrosos que existen!”. Parece haber
olvidado que hacía muy poco aceptó aceptado en las filas del equipo a dos
hermanos que ayudaron a Magneto a conquistar una pequeña nación y a un
individuo que ayudó voluntariamente a una espía rusa (la Viuda Negra). O esa
nueva demostración sexista de Stan Lee a la hora de poner palabras en la boca
de sus heroínas: mientras lanza un hechizo al Espadachín, la Bruja Escarlata
exclama enfadada: “¡En cuanto a la “última
palabra”, eso es prerrogativa de las mujeres…como vas a ver!”.
(Continúa en la siguiente entrada)
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