(Viene de la entrada anterior)
Al final del número 19, el Capitán América saltaba desde lo alto de un edificio en construcción para impedir que el Espadachín lo utilizara como rehén con el que chantajear a sus compañeros Vengadores. Como era de esperar, al comienzo del número 20 (sept.65), éstos utilizan el trabajo en equipo para salvarle la vida y luego acorrarlar al villano, que en el último momento es teleportado por el Mandarín, un enemigo de Iron Man que había aparecido por última vez en “Tales of Suspense” nº 62 (nov.64). Este trasunto tecnológico de Fu Manchú, desea infiltrar al Espadachín en los Vengadores para que derrote a Iron Man cuando se reintegre a sus filas.
A raíz de la derrota sufrida, las fricciones
entre el Capitán y Ojo de Halcón son especialmente virulentas en este número,
recriminándose mutuamente y afirmando ser el mejor líder para el grupo: “¡Estoy harto de que siempre te las des de
superior! ¿Me entiendes?”, le espeta el arquero. No solamente Ojo de Halcón
ambiciona el liderato: Mercurio compite con él para demostrar quién es más
capaz mientras el Capitán opta por quedarse al margen y dejar que ambos jóvenes
se desfoguen.
Mientras tanto, el Mandarín mejora el arma de el Espadachin incluyendo una serie de nuevas funcionalidades, como descargas eléctricas, un rayo desintegrador y llamaradas. También envía a los Vengadores un mensaje holográfico simulando ser Iron Man (que por entonces estaba luchando contra el Hombre de Titanio en Europa dentro de su serial en “Tales of Suspense” nº 69-71), disculpando los actos del Espadachín y apoyando su admisión en el grupo tal y como había hecho anteriormente con otros criminales, como Ojo de Halcón o los hermanos mutantes.
Así que los cuatro miembros en activo acceden
y reciben de vuelta al Espadachín, no sin sentir cierta desconfianza y
vigilarlo de cerca. Aún así, éste consigue instalar una bomba en la Mansión. En
principio, el explosivo está destinado a Iron Man, pero el Mandarín no puede
esperar y decide cambiar de planes, avisando a su espía de la inminente
detonación e informándole de que cuando aquél acuda a investigar lo sucedido,
le tenderán una trampa.
Pero el Espadachín no carece de honor y respeta a sus nuevos “aliados” lo suficiente como para no desear su muerte a traición, por no hablar de que se siente atraído por la Bruja Escarlata. Cuando está tratando de desactivar la bomba, es descubierto por el Capitán, que interpreta mal lo que ve y empieza el combate al que pronto se unen sus compañeros. El Espadachín utiliza su nueva espada para destruir el explosivo y escapar.
El Espadachín regresará en el número 29 y
seguirá manteniendo un perfil ambiguo entre héroe y villano hasta su muerte en
la saga de la Madona Celestial.
La segunda parte de este arco argumental en el
que se presenta al Espadachín, no mejora los defectos de la primera y todo
acaba siendo un enredo ridículo que el entintado de Wally Wood (anunciado en la
portada, todo un honor en una época en la que no se acreditaba a los autores en
la cubierta) no consigue compensar. El concepto de que los Vengadores, que
ahora están formados en un 75% por villanos reformados, decidan darle otra
oportunidad, puede tener un pase. Lo que no lo tiene es que los Vengadores, que
hasta el momento habían tomado sus decisiones en asambleas democráticas,
decidan incorporar al Espadachín a sus filas confiando exclusivamente en la
palabra de alguien que en ese momento no forma parte del equipo. Una vez más,
el Capitán demuestra una ingenuidad que raya la estupidez, sobre todo teniendo
en cuenta lo que había pasado no hacia mucho con la admisión del Hombre
Maravilla en el número 9 y el falso Spiderman en el 11. En fin, que es un
movimiento que contradice todo lo que se nos había expuesto anteriormente sobre
el funcionamiento interno del grupo.
Y luego está la cuestión de por qué el Mandarín, un individuo brillante y muy poderoso, se molestaría en idear un subterfugio tan endeble, retorcido e incierto para derrotar a su némesis, Iron Man, que ni siquiera se sabe si volverá a los Vengadores. Recordemos que en otra ocasión disparó un láser intercontinental directamente sobre la casa de Tony Stark y que puede monitorizar a distancia a cualquiera y teleportarlo a su guarida. Así que, ¿para qué necesita ahora depender de un agente de perfil equívoco y desempeño dudoso al que, para colmo, prácticamente ha obligado a trabajar para él?
En cuanto al dibujo, ya he mencionado la
intervención de Wally Wood, un fichaje de Stan Lee para “Daredevil” (donde
debutó en el nº 5, diciembre 64) que, a la postre, no duró mucho, como ya
comenté en las entradas correspondientes del héroe ciego. Pero lo que sí hace
aquí es mejorar algo el dibujo de Heck. Ya lo he dicho anteriormente: Don Heck
estuvo en Marvel desde el comienzo de su universo de superhéroes y, aun cuando
era un dibujante más que competente, nunca recibió el respeto que merecía.
Una de las razones para ese olvido aún en vida
fue una entrevista que Gary Groth, el editor de “The Comics Journal”, le hizo a
Harlan Ellison. El corrosivo escritor de ciencia ficción calificó a Heck como
el peor artista que hubiera jamás trabajado en la industria e insinuó que no
ponía ningún interés en el trabajo, limitándose a producir páginas a toda
velocidad y con una atención mínima. Ellison acabaría disculpándose por escrito
más adelante, pero el daño estaba hecho. A Heck le apodaron “Don Hack” (algo
así como Don el Hachazos) y ya no se pudo librar de esa injusta reputación.
Heck declinó hacer ningún comentario público sobre Ellison o Groth, pero
quienes le conocieron sabían que aquello le había herido profundamente y que
nunca comprendió por qué lo habían señalado precisamente a él de entre todos
los dibujantes que trabajaban para los comic-books en la época, muchos de ellos
sin duda más mediocres que él.
Heck también tuvo el inconveniente de cargar
con el legado de Jack Kirby. Durante años, el crédito de la primera historia de
Iron Man lo situaba a él terminando los bocetos de Kirby, lo cual afirmaría
posteriormente que era falso. Kirby, por su parte, perpetuó esta percepción
afirmando en repetidas ocasiones que había argumentado y abocetado la historia
para que Heck la terminara; un bulo que mantendría vivo su ayudante y biógrafo
Mark Evanier hasta que el conocimiento de los auténticos hechos le llevó a
rectificar. Aunque sí fue Kirby quien dibujó la portada de aquel número de
“Tales of Suspense” 39 (marzo 63), no hay más evidencia que las propias
declaraciones de Kirby (desmentidas por Larry Lieber, Stan Lee y Don Heck) que
sugieran que tuvo algo que ver con el interior de ese número, que fue escrito
por Larry Lieber a partir de un borrador de Stan Lee y dibujado enteramente por
Don Heck.
Como ya hemos ido viendo, Heck heredó de Kirby “Los Vengadores” a partir del número 7, permaneciendo en la colección durante los años de consolidación de la misma y hasta que John Buscema lo sustituyó en el número 41 (aunque Heck realizaría posteriormente algunos episodios puntuales). Durante su larga carrera en Marvel, Don Heck dibujó, con la notable excepción de Los Cuatro Fantásticos, a todos los personajes que ofrecía Marvel en su catálogo, desde los X-Men a Iron Man pasando por los Vengadores y Spiderman. Fue también un hábil entintador, tanto que Kirby le pidió que le pasara a tinta sus lápices en los trabajos de presentación que éste llevó a DC a comienzos de los 70.
Heck no concedió demasiadas entrevistas en su
día, principalmente porque cuando el movimiento fandom despegó, él ya se había
quedado atrás. Los primeros aficionados de línea dura estaban más interesados
en Kirby y Ditko y los que llegaron al género en los 70 y décadas posteriores,
querían saber más de los artistas contemporáneos y no de la vieja escuela, como
Heck. Y es una lástima porque, según testimonio de quienes le conocieron y
trabajaron con él, era un profesional impecable que podía dibujar a lápiz y
entintar con igual facilidad. Él pertenecía a una época en la que los
dibujantes no cuestionaban el trabajo que les ofrecían, les gustara más o menos
o nada en absoluto. Simplemente, agachaban la cabeza y se ponían manos a la
obra para hacer lo que mejor sabían: dibujar una historia con viñetas.
Por otra parte, los entintadores que
terminaban sus lápices no siempre le hicieron un favor a Heck. Y es que él no
era un dibujante fácil de entintar y el único que sabía de verdad cómo
embellecer sus lápices era él mismo, pero la dinámica de la industria y su
ritmo frenético rara vez le permitieron disponer del tiempo necesario para
encargarse de ambas tareas. Además, el “Método Marvel” le obligaba a desempeñar
–sin cobrar por ello- funciones de guionista, desarrollando los esbozos de
guion o incluso ideas mínimas que le suministraba un Stan Lee cada vez más
ocupado en otros menesteres.
Aún con este olvido al que se ha sometido a su figura, lo cierto es que “Los Vengadores” seguían vendiéndose bien pese a la salida de Kirby y la sustitución de la primera formación por otra compuesta en su mayoría de personajes entonces casi desconocidos y, además, villanos. Probablemente, uno de los factores que contribuyeron a conservar y ampliar su base de seguidores fue el cambio de dinámica interna del grupo. Los miembros fundadores –incluyendo al más tarde incorporado Capitán América- se relacionaban en un plano de igualdad, dispensándose mutuamente un respeto y apoyo que les permitía llegar a decisiones de forma democrática en las asambleas.
Puede que, como ya dije, la sustitución de
éstos por unos personajes secundarios obedeciera a la necesidad de simplificar
las cosas en términos de continuidad entrelazada con las colecciones
individuales de cada uno de ellos, pero a la postre el cambio permitió a Lee y
Heck introducir una dinámica diferente que incluía el conflicto. El Capitán
América se encontraba de la noche a la mañana tutelando a unos jóvenes de
sangre caliente y un pasado poco ejemplar que, en el caso de Mercurio y Ojo de
Halcón, desafiaban abiertamente su liderato y aspiraban a ocupar su puesto.
Y ese es precisamente el comienzo del número
21 (octubre 65). Ojo de Halcón está en la Mansión cambiando el fusible fundido
de una gran máquina (dibujada con más detalle del habitual, probablemente
gracias al entintado de Wally Wood, quien solía prestar mucha atención a este
aspecto). Aparece el Capitán América y le reprende: “¡Ya conoces las reglas, Vengador! ¡Su valor es casi incalculable!
¡Nadie debe manipularlo salvo Stark!”. El intercambio de reproches e
insultos sube de tono hasta llegar casi a las manos. Ha de ser Mercurio –que,
irónicamente, no tardaría en ser famoso por su iracundo temperamento- el que
intervenga y recuerde al Capitán la importancia del autocontrol: “¡Cálmate Steve Rogers! ¡Se supone que eres
nuestro líder!”. Pero Ojo de Halcón no da su brazo a torcer y Wanda le espeta:
“¿Por qué no eres honesto contigo mismo?
¡Tu actitud hacia el Capitán América está motivada por una sola cosa…¡Los
celos! ¡Desearías ser nuestro líder!”. El arquero le contesta con un
comentario despreciativo y ella le castiga con un rayo, debiendo entonces intervenir
el Capitán.
Se habla de un cambio de líder pero dado que éste debe ser elegido democráticamente y son cuatro miembros, el único que recibiría más votos que el propio sería Mercurio (obviamente, el de su hermana). Así que por el momento se aparca el tema. A diferencia de otros supergrupos anteriores y contemporáneos, los Vengadores se veían a menudo lastrados por conflictos internos que les hacían más humanos y cercanos a los lectores. Stan Lee había apostado por esa fórmula desde que pusiera las primeras bases del Universo Marvel con “Los Cuatro Fantásticos” y ahora volvía a aplicarla aquí con éxito.
Entretando, en el Amazonas nos reencontramos
con Erik Josten, uno de los hombres del Barón Zemo que huyeron del Capitán
América tras la muerte de aquél en el número 9. Sabiendo que la Interpol le
busca, prefirió quedarse en la base en ruinas del difunto villano y un día
encuentra la entrada al laboratorio en el que aquél, junto a la Encantadora y
el Verdugo, habían creado al Hombre Maravilla en el nº 15. Precisamente es la
hechicera asgardiana, aún exiliada de su tierra natal desde el nº 6, quien detecta
la intrusión, se transporta al lugar y le ofrece a Josten utilizar con él la
máquina que dio poderes al Hombre Maravilla para que así se enfrente a los
Vengadores y ella obtenga su venganza.
Llegan a un acuerdo y, efectivamente, Josten
obtiene superfuerza, rapidez e invulnerabilidad (no se explica cómo evitan los
efectos secundarios que terminaron con la vida del Hombre Maravilla). Aunque ve
ridículo vestir un uniforme, el exmercenario accede a la petición de la
Encantadora para servir así de “símbolo
viviente de Los Señores del Mal”. La asgardiana también cree que necesita
un nombre que “infunda terror en el
corazón de los Vengadores”. “¡Sólo
pido que no sea tan infantil como Hombre Maravilla!”, pide él. Power Man le
parece tan cutre como el otro, pero, después de todo, no es eso lo que le
importa.
Dejando al margen esa broma autoreferencial de Stan Lee, lo cierto es que la premisa de esta historia es tan absurda como la del Espadachín en el arco anterior. La motivación de la Encantadora para buscar la ruina de los Vengadores tiene tan poca base como la del Mandarín en el caso de los dos números precedentes. Ella quiere vengarse de Thor y si decidió luchar contra los Vengadores fundadores fue porque el dios del trueno formaba parte de ese equipo. Ahora bien, con Thor fuera del grupo y ocupado en sus asuntos ¿qué le han hecho a la Encantadora estos nuevos Vengadores para merecer su odio?
Lo que sí vuelve a hacer la diosa asgardiana es
ejercer su influjo de mujer fatal sobre un hombre malvado pero débil de
voluntad. “¡Estuve aliada durante meses
con otro inmortal, el Verdugo, pero era un necio! ¡Tú posees inteligencia a la
par que fuerza! ¡Juntos lograremos mucho! Ahora dime, ¿odias a los Vengadores
tanto como yo?”. A lo que el mequetrefe de Power Man responde: “¡Cuando me miras así, me odiaría a mí mismo
si me lo pidieras!”.
El plan de la Encantadora pasa por desacreditar primero a los Vengadores ante los ojos de la opinión pública y las autoridades. Así, conjura en Nueva York un monstruo ilusorio de nueve metros que atrae a los héroes. La Bruja Escarlata le lanza un hechizo que derrumba un edificio (vacío, claro) y la policía, afectada por las artes brujeriles de la asgardiana, no ve más que a unos superhéroes destruyendo la ciudad. Una trampa similar en el metro obliga a Ojo de Halcón a destruir un tren con una flecha explosiva para salvar a Mercurio, al que Power Man –sin que nadie lo vea- ha dejado inconsciente sobre las vías.
La prensa empieza a considerar a los
Vengadores como una amenaza. Los medios y la opinión pública del Universo
Marvel hicieron gala desde el principio de una extraordinaria volubilidad y
facilidad para ser manipulados. Spiderman es la víctima más notoria pero los
Vengadores ya lo habían experimentado en sus carnes en el nº 13 y volverían a
pasar por ello tiempo después de este episodio. Los Vengadores son conscientes
de ser víctimas de un complot, pero ello no hace sino exacerbar las tensiones
internas. Una vez más, el Capitán América y Ojo de Halcón se enzarzan en un
intercambio de recriminaciones: “¡Arrogante
arquero cabezota! Si no fueras un Vengador, te usaría para barrer el suelo!
¡Ahora largo antes de que te haga tragar esas palabras!”.
Un par de celadas más orquestadas con ayuda de la Encantadora le bastan a Power Man para derrotar primero al Capitán América y más tarde y por separado a Ojo de Halcón y Mercurio. Con su reputación por los suelos, el ayuntamiento emite una orden judicial para que los Vengadores se disuelvan.
Así, el número 22 (nov.65) comienza con los
Vengadores desacreditados y disueltos. El Capitán América está convencido de
que hay alguien moviendo los hilos tras Power Man (lo que no obedece a ninguna
lógica dado que él no sabe nada sobre este individuo ni su origen), pero su
determinación para llegar hasta el final del asunto no convence a sus
compañeros, que se sienten avergonzados y derrotados. Esto les conduce a otro bucle
de acusaciones y peleas. Esta vez es el Capitán quien ofende a Wanda (“¿Cómo has podido convertirte en Vengadora,
chica?”), lo que hace intervenir a Mercurio, siendo en esta ocasión Ojo de
Halcón quien detenga la inútil trifulca antes de que cada cual siga su camino.
El Capitán América, atormentado por la
inseguridad y la autocompasión, compara este fracaso con otro de su pasado: la
muerte de Bucky: “¡Tal vez tendría que
haberme quedado en el pasado! ¡El Steve Rogers de carne y hueso no está a la
altura de la leyenda en que se ha convertido el Capitán América!”. Los
otros Vengadores tratan de encontrar trabajos honrados, pero se lo impide su
reputación, manchada por los recientes altercados protagonizados por el grupo
(las pasadas actividades de sabotaje de Ojo de Halcón o los actos terroristas
de los mutantes como esbirros de Magneto no parecen importar demasiado en esas
entrevistas de trabajo). Pietro y Wanda incluso empiezan a barajar la idea de
regresar a Europa.
Y es aquí donde regresa el Circo del Crimen,
cuyos componentes acaban de cumplir su –leve- condena tras ser arrestados en
“Amazing Spiderman” 22 (marzo 65) y están dispuestos a reanudar su carrera
criminal, otra vez bajo la dirección del Amo de Pista (Stan Lee parecía haberse
olvidado de que éste había sido expulsado de la banda por sus propios
compañeros en aquel número de Spiderman). No les resulta difícil atraer a los
tres Vengadores más jóvenes, que ni hacen preguntas ni, aparentemente, leen los
periódicos, para que se unan al espectáculo. El Amo de Pista los contrata
explicando que espera una mayor afluencia de público contando con ellos en la
función, pero cuando trata de hipnotizarlos para que colaboren en sus robos,
Mercurio, Ojo de Halcón y la Bruja Escarlata se resisten y empiezan a pelear
con los extravagantes artistas circenses. Cuando llega la policía, lo único que
ven es que los Vengadores parecen haber desafiado la orden de disolverse y
éstos huyen, convirtiéndose en fugitivos.
Un ambicioso agente de prensa visita a Power
Man –que todavía tiene a su lado a la Encantadora- para sugerirle la idea de
que forme un nuevo grupo que sustituya a los Vengadores caídos en desgracia.
Pero resulta que el agente se revela como el Capitán América, quien ha tendido
ahora una trampa para grabar a sus adversarios confesando ser los responsables
del desprestigio de los héroes. El Capitán en solitario no es rival para un
enfrentamiento físico con alguien tan poderoso como Power Man. Ni siquiera la
inesperada intervención del resto del equipo, atraídos por la activación accidental
de la señal de emergencia del Capitán durante la lucha, parece ser suficiente
para detenerlo.
Sin embargo, todo el plan urdido por la Encantadora se ha venido abajo dado que la cinta acusatoria ya está en manos de la policía. La asgardiana abandona a Josten teleportándose a otro lugar y dejándolo anímicamente hundido: “¡Se acabó la lucha! Sin…ella…no tengo por qué luchar…”. Al final, sin embargo, las autoridades dejan libre a Power Man dado que no encuentran suficientes cargos para imputarlo (hubiera bastado con quitarle la máscara e identificarle como un criminal buscado por la Interpol, pero bueno, esto es el Universo Marvel de los 60).
La ciudad reinstaura los privilegios de los
Vengadores e incluso declara el domingo como festivo en su honor (típico gesto
simbólico que los políticos utilizan para tapar sus errores). Todo parece
arreglado hasta que el Capitán América anuncia su dimisión ante sus
sorprendidos camaradas: “¡Se acabó hacer
del listo del grupo ante pardillos como vosotros! ¡Os podéis ir buscando a otro
payaso! ¡Ahora que os he limpiado el nombre, me despido de vosotros!”.
No será la última vez que veamos a Power Man, ni en los Vengadores ni en el Universo Marvel. En el número 29, se aliará con el Espadachín y una Viuda Negra con el cerebro lavado. Más adelante, cederá el nombre a Luke Cage y actuará bajo otros alias como Contrabandista y Goliath. Mucho después, incluso se reformará y adoptará la identidad de Atlas como miembro de los Thunderbolts. También la Encantadora persistirá en sus intentos de acabar con los Vengadores, utilizando como peón a Hércules en el nº 38. Y en cuanto al Circo del Crimen, tratarán de sabotear la boda de Chaqueta Amarilla (la futura identidad de Henry Pym) y la Avispa en el nº 60.
(Sigue en la siguiente entrada)
No hay comentarios:
Publicar un comentario