Hace ya mucho tiempo que cualquier aficionado al género fantacientífico sabe que Joe Hill es el hijo de Stephen King, así que digámoslo nada más empezar y pasemos a lo verdaderamente importante. El que no firmara con su apellido obedeció a su deseo de labrarse un camino literario por sus propios méritos, objetivo que ha satisfecho sobradamente gracias a sus cuentos, novelas y comics, con los que se ha ganado un espacio de relevancia en la ficción de terror y fantasía modernos.
Para cuando en 2008 y a través de la editorial IDW, lanzó la serie de comic-book “Locke & Key”, dibujada por Gabriel Rodríguez, su linaje familiar ya había sido desvelado pero incluso así los lectores no estaban preparados para la excelente historia que estaban a punto de degustar y que se iba a prolongar a lo largo de los siguientes cinco años. El primer número se agotó en tan sólo un día y la editorial hubo de ordenar su reimpresión inmediatamente. Y al año siguiente, el primer arco argumental fue nominado a Mejor Serie Limitada y Joe Hill a Mejor Guionista en los prestigiosos Premios Eisner.
La colección –sin contar los especiales y derivados que han aparecido posteriormente a rebufo del éxito obtenido- consta de 37 números, divididos en tres actos. Cada uno de esos actos comprende dos arcos argumentales de entre cinco y seis números. El primero lleva por título “Bienvenidos a Lovecraft” y es en el que se presentan los personajes principales, la premisa de arranque y la casa que va a ser el escenario primordial de este drama terrorífico.
La familia Locke se ha mudado desde California a una antigua casa familiar de Nueva Inglaterra tras el brutal asesinato del padre, Rendell, psicoterapeuta juvenil, a manos de dos de sus pacientes. La esposa, Nina, y los tres hijos, Tyler, Kinsey y Bode se establecen en Keyhouse Manor, un gran caserón gótico de madera ubicado en la península de Lovecraft, en Massachussets, y que fue el hogar de la infancia y adolescencia de Rendell. Allí reciben inicialmente la ayuda del hermano menor de éste, Duncan, que vive en una población cercana.
Cada uno de los hermanos ha reaccionado de forma diferente a la horrenda experiencia por la que han atravesado –ya que todos estuvieron a punto de morir a manos de los psicópatas asesinos-. En el caso del adolescente Tyler, el mayor, su sentimiento es de culpa a tenor tanto de una conversación que tuvo con el asesino algún tiempo antes del crimen y que pudo haber motivado éste como por lo que él mismo tuvo que hacer para salvar su vida y la de su madre y hermanos. Alrededor de un año más joven es Kinsey, que vive aterrorizada por el recuerdo de aquel día, cuando tuvo que esconderse con su hermano pequeño, Bode, del ansia de sangre de los asesinos. Ese miedo se ha extendido a todos los aspectos de su nueva vida, llegando a modificar su aspecto y vestuario para atraer el mínimo de atención posible sobre sí misma. Bode, por su parte, parece haberse ajustado mejor, pero es víctima de horribles pesadillas.
Lo que la familia Locke ignora –y, en el caso de Duncan, no recuerda- es que Keyhouse esconde muchos secretos de naturaleza sobrenatural. Dispersas por la casa, más o menos a la vista, hay multitud de puertas que sólo abren una serie de llaves mágicas. Son portales hacia estados alterados de la mente o el cuerpo o instrumentos con los que violar las leyes espacio-temporales. Así, por ejemplo, La Llave de Doquiera abre portales a cualquier lugar que su poseedor pueda visualizar; la Llave Temporal permite viajar al pasado; la Llave de las Sombras le da a su dueño control sobre unas criaturas hechas de oscuridad; la Llave del Sexo cambia el género de su portador…
En el mundo imaginado por Hill, los únicos que pueden utilizar los poderes mágicos de las llaves son los niños y los adolescentes. Los adultos no son capaces de ver ni experimentar esa magia, al menos directamente. Cuando los muchachos se gradúan del instituto, empiezan inmediatamente a olvidar lo sucedido en la Keyhouse, lo que sin duda es una alegoría de la evolución de muchos adultos, que sustituyen su imaginación por la racionalización y, en ocasiones, la resignación. Así, “Locke & Key” es, también, una crónica del paso a la madurez de los protagonistas: cómo crecen, asimilan los traumas y desengaños, establecen y abandonan relaciones sentimentales o de amistad y, en definitiva, encuentran su lugar y dirección en el mundo.
En el caso de los hermanos Locke, además, esta transición debe realizarse en un entorno mágico. Al principio, utilizan las llaves como juguetes divertidos o soluciones para sus problemas. Así, además, de como motores de la trama, las llaves les dan a los autores una herramienta con la que mostrarnos las formas en que los personajes lidian con el duelo. Kinsey, por ejemplo, utiliza la Llave de la Cabeza para –literalmente- extraer de su cerebro el miedo. Tras sufrir una dolorosa traición, Tyler utiliza la Llave de Hércules para aislarse de sus sentimientos y reforzar su agresividad en el campo de hockey del instituto. Bode, por su parte, gusta de vagabundear como un fantasma por los terrenos de la finca… Pero las cosas no son tan sencillas. Al final, todos deben afrontar sus emociones sin atajos, muletas ni tranquilizantes porque éstos, como comprueban amargamente, esconden sus propios peligros.
Por si no fuera suficiente superar la horrible muerte de su padre –y esposo- y los problemas propios de mudarse a un lugar nuevo en una edad difícil, los Locke van a ver sus vidas amenazadas por una presencia malévola atrapada en la casa y que no se detendrá ante nada para conseguir la Llave Omega, la más poderosa de todas. Esta entidad puede cambiar de forma y, cuando empieza a hacerse con algunas de las llaves, utiliza sus recuperados poderes para entrar en la vida de los hermanos Locke, ganarse su confianza y asesinar a todos aquellos que pudieran reconocerlo como parte del pasado de Lovecraft.
Se ha querido comparar a “Locke & Key” con el “Sandman”, de Neil Gaiman. De hecho, Joe Hill ha señalado en varias ocasiones al autor británico como una de sus influencias. Aunque ambas historias difieren en su escala y planteamiento, sí pueden trazarse similitudes en cuanto al poder de seducción de la historia, la imaginación de sus autores y la construcción de un absorbente universo propio. Hill y Rodriguez atraen a los lectores utilizando como señuelos dos tropos clásicos del género de terror: la irrupción de dos asesinos en la engañosa seguridad del hogar; y la mudanza de una familia a una casa encantada. Pero esto no es sino la plataforma sobre la que construir un universo mucho más complejo y poblado de lo que podría haberse esperado, utilizando el recurso de las llaves para acceder a nuevos resortes narrativos y realidades.
El argumento de Joe Hill es una mezcla de drama familiar y thriller sobrenatural que en todo momento transmite la sensación de que algo horrible está próximo a suceder. Las escenas están meticulosamente colocadas en la trama y planificadas con cuidado para maximizar el suspense. Se presta una atención especial a la caracterización de los vástagos Locke, aportando momentos y diálogos convincentes que perfilan a la perfección sus diferentes personalidades, un estudio de personajes que se irá ampliando en sucesivos arcos a otros miembros de la familia, amigos del instituto, etc.
“Locke & Key” fue el trabajo con el que el artista chileno Gabriel Rodríguez se dio a conocer a nivel internacional. De hecho, causó tan favorable impacto que uno de los proyectos que consiguió inmediatamente después fue nada menos que “Superman”. Y ello aún cuando es fácil que sus páginas despierten cierta extrañeza en el lector debido a su estilo, difícil de describir: una mezcla de suavidad infantil y desasosegante carnalidad. Sus figuras y caras tienen cierto aire a caricatura en el límite del expresionismo, pero sus fondos están dibujados con el detallismo y precisión propios del arquitecto que es Rodríguez (completó sus estudios de esa disciplina antes de dedicarse profesionalmente al comic).
Pero ese difuso desasosiego desaparece al cabo de unas cuantas paginas o, más bien, pasa a fundirse tan naturalmente con la historia de Hill que se hace difícil pensar en otro artista más idóneo para ella. Rodríguez tiene una línea fluida que le permite representar con convicción el voluble mundo astral de los espíritus. Pero lo cierto es que se maneja igual de bien en el plano de lo real y lo cotidiano que en el de la fantasía más oscura, saltando con naturalidad desde un escenario mágico que suscita maravilla y asombro a otro pesadillesco regresando luego al mundo que conocemos. Sus personajes están bien diferenciados y las emociones perfectamente representadas en sus rostros. Como buen arquitecto que es, pone una especial atención en el espacio por el que se mueven los personajes. No sólo hizo planos detallados de la planta y alzado de la Keyhouse sino que en todo momento el lector sabe dónde se encuentran los personajes y hacia dónde se mueven. Destaca también en el diseño de objetos, realizados siempre con meticulosidad de orfebre, desde cada una de las peculiares llaves mágicas hasta los vehículos, armas, muebles, indumentarias…
La única “pega” que pueda ponérsele es su representación de la violencia. El género del Terror tiene una especial complicación cuando se trata de viñetas. Y es que en el comic no hay cortinas ni barreras que aíslen al lector de las imágenes que están a su vista cada dos páginas, así que crear suspense es difícil. A diferencia del cine, donde el director o el montador deciden cómo y a qué ritmo servir al espectador la acción y los diálogos –acompañándolos, además, de efectos de sonido y música-; o un libro, donde el lector completa una línea tras otra conforme va construyéndose el suspense, en un comic todo queda a la vista.
Así que los autores de comic, si quieren aumentar la tensión y la angustia, deben jugar más con lo que ocurre en la mente del lector que con lo que éste ve en la imagen. En este formato, una sugerencia sutil de la violencia es más inquietante que la grosera plasmación de sangre o vísceras. Rodríguez no se muestra precisamente sutil en este arranque de la serie, escenificando momentos verdaderamente “gore” (aunque nos ahorra, eso sí, la violación de Nina), un aspecto que de todas formas irá puliendo conforme avance la colección.
Su narrativa es asimismo dinámica y diversa, sirviéndose de los recursos del medio para contar de la mejor forma posible la historia sin caer en exhibiciones vacías: juega con el tamaño, forma y disposición de las viñetas; cambia continuamente el plano; utiliza raccords; inserta páginas-viñeta para abrir o cerrar escenas de forma impactante; cambia la perspectiva con picados y contrapicados; elimina los cuadros de las viñetas; juega con la visión subjetiva; utiliza simetrías… Hill comprende desde el principio el talento de su compañero en esta empresa y no fuerza diálogos ni inserta cuadros de texto expositivo si las imágenes ya son capaces de transmitir por sí solas toda la información y emoción necesarias.
Como en su momento Stan Lee y Jack Kirby a la hora de sentar las bases del Universo Marvel, o mucho después Bill Willingham y Mark Buckingham en “Fábulas”, Hill y Rodríguez se beneficiaron de estar libres de las cadenas de la continuidad y los moldes estéticos y narrativos de un cierto universo de ficción, pudiendo dar rienda suelta a su imaginación y utilizar los recursos narrativos que consideraran más adecuados sin la supervisión de rígidos editores custodios de determinada línea estética.
Cuando finaliza “Bienvenidos a Lovecraft” todavía han de ocurrir multitud de cosas y aparecer muchos otros personajes que añadirán profundidad a una trama profusa en acontecimientos y muy bien desarrollada. Por el momento, sólo se han puesto sobre la mesa las piezas de un amplio rompecabezas con abundantes misterios. Es evidente que Hill tenía desde este principio en su cabeza un cuadro mucho más amplio y la forma en que empieza a esbozarlo para el lector es de una sencillez y eficacia admirables.
Esta primera miniserie asume una misión complicada y lo hace satisfactoriamente: desde dar voz propia y trasfondo a cada uno de los hermanos Locke a presentar y desarrollar la presencia maléfica en el pozo de la casa pasando por introducir el sistema mágico y los objetos de poder que se ocultan en el lugar. Pero Hill consigue encajar todos los elementos sin dar sensación de densidad o apresuramiento. Ciertamente y tal y como verbaliza el malvado ente conocido como Dodge hacia el final de “Bienvenidos a Lovecraft”: “No, no puedes entenderlo. Porque estás leyendo el último capítulo de algo sin haber leído antes los primeros”. Eres un niño pequeño, Bode. Los niños siempre creen que llegan a una historia cuando ésta comienza, pero por lo general, sólo lo hacen cuando termina”. Y sí, la sensación es parecida a la de leer el tercer capítulo de algo sin haber tenido acceso aún a los dos primeros, lo cual anima al lector curioso a aceptar el juego que le proponen los autores y continuar la lectura para deshacerse de esa incómoda sensación de vacío.
No deseo desvelar más de la obra, que se desarrolla a lo largo de otras cinco miniseries, porque está repleta de sorpresas y giros que merecen la pena descubrirse. Valga decir que el dibujo de Rodríguez no hace sino mejorar y que Joe Hill mantiene el pulso narrativo y consigue dar explicación a todos los enigmas planteados. “Locke & Key” es más que una “simple” historia de terror apoyada en sustos o truculencias. Los autores nos ofrecen rodeando a su thriller sobrenatural un sólido estudio de personajes y una reflexión acerca de la familia, la amistad, el duelo y la redención, el doloroso proceso de entrada en la madurez y el peso del pasado.
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