19 sept 2022

1972- EL HOMBRE LOBO DE MARVEL– Varios autores (y 2)

 


(Viene de la entrada anterior)

Se le asignó la tarea gráfica, como he mencionado, a Mike Ploog, cuando entró en las oficinas de Marvel buscando trabajo. Para entonces, ya había sido ayudante de Will Eisner en los comics educativos que éste realizó para el ejército americano, trabajado en labores de animación para series televisivas de Filmation y Hannah-Barbera y colaborado con las revistas de terror de Warren. Aunque no era ni mucho menos un novato y, además, había aprendido narrativa visual de uno de los grandes del medio, le llevó algún tiempo acostumbrarse al método de trabajo de Marvel.

 

Su primer encargo fue una salida en falso. Se trataba de un nuevo western, “Tin Star”, sobre un tipo amnésico cuyo único objeto del pasado era una estrella de sheriff con un agujero de bala en el centro. Ploog realizó seis páginas, pero cuando en Marvel las vieron, decidieron no publicarlas por considerarlas demasiado caricaturescas y alejadas del estilo gráfico de la casa. Y era completamente cierto. Su estilo era muy diferente del de sus colegas en Marvel porque no había aprendido bebiendo de Kirby, Romita, Adams o Buscema, sino que su principal influencia, como no podía ser de otra manera, era el gran Will Eisner.

 

Pero Roy Thomas apostó por él y, viendo la aplicación que se le podía dar a sus puntos fuertes, le encargó el dibujo de esta nueva colección de perfil sobrenatural. Así que su primer trabajo de verdad para Marvel fue este número de “Marvel Spotlight” que tenía nada menos que 27 páginas (durante un par de meses, Marvel aumentó el número de páginas de sus comics para compensar el nuevo precio de 25 centavos). Creyó que iba a ser su primer y último trabajo para Marvel. Se nota que le costaba mucho dibujar elementos urbanos cotidianos, como sillas o coches, pero lo cierto es que su particular estilo se consolidó y a partir de ese momento y durante el resto de la década, Ploog quedaría asociado a muchos de los más conocidos títulos y personajes de terror de Marvel.

 

En aquel número, que hoy se cuenta entre los clásicos de la editorial, podemos apreciar desde la primera página lo distinto que era el dibujo de Ploog, con un criminal callejero acechando una figura que se aproxima entre las sombras de una noche de luna llena, y que resulta ser el Hombre Lobo. La influencia de Eisner, tanto en ese arranque como en el tratamiento de las figuras, es más que patente. Las últimas páginas son un desfile de clichés del terror clásico: luna llena contra la que se recortan las figuras, oscuros bosques, lluvia golpeando las ventanas…ahí era donde mejor se desenvolvía el barroco estilo de Ploog.

 

Para cuando llegó el tercer capítulo de ese serial, en “Marvel Spotlight” 4 (junio 72), Ploog ya se había asentado como estrella de la nueva línea de terror de Marvel. Incluso la atmósfera que Colan creaba para sus páginas de “La Tumba de Drácula” no parecía rival para el tratamiento más visceral del horror que practicaba Ploog. No tenía inconveniente en poblar sus páginas de cadáveres putrefactos, tullidos, babeantes lunáticos evadidos de frenopáticos ilegales y hordas de criaturas deformes que una vez fueron humanas. Mientras que los vampiros de Colan se desenvolvían con elegancia entre los muebles de caoba y roble de polvorientas mansiones europeas, los derelictos humanos de Ploog se escabullían, arrastraban, cojeaban y tambaleaban en calabozos húmedos y laboratorios donde se realizaban experimentos prohibidos.

 

Puede que se considere su “Monstruo de Frankenstein” la obra maestra de la etapa de Ploog en Marvel, pero las raíces ya se pueden ver claramente en “El Hombre Lobo”. La suya fue una labor crucial a la hora de definir el tono visual de los títulos de terror de Marvel, que en números como este se acercaban más a los viejos tebeos de la EC que a los estilizados dibujos de superhéroes que le acompañaban en los quioscos. Su capacidad para crear momentos atmosféricos y rostros y figuras inquietantes, podían confirmarse en momentos como ese en el que Jack encuentra uno de los experimentos fallidos del “mad doctor”de turno, Blackgar, en su isla privada, en el nº 4 de “Marvel Spotlight”.

 

Tras ese serial de tres números en “Marvel Spotlight” que arrojó un resultado satisfactorio, el Hombre Lobo obtuvo su propio título en septiembre de 1972, también a cargo de Conway y Ploog. Por primera vez desde la modificación del Comics Code y como ya he apuntado antes, un protagonista de un comic Marvel asesinaba. De hecho, era como Jack Russell acababa con varios de sus primeros enemigos. También como comentaba más arriba, “El Hombre Lobo” aportó una nueva estética, un grafismo diferente. El suyo era un estilo más caricaturesco: no trataba de dibujar la realidad según los cánones naturalistas, sino que la deformaba e interpretaba de manera efectista. Ploog no sólo era un buen narrador y tenía un estilo ajeno al “estándar” Marvel, sino que era un artista rápido, que era un factor muy importante en la dinámica editorial de la época.  

 

Ploog era un gran aficionado al cine (de hecho, a partir de los ochenta se dedicó casi en exclusiva a trabajar de diseñador conceptual y artista de storyboards para Hollywood) y, en concreto, a las viejas películas en blanco y negro de monstruos. Fue el amor por esos viejos clásicos en los que el uso de la luz era tan importante para darles vida y generar suspense, lo que le dio a “El Hombre Lobo” el toque que necesitaba para conectar con una nueva generación de jóvenes que estaba descubriendo aquellas antiguas cintas de la Universal, como “Drácula”, “Frankenstein” o “El Hombre Lobo”. Al mismo tiempo que el comic se encontraba a la venta en los quioscos, esas películas clásicas se emitían por televisión en muchas cadenas locales por todo el país. No es de extrañar que Ploog adoptara para este comic el mismo enfoque que en su día hiciera Universal: construir, sobre todo, atmósfera.

 

Hay que decir, no obstante, que el color no le hacía justicia en absoluto a su dibujo. Basta echar un vistazo a las páginas originales entintadas por él mismo o por Frank Chiaramonte, y luego ver el resultado final una vez aplicado el color, para darse cuenta de lo mucho que se perdía en ese paso. Sus viñetas contenían un excelente y detallado trabajo de texturas e iluminación que quedaba oculto por el coloreado ramplón de la época.

 

Tras cuatro números de la colección regular, Conway se marchó a realizar otros proyectos en Marvel y le sustituyeron algunos de los guionistas más relevantes de la casa, empezando por Len Wein, que escribiría cinco episodios, y Marv Wolfman, que firmó otros cinco. Aunque la mayoría de los nuevos artistas que entraron en Marvel en estos años eran aficionados convertidos en profesionales, ese fenómeno no estuvo confinado a los dibujantes y entintadores. También había fans que soñaban con escribir las aventuras de sus personajes favoritos y entre ellos se encontraban dos neoyorquinos que se hicieron profesionales en las oficinas de DC Comics antes de mudarse a Marvel.

 

Aunque el trabajo de Wolfman en “La Tumba de Drácula” está considerado uno de los mejores comics de los 70, Len Wein, de alguna forma, dejó pasar la oportunidad para alcanzar el mismo prestigio. Quizá fuera porque acabó trabajando en algunos de los títulos señeros de la casa (“Amazing Spiderman”, “Cuatro Fantásticos”, “Hulk”, “Thor”, “Marvel Team-Up”) en una época donde no pasaba demasiado interesante en ellos. No obstante, esa familiaridad con tantos personajes sin duda tuvo algo que ver en su nombramiento como Editor en Jefe en 1974, cargo que mantuvo durante un año (las turbulencias creativas y empresariales de la Marvel de entonces no favorecían la permanencia en esos puestos).

 

Dicho lo cual, Wein no carece ni mucho menos de méritos creativos. Uno es, precisamente, el que podría interpretarse como su preparación previa a los guiones de “El Hombre Lobo”: su creación, en 1971 y en una de las colecciones antológicas de DC, “House of Secrets”, de “La Cosa del Pantano”, un monstruo cenagoso similar al Hombre-Cosa marvelita. Hubo algo en aquella historia (además del dibujo de Bernie Wrightson, claro) que impresionó a los editores y poco después obtuvo su propio título. Pero el caso es que a las subsiguientes entregas del personaje les faltaba algo, no estaban a la altura de su arte. Quizá fuera esa carencia lo que impidió que los trabajos de Wein en Marvel durante los 70 pudieran rivalizar con los de Gerry Conway, Doug Moench, Don McGregor, Steve Gerber o Marv Wolfman.

 

Otros guionistas que colaboraron en esta primera etapa de la serie fueron Mike Friedrich o Tony Isabella, ninguno de los cuales permaneció una temporada lo suficientemente larga como para poder dejar su huella. Fue Ploog el que mantuvo la coherencia de la colección (dejando aparte algunos fill-ins a cargo de artistas como Tom Sutton, Werner Roth o Gil Kane). Pero al final, Ploog decidió dejar la serie en el número 16 (abril 74). Según comentó en una entrevista, llegó un momento en el que veía que todas las historias eran iguales y perdió el interés, decidiendo moverse a otros personajes (trabajaría en “El Motorista Fantasma”, “El Monstruo de Frankenstein”, “El Hombre Cosa” o “El Planeta de los Simios”, títulos todos ellos alejados de los superhéroes).

 

¿Y a quién llama Roy Thomas para sustituir a Mike Ploog? Pues a Don Perlin, cuyo caso es incomprensible para mí. Perlin era un veterano de la industria que había comenzado como pupilo de Burne Hogarth y ayudante de Will Eisner en los 50. Cuando el advenimiento del Comics Code hizo cerrar a muchas editoriales de comic-book, no pudo encontrar trabajo en el medio y se dedicó durante años a dibujar ilustraciones técnicas. Más tarde, cuando la situación mejoró y sin abandonar su trabajo diurno, hacía por las noches comics para Charlton y DC.

 

Por alguna razón, su trabajo llamó la atención de Roy Thomas, que lo llamó por teléfono y lo citó en Marvel para ofrecerle el puesto de dibujante de una de las dos colecciones en las que tenía vacante: “El Hombre Lobo” y “Morbius, el Vampiro Viviente”, que se estaba serializando en “Adventures into Fear”. Dado que la primera era mensual y la segunda bimensual, escogió la del Hombre Lobo (también influyó, según dijo, su aversión a la sangre, muy relacionada con los vampiros).

 

Está claro que era un profesional reputado en la industria, porque, tras ocuparse durante tres años de “El Hombre Lobo”, dibujaría otra larga etapa de “El Motorista Fantasma”, luego de “Los Defensores” en 1980 y, tras su cancelación, “Transformers” en 1986. Llegó incluso a ser, de facto, director artístico de Marvel entre 1987 y 1991, lo que hace suponer que, como mínimo, tenía buen ojo para valorar y orientar el trabajo de los demás. Sin embargo, jamás me ha parecido alguien con gancho o personalidad gráfica. No se puede negar que sabía cómo contar una historia de forma clara y que era fiable en cuanto a las fechas de entrega, pero su línea y sus acabados me parecieron siempre planos y sosos por mucho que lo alabara su colaborador en “El Hombre Lobo”, Doug Moench, que se convirtió en guionista de la colección en el nº 20 (agosto 74).

 

Moench y Perlin pilotaron la segunda –y, para mí, menos interesante- etapa de la serie, que duraría hasta su cancelación en el número 43 (marzo 77). La entrada de Moench se produjo a sugerencia de Wolfman. Roy Thomas lo llamó para que viajara a Nueva York y trabajara como ayudante de editor. Anteriormente, había colaborado con Warren en sus revistas de terror, género en el que no tardó en destacar también en Marvel en cabeceras como “Monsters Unleashed”, “Dracula Lives”, y “Tales of the Zombie”. El primer comic-book a color que le ofrecieron fue “Man-Wolf” (un serial en la antología “Creatures on the Loose”) y el segundo, “El Hombre Lobo”.

 

Moench tenía talento para escribir buenas historias de terror, pero sus argumentos y personajes podían también funcionar perfectamente en el marco de otros géneros, algo de lo que pronto se dio cuenta la editorial, encargándole colecciones como “Master of Kung-Fu”, “Ka-Zar”, “Kull el Conquistador”, “Doc Savage”, “El Planeta de los Simios” o la adaptación de novelas de Sherlock Holmes en “Marvel Preview”.

 

Quizá lo más destacable de esta segunda etapa de la colección sea la creación en las páginas del nº 32 (agosto 75) de un personaje destinado a tener una vida más larga y exitosa: el Caballero Luna, del cual hablé extensamente en su propia serie de entradas. Pero el continuo descenso de las ventas, llevó finalmente a la cancelación del título. Que fuera responsabilidad de Moench y Perlin o una víctima de la situación del mercado, nunca se sabrá. Conforme transcurrían los años 70, los comics se vendían cada vez menos. A comienzos de la década, casi todos los títulos de Marvel vendían 200.000 copias por número. En 1977, esa cifra sólo la alcanzaba uno: “Amazing Spiderman”. Y por si fuera poco, la editorial estaba hecha unos zorros: retrasos en las salidas, improvisaciones, reimpresiones, continuo baile de cargos…

 

Además, los géneros en la ficción funcionan en ciclos y, por el momento, el del terror en los comics había llegado a su fin. Los gustos de los lectores habían cambiado o sus intereses dirigido hacia otro lugar, quizá saturados por la inundación que la propia Marvel había provocado con sus numerosos comic-books y revistas de terror. Ya no había esa sensación de tan solo unos años antes de ver a la editorial probar ideas nuevas, acometer cambios refrescantes respecto a su línea superheroica. Aquel año 1977, la balanza se deslizaría a favor de la CF, cuando Marvel, a pesar del declive de las ventas del resto de colecciones, cerró un año maravilloso gracias a haber comprado los derechos para el comic de “Star Wars”.

 

El Hombre Lobo, sin embargo, no moriría con su colección. En el Universo Marvel no se tira nada, todo se recicla, aunque lleve tiempo. El personaje experimentaría una transformación bastante radical, en comportamiento y apariencia, de la mano de Doug Moench y Bill Sienkiewicz en “Caballero Luna” (nº 29, marzo 83), y más tarde aparecería como invitado en otras colecciones. Pero eso es otra historia.

 


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