(Viene de la entrada anterior)
El nº 10 (noviembre 64) tiene otro de esos títulos melodramáticos destinados a llamar la atención del lector: “¡Los Vengadores Divididos!”. Por desgracia, su interior no está a la altura de su rimbombante encabezamiento (de hecho, en ningún momento los héroes están siquiera cerca de ello) y volvemos a encontrarnos (por cuarta vez) a unos villanos que, a base de intentar derrotar inútilmente a los Vengadores, era inevitable ver ya como unos fracasados: Los Amos del Mal, compuestos en esta encarnación del grupo por el Barón Zemo, el Verdugo y la Encantadora. Éstos se hallan rumiando su resentimiento en el escondite del primero, en la selva del Amazonas, cuando se les aparece el enigmático Inmortus, que dice ser el amo del Limbo y que se ofrece a ayudarlos sin aclarar sus motivos.
Inmortus se va a servir de Rick Jones como
cebo para atraer al resto de los Vengadores a una trampa. Se había debatido la
posibilidad de integrarlo en el equipo como miembro oficial, pero el Capitán
América, todavía atormentado por la muerte de Bucky, se niega. Una escena esta,
por cierto, que denota ese micromachismo tan propio de la época y que entonces
a nadie escandalizaba. Y es que Iron Man propone: “¿Por qué no lo nombramos
miembro oficial de los Vengadores, como a la Avispa, y le damos un uniforme?”…
lo que da a entender que ven a la Avispa como una mera sidekick de el Hombre
Gigante, igual que consideran a Jones uno del Capitán América. En resumen, que
equiparan un adolescente imberbe sin poderes con una mujer adulta que puede
encoger su tamaño, volar y disparar rayos.
El caso es que, Inmortus, amo del Tiempo y el
Espacio, no encuentra otra forma de atrapar a Rick Jones que poner un anuncio
en un comic book ¡ofreciendo superpoderes! Un plan maravilloso que asume que A)
Rick verá el anuncio, B) despertará su interés y C) acudirá a la dirección en
lugar de solicitar información por correo, tal y como dice el propio texto del
anuncio. Pero estos son comics y Rick, ansioso por obtener esos prometidos
poderes y hacerse digno de entrar en los Vengadores, prescinde de cualquier
atisbo de sensatez, muerde el anzuelo y es atrapado y transportado a la Torre
de Londres en el año 1760.
El Capitán América, preocupado por la ausencia de Rick, contacta con la Brigada Juvenil y se entera del anuncio. Cuando llega a la dirección descrita en el mismo, se encuentra a Inmortus esperándolo. Por continuar con los disparates, el villano manipula al Capi haciéndole creer que trabaja con los Vengadores y que todos han acordado aprisionar a Rick para controlarlo. Así que el Capitán América regresa a la mansión y se enfrenta a sus compañeros hasta que éstos consiguen calmarlo y, informándose de la situación, acceden a acudir ante Inmortus y salvar al muchacho.
El villano les explica rápidamente que tiene
intención de derrotarlos y les cuenta cómo lo va a hacer: convoca figuras
célebres de la Historia para que se enfrenten a cada uno de ellos individualmente.
Así, el Hombre Gigante se las ve con el Goliath bíblico; Iron Man debe superar
a Merlín el Mago y Thor a Hércules (no la versión Marvel que más adelante sería
también Vengador y que debutaría en octubre del año siguiente en el Anual 1 de
“Journey Into Mystery”). Cuando todos los Vengadores resultan victoriosos,
Inmortus abandona su plan inicial y se lleva al Capitán América hasta la Inglaterra
del siglo XVIII para que luche contra los guardias de la Torre.
Incapaces de ayudar a su camarada, los
Vengadores regresan a la mansión y esperan, momento que aprovechan los Amos del
Mal para atacarlos. Cuando las cosas se ponen difíciles para los Vengadores,
reaparecen el Capitán y Rick, que explica que Inmortus, tras salir victorioso
el Capitán de su desafío, cumplió su promesa y los devolvió a su tiempo y
lugar. Con la ayuda de su amigo, el resto de los Vengadores recuperan la
iniciativa y justo cuando están a punto de derrotar a sus adversarios, la
Encantadora pronuncia un hechizo que revierte el tiempo y los devuelve a todos
a un punto anterior a la aparición de Inmortus, aunque sólo los Amos del Mal
conservarán recuerdo de lo sucedido.
Desde luego, lo único que se puede rescatar de
esta absurda trama (aparte de ser la primera vez que aparece el grito
“Vengadores, Reuníos”, pronunciado por Thor) es la presentación de Inmortus, un
personaje que volverá a aparecer en la colección muchas veces (entre otras
cosas y como veremos, fue parcialmente responsable de la creación de la
Visión), a veces como enemigo y otras con propósitos más ambiguos. Será también
una pieza más en ese indescifrable rompecabezas en que se convertirá la
trayectoria de Kang, porque en el “Giant-Size” nº 3 (febrero 75), el guionista
Steve Englehart se sacará de la manga que Inmortus no es sino una versión
futura de aquel conquistador del futuro/faraón de la Antigüedad. Muchos más
años más tarde, en la miniserie “Siempre Vengadores” (1998), Kurt Busiek
tratará de arreglar el embrollo dividiendo al personaje en dos entidades
distintas. Hoy sabemos todo eso (además de que Kang también fue Nathaniel
Richards), pero en 1964 tal desarrollo futuro no era ni siquiera una idea, por
lo que resulta muy extraño que en el siguiente número de la colección volvamos
a tener a Kang como villano.
Un número que, más allá del tiempo que ha pasado desde su publicación, tiene serios problemas de guion. Es difícil entender por qué Stan Lee seguía utilizando a los Amos del Mal como enemigos cuando, a la hora de la verdad, apenas hacían nada; ni tampoco por que escogió otro villano viajero del tiempo tan sólo dos episodios después de haber presentado a Kang; o por qué Inmortus se involucra en la venganza de los Amos del Mal y cómo es capaz de extraer figuras mitológicas (Hércules, Merlín, Goliath) o de la fantasía literaria (Paul Bunyan) de la corriente temporal histórica. Por no hablar de que, cuando la Encantadora lanza su hechizo y los Vengadores pierden los recuerdos, no deberían reconocer en el futuro a Inmortus al no haberlo conocido estrictamente hablando. En fin, no es que sea una historia aburrida, pero sí un auténtico desastre…
Desastre que continúa en el nº 11 (diciembre
64), que también exhibe una de esas portadas engañosas de la época en la que se
presenta a Spiderman como coprotagonista y se le muestra de forma prominente
atrapando a unos indefensos Vengadores en una gran tela de araña. Y es que
quien participa en esta aventura no es el auténtico Spiderman.
La historia comienza con otra de esas
reuniones formales en la mansión, en a que se recuerda que a Tony Stark se le
ha dado por muerto (algo que se narraba en “Tales of Suspense” nº 61, enero 65,
cuando el Mandarín arrasaba su domicilio) y a Iron Man por desaparecido (en
este punto, no sabían aún que ambos eran la misma persona). Kang el
Conquistador los vigila y decide atacar aprovechando que, sin Iron Man, su
capacidad de combate está más mermada que nunca. Y decide servirse para ello de
un sofisticado robot con la apariencia y las capacidades de Spiderman,
enviándolo a Nueva York y ayudando al Capitán mientras detiene a unos ladrones.
Éste le dice con amabilidad: “Te estoy agradecido, amigo. No sabía que
fueras tan servicial”; y, con toda la desfachatez del mundo, el robot le
espeta “¡Tengo mis motivos, Vengador!
¡Quiero unirme a vuestro grupo!”. Esa brusquedad no sólo no hace sospechar
al Capitán, sino que lo presenta a sus compañeros junto a su solicitud.
Thor y la Avispa no se muestran muy receptivos (aunque el argumento de esta última es tan estúpido como “¡Las arañas hacen que mi sentido de avispa se revuelva de odio y de asco!”). En realidad, Spiderman ya había conocido al Hombre Gigante y la Avispa en “Tales to Astonish” nº 57 (julio 64), pero no se acuerdan de él. Este tipo de inconsistencias, muy frecuentes, se debían a la creciente dificultad que tenía Stan Lee de coordinar un universo interrelacionado en el que para todas las historias de una colección coral debían tenerse en cuenta lo sucedido en las series individuales de cada uno de los personajes. Era una tarea cada vez más gravosa que pronto llevaría a Lee, como veremos, a prescindir de la alineación original de los Vengadores para sustituirlos por otros personajes sin apenas pasado ni colecciones propias.
El caso es que, ante la pobre recepción de su solicitud,
el robot juega su siguiente baza y les dice haber sido testigo de cómo los Amos
del Mal secuestraban a Iron Man y se lo llevaban a un templo maya en México. Así
que para allá viajan los Vengadores, sin suponer que se lanzan directos a una
trampa. Cuando llegan a las ruinas, el spider-robot les está esperando y los
derrota uno a uno. Pero he aquí que, justo cuando se dispone a enviarlos al
futuro donde aguarda Kang, aparece el auténtico Spiderman –¡que ha seguido
desde Nueva York a su sosias mecánico!- y da buena cuenta del robot,
permitiendo que los Vengadores se liberen. Aunque nunca llegan a encontrarse
cara a cara, el Capitán América sí vislumbra a lo lejos al verdadero Spiderman
y comprende que ha sido él quien les ha salvado. Y, por supuesto, determinan
inmediatamente que el responsable de todo el plan no ha podido ser otro que
Kang.
Se trata de otro episodio de relleno repleto
de agujeros de guion tan absurdos que entran en el terreno de lo cómico. Por
ejemplo, el plan de Kang no tiene ningún sentido. Si tan solo dos episodios
antes estaba dispuesto a enfrentarse a los Vengadores cuerpo a cuerpo, ¿a qué
viene ahora servirse de robots interpuestos mientras él permanece en la sombra?
¿Para qué quiere transportar a los Vengadores a su época? ¿Por qué se muestran
éstos tan hostiles hacia Spiderman cuando se lo habían jugado todo para que
alguien tan agresivo como Hulk siguiera en sus filas? ¿Cómo se las arregla el
adolescente Spiderman, siempre al borde de la bancarrota, para llegar hasta una
pirámide maya en la selva de México?
Y luego están los antes mencionados errores de
consistencia y continuidad como ese “sentido cibernético” del Hombre Gigante
que le avisa de un peligro inminente y del que nunca más se vuelve a hablar. O
que un simple robot humille a alguien tan supuestamente poderoso como Thor,
cuyo martillo no puede atravesar las redes de aquél ni liberarse de las mismas
con su fuerza asgardiana, mientras que Spiderman lo derrota por el sencillo
método de ¡pulsar el botón de apagado!
De nuevo, tenemos esos destellos machistas a costa de la Avispa que pretendían ser cómicos pero que hoy resultan ofensivos. La heroína (que, por cierto, aquí cambia de uniforme por otro con una máscara) no pierde ocasión para exhibir su perfil de señorita presumida. Cuando Thor levanta la sesión al comienzo de la historia, el Hombre Gigante le reprocha a su amante: “¿Por qué siempre interpretas ese comentario como una invitación a retocarte los labios, señorita?”. A lo que ella replica: “¡Para una chica, cualquier comentario invita a retocarse los labios, grandote! ¡Y no me hables ahora o se me correrá el carmín!”.
El número 12 (enero 65) comienza, como viene
siendo ya habitual, con una reunión de emergencia de los Vengadores convocada
por el Hombre Gigante (Iron Man vuelve a estar presente, sin mención alguna de
su ausencia en el número anterior). En ella informa a sus compañeros de que sus
hormigas han detectado algún tipo de perturbación subterránea, pero la
información es muy vaga, por lo que Thor se siente insultado por habérsele
llamado para lo que considera una minucia y se marcha. El Hombre Gigante,
molesto porque el resto no le tome en serio, les pide que también se vayan.
Pero no abandona su investigación y descubre que la causa de esas perturbaciones es nada menos que el Topo, que sobrevivió a su último encuentro con los Cuatro Fantásticos (nº 31, octubre 64) y ha construido un giroscopio atómico con el que puede controlar la velocidad de rotación de la Tierra. El villano y sus siervos, los topoides, capturan al Hombre Gigante (de lo cual, por cierto, tiene la culpa al menos en parte la Avispa, presidenta del grupo por turno rotatorio, que prefiere ir a la peluquería antes que confiar en su amante y camarada y acompañarlo en sus pesquisas).
Pronto, el mundo empieza a sentir los efectos
de la máquina del Topo y los Vengadores, avergonzados por cómo habían tratado a
su camarada, se ponen en marcha para encontrarlo y averiguar el origen de la
amenaza. Utilizando una máquina de Stark, descubren que el Topo está activo en
el mundo subterráneo; pero éste se da cuenta de que está siendo espiado y envía
un escuadrón de topoides a la mansión para detenerlos. Cuando el combate se
pone en su contra, los siervos del Topo se esfuman misteriosamente, dejando a
los héroes libres para construir un vehículo que les permita llegar a los
dominios de aquél.
En este punto, el guionista (fuera Stan Lee o
Don Heck escribiendo la historia sobre la marcha a partir de alguna idea del
primero) se debió dar cuenta de lo ridículo que resultaba que los héroes más
poderosos de la Tierra hubieran de esforzarse para derrotar a alguien como el
Topo, especialmente cuando éste no había reclutado la ayuda de alguno de sus
monstruos gigantes (cómo sí había hecho en, por ejemplo, “Cuatro Fantásticos! nº
1, noviembre 61). Así que, sin venir a cuento, encajan al Fantasma Rojo, otro
de los enemigos de los 4F (que había aparecido en los nº 13 y 29 de su
colección como espía comunista acompañado de tres simios superpoderosos), que
se alía con el Topo.
Rápidamente, llegan los Vengadores, la Avispa encuentra y libera al Hombre Gigante y el resto se enfrenta al dúo de villanos, que resultan ser más inútiles incluso de lo esperado y terminan huyendo y reprochándose el uno al otro su fracaso conjunto.
No es este un episodio precisamente
recomendable. Para empezar, el villano está mal elegido. Cualquiera de los
Vengadores podría haberlo derrotado sin ningún problema. El Fantasma Rojo es
ligeramente más peligroso pero, sin la asistencia de sus simios, no añade
prácticamente nada a la historia y no se explica en absoluto qué motivos le
llevan a buscar una alianza con el Topo, dado que ni comparten objetivos ni
métodos. Ni siquiera se explica cómo el Topo ha transformado su reino
subterráneo de cavernas en una especie de superbase hipertecnológica. Y el recurso
de la máquina de Stark capaz de proyectar imágenes a enormes distancias es tan
ridículo que hubiera sido mejor enterrarlo tras su invención en el número 3.
No he comentado nada del apartado gráfico porque, sencillamente, hay poco que decir. Don Heck lleva cuatro números al frente de la colección, pero sigue sin llenar el hueco dejado por Kirby. Tiene buen dominio de la figura (el suyo es un estilo más realista y elegante que el de Kirby) y su narrativa es correcta, pero sus páginas carecen de emoción o energía. Además, sigue teniendo problemas para darle a los personajes un contexto físico en forma de fondos. Hay planchas enteras en las que los personajes flotan en el vacío y se muestra especialmente torpe a la hora de dibujar tecnología. De hecho y a pesar de que venía de dibujar a Iron Man en “Tales of Suspense”, éste es precisamente el Vengador peor representado.
Como curiosidad, la sección de correo de este número incluía una carta de George R.R.Martín, su primer trabajo publicado.
En el número 13 (febrero 65) se presenta a
otro villano que, aunque dará bastante juego en el futuro, aquí parece
completamente fuera de lugar: el Conde Nefaria. Y es que, aunque los Vengadores
se formaron para enfrentarse a amenazas demasiado grandes para un solo
superhéroe, aquí los vemos empleando sus poderes para detener a unos simples
ladrones de pieles. En cualquier caso, estas intervenciones perturban los
negocios de la Maggia (que es como en el Universo Marvel se denominaba a la
auténtica Mafia neoyorquina, según algunos porque el Comics Code Authority
prohibía la utilización de esa palabra, pero más probablemente para no herir
susceptibilidades en esa organización, que en los años 60 estaba relacionada
con algunos distribuidores de comic), cuyo líder, un excéntrico aristócrata
europeo, el Conde Nefaria, se traslada a a Nueva York para encargarse
personalmente del problema.
Su primer (e incomprensible) paso es
trasladar, piedra a piedra, su castillo europeo hasta Nueva Jersey y luego
organizar una fiesta de inauguración a la que invita a los Vengadores, afirmando
que su asistencia garantizará el éxito de la gala y que los beneficios se
destinarán a caridad. El equipo acepta la invitación y, llegado el día, Nefaria
les muestra sus respectivos aposentos para que descansen un rato, momentos que
aprovecha para sedarlos. A continuación y siendo un genio de la tecnología (Nefaria
adquiriría grandes poderes mucho después), crea unas imágenes holográficas que
son réplicas perfectas de los Vengadores y los envía al Pentágono para declarar
la guerra a los Estados Unidos (la idea de los duplicados malignos de héroes,
ya fueran robots o impostores, era una de las favoritas de Stan Lee).
El engaño surte efecto (los militares son tan
estúpidos como de costumbre en los comics) y el ejército responde declarando a
los Vengadores enemigos públicos. Los duplicados regresan al castillo y Nefaria
despierta a los auténticos superhéroes, ignorantes de lo sucedido entretanto.
Éstos no tardan en verse bajo ataque del ejército y se retiran a una base
secreta de contingencia donde descubren que se les acusa de traició. Se dan
cuenta de que algo debió suceder en el castillo de Nefaria y regresan allí con
los militares a sus talones. Se enfrentan a las trampas del aristócrata (el
Capitán América vuelve a ser quien salva el día) haciéndole confesar y
exonerando así a los héroes.
Pero el episodio tiene un final inesperado. Durante la refriega, una bala perdida hiere de gravedad a la Avispa mientras trataba de proteger a Rick Jones (él y su Brigada Juvenil desempeñan un papel importante en la aventura). Su vida cuelga de un hilo.
No hay demasiado que destacar en este episodio. Ver a los Vengadores dedicarse a combatir el crimen callejero es poco emocionante y ni siquiera las trampas e invenciones del Conde Nefaria parecen un desafío a su altura. Todo sucede tan apresurada e ilógicamente como de costumbre y tampoco hay escenas de acción y combate destacables: Nefaria no es un adversario físico sino intelectual y el choque de los Vengadores contra el ejército se resuelve de forma tan rápida como sosa.
(Continúa en la entrada siguiente)
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