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El nº 14 (marzo 65) es un largo clímax derivado de lo narrado en el episodio anterior, al término del cual la Avispa resultaba gravemente herida en el enfrentamiento contra el Conde Nefaria. Los Vengadores la llevan rápidamente al hospital, donde le diagnostican un pulmón perforado además de otros daños que provocarán un colapso fatal en el breve plazo de 48 horas. Su única esperanza es un procedimiento inventado por el doctor Svenson, de Noruega.
En su identidad del médico Don Blake, Thor conoce a este profesional y accede a viajar hasta aquel país y traerlo a Estados Unidos. Y así lo hace, pero cuando le instan a realizar la operación, resulta ser un alienígena disfrazado que confiesa que su especie secuestró al auténtico Svenson y lo tienen prisionero en el lugar donde se esconden de los hombres. Antes de que pueda revelar más información, muere asfixiado al quitarle el Hombre Gigante la máscara-filtro que llevaba.
Utilizando el martillo de Thor, los Vengadores descubren señales de vida alienígena en el Polo Norte y allí encuentran toda una ciudad bajo el hielo, donde son capturados por sus habitantes. El líder de los extraterrestres se identifica como Ogor, del planeta Kallu. Su pueblo escapó de una larga guerra en la galaxia de Andrómeda y llegó a la Tierra sólo para descubrir que su atmósfera no podría mantenerles vivos durante mucho tiempo. Un encuentro casual con el doctor Svenson les ayuda a desarrollar una forma de sobrevivir pero, aunque el científico accede inicialmente a colaborar de buen grado, luego ya no le dejan marchar.
Thor se libera y amenaza a Ogor para que haga lo propio con sus compañeros y deje que Svenson les acompañe. Tras una breve batalla, el científico humano interviene y exige un alto el fuego, explicando que está entre los alíenígenas por propia voluntad. Entonces, salta una alarma: las sondas de los enemigos de los Kallusianos, los Yirbek, les han encontrado y enviado un aviso a su flota. Ogor ordena la inmediata evacuación para librar la inevitable batalla en el espacio exterior, teleportando antes a los Vengadores y Svenson a Nueva York. La Avispa, gracias a la operación que realiza Svenson, salva la vida.
No queda más remedio que reconocer que esta historia ha envejecido muy mal. Quizá para el tono imperante en la época tuviera un pase, pero hoy resulta un confuso despropósito de escasa coherencia. Puede que algo tuviera que ver la ausencia de Stan Lee en el guión, que aparece acreditado a su hermano, Larry Lieber y Paul Laiken. El primero hacía ya algún tiempo que se había distanciado del género de los superhéroes por no sentirse a gusto con la línea que seguía la editorial, centrándose en el western “Rawhide Kid”. El segundo, cuyo verdadero nombre era Larry Ivie, escribía sobre todo para los títulos de terror y monstruos de Atlas/Marvel (poco después fue uno de los cocreadores de los “THUNDER Agents” junto a Wally Wood) y debió ser llamado sobre la marcha por Lee para terminar este número (el único de superhéroes que firmó). Los motivos para esta sustitución podrían muy bien haber sido las presiones en las fechas de entrega o la creciente saturación de trabajo de Stan Lee, que pidió ayuda a quien tenía más cerca para sacar adelante este episodio.
Y esas prisas se notan. Lo que podría haber sido una historia de carrera contrarreloj o un drama que diera a los personajes ocasión de hacer reflexiones personales sobre, por ejemplo, que ser un superhéroe no siempre es la respuesta, se convierte en una ridícula búsqueda de aguja en el pajar que muta en una aventura de civilizaciones ocultas primero y en space opera después.
La introducción de estos alienígenas genéricos y sosos, salidos de la nada y residentes en una enorme ciudad bajo el Polo Norte (donde, además, no hay tierra firme) era ya vieja incluso en esa época, cuando Lee y Kirby creaban conceptos tan interesantes como los Inhumanos Tan pobre era la idea que ni los Kallusianos ni los Yirbek volverían a aparecer más en el Universo Marvel (aunque de los primeros, se diría más adelante que formaban parte del Imperio Skrull). Lo mismo puede decirse del doctor Svenson.
El que sí ya es un viejo conocido es el Vigilante, que aparece al final de la historia y que se había convertido en un personaje recurrente en “Los Cuatro Fantásticos”, participando en los números 13, 20 y 29. Desde enero a octubre de 1964, el cósmico observador había disfrutado de un serial propio en las páginas de “Tales of Suspense” (el título “oficial” por entonces de Iron Man), hasta que fue sustituido en esa cabecera por el Capitán América. Uno no puede sino preguntarse qué pinta aquí el Vigilante aparte de hacer un comentario a priori un tanto machista: “¡La raza humana se ha salvado… Gracias a una chica moribunda!” Bueno, no es que la Avispa sea a estas alturas “una chica”. ¿O sí?
“Los Vengadores” nunca fue un comic centrado en la caracterización tanto como en la acción. Los personajes ya tenían sus propios títulos para desarrollar sus vidas (incluido, a partir de noviembre de 1964, el Capitán América, en el comentado título “Tales of Suspense”). Por eso conviene recordar la disparidad de edades entre Henry Pym y Janet Van Dyne. El primero estaba probablemente a mitad de la treintena y era viudo (aunque lo que realmente pasó con su difunda esposa, María –presentada en flashback en “Tales to Astonish” 44, junio 63-, no se había aclarado). La segunda, aunque ya no es una menor de edad, depende de un fondo fiduciario, lo que la sitúa en una edad máxima de veinte o veintiun años. Aunque los guiones nunca fueron tan sofisticados en cuanto a caracterización como para profundizar sobre ello, es fácil suponer que inicialmente Pym no estaba interesado en una relación romántica y que fueron sus hormonas las que le acercaron a esta sexy jovencita claramente enamorada de él. Por otra parte, a pesar de los machistas diálogos que Lee se empeñaba en asignarle, Janet era más madura de lo que se le supondría dada su edad, quizá como consecuencia de ser huérfana y haber tenido que enfrentarse a problemas de los que en otras circunstancias se habrían ocupado sus padres.
Por tanto, este número puede interpretarse como un importante punto de inflexión en la relación entre ambos. En los episodios anteriores, toda su interacción parecía consistir en lanzarse pullas mutuamente. Pero aquí, podemos ver a un Pym verdaderamente desesperado por salvar a su compañera al darse cuenta de que, al fin y al cabo, el amor que le dispensaba Janet era correspondido.
Y, por último, están las habituales y divertidas incoherencias tanto del propio guion como respecto a aquello que ya se había establecido sobre los personajes. Por ejemplo, en “Journey into Mystery” 89 (diciembre 62), Donald Blake había demostrado ser un cirujano lo suficientemente hábil como para ayudar a un herido de bala sin contar, además, con equipamiento hospitalario o ayudantes. En esta ocasión, sin embargo, se declara incapaz de ayudar a la Avispa.
Otro detalle nada menor que apoya la tesis de que este número se realizó a toda velocidad fue la reaparición de Jack Kirby como abocetador. Una de las virtudes de Kirby era su velocidad a la hora de planificar narrativamente una historia y Stan Lee se sirvió de ella en numerosas ocasiones para apoyar a otros artistas que se veían apurados para entregar las páginas en la fecha establecida. Aunque Don Heck figura como dibujante, está claro que Kirby le ahorró mucho trabajo organizándole las páginas y escenas.
A medida que el final de los años de consolidación del Universo Marvel tocaban a su fin, se produjo un solapamiento con la siguiente etapa de su Edad de Plata, cuando las experimentaciones con la continuidad evolucionaron hacia el desarrollo de temas más serios. Los argumentos se alargaron de forma ambiciosa y los finales se diluían en el comienzo de la siguiente aventura. Por ejemplo, lo que empezaba en Vengadores nº 15 (abril 1965) como una batalla entre los héroes y los Amos del Mal, se transforma en el siguiente número para convertirse en el primer cambio de alienación de los Vengadores.
“¡Un Villano Morirá a Mis Manos” empieza con los miembros fundadores, Thor, el Hombre Gigante, la Avispa, Iron Man y el Capitán América, dando por terminada su reunión mensual y volviendo cada cual a sus quehaceres ordinarios. En este punto, los Vengadores todavía desconocen las identidades secretas del resto a excepción, claro, de Rick Jones (que ni es miembro oficial ni tiene identidad secreta) y el Capitán América (que es una figura histórica). Henry Pym y la Avispa parecen ya el típico matrimonio cariñoso de las películas de diez años atrás. El Hombre Gigante, por cierto, viste un nuevo uniforme que había debutado en “Tales to Astonish” nº 65 (diciembre 64).
También por primera vez vemos al Capitán América ocultar su escudo, con la identidad de Steve Rogers, dentro de un portafolios de dibujante. Mucho más tarde se nos contará que Rogers había tenido en su juventud inclinaciones artísticas y, de hecho, en “Capitán America” nº 237 (sept.79) se hará dibujante profesional. Más importante aún es lo que se le ocurre para encontrar su propio lugar en este mundo en el que no hace tanto ha despertado de su hibernación: le escribe una carta al Coronel Furia, recordándole que habían servido juntos en la Segunda Guerra Mundial y pidiéndole trabajo: “¡No encuentro el modo apropiado de expresarme! ¡Creerá que soy un chalado! ¡Pero debo buscar empleo por mi cuenta! No puedo dejar que los Vengadores sigan pagándome las facturas. Y el contraespionaje es lo que más me motiva. Llevo toda la vida entrenándome para realizar ese trabajo”.
Por supuesto, los temores del Capitán son absurdos, porque combatir junto a un tipo disfrazado con la bandera de tu país y que no porta más arma que un escudo no es el tipo de cosa que alguien olvidaría. Y, efectivamente, Furia, que en “Fantastic Four” nº 21 (diciembre 63) se había presentado como coronel de la CIA –y que también se había preservado maravillosamente gracias a la “Fórmula Infinito”, aunque eso se explicaría más adelante-, no sólo no se había olvidado de él sino que le ofrecería el trabajo que pedía aunque con un poco de retraso. En “Tales of Suspense” 78 (junio 66), Furia acude al Capitán en busca de información y tras la peripecia de turno, éste le explica que había tratado de contactar con él durante algún tiempo pero que desistió al considerar más importante el compromiso adquirido con los Vengadores. Aún así, Furia le dejaría una carta de prioridad A-1 de SHIELD y en lo sucesivo ambos colaborarían en muchas ocasiones, hasta el punto de que casi se podría decir que el Capitán, al menos por un tiempo, fue agente de esa organización.
Pero volvamos el episodio que nos ocupa y, en concreto, al villano, que no es otro que –de nuevo- el Barón Zemo. Tras meses de inactividad en su escondite amazónico (se le había visto por última vez en “Tales of Suspense” 60, sept.64), decide que ha llegado el momento de cobrarse venganza contra sus némesis y envía a sus hombres a Nueva York con la misión de secuestrar a Rick Jones. Al mismo tiempo, contacta con el Verdugo y la Encantadora –parece que ni el uno ni los otros se cansaban de relacionarse con perdedores- y los recluta para que liberen de la cárcel a dos de sus primeros aliados, el Fundidor y el Caballero Negro.
El plan va desarrollándose según lo previsto. Desde un avión, los matones de Zemo secuestran a Rick Jones mediante un rayo tractor. Lo más llamativo de esa escena es lo histérico que se pone el Capitán América (lógico, dado que no quería perderlo como a Bucky) mientras que nadie, ni siquiera el Hombre Gigante, aún fresco tras la crisis del número anterior, nota siquiera que la Avispa ha desaparecido (se había colado en el avión de los sicarios). La pobre Janet Van Dyne, sigue ninguneada por sus compañeros, aunque, como digo, esto es achacable a las prisas con las que Lee escribía y revisaba los guiones.
Mientras que los supervillanos combaten a los Vengadores en Nueva York, el Capitán América, pilotando un avión de Stark, pone rumbo a la base de Zemo para liberar a Rick y afrontar el desafío definitivo del antiguo nazi. Y, efectivamente, así resulta ser: Zemo, deslumbrado por el reflejo del escudo del Capitán, dispara accidentalmente su pistola contra unas rocas que se desploman sobre él, matándolo. El Vengador no lo siente demasiado y el episodio concluye con una de esas reflexiones tan del melodramático gusto de Lee: “Ahora podrás descansar en paz, Bucky…¡Dondequiera que éstés! Tu muerte ha sido vengada. ¡Nadie puede perpetuar el mal sin pagar un precio! ¡Si el Destino pudiera hablar diría…”A Mis Manos Siempre Morirá…Un Villano!”.
Es un desenlace delicado porque, a fin de cuentas, no sería del todo errado afirmar que el Capitán América ha matado a su enemigo. Lo prepara todo para colocar a Zemo bajo unas rocas que sabe que puede derrumbar con un golpe de su escudo. Y aunque avisa a Zemo de la situación, luego se alza sobre su cadáver hablando de venganza. Es la primera vez que Stan Lee mostraba al Capitán en una actitud tan despiadada. En comics posteriores, lo veríamos durante la guerra utlizando armas de fuego.
En cualquier caso, es un alivio ver a Zemo fuera de combate (temporalmente, claro, en Marvel nada se tira y volvería a complicarle la vida a su némesis a partir del número 275 (noviembre 82) de su colección). Pretendía ser un maquiavélico y carismático genio del mal, pero lo cierto es que todos sus planes fueron siempre un desastre y la elección de sus aliados –sin los cuales no era capaz de hacer nada- nefasta. No era, en definitiva, un rival a la altura de los héroes más poderosos del mundo, así que fue un acierto dejarlo descansar.
Este número (que vuelve a estar abocetado por Kirby) reúne todos los elementos ya familiares para los lectores, incluyendo las referencias a otros títulos, la continuidad, un emocionante combate y un clímax que queda pendiente de resolver en el siguiente episodio. Tiene la épica que podría esperarse de un comic de Los Vengadores aunque, como suele ser lo habitual en esta época, conviene no darle al guion más vueltas de las precisas so pena de encontrar todo tipo de absurdos e inconsistencias. ¿Por qué no mata el Fundidor a Iron Man cuando lo tiene a tiro y prefiere en cambio derribar sobre él un depósito de agua? ¿Qué es esa estúpida arma del Caballero Negro, que sale de su lanza, se transforma en una especie de círculo afilado y es capaz de aumentar de tamaño hasta detener en el aire un reactor? ¿Qué pinta el Verdugo en toda esta historia? ¿Quién tuvo la feliz idea de dejar que el Caballero y el Fundidor conservaran sus superpoderosos trajes y armas mientras están en la celda?
A la hora de abordar estos comics nunca debemos olvidar las razones tras este tipo de gazapos y descuidos. En primer lugar y quizá lo más importante, en aquella época nadie tenía a los comics en tanta consideración como hoy en día. Se veían como un producto menor –ni siquera cultural- destinado a un público inmaduro y poco exigente. Y, aunque esta actitud cambiaría unos años más tarde, cuando una nueva generación de fans se convirtieron en profesionales, en este punto incluso los propios guionistas y dibujantes implicados tenían menos ambiciones creativas que ganas de llevarse un sueldo decente realizando un trabajo meramente competente.
Por otra parte estaba la propia situación editorial de Marvel, que seguía siendo una empresa minúscula en la que Stan Lee ejercía de hombre orquesta. Tenía la visión de levantar en solitario ese gran universo interconectado de personajes, pero conforme los más veteranos de éstos iban acumulando historias e iban apareciendo más y más nuevos, la tarea de seguir la pista de todos ellos y cruzarlos con coherencia de colección a colección, se volvió demasiado gravosa.
Además, Lee no tenía tiempo para hacerlo todo y a la hora de la verdad acabó delegando los guiones en los dibujantes aunque no se les acreditara –y pagara- por ello. Don Heck recordaría años más tarde que su relación con Lee era básicamente telefónica y que acabó grabando en cinta las conversaciones para recordar las ideas y líneas a seguir que le indicaba su editor. Es decir, no existía un guion escrito, dividido en páginas, escenas o viñetas, sino una conversación que luego el dibujante tenía que convertir en una historia completa, entregándosela a Lee para que añadiera los diálogos.
Por todo lo indicado, no es de extrañar que los comics de esta época transmitan sensación de improvisación y estén plagados de detalles absurdos que hoy nos hacen sonreir con condescendencia y cierto sentimiento de vergüenza ajena.
(Continúa en la siguiente entrada)
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