Marvel Comics asentó en no poca medida su reputación gracias a personajes que experimentaban terroríficas transformaciones y en el proceso se convertían a su pesar en superhéroes. La idea de un hombre convertido en un “monstruo heroico” la podemos encontrar ya en los Cuatro Fantásticos de Stan Lee y Jack Kirby, donde uno de sus integrantes es La Cosa. Este concepto se llevó al extremo con la creación de Hulk y se exploró en diversos grados de profundidad y matices en los X-Men. La fórmula siempre era la misma: el poder equivale a miseria, que a su vez equivale a tragedia, que a su vez atrae la simpatía del lector.
Marvel no fue la primera en tener esta idea y, de hecho, el género de terror está repleto de ejemplos de individuos de naturaleza bondadosa y decente que se transforman en monstruos que no pueden controlar. Entre las más famosas de estas criaturas se encuentra el Hombre Lobo. Así que tenía todo el sentido del mundo que cuando Marvel decidió aprovechar la relajación de las medidas censoras del Comics Code Authority por primera vez en casi veinte años, este monstruo fuera uno de los primeros en ser adoptado por la editorial. Pero antes, veamos un poco de historia.
En 1972, Roy Thomas había estado trabajando en Marvel durante más de media década, actuando como mano derecha de Stan Lee. Se le dio el poder para tomar las decisiones editoriales que considerara oportunas, lo que le convirtió, de facto, en editor adjunto no acreditado (la denominación de los puestos no importaban mucho en Marvel por aquellos años) en toda la línea de comic-books. Era un trabajo cómodo que podía solventar pasando dos o tres días a la semana en las oficinas y el resto en casa trabajando en la escritura de sus guiones. Thomas fue así acumulando poder en la compañía paulatinamente.
Y entonces, en 1972, Stan Lee se convirtió en el jefazo de Marvel, arrebatándole el puesto a Chip Goodman, el hijo del fundador, Martin Goodman, dejado en el cargo cuando éste vendió la compañía a Cadence Industries. Y lo hizo de la forma más directa posible: yendo a ver a los ejecutivos de la empresa propietaria y exigiendo el cargo. Cuando fue suyo, ascendió a Thomas al que él mismo había ostentado, editor jefe de Marvel Comics Group. Lee quedaba así exento de la mayoría de sus responsabilidades en el día a día de las colecciones, si bien al principio se mostró reacio a abandonarlas del todo por considerar que las virtudes de Thomas eran las de guionista.
Pero lo cierto es que con el nuevo editor en jefe Marvel aceleró la introducción de cambios y conceptos nuevos. Además de ampliar el catálogo (de 20 títulos en abril se pasaron a 38 en diciembre) para intentar arrinconar a DC de los puntos de venta, empezó a experimentar con nuevos personajes, formatos y géneros al tiempo que mantenía su núcleo de personajes veteranos. Uno de esos géneros fue el terror.
La antes mencionada flexibilización del Comics Code Authority en 1971 permitió a las compañías publicar material en el que aparecieran los monstruos clásicos. Una cláusula añadida al Código en febrero de 1971 decía: “Se permitirá usar vampiros, espectros y hombres lobo siempre que se haga de acuerdo a la tradición clásica, como la de Frankenstein, Drácula y otros autores respetados cuyos trabajos sean leídos en escuelas de todo el mundo”. Lee y Thomas no dudaron en aprovechar esa puerta de entrada (o de salida, según se vea). Tenían entonces la sensación (errónea, como el tiempo ha demostrado) de que habían llegado al tope de superhéroes que podían crear para luego dotarles de sus propias colecciones y estaban dispuestos a explorar otro tipo de personajes. Y ahí estaba el género de terror, que en los comics estaba experimentando una edad dorada.
A comienzos de los años 60 se produjo un florecimiento del terror en Estados Unidos gracias a revistas como “Famous Monsters of Filmland” y juguetes como las figuras de monstruos clásicos que lanzó Aurora. En los comics, Jim Warren había hecho dinero y prestigio con su línea de revistas en blanco y negro dedicadas al género, como “Creepy”, “Eerie” o “Vampirella”, todas ellas ajenas a la interferencia del Comics Code Authority gracias a que el suyo no era un formato de comic-book (éste se consideraba dirigido a niños y, por tanto, sujeto a “vigilancia especial”).
Stan Lee no perdió el tiempo. El número 100 de “Amazing Spiderman” (septiembre 71), fue el último en el que figuró acreditado de guionista, traspasando esas labores a Roy Thomas. Ello ocurrió poco después de la modificación de las normas del Código y lo primero que le dijo a Thomas fue que quería un vampiro como siguiente villano de Spiderman. Thomas pensó en Drácula (“La Tumba de Drácula”, la colección, no aparecería hasta abril de 1972) pero Lee le dijo que debía ser un personaje nuevo. Así que él y el dibujante Gil Kane crearon un adversario vampírico, pero más en la línea científica, como El Lagarto. De hecho, Thomas recordó una película italiana de 1960, “Atom Age Vampire” (el título original, mucho más encantador, era “Seddok, l'erede di Satana”) y sacó de ella la idea del suero que convertía a un científico en vampiro sediento de sangre: Morbius. Hoy nos puede parecer un concepto algo sobado, pero entonces todos los vampiros cinematográficos eran aún de la “vieja escuela”.
El siguiente paso de Thomas, con el visto bueno de Stan Lee, fue lanzar una línea de comics protagonizados por monstruos y criaturas sobrenaturales y que diferían del concepto de serie antológica que ya venía ofreciendo DC en “House of Secrets” y “House of Mystery”). El primero de ellos fue “Werewolf By Night”, El Hombre Lobo. Le seguirían Drácula, el Monstruo de Frankenstein y la Momia, completando el cuarteto de criaturas legendarias de los films que sobre ellos produjo la Universal en los años 30 y 40.
La criatura fue presentada en el nº 2 de “Marvel Spotlight” (febrero 72). Se trataba de una de esas colecciones genéricas de Marvel en las que la editorial probaba idea tras idea a un ritmo frenético tratando de llamar la atención de unos lectores cada vez más escasos y sobre todo centrados en colecciones con personajes fijos. Como resultado, tuvieron tantos aciertos como fracasos (Tigra, el Espantapájaros, It The Golem, etc). El Hombre Lobo puede contarse como uno de sus éxitos. Esta historia de debut fue escrita por Gerry Conway a partir de un borrador de Roy Thomas y su esposa Jean, y dibujada por Mike Ploog. Aquél número en concreto, además, contaba con una atractiva portada de Neal Adams entintada por Tom Palmer.
La historia contaba cómo Jack Russell, un joven perteneciente a una familia acaudalada de California, descubría para su horror en el día de su decimoctavo cumpleaños, que se convertía en hombre lobo los tres días al mes de luna llena. La explicación a esta maldición la aporta su madre, Laura, moribunda tras un accidente de tráfico. En su lecho de muerte, le revela a su hijo el secreto de su origen. Siendo una estudiante americana en los países bálticos, conoció y se enamoró de un hombre varonil y misterioso con el que tuvo dos hijos (Jack y su hermana Lissa). Pero lo que ella ignoraba era que su amante era un licántropo. Aún peor: “Había leído los libros de la familia. Sabía que había una maldición hereditaria… y que podría haberte afectado…A ti…o incluso a la pequeña Lissa. Convertirte en bestia la noche que cumplieras dieciocho años… y aún más… cada vez que salga la luna llena”.
“El Hombre Lobo” fue una serie muy distinta a lo que había podido verse en los comics mainstream desde hacía años. La historia estaba narrada en primera persona, con Jack comentando sus actos y pensamientos conforme aquélla se desarrollaba, incluyendo reflexiones fragmentadas de su psique humana cuando su cuerpo quedaba poseído por el lobo. Por primera vez, la fórmula Marvel del héroe angustiado se aplicaba a un hombre cuyos problemas eran literalmente, de vida o muerte. Como hombre lobo, Jack Russell a menudo mataba tanto a enemigos como a inocentes, lo cual ya era una rareza en los tebeos de la época editados por grandes editoriales. Eso sí, no se espere aquí el nivel de violencia de los comics actuales. Estos eran los primeros pasos de Marvel en este género recién abierto al comic-book mainstream y se mostraba muy cautelosa, especialmente teniendo en cuenta lo arbitrariamente que el Comics Code había aplicado tradicionalmente sus propias reglas. Por tanto, no deben tenerse expectativas de encontrar en estas páginas más “miedo” del que pueda transmitir una vieja película de Lon Chaney encarnando al Hombre Lobo.
Como muchos superhéroes que le habían precedido, el joven Russell se da cuenta de que las capacidades que obtiene en su forma lupina lo hacen superior a cualquier hombre. Pero, como le ocurría a Peter Parker o a los mutantes de los X-Men, ese poder era más una maldición que una bendición. Thomas y Conway crearon a un personaje saliendo de la adolescencia con el que los lectores podían simpatizar y con cuyos problemas –aunque sobrenaturales- podían hasta cierto punto identificarse en un sentido alegórico.
La idea para este comic la había tenido Roy Thomas, cuyo concepto inicial consistió en cruzar la película de serie B “Yo Fui un Hombre Lobo Adolescente” (1957) con Spiderman. Como estaba narrado por el protagonista (evocando muchas de las viejas historias de la EC Comics), pensó en llamarlo “Yo, Hombre Lobo”. Aunque Stan Lee no había visto la película, le gustó el concepto. Al fin y al cabo, adolescentes con poderes son una venta segura. Además, la historia incluía otro de los elementos que había ayudado al ascenso de Marvel: la figura del solitario que se ve obligado a vivir en un mundo que no lo acepta. Estaba también la idea de que alguien sin poderes, al obtenerlos, sufre el ostracismo o ha de enfrentarse a consecuencias poco agradables. Un adolescente aprende a conducir, pero ello le pone en riesgo de tener un accidente o matar a alguien con su vehículo; al llegar a la mayoría de edad eres libre para experimentar con todo tipo de actividades o sustancias poco recomendables, pero ello también puede tener consecuencias nefastas. La adolescencia es un periodo de crecimiento y aumento de las posibilidades en la vida, pero al mismo tiempo una experiencia miserable.
Donde Lee sí tenía reservas era en el título. Dado que la principal preocupación de Thomas era mantener esa narración en primera persona, aceptó a cambio la sugerencia de Lee para titularlo “Werewolf By Night”. Esa es una versión de la historia. La otra dice que Lee, repitiendo algo que solía hacer, le dio a Thomas tan solo un título, el mencionado, y el encargo de desarrollar a partir de él un comic-book centrado en un hombre lobo, para luego desentenderse del asunto hasta que le presentaran el proyecto perfilado y tuviera que darle luz verde.
En cualquier caso, Roy y Jean Thomas (que aparece acreditada en ese episodio de debut) bosquejaron el origen del personaje sentados en la neoyorquina plaza de Columbus Circle después de haber abandonado la proyección de una película que les aburría. Después, le entregaron su trabajo al guionista de confianza que ya era Gerry Conway para que lo perfilara mejor. Conway añadió el nombre del protagonista, tomado de una raza canina, e imaginó casi todo el trasfondo de la historia, incluyendo su poco habitual ambientación en Los Angeles. Por entonces, la mayoría de las series se desarrollaban en Nueva York, pero Conway acababa de regresar al este tras pasar un mes en la casa que Harlan Ellison tenía en Los Ángeles y le había parecido un buen lugar donde ambientar historias. También estuvo dos semanas en San Francisco, lo que le llevó a trasladar a esa ciudad las aventuras de Daredevil cuando se hizo cargo de los guiones de esa colección a partir de 1971.
(Finaliza en la próxima entrada)
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