9 may 2022

1975- CABALLERO LUNA – Doug Moench y Bill Sienkiewicz (1)


El 9 de abril de 1975, Len Wein dimitió como editor jefe de Marvel, siendo sustituido en el puesto por su amigo Marv Wolfman (aunque las revistas en blanco y negro escaparían a su control, siendo supervisadas por Archie Goodwin). Wolfman esperaba aliviar los problemas crónicos con las fechas de entrega de los autores encargando más historias genéricas que pudieran encajarse sin problemas de continuidad en cualquier mes en que el número correspondiente fuera a llegar con retraso a la imprenta. Wolfman llamó a este invento “Marvel Fill-In Comics”.

 

Pero mientras Wolfman sudaba para resolver uno de los problemas endémicos de Marvel, su propietario, la empresa Cadence Industries, estaba preocupada por un tema muy distinto. Su principal responsable, Sheldon Feinberg, era muy escéptico respecto a los informes de beneficios de Marvel, que estimaba inflados y poco realistas. Una investigación interna reveló lo acertado de estas sospechas. Marvel estaba en realidad perdiendo mucho dinero. Sólo en los primeros seis meses de 1975, las pérdidas ya ascendían a dos millones de dólares. Así que se despidió al presidente de Marvel, Al Landau, y se nombró en su lugar a Jim Galton, antiguo presidente de Popular Library Books, una editorial propiedad de CBS Broadcasting. Feinberg le encargó expresamente a Galton que hiciera de Marvel una compañía rentable en uno o dos años. De no conseguirlo, cerraría la editorial.

 

Galton se dio cuenta enseguida de que Marvel estaba publicando demasiados títulos. Había llegado el momento de purgar el catálogo y las primeras en caer serían las cabeceras de Terror, un género saturado que ya no reportaba ganancias. Y así, en diciembre de 1975, se mandó al cementerio a casi todas esas colecciones. Los únicos supervivientes fueron “La Tumba de Drácula” (escrita por Marv Wolfman y dibujada por Gene Colan); “El Hombre Lobo” (de Doug Moench y Don Perlin); y tres antologías dedicadas a reediciones: “Chamber of Chills”, “Tomb of Darkness” y “Weird Wonder Tales”. A ello se añadiría “El Hijo de Satán”, recién graduada de su serial en “Marvel Spotlight”, un título que pronto sustituyó sus monstruos y demonios (Hombre Lobo, Motorista Fantasma) por material más superheroico.

 

De hecho, toda la línea de comic-books de Marvel experimentó una pérdida de diversidad y a finales de 1975 consistía ya casi por completo en superhéroes y espada y brujería. Incluso las colecciones que a priori deberían centrarse exclusivamente en otros géneros, no pudieron evitar incluir material superheroico. Por ejemplo, en “Motorista Fantasma” nº 10 (feb.75), aparecía como estrella invitada Hulk; y en el número 32 (agosto 75) de “El Hombre Lobo” se presentaba un ambiguo villano, el Caballero Luna, con atuendo inconfundiblemente superheroico. Y es precisamente de los orígenes de este personaje de lo que vamos a hablar en este artículo.

 

Doug Moench era un hombre para todo en Marvel. Escribió muchísimos títulos de diferentes géneros, pero, según él mismo admite, los superhéroes nunca fueron su plato favorito. Escribió guiones para “Los Cuatro Fantásticos”, “Thor”, “Los Inhumanos” o “Hulk”, pero, independientemente del resultado, nunca se sintió del todo cómodo con ellos. Eran personajes ya muy establecidos y con una larga historia tras ellos. Los lectores tenían ciertas expectativas respecto a lo que iban a encontrar en sus aventuras y ello limitaba la libertad del autor. Por eso prefería títulos de segunda división y con personajes nuevos o poco tratados, con los que intentar aproximaciones diferentes. Era lo que estaban haciendo, por ejemplo, Steve Gerber en “El Hombre-Cosa” y “Howard el Pato”, Don McGregor en “La Guerra de los Mundos” y Pantera Negra (en “Jungle Action”) o Jim Starlin con “Capitán Marvel” o “Warlock”.

 

Por eso, donde más brilló Moench fue en títulos como “El Planeta de los Simios” y su complemento “The Future History Chronicles” (ciencia ficción), “Shang-Chi, Master of Kung Fu” (espionaje y acción), "Monsters Unleashed" (terror) o “Werewolf By Night”, destinada a narrar las desventuras de Jack Russell, el Hombre Lobo del Universo Marvel (no confundir con Man-Wolf, el hijo de J.J. Jameson y también afectado de licantropía, pero en su causo provocada por una gema lunar). De esa colección hablaremos en otra ocasión, baste decir que en sus números 32 y 33 (agosto-septiembre 1975), Russell se enfrentaba y luego aliaba con un nuevo y misterioso individuo vestido de blanco y con sus rasgos ocultos por una máscara y una capucha: el Caballero Luna.

 

Se nos informaba en ese su debut de que su nombre era Marc Spector y había sido un “soldado de fortuna, mercenario, veterano de tres guerras africanas y cinco revoluciones americanas, breves escarceos con la CIA, experto en armas, versátil practicante de prácticamente todas las artes marciales, exboxeador profesional, miembro de un comando marine durante ocho años antes de darle una paliza de muerte a un teniente, etc…”. Un grupo secreto de influyentes hombres de negocios, el Comité, le contrata para que atrape y les entregue a Jack Rusell. En la misión le acompaña su amigo y piloto del helicóptero que utiliza como apoyo, Frenchie.

 

El Caballero Luna, no sin bastante esfuerzo, cumple su encargo, pero en el proceso descubre que el fiero monstruo, sin la influencia de la luna llena, es también y sobre todo Jack Russell. Llegado el momento y dándose cuenta de que ha cometido un error entregándole un arma potencial a unos individuos con menos escrúpulos que él, decide liberarlo de su cautiverio y unir fuerzas contra el Comité. Fueron dos números bastante poco destacables y con un dibujo mediocre a cargo de Don Perlin. Lo único que puede rescatarse es el diseño del propio Caballero Luna, realizado por Perlin a partir de la descripción aportada por Moench para un villano que iba a llamarse inicialmente Moonblood (Lunasangre). A instancias de Len Wein, que pensaba -con razón- que se había abusado mucho de la palabra “sangre” desde que se pusieran de moda los tebeos de terror unos años atrás, se cambió a Caballero Luna.

 

Fuera porque algunos lectores escribieran a la redacción con comentarios laudatorios hacia ese personaje (en ese caso no debieron ser muchos porque la colección estaba en franca decadencia), o porque Moench viera auténtico potencial en esa creación más allá de su rol como “villano del mes”, el Caballero Luna no cayó en el olvido. “Werewolf By Night” se cancelaría en su número 43, en marzo de 1977, pero para entonces Moench ya le había encontrado a su personaje otro refugio.

 

La primera parada fue la cabecera genérica “Marvel Spotlight”, que desde 1971 había sido la plataforma de prueba de diferentes personajes de terror (el propio Hombre-Lobo, el Motorista Fantasma, el Hijo de Satán, el Espantapájaros) para evaluar la posibilidad de otorgarles colección propia. Como he dicho antes, los monstruos fueron cediendo terreno en estos años a los superhéroes y “Marvel Spotlight”, con periodicidad bimestral, no fue una excepción. Tras un número dedicado a Submariner, los dos siguientes, 28 y 29 (junio-agosto 76), se utilizaron para recuperar al Caballero Luna.

 

Moench, que volvía a estar acompañado de Don Perlin en las tareas gráficas, escribió una historia muy floja cuyo único propósito era el de presentar adecuadamente al personaje, pero ya clara e inequívocamente como un superhéroe. Es aquí donde encontramos todos los elementos básicos (secundarios, base de operaciones, modus operandi, pasado) que van a conformar definitivamente la trayectoria futura del Caballero Luna.

 

Se apunta, por ejemplo, a que su fuerza y agilidad superiores podrían deberse a una mordedura propinada por el Hombre Lobo durante su pasado enfrentamiento –aunque Moench no volvió a insistir demasiado sobre este punto y, de hecho, tampoco debía estar muy convencido al respecto ya que incluso aquí lo califica de “rumor”-. Se recupera a su amigo y piloto Frenchie, a los mandos de un helicóptero de diseño especial. Y se presenta a su interés romántico, la rubia Marlene, que en estos números desempeña el poco agradecido papel de damisela en peligro a la que el héroe debe rescatar, pero que en el futuro demostrará ser un insustituible apoyo psicológico y táctico para el Caballero Luna.

 

Ya desde estos primeros números se acusó al Caballero Luna de ser un poco disimulado trasunto de Batman. Desde luego, hay similitudes que parecen poco casuales –especialmente si tenemos en cuenta el cariño que sentía Moench por Batman, personaje del que se haría cargo años después-. Así, el Caballero es un héroe nocturno, que tiene un aspecto amenazador y que viste una gran capa (aún tardaría un poco más en sustituir a la escasamente útil que llevaba en estos estadios iniciales). En su identidad civil, era un millonario filántropo, Steven Grant, que vivía en una gran mansión y que disponía de un vehículo personalizado e inmediatamente reconocible.

 

¿Y qué había sido del mercenario Marc Spector que se nos había presentado en los números de “El Hombre Lobo”? Pues aquí es donde Moench introduce uno de los giros que separaría al Caballero Luna del arquetipo de Batman. Y es que el personaje tenía tres identidades distintas. Por una parte, la de nacimiento: el mercenario Marc Spector de violento pasado; gracias a la fortuna amasada en esa turbulenta etapa, forjó la del millonario Steven Grant, que es por la que se le conoce públicamente. Y luego tiene una tercera, la del taxista Jake Lockley, con la que recorre por las noches las calles de Nueva York y entra en contacto con el submundo criminal. Esas identidades son algo más que disfraces y acabarán siendo un foco de problemas psicológicos para él. Porque no se limita a vestir ropa diferente, sino que cambia su lenguaje corporal, su vocabulario e incluso y hasta cierto punto, su mente.

 

No sólo de Batman bebió Moench a la hora de modelar su personaje. Sí, Marlene y Frenchie podrían ser los equivalentes a Alfred y Robin, pero también de La Sombra tomó el guionista alguna idea clave (justiciero que, recordemos, también era un millonario, Lamont Cranston), en concreto la red de agentes que le sirven de ojos y oídos en las calles y que ocasionalmente utiliza también de manera más directa para alguna misión puntual. En su identidad de Lockley, trata con Gena, propietaria y camarera de un bar para taxistas que tiene un par de espabilados hijos adolescentes siempre dispuestos a ayudar al Caballero Luna; y Crawley, un vagabundo y confidente con más cultura de lo que daría a entender su andrajoso aspecto. Este pequeño círculo de personajes –al que más adelante se uniría el detective Flint- más la esquizofrenia identitaria del protagonista, podía dar un amplio juego dramático.

 

En este punto, Moench temió perder el control de su personaje porque los editores empezaron a cederlo a otras colecciones. Así, el Caballero Luna peleó junto a Spiderman en “Spectacular Spider-Man” 22 y 23 (sep-oct 78), La Cosa en “Marvel Two-In-One” 52 (junio 79) y Los Defensores entre los números 47 y 51 de su colección (feb-junio 77). Los guionistas de esos episodios (Bill Mantlo, Steven Grant y David Anthony Kraft respectivamente) lo presentaban bajo un prisma más superheroico y, por tanto, más convencional. Moench tenía otra idea para el personaje. Su aspiración era apartarlo del universo Marvel lo más posible y enfrentarlo a amenazas urbanas más realistas.

 

Su oportunidad llegó cuando Ralph Macchio, ayudante de editor en la revista “The Hulk!” (titulada “The Rampaging Hulk” hasta su número 9) que se había convertido en un gran fan del Caballero, se las arregló para encontrarle un hueco allí. Y es que para completar la paginación de esta cabecera dedicada al fortachón verde de Marvel (y que en este punto trataba sobre todo de capitalizar el éxito de la serie de televisión), se habían venido incluyendo historias secundarias de personajes como “El Hombre-Cosa” o “Shanna la Diablesa”. A partir del nº 11 (octubre 78), sería el Caballero Luna escrito por Doug Moench el que ocuparía ese espacio durante 8 números en los siguientes meses.

 

Macchio fue quien sugirió un cambio en la capa del personaje para aportarle algo más de misterio, dramatismo y utilidad (ya que con ella podía planear desde posiciones elevadas), cambio que se hizo efectivo ya en el número 12. Quedaba por resolver el aspecto artístico. Quizá la cortesía profesional les impidiera reconocerlo explícitamente, pero Macchio y Moench estaban de acuerdo en que Don Perlin no era ni de lejos el más adecuado para dibujar una serie nocturna y realista. Lo cierto es que el primer equipo artístico que probó suerte podría haber hecho una labor excelente: Gene Colan  entintado por Tony Dezuñiga. Sus quince páginas son ejemplares en montaje, dibujo y diseño de figuras, acción, narrativa e iluminación. Comparados con ellos, sus sustitutos en el 12, Keith Pollard, Frank Giacoia y Mike Esposito parecían dibujantes del montón cuyas planchas oscilaban entre lo meramente correcto y lo mediocre. Y entonces, en el nº 13 (febrero 79) se le da la oportunidad a un novato de difícil apellido: Bill Sienkiewicz. Aun no lo sabían, pero juntos, Moench y Sienkiewicz terminarían de definir a uno de los personajes más interesantes y heterodoxos de la Marvel de los 80.

 

Aficionado a los comics desde su infancia en un pequeño pueblo en Pensilvania, Bill Sienkiewicz aprendió diseño, ilustración y pintura en la Newark School of Fine and Industrial Arts. Con veinte años y unas muestras muy influidas por el estilo de su gran ídolo, Neal Adams, se presenta en las oficinas de DC a pedir trabajo, sólo para encontrarse con que había llegado en el peor momento. La editorial anunciaba despidos y el cierre del 40% de sus colecciones. Esto provocó una marea masiva de autores consagrados hacia Marvel. No había mucha demanda para autores jóvenes y sólo algunos de los más brillantes y/o prometedores, tuvieron su oportunidad, entre ellos Frank Miller y el propio Sienkiewicz. El primero consiguió un par de números de “Spectacular Spider-Man” que le merecerían su paso a “Daredevil”, donde haría historia; el segundo –recomendado por el propio Neal Adams ante Shooter después de que Vince Colletta le enseñara su portafolio- acabó en el serial de complemento de “Caballero Luna”.

 

Como alumno aventajado de Neal Adams y a pesar de que se trataba de su primer trabajo profesional, Sienkiewicz enseguida destacó de entre sus predecesores con el personaje. Jugaba con la composición de página, hacía uso de los escorzos y los planos inusuales para incrementar el dramatismo y la fuerza visual de las escenas, representaba perfectamente el atractivo y sensualidad de Marlene y las capacidades marciales del Caballero Luna. El resultado mejoraba aún más gracias al color aplicado por Steve Oliff, que le daba a este comic una factura por encima de lo habitual en el catálogo Marvel.

 

Moench aprovechó que por fin había encontrado un artista capaz de plasmar su visión y que el Caballero Luna no era una de las grandes estrellas de la editorial, para llevar al personaje por caminos poco convencionales ya desde esta etapa en “Hulk!”. Eran todas estas historias muy atmosféricas, con un ambiente incluso malsano y más variadas de lo que solía ser corriente. Las dos primeras entregas son un thriller con terroristas nucleares dirigidas por un excéntrico genio del mal que marcaría la dirección buscada por Moench: argumentos más próximos al género de detectives o intriga de espionaje que al del superhéroe convencional que peleaba contra supervillanos. Aquí los adversarios serían gangsters, pandilleros, asesinos o terroristas. Además, se apuntaban los problemas psicológicos que empezaban a aflorar en la mente del protagonista consecuencia del continuo cambio de identidades.

 

Las siguientes dos entregas son más ligeras, con un entintado de Bob MacLeod que ayuda a perfilar mejor el dibujo de un Sienkiewiecz aún novato; y la aparición como estrella invitada de Hulk, una concesión muy puntual al universo Marvel. El Asesino del Hacha, un criminal serial, será el motor de las tres siguientes entregas, muy intensas, en las que se descubrirá que aquél es nada más y nada menos que Randall Spector, hermano del héroe, trastornado por su pasado mercenario y los celos por Marc. Es más, Randall acuchilla gravemente a Marlene, que estaba sirviendo de cebo para atraerlo, y la deja al borde de la muerte. Es una historia de una dureza y un nivel de violencia explícita –para la época, claro- que sorprende y deja claro que este era un comic dirigido a un lector más adulto que el habitual de “Los Cuatro Fantásticos” o “Spiderman”.  

 

(Finaliza en la siguiente entrega)

 

 

2 comentarios:

  1. Mencionas un par de veces que Moench trabajó en la Tumba de Drácula. No sé si es por confusión con Wolfman o quizás un dato que se me escapa, pero hasta donde sé Moench con el único Drácula que trabajó fue el de DC

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    1. Tienes toda la razón Save. Se me fue la pinza y crucé los cables con Marv Wolfman. Y mira que tenía donde elegir porque Moench escribió para bastantes series de terror de Marvel. Error corregido y gracias por la puntualización.

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