12 may 2022

1975- CABALLERO LUNA – Doug Moench y Bill Sienkiewicz (2)


(Viene de la entrada anterior)

 

Sin duda, el serial del Caballero Luna era con diferencia el material más interesante de la revista “Hulk!”, pero ello no bastó para que ésta consiguiera mantener un nivel aceptable de ventas una vez la popularidad de la serie de televisión empezó a disminuir a la altura de su tercera temporada. Aunque la cabecera acabaría siendo cancelada en su número 27 (junio 81), el Caballero Luna la había abandonado seis meses antes para una última tentativa que confirmaría o no sus posibilidades de obtener título propio.

 

“Marvel Preview” era una revista en blanco y negro dedicada a presentar personajes nuevos u ofrecer visiones diferentes y más adultas de otros ya conocidos. Por su formato, no tenía obligación de llevar el sello del Comics Code Authority en su portada, lo que le brindaba la oportunidad de presentar material más duro en lo referente a la representación de sexo o violencia. Su contenido fue de lo más variado, pero sobre todo se centraba en la ciencia ficción, el terror o la fantasía. Por sus páginas desfilaron clásicos como Sherlock Holmes o Merlín; ciencia ficción como la de Starlord; terror protagonizado por Blade, Satana, Lilith o la Legión de Monstruos; justicieros urbanos como el Punisher (en su segunda aparición tras su presentación oficial como villano de Spiderman un año antes) o Dominic Fortune; o héroes de la espada como Blackmark o Kull.

 

Los superhéroes no formaban parte de la receta de esta revista. Sí, Thor había aparecido como protagonista del nº 10 (invierno 77), pero corriendo una aventura de corte mitológico. Por eso, todo apunta a que la inclusión del Caballero Luna en el número 21 (primavera 80) fuera, primero, una apuesta personal del editor de esa revista, Ralph Macchio, como ya apunté, fan del personaje; y segundo, el reconocimiento de que se trataba de un personaje lo suficientemente alejado de las historias convencionales con la fórmula “superhéroe contra supervillano” como para merecer su inclusión en esa cabecera.

 

Efectivamente, lo que aguardaba al lector tras la espectacular portada dibujada por Sienkiewicz, Klaus Janson y Bob Larkin con el color de Steve Oliff, era un thriller de espionaje que llevaba al Caballero Luna de Nueva York a Canadá y, por último, a Francia, para ayudar a un amigo de sus tiempos como agente de la CIA. Había un toque de erotismo relativamente pronunciado, cadáveres enviados por correo, turbios experimentos psiquiátricos, manipulación mental, tortura con drogas y unos cuantos muertos. El blanco y negro contribuía a subrayar la atmósfera nocturna de la historia y el entintado siempre eficaz de Tom Palmer embellecía especialmente el dibujo de Sienkiewicz.  “Ladrones de Mentes” tenía sólo 20 páginas, pero demostró claramente las posibilidades del personaje.

 

Y así lo debieron interpretar en Marvel, porque en noviembre de 1980 aparecía el primer número de la colección regular de “Caballero Luna”. Al frente de la misma, claro, seguían Moench y Sienkiewicz. Lo primero que hizo el guionista fue contar el verdadero origen del personaje. Un flashback nos lo presenta como Marc Spector, formando parte de una violenta brigada de mercenarios que opera en África bajo el liderazgo de Bushman, un terrible gigantón psicópata con el rostro tatuado y los dientes afilados artificialmente. Este grupo de asesinos llega a un yacimiento arqueológico supervisado por el profesor Alraune y su hija Marlene. El primero muere en los brazos de Spector intentando evitar el saqueo y la segunda es salvada por el protagonista de caer en manos de Bushman. Cuando éste se entera, abandona a su suerte a Spector en el desierto para que muera. Moribundo, es rescatado por los fieles de un antiguo culto al dios egipcio Konshu y colocado a los pies de una de sus estatuas. De forma inexplicable, se recupera, salda cuentas con Bushman y, reunido con Marlene y su amigo Frenchie (otro mercenario de origen francés), se establece en Nueva York y adopta las identidades con las que ya le habíamos venido conociendo.

 

Los primeros episodios son todos historias autoconclusivas que sirven de calentamiento para el auténtico despegue de la serie unos meses después. En el número 2, Moench utiliza la excusa de un asesino en serie de vagabundos para abordar el problema social de los sin techo a través del personaje de Crawley, que aquí es perfilado de forma sobresaliente. En tan sólo 8 viñetas y una docena de breves cuadros de texto, Moench y Sienkiewicz nos describen su descenso a los infiernos y las razones por las que su vida acabó destruida. El número 3, el adversario será el Hombre de Medianoche, un arrogante y extraordinario ladrón de guante blanco.

 

El 4 trae de vuelta al Comité, aquella sociedad secreta a través de la cual habíamos conocido por primera vez al Caballero Luna en la colección del “Hombre Lobo”, y que ahora decide arreglar cuentas con su antiguo “empleado” contratando a un selecto grupo de asesinos para que acaben con él. Moench aprovecha para reformular aquella historia de origen. En ella (“Werewolf by Night nº 32), el Comité le proporcionaba a Marc Spector la identidad de Caballero Luna, su traje y armas, con la misión de que de caza a Jack Russell. Ahora se nos revela que por entonces Spector ya no era un mercenario y que su relación con el Comité fue buscada por él para investigar en qué turbios asuntos se hallaban metidos. En este punto, entra como entintador regular de la serie Klaus Janson, que marcará el dibujo de Sienkiewicz con su propia personalidad tal y como estaba haciendo ya por esas mismas fechas con el de Frank Miller en “Daredevil”.

 

El número 5 es una historia con tintes sobrenaturales, con un caserón abandonado que alberga terribles secretos relacionados con crímenes nunca resueltos. En el número 6, un viejo amigo de Spector, director de la policía de una isla caribeña, le pide ayuda con un misterio local relacionado con unos posibles zombis. Los números 8 y 9 forman un intenso díptico en el que el Caballero Luna deberá enfrentarse a toda una ciudad enloquecida. Siguiendo un soplo de Crawley, viaja hasta Chicago con Frenchie y Marlene para impedir un golpe que promete ser sonado. Con lo que no cuenta es con que la distracción de los atracadores consiste en verter un químico en el sistema de agua potable de la ciudad que provoca ataques de locura violenta a toda la población que ingiere agua del grifo. Frenchie y Marlene quedarán afectados y mientras el primero hunde el helicóptero en el lago Michigan, la segunda a punto estará de matar a su amante.

 

Otra historia en dos números, 9 y 10, verá el regreso tanto del Hombre de la Medianoche como de Bushman, aliados en un diabólico plan que a punto de está de tener éxito, sumiendo a Grant-Spector-Lockley en una depresión que le lleva a sentirse traicionado por Konshu y abandonar la lucha contra el crimen. Sólo el apoyo decidido de Marlene y el resto de sus amigos le sacará de su ensimismamiento para obtener otra victoria sobre su viejo adversario. Ya en estos episodios, Sienkiewicz pasa a ocuparse del entintado de sus propios dibujos no siempre con satisfactorios resultados porque, probablemente debido a la premura de las fechas de entrega y su aún relativa bisoñez, ahorraba tiempo en los fondos. Demasiadas viñetas están muy vacías y los elementos del decorado apenas se esbozan esbozan, carentes de detalles que les aporten solidez o verosimilitud.

 

El dibujante aún seguía aquí de cerca las líneas marcadas por su ídolo Neal Adams: rostros realistas, figuras flexibles y fibrosas, escorzos forzados y ocasionales composiciones de página que, aunque no necesariamente eficaces desde el punto de vista narrativo, sí llamaban la atención (por entonces, el propio Adams afirmó en una entrevista que los lectores más jóvenes creían que era él quien imitaba a Sienkiewicz). En cualquier caso y pese a sus préstamos y puntuales tropiezos, estaba claro que el dibujo de Sienkiewicz mejoraba las historias de Moench, aportando una atmósfera y sofisticación no muy frecuentes en las series regulares mainstream.  

 

Por su parte, Moench es uno de esos guionistas que despiertan sentimientos encontrados. A menudo parece tratar de infundir en sus argumentos temas y significados importantes, estropeando sus intenciones con ejecuciones algo torpes y superficiales. Con todo, es indiscutible que el Caballero Luna se nutrió de lo mejor de su talento y forma parte de sus cimas creativas (junto a su etapa en “Shang-Chi, Master of Kung Fu” por aquellas mismas fechas). 

 

Ya he mencionado las similitudes del Caballero con Batman. Pero en lugar de limitarse a hacer una copia descarada, Moench supo reformular los temas y elementos propios de la mitología batmaniana para construir un personaje original. De hecho, no sólo su trabajo en Caballero Luna es superior a lo que unos años después él mismo haría con Batman cuando se marchó a DC, sino que la influencia ha funcionado en ambas direcciones: los batarangs de Batman a mediados de los 80 estaban claramente inspirados en las medias lunas que utilizaba el Caballero. Además y como demostró en estos primeros números de la serie regular, para ser un personaje cuyo origen estaba conectado con un Hombre Lobo, Moench se apartó rápidamente de todo lo relacionado con la fantasía o la ciencia ficción. Pocos de sus adversarios iban disfrazados y mucho menos tenían superpoderes.

 

El resultado es un conjunto de comics interesantes aun cuando contienen abundantes implausibilidades y segmentos un tanto extraños. Sus fallos son compensados por el trabajo con los personajes, sus personalidades, relaciones e interacciones entre ellos y con la historia que se narra. Secundarios como Gena y sus hijos o Crawley aportan a la colección un calor humano y un toque de humor de los que muchos otros comics de superhéroes carecían. En esta etapa inicial de la colección, además, el protagonista experimentó una evolución que iba más allá del paso del género terrorífico y más puramente superheroico hacia algo más cercano al thriller criminal urbano. La fuerza física moderadamente sobrehumana que se había sugerido en sus inicios es aquí desechada para convertirlo en un hombre normal aunque muy atlético y adiestrado en combate.

 

Es más, el Caballero Luna es un personaje que ha venido transformándose hasta el día de hoy. Aunque, como he mencionado, Moench vinculó retroactivamente su origen a la deidad Konshu, también sugirió luego (en el número 10) que en ello había mucho de superstición por parte del propio Spector. Otros guionistas posteriores se tomaron este aspecto sobrenatural mucho más en serio que el propio Moench en esta etapa, cuando Marvel revivió al personaje para insertarlo dentro de la corriente “dark and gritty” que infectó el comic de superhéroes de los 90, eliminando el reparto de secundarios tan importante en las historias originales y haciendo de él un psicópata homicida que hacía parecer al Punisher un liberal de salón.

 

Alguien en Marvel debió pensar que esa deriva violenta era la culminación de una progresión implícita en los propios orígenes del personaje. Al fin y al cabo, ¿no había sido Marc Spector un mercenario probablemente implicado en atrocidades? Un enfoque que era, a mi juicio, erróneo.

 

Porque, sí, el Caballero Luna de Moench y Sienkiewicz era, a su manera, un vigilante enmascarado algo más duro y directo que muchos de sus colegas superheroicos. Al fin y al cabo, esto es coherente con su pasado de mercenario. Además, sus adversarios eran menos estrafalarios que los de, por ejemplo, Spiderman, criminales más realistas y peligrosos que requerían un tipo de enfrentamiento distinto. Y aunque el propio Caballero raramente recurría a la fuerza letal, Frenchie y Marlene sí solían verse inmersos en tiroteos que seguramente causarían víctimas entre sus oponentes. Pero nunca se pretendió que el Caballero Luna fuera un héroe violento y/o vengativo. De hecho, en un episodio subraya específicamente que no quiere matar a nadie.  

 

Si los diez primeros números de la serie habían servido para perfilar a los personajes y su entorno, construyendo su propio nido un tanto al margen del resto del Universo Marvel, los que siguieron constituyen la etapa de madurez de la serie, con unos episodios que se alejaron todavía más de lo convencional en el género de los superhéroes y que hicieron de este título uno de los más valorados por la crítica y le valieron, como veremos, el salto al mercado de venta directa, dirigido en buena medida a lectores algo más adultos.

 

El número 11, por ejemplo, nos muestra a un Bill Sienkiewicz iniciando la evolución que le llevaría a romper los moldes de Neal Adams y ser uno de los mejores y más personales dibujantes del comic mundial. Moench nos ofrece en esta ocasión un vistazo al trágico pasado amoroso de Frenchie con una trama policiaca relacionada con el tráfico de drogas que conduce a los protagonistas a Nueva Orleans. Más destellos del giro radical que Sienkiewicz iba a dar al grafismo de la serie se dejan ver en el número 12. Por ejemplo, en la tercera viñeta de la página 2, utiliza una representación abstracta para sugerir el tráfico y las calles mojadas por la lluvia. Por desgracia, la historia de Moench, sobre la transformación de un individuo en monstruo insomne, Morfeo, y su posterior búsqueda de venganza sobre el psiquiatra responsable (que resulta ser el hermano de Marlene), es un tanto pedestre y reminiscente del tono propio de colecciones de terror como “El Hombre Lobo”.

 

Tampoco es gran cosa el número 13, una concesión de Moench al Universo Marvel con cierto tono humorístico que no acaba de tener buen encaje. El Bufón, uno de esos estrafalarios y bochornosos villanos de Daredevil, sale de la cárcel y prepara un plan para vengarse de éste; tiene lugar el típico combate entre los dos superhéroes fruto de un malentendido y el clímax en el que ambos unen fuerzas para frustrar el infantil plan del Bufón. Un episodio intrascendente que Sienkiewicz resuelve con cierta desgana.

 

Mucho mejor en todos los aspectos es el 14, “Vidriera Escarlata”, en la que se presenta la mujer que lleva el nombre del título, uno de los personajes más trágicos de toda la colección. No es solo memorable esta dama por su historia sino por su estilo tan particular, obra de Sienkiewicz: madura, traje de fiesta ceñido y escotado de intenso color rojo, guantes largos blancos, una flor en su cabello y un halo de asfixiante melancolía. Cuando era joven, Escarlata fue monja, pero tuvo la desgracia de enamorarse y luego casarse con un mafioso, Vince Fasinera. El proyecto familiar nunca funcionó y cuando Fasinera murió tiroteado por la policía tras un atraco, su hijo Joe siguió sus pasos como criminal, haciendo aún más amarga la vida de Escarlata. Ahora, años después, Joe, perseguido por el Caballero Luna, entra en la iglesia abandonada en la que vive como una ermitaña su madre y ésta se ve obligada a elegir a quién salvar y a quién matar.

 

Es una historia aciaga que tiene como centro un personaje que no encaja fácilmente en la categoría de heroína o villana, quedándose en un campo moral algo ambiguo pero que hace de ella una especie de mujer fatal muy atractiva y misteriosa con la que es fácil simpatizar. Moench así lo entendió y volvería a rescatarla para un número posterior. Mientras tanto, Steven Grant y Marlene comparten un momento íntimo de sinceridad y cierta tristeza provocada por el reciente asesinato de John Lennon sólo unos meses atrás (el comic lleva fecha de portada diciembre de 1981 pero se puso a la venta en septiembre, por lo que los autores lo realizaron probablemente poco tiempo después de la muerte del cantante, en diciembre de 1980).

 

En el número 15 (enero 82), el Caballero Luna empieza a manifestar visiblemente las consecuencias de la desordenada vida que lleva: las noches sin dormir, las comidas apresuradas y, sobre todo, el llevar tres identidades distintas además de la de superhéroe. Las migrañas y la dificultad para concentrarse son síntomas que se empeña en negar pero que una preocupada Marlene percibe claramente. Así que cuando las autoridades le acusan de intento de asesinato de una personalidad (tema candente tras los atentados contra Lennon, el presidente Reagan y el papa Juan Pablo II), no está en la mejor forma para defender su inocencia. Moench, además de darle una dimensión más humana de lo corriente al héroe, agotado física y psicológicamente por la vida que lleva, aprovecha para insertar un poco sutil mensaje en la forma de un villano (Xenos, que ha domesticado a un ejército de ratas) y que está obsesionado por el “peligro” de la “invasión” extranjera y cómo “el hombre y honrado trabajador ni siquiera puede vivir donde pertenece: se ve obligado a vivir entre la misma escoria que está provocando el problema (…) Extranjeros, diablos extranjeros… que están apagando la luz de América lenta pero constantemente”.  

 

(Continúa en la siguiente entrada)

 

 

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