A finales de los años 60 y 70 del pasado siglo, por primera vez en la historia del medio, empezaron a entrar en la industria como profesionales aquellos jóvenes que habían crecido amando los comic-books y cuya aspiración era dedicarse a ellos (mientras que hasta ese momento el sueño de cualquier artista afín a la narrativa gráfica habían sido los comics de prensa). Este conjunto de variopintos personajes, procedentes de todo Estados Unidos, asumieron e hicieron suyo ese espíritu de fan que atizaba Stan Lee para Marvel pero del que él mismo nunca formó parte: Roy Thomas, Denny O´Neil, Len Wein, Marv Wolfman, Jim Starlin… La mayoría se contentaban con mantener el rumbo fijado por Lee en el género de superhéroes, pero había un grupo más selecto que escribía historias más personales e introspectivas y, por tanto, menos comerciales. Steve Gerber fue uno de ellos, quizá el mejor.
Siempre oscilando entre lo profundo y lo cómico, a veces incluso dentro del mismo cómic, Gerber fue uno de los guionistas más eclécticos e iconoclastas que han pasado por Marvel desde sus inicios. Si profesionales como Sal Buscema, Jim Mooney, George Tuska o Don Perlin encarnaron en buena medida el estilo gráfico de la casa durante los 70, Bill Mantlo, Gerry Conway y Doug Moench representan su estilo literario, guionistas prolíficos y fiables. Gerber podría incluirse en ese grupo selecto, pero en cierto modo constituye una categoría aparte. Su nombre estaba por todas partes en los comics de Marvel pero, al mismo tiempo, tenía una personalidad propia y más excéntrica que las de sus colegas. No tenía miedo de arriesgar en sus historias y de presentar conceptos estrafalarios en colecciones como “El Hombre-Cosa”, “Howard el Pato”, “Los Defensores” u “Omega The Unknown”, personajes alienados y misántropos que sólo pudieron cobrar vida gracias al caos editorial que reinaba en Marvel en aquellos años.
Y por eso es una lástima que los personajes en los que Gerber volcó más energía, entusiasmo y talento, ni contaran en demasiadas ocasiones con dibujantes a la altura ni captaran la atención de muchos lectores. Uno de ellos, que pareció desvanecerse tras la marcha de Gerber, fue el Hombre-Cosa.
La juventud norteamericana venía consumiendo historias de terror en otros medios ajenos a los comics desde fecha tan temprana como los años 50, cuando programas televisivos como “Shock Theater” y “Creature Features” presentaban a los nuevos chavales viejos films del género. Para 1971, los aficionados al terror podían encontrar sus amados monstruos en todos los niveles del universo del entretenimento…excepto en los comic-books. El Comics Code Authority prohibía estrictamente la inclusión en ellos de zombies, vampiros y hombres lobo. Irónicamente, sin embargo, productos de merchandising derivados, por ejemplo, de la serie televisiva “Dark Shadows”, podían publicitarse sin problemas en esas mismas publicaciones.
El Código de 1954 prohibía “escenas relacionadas con, o instrumentos asociados con, muertos vivientes, tortura, vampiros y vampirismo, demonios, canibalismo y licantropía”. Pero he aquí que en la importante reunión de los miembros del Código de febrero de 1971, se anularon esas trabas. Con este nuevo y revisado Código, los comic-books, por fin, podrían mostrar esas cosas horribles que acechan por las noches. Criaturas como vampiros o licántropos podían ser liberados por las páginas… siempre y cuando, eso sí, “se ajustaran a la tradición clásica, como Frankenstein, Drácula y otros personajes literarios, leídos en las escuelas de todo el mundo”.
Al principio, Marvel y DC tantearon el nuevo territorio cautelosamente. Los demonios y los hombres lobo escasearon mientras la industria mainstream asumía el potencial de esa nueva libertad. Entretanto, ambas editoriales continuaron explotando el tipo de monstruos toscos y estúpidos que el Código siempre les había permitido publicar. Y en esa línea, en 1971, se presentaron dos criaturas del pantano que se asemejaban sospechosamente entre sí.
Las “coincidencias” de publicación entre Marvel y DC no eran algo nuevo. En 1963, la Patrulla Condenada de DC debutó casi al mismo tiempo que su copia marvelita, los X-Men; y en 1968, el androide de piel roja Visión fue enviado por Ultrón a infiltrarse entre los Vengadores mientras en DC el androide Tornado Rojo actuaba de quintacolumnista en el seno de la Liga de la Justicia. El rayo podía golpear dos veces en la misma ciudad sede de las dos editoriales rivales. Y volvió a hacerlo en 1971.
Como el consumado showman que era, a Stan Lee siempre le habían interesado los nombres con gancho. Había creado personajes como “Daredevil” o “Capitán Marvel” tanto para que la editorial pudiera mantener los derechos sobre esos nombres (que habían pertenecido previamente a personajes muy diferentes de otras editoriales) como porque eran sonoros y evocadores. Otro nombre que le gustaba era el de “Hombre-Cosa” (Man-Thing), que había utilizado anteriormente en los comics de ciencia ficción y terror que publicaba Marvel en los años 50 y 60, como en “Tales of Suspense” nº 7 (enero 60).
Así que cuando Marvel decidió crear un nuevo personaje para su nueva revista en blanco y negro, “Strange Tales”, Lee se mostró inflexible en cuanto al nombre: debía ser “Hombre-Cosa”. A Roy Thomas, que recibió el encargo, le impresionaba bastante menos el nombre y encontraba problemático que se pareciera demasiado al de otro personaje mucho más popular, La Cosa de Los Cuatro Fantásticos. En cualquier caso y obedeciendo las órdenes de su jefe, escribió un planteamiento de dos páginas inspirado por el cuento “It” (1940), de Theodore Sturgeon; y luego se lo pasó a Gray Morrow para que lo dibujara. A continuación, Gerry Conway –en su primer trabajo para Marvel-añadió los textos definitivos. El resultado fue una historia de once páginas que apareció en “Savage Tales” nº 1 (mayo 71). Se dice que demasiados cocineros echan a perder la sopa, pero en este caso el resultado fue el opuesto: un clásico instantáneo.
En esta historia de debut, el grimoso monstruo humanoide había sido Ted Sallis, un científico que trabajaba en unas instalaciones secretas en lo más profundo de los pantanos de Florida tratando de replicar el suero del Super Soldado que había creado al Capitán América. Traicionado por su esposa Ellen y asaltado por unos agentes de I.M.A. que quieren hacerse con el suero, sufre un accidente de coche mientras huye. Las aguas de la ciénaga combinadas con el vial de suero que se había inyectado para evitar que cayera en manos ajenas, lo transforma en una criatura sin mente de aspecto repulsivo. La historia contaba con un detallado y atmosférico dibujo y terminaba con el monstruo alejándose hacia un futuro abierto en el que estaba previsto un serial regular en la revista.
Al mismo tiempo, el compañero de piso de Conway, Len Wein, escribió para DC la historia de otro monstruo cenagoso. La Cosa del Pantano debutó con ocho páginas en una historia incluida en “House of Secrets” 92 (junio-julio 71), que se puso a la venta apenas dos meses después del estreno del Hombre-Cosa. En ella y con dibujos de Berni Wrightson, se contaba cómo Alec Holland, un científico que trabajaba en un pantano sureño, acababa transformado en una criatura hecha de vegetación y lodo, pero a diferencia del Hombre-Cosa, La Cosa del Pantano no parecía tener una vida más allá de la última página. Sin embargo, aquel número de “House of Secrets” se convirtió en el comic de DC más vendido del mes y el que recibió más correo laudatorio de los fans.
Las similitudes entre ambos personajes no pasaron desapercibidas ni para los fans ni para los creadores. Conway le dijo a Thomas que le había mencionado a Wein antiguas criaturas pantanosas del comic mientras éste preparaba la primera historia de La Cosa del Pantano. Al final y como Thomas lo recuerda: “(Wein) no creyó que hubiera ningún parecido así que siguió adelante y lo hizo (dado que ambos personajes) eran derivaciones de otros anteriores, aparte de esa historia en concreto no había ningún problema. En aquel momento hubo algunas protestas, pero no tenía sentido montar alboroto por una sola historia. Una historia de origen es, después de todo, una historia de origen, pero a partir de ahí los personajes siguieron sus propios caminos”.
Y es que, como decía Conway, los monstruos cenagosos estaban lejos de ser una novedad en el comic. En 1969, Marvel había presentado a Glob como adversario de Hulk. Y DC ya había tenido su propio monstruo del pantano en la forma de Solomon Grundy, creado en 1944 y visto por última vez en un número de 1966 de la Liga de la Justicia. Pero la principal razón por la que Marvel decidió no armar mucho jaleo con el supuesto “plagio” de La Cosa del Pantano fue porque, en el fondo y como reconocía Thomas, tanto éste como el Hombre-Cosa estaban basados en otro personaje: The Heap.
Creado por el guionista Harry Stein y el dibujante Mort Leav para el nº 3 de “Air Fighter Comics” (diciembre 42), publicado por Hillman Periodicals, The Heap era un piloto alemán que, durante la Primera Guerra Mundial, había resultado derribado en un pantano polaco. Gracias a la magia de la Madre Naturaleza, el piloto fue revivido décadas después, ahora con un cuerpo hecho de la sustancia cenagosa en la que había muerto. Pues bien, tras permanecer en el limbo durante décadas, The Heap volvió a los comics un mes antes del debut del Hombre Cosa, de la mano de Skywald Publications, editorial de revistas de terror en blanco y negro cofundada en 1970 por el antiguo director de producción de Marvel, Sol Brodsky.
Y resulta que fue Roy Thomas –que ya sabía que Marvel tenía en preparación al Hombre-Cosa- quien le sugirió a Brodsky, ya establecido en su nueva empresa, que podían recuperar a The Heap para su catálogo de personajes. Y así lo hicieron en el número 2 de la cabecera “Psycho” (marzo 71), con una historia escrita por Charles McNaughton y dibujada por Ross Andru y Mike Esposito. Pero eso es otra historia y ahora toca hablar del Hombre-Cosa.
Aquella primera tentativa en “Savage Tales” no llegó a ninguna parte, pero no por culpa del personaje. La revista había sido un experimento atrevido para la Marvel de la época. Sus historias tenían un tono más adulto, tal y como dejaba claro la espectacular portada pintada por John Buscema y en la que aparecía un Conan victorioso sosteniendo la cabeza decapitada de su enemigo. La revista se lanzó a pesar de los reparos que había puesto el dueño de la editorial, Aún conociendo el éxito que desde hacía años habían cosechado las revistas de terror de la Warren (“Creepy”, “Eerie”, “Vampirella”), Martin Goodman temía contravenir los dictados del Comics Code Authority (aun cuando éstos se aplicaran a los comic-books y no a las revistas en blanco y negro) y atraer una atención no deseada. Para él, las revistas no eran un producto distinto en naturaleza, enfoque y público, sino, a todos los efectos, un comic-book con un formato mayor. Con todo, dejó que Stan Lee siguiera su instinto.
Y fracasó. Puede que “Savage Tales” fuera un tebeo importante por lo que significó en la historia de la editorial y que, además, artísticamente fuera muy destacable. Pero no se vendió bien y esa era la excusa que Goodman necesitaba para vetar un segundo número. Según informaron los fanzines de la época, las decepcionantes cifras de ventas se debieron a una mala distribución de la revista. Pero el mal ya estaba hecho. Aunque se rumoreó que la cabecera no estaba muerta y que se estaba preparando un nuevo número, Marvel esperó dos años antes de publicar su siguiente comic de tamaño revista. Lee tendría que esperar a que Goodman vendiera Marvel para reanudar la serie.
Así que, ante la paralización del nº 2 de “Savage Tales”, la historia que Len Wein había escrito del Hombre-Cosa se archivó. Pero en 1972, Thomas, ya editor en jefe de la casa, decide recuperar el personaje escribiendo él mismo una reformulación de la de Wein en un poco destacable arco de dos números dibujados por John Buscema (y Neal Adams en un espectacular inserto de pocas páginas) para el serial de Ka-Zar que se publicaba en “Astonishing Tales” (nº 12-13, junio-agosto 72). Wein ya dejaba claro en su guion que el Hombre Cosa no es un ser inteligente, pero es Thomas el que le añade la que va a ser su característica esencial: siendo una criatura empática, siente físicamente las emociones ajenas y, en concreto, el miedo le causa un extraordinario dolor que le lleva a atacar a quien lo emite. Su contacto hace arder a su víctima. La valentía de Ka-Zar le permite interactuar con él sin pagar ese precio. Al final del arco, como el monstruo en “La Novia de Frankenstein”, el Hombre-Cosa baja una palanca y destruye el laboratorio en el que él mismo se encuentra.
Este bien podía haber sido el final del personaje, pero es imposible mantener muerto a un buen monstruo durante mucho tiempo. Sólo dos meses después de su aparente defunción, el Hombre-Cosa reaparece en “Adventure into Fear” nº 10 (octubre 72), una colección creada en 1970 cuyo material había consistido en reediciones de viejas historias de monstruos de la casa de finales de los 50 y primeros 60. A partir de este número, sin embargo, el Hombre-Cosa pasó a convertirse en su protagonista principal. Bajo la supervisión editorial de Roy Thomas, Gerry Conway escribe un breve guion –dibujado por un primerizo y dubitativo Howard Chaykin- sobre una pareja en crisis que vive en los pantanos y en cuya vida se cruza el Hombre-Cosa. No hay superciencia ni magia aparte de la criatura en cuestión y, como su historia de debut, era autoconclusiva en previsión de que no gustara y hubiera que hibernar al personaje de nuevo. Es un eficaz thriller doméstico que demuestra la versatilidad del Hombre-Cosa y su potencial para construir a su alrededor historias no convencionales. Esa va a ser precisamente su principal característica: siendo un personaje que ni piensa ni, evidentemente, puede comunicarse, las historias siempre van a tratar sobre lo que sucede a su alrededor. El Hombre-Cosa será testigo de ello o intervendrá de una u otra forma, pero los auténticos protagonistas siempre serán otros.
Esa va a ser la dinámica que adoptará Steve Gerber cuando se haga cargo del personaje en el siguiente número de “Adventure into Fear”, el 11 (diciembre 72). Una dinámica que exige un alto grado de inventiva porque las historias deben construirse, ya lo he dicho, ajenas al personaje titular. La Cosa del Pantano de DC era inteligente y tenía un propósito para sus actos; The Heap ansiaba recuperar su forma humana; el Hombre-Cosa ni siquiera comprendia lo que ocurría a su alrededor y se limitaba a reaccionar primariamente a las emociones que captaba. Así que cuando Gerber tomó las riendas, utilizó al personaje como excusa para articular una lista impredecible de críticas políticas, detallados estudios de personalidad, aventuras cósmicas, reflexiones morales y metafísicas… y la presentación de un inolvidable pato parlante.
(Continúa en la siguiente entrada)
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