Adam Warlock es quizá el epítome de “personaje de culto”. Durante décadas, ha morado en la periferia del Universo Marvel, apareciendo y desapareciendo, sometiéndose a reformulaciones y nuevas direcciones, ocasionalmente protagonizando alguna serie propia de corto recorrido, haciéndose merecedor de comentarios elogiosos… pero sin obtener nunca el éxito disfrutado por otros personajes de la casa.
La historia de Adam Warlock puede dividirse en tres periodos. El primero, anterior a la llegada de Jim Starlin y que cubre el periodo desde su “nacimiento” en 1966 hasta la cancelación de su propia serie en 1973. El segundo está compuesto por las historias escritas y dibujadas por Starlin desde 1975 hasta la muerte de Warlock en 1977. Y la tercera abarcaría todo lo que vendría después, mucho de lo cual, por cierto, también estaría dirigido por Starlin, como “El Guantelete del Infinito” (1991), “Warlock y la Guardia del Infinito” (1992) y demás derivados.
El personaje que acabaría siendo Adam Warlock fue una creación puntual de Stan Lee y Jack Kirby para la colección de “Los CuatroFantásticos” en 1967 (nº 66 y 67). De ello ya hablé en la entrada correspondiente a esa colección y baste recordar aquí que no fue más que una presencia difusa, un organismo artificial y de apariencia y poderes casi divinos creado por una de esas siniestras organizaciones científicas con ínfulas de amos del mundo que tanto menudeaban en la Marvel de entonces. El ser, emergiendo del capullo en el que estaba formándose, se refería a sí mismo como “Él” (Him) y al final partía hacia las estrellas… que era donde un par de años después lo encontraría Thor, en unos episodios de su propia colección (163 a 166, 1969) firmados también por Lee y Kirby. Allí, el ser seguía llamándose “Él” y tras su enfrentamiento con el dios de Asgard volvía a recubrirse de un capullo y saltaba al vacío cósmico.
Ahora avancemos un poco más, hasta 1972, para ver qué contexto editorial propició el retorno y reinvención de ese personaje ya como Adam Warlock.
En 1972, Roy Thomas era el hombre al cargo del día a día de Marvel Comics y bajo su tutela la editorial aceleró su creación de nuevas ideas y personajes. En abril de 1972, Marvel lanzaba al mercado 20 títulos; ocho meses después, en diciembre, había doblado su catálogo saltando a las 38 colecciones. Esta expansión obedeció, en parte, al intento de incrementar la cuota de mercado y desplazar a DC de su menguante dominio de los puntos de venta. Pero también estaba motivada por la necesidad de obtener más ingresos. Marvel era ahora, por primera vez en su existencia, una compañía independiente y tenía que pagar mucho dinero en salarios sin la ayuda de una protectora empresa matriz. En el conteo final, en 1972, DC publicó un total de 369 números pertenecientes a sus diferentes colecciones. Marvel, 356. Sería el último año en que Marvel publicara menos comics de DC. Durante el resto de la década, Thomas y sus sucesores en el sillón editorial, pondrían cada mes en el mercado más colecciones que su competidora.
Pero es que, además, Roy Thomas cambió la personalidad y disposición de Marvel, mostrándose abierto a experimentos con personajes, formatos e historias. Enfrentados al desafío de conservar su estatus en una época en la que los comix underground pegaban fuerte entre un sector de los aficionados gracias a no estar limitados por el sello censor, Stan Lee y Thomas incorporaron a sus comics elementos sublimados del espíritu de la época, desde persnajes femeninos fuertes a héroes de raza negra pasando por la asimilación de otros géneros que iban desde el pulp hasta la ciencia ficción, de los funny animals al terror. “Warlock” fue uno de los mejores ejemplos de esta etapa de expansión y diversificación.
“Marvel Premiere” fue una de esas nuevas colecciones que expandieron el catálogo de la editorial, un título de antología por el que irían desfilando diferentes personajes, algunos nuevos y otros más veteranos, pero no siempre pertenecientes al género superheroico: Doctor Extraño, Puño de Hierro, Solomon Kane, Hércules, Starlord, la Sota de Corazones, Alice Cooper (sí, el cantante), Satana, Pantera Negra... Todos tanteando la respuesta del público en la esperanza de obtener un título propio. Pues bien, en el número inaugural de “Marvel Premiere”, con fecha de portada abril de 1972, se presentaba un “nuevo” personaje que venía acompañado con la leyenda: “El superhéroe del Mañana…¡Hoy!”.
El episodio comenzaba con un héroe identificado solamente como “El”, de constitución física perfecta y piel dorada, flotando en el vacío interestelar en la pose clásica de la crucifixión. El guionista Roy Thomas y el artista Gil Kane, como veremos, eran perfectamente conscientes de la simbología asociada a esa postura. A continuación, la historia retrocedía en el tiempo recuperando al Alto Evolucionador (un personaje presentado en “Thor” en 1966), un antiguo terrestre ahora inmortal y a bordo de la gran nave donde lleva a cabo sus experimentos biológicos.
El Evolucionador se encuentra sumido en la angustia por la destrucción del planeta que había creado en un par de episodios de “Thor” unos años atrás y decepcionado por la corrupción que en esa utopía había sembrado el Hombre Bestia, uno de sus Hombres Nuevos, seres mitad humanos y mitad animales. En ello está cuando se encuentra un extraño capullo cósmico de cuyo interior emerge un ser cuya apariencia, según observa, es “El sueño dorado de la perfección humana… ¡Rasgos tallados de un modelo divino!”. Este sueño de los dioses responde únicamente al nombre de Él y, bajo su inspiración, el Evolucionador crea una copia sin adulterar de nuestra propia Tierra orbitando justo al otro lado del Sol. Pero sí introduce un cambio en ella: los humanos evolucionados en esta Contratierra no tendrán instintos agresivos.
Desafortunadamente, la intrusión en la nave-laboratorio del Evolucionador del Hombre Bestia, símbolo del Pecado Original, en compañía de algunos secuaces malogra el experimento e introduce la violencia en el progreso evolutivo de esos contrahombres. El Alto Evolucionador y Él plantan cara a los agresores y los derrotan, pero el mal está hecho. El Evolucionador, decepcionado, se dispone a destruir otra vez su creación, pero Él le pide que les perdone la vida a esos neohumanos, ofreciendo la suya a cambio como su protector. Su propuesta es aceptada y, con el nombre de Warlock (que en español podría traducirse como “brujo” o “hechicero”), es enviado a la Contratierra para que combata la perniciosa influencia del Hombre Bestia.
Con 27 páginas, aquel número inaugural de “Marvel Premiere”, constituía una historia de origen considerablemente más larga que las habituales 20 planchas de que constaban los comics Marvel de la época. Fue una especie de reliquia del efímero aumento de paginación (52) que la editorial había probado en 1971 y prueba de lo mucho que este tebeo había estado gestándose antes de aparecer. El resultado fue una aventura de debut más compleja y profunda de lo que solía ser la norma, una meditación sobre el poder, la responsabilidad y la moral que destacaba no sólo por su ambición sino por el intenso dibujo de Gil Kane (limpiamente entintado por Dan Adkins).
Ya en el número 2 de “Marvel Premiere” (mayo 72), Warlock llegaba a la Contratierra y reunía en torno a sí a un grupo de jóvenes y devotos seguidores, uno de los cuales bautiza al alien recién hallado como Adam, el primer hombre. La conflictiva relación entre los chicos y sus padres ilustraba la brecha generacional que estaba en la boca de todo el mundo por entonces, mientras que esos discípulos añadían, también, un nuevo paralelismo con la figura del Jesús cristiano.
Si se da por buena la alocada premisa de partida (que el Evolucionador sea capaz de construir una réplica del planeta Tierra y reproducir la misma evolución de la vida que en la original en tan sólo unas horas o días), este era un material bastante novedoso que abría múltiples posibilidades para insertar comentarios sociales, morales y religiosos. Los guiones de Thomas, el eslabón entre Stan Lee en los sesenta y Chris Claremont en los ochenta, tenían ese estilo barroco y denso influido tanto por el de Stan Lee como por la literatura pulp a la que era muy aficionado.
Tras dos números en “Marvel Premiere”, Adam Warlock pasó a protagonizar su propia colección, que arrancó en agosto de 1972. Pero Thomas sólo se encargó de encauzar esta nueva serie, escribiendo los dos primeros episodios y cediendo luego el puesto de guionista a Mike Friedrich. Esto era muy habitual entonces: el creador, quien mejor comprendía el espíritu y propósito del personaje, enseguida se hallaba inmerso en otros proyectos habiendo de dejar su creación en manos de profesionales de segunda división que desvirtuaban el sabor original.
Roy Thomas, en particular, tenía una enorme carga de trabajo como editor de la casa en un momento, como he dicho, de plena expansión. Continuamente, creaba o colaboraba con otros en la creación de personajes pero luego no podía dirigir personalmente sus destinos: El Motorista Fantasma, Puño de Hierro, Killraven o El Hombre Cosa son sólo algunos de los muchos que salieron de su imaginación o de sus conversaciones con otros autores. El caso es que tras abandonar a Adam Warlock en las manos de Friedrich, la serie, estructurada a base de historias de uno o dos episodios de duración, limitó mucho sus ambiciones y nunca llegó a retratar convenientemente a su protagonista.
La intención declarada de Thomas fue la de capturar y reformular el zeitgeist cultural de comienzos de los sesenta y que también dio lugar a productos como el musical “Jesucristo Superstar”, estrenado en los teatros en 1970 y del que el guionista era un gran admirador. La idea de una Contratierra en el extremo opuesto del Sol la tomó de las teorías del filósofo griego del siglo VI a.C. Pitágoras. La primera y única opción que barajó Thomas para dibujar este nuevo personaje fue Gil Kane, con quien ya había colaborado en otros títulos; y no sólo por su talento sino por lo que podía aportar con su pasión por la mitología y la fantasía heroica. El característico traje rojo sin mangas de Warlock fue diseñado al alimón por Thomas y Kane. Fue este último quien también añadió el símbolo del rayo en el pecho (tomado del Capitán Marvel de Fawcett) y la gema en la frente (una de las luego celebérrimas Gemas del Infinito).
Así que lo que tenemos aquí es la historia de Cristo reformulada en clave superheroica. Thomas no las tenía todas consigo y temía que introducir una suerte de figura cristológica en el Universo Marvel, podría atraer críticas de lectores susceptibles y fácilmente ofensibles. Así que, según dice, intentó hacerlo con cierto estilo y sin incluir referencias religiosas explícitas. Pero a la hora de la verdad, el resultado no fue en absoluto sutil. Thomas nunca lo fue. No estamos hablando de un subtexto religioso o de algo sujeto a opinión o debate. La intención es meridiana y burdamente obvia. No se trata solamente de que Adam Warlock congregue a un grupo de discípulos que le acompañan en su misión de paz, sino que se enfrenta al demonio (el Hombre Bestia), se recrean ciertas escenas bíblicas, ha de resistirse a diversas tentaciones y, finalmente, ser martirizado y resucitar. Todo parece muy épico y grandioso. Pero a la hora de la verdad, no lo es tanto.
(finaliza en la siguiente entrada)
No hay comentarios:
Publicar un comentario