Antes del advenimiento de la línea Vértigo de DC en 1993, la editorial trató de experimentar con otro sello alternativo, Piranha Press. La idea se había discutido durante una reunión editorial en 1986, pero no fue hasta junio de 1987 que contrataron a Mark Nevelow, un hombre negocios emprendedor y autodidacta, para sacar adelante el proyecto.
En lugar de optar por lanzar toda una nueva batería de títulos
que luego costara sangre, sudor y lágrimas mantener a flote, dejaron que
Nevelow siguiera su propio ritmo. Además, se permitió que los autores
mantuviesen los derechos sobre sus obras y se buscaron activamente proyectos
encabezados por creadores prometedores pero con poco bagaje y/o no tan
conocidos como algunos de ellos acabarían siendo al cabo de no mucho tiempo.
Así, sus primeros lanzamientos fueron “Beautiful Stories for Ugly Children”
(junio 89), de Dave Louapre y Dan Sweetman; “Etc” (julio 89), de Tim Conrad y
Michael Davis; “The Sinners” (agosto 89), de Alec Stevens; “Desert Streams (or
Miriam´s Search for Divine Bliss)” (sept 89), de Alison Marek; “Gregory” (oct
89), de Marc Hempel; y “The Score” (nov 89), de Gerard Jones y Mark Badger.
Eran obras de múltiples formatos y temáticas que pretendían poner un pie en el
mercado de comics alternativos que estaba floreciendo desde mediados de los
ochenta.
Desde hace décadas, la industria del comic ha aspirado a
encontrar ese Santo Grial que sería el producir tebeos comprados y apreciados
por gente que no lee normalmente tebeos, un objetivo respetable por mucho que
se apoye en un fallo lógico de razonamiento. Ahora bien, estos intentos siempre
han sido problemáticos. Quienes pensaron que la razón de la resistencia de ese
tipo de potenciales lectores radicaba en su falta de sintonía con los
parámetros y estética tradicionales del comic, optaron por experimentar con
estilos gráficos radicales, tipografías poco habituales, narrativas retorcidas
y autores ajenos al medio. Esta estrategia puede arrojar resultados creativos
notables o, cuando menos, diferentes de la media, pero no sólo no garantiza en
absoluto la captación de nuevos lectores sino que existe el riesgo de espantar
a los que ya tenga ganados la editorial.
El guionista William Messner-Loebs y el dibujante Sam Kieth
abordaron el problema desde otro ángulo. Messner-Loebs había empezado en el
mundo del comic independiente como autor completo de “Journey: The Adventures
of Wolverine MacAlistaire” (1983-1986), pero su tránsito al ámbito generalista
tuvo lugar gracias a los guiones que escribió para “Flash”, el superhéroe
velocista de DC en su nueva encarnación post-Crisis. Kieth, por su parte, era
incluso más desconocido para el público porque se había limitado a labores de entintado,
pero no iba a tardar en llamar la atención gracias a su creación gráfica de
Sandman, el personaje escrito por Neil Gaiman y del que iba a dibujar su primer
arco argumental, “Preludios y Nocturnos” (1989).
Aquel mismo año 1989, ambos, Messner-Loebs y Kieth,
firmaron para Piranha Press la novela gráfica “Epicurus el Sabio”, una obra que
parece un comic tradicional y que se lee como tal, aunque su forma de abordar
el tema central nada tiene que ver con lo habitual en el mainstream
estadounidense: se trata de una comedia ambientada nada menos que en la Grecia
clásica y que se dedica, con cinismo y desfachatez, a desmontar toda la
seriedad que rodea a ese mundo patrimonio exclusivo de intelectuales, revelando
sus vergüenzas, contradicciones, absurdos y estúpidas rencillas.
Epicuro (341-270 a.C.) fue un filósofo griego de segunda división –al menos es lo que dan a entender los textos académicos, siempre más atentos con las figuras de Sócrates, Platón o Aristóteles- que dio su nombre al epicureísmo. Tal y como Messner-Loebs trata de explicar en el comic, sus doctrinas eran algo más elaboradas que ese simple eslogan al que suelen verse reducidas: “Haz en la vida lo que te haga sentir feliz”. En esta primera novela gráfica, el sufrido Epicuro aparece acompañado por su amigo Platón (429-347 a. C.) y el aún niño Alejandro de Macedonia (356-323 a.C.).
Un rápido vistazo a las fechas en las que vivieron esos personajes
históricos nos revela que no fueron contemporáneos: Epicuro nació cuando Platón
ya llevaba varios años muerto, mientras que Alejandro murió cuando Epicuro
tenía catorce años. Pero habida cuenta de que no estamos ante un comic con
pretensiones históricas, no es este un detalle importante y sí, en cambio,
aporta una divertida dinámica entre los protagonistas. Es más, la trama va
incorporando en diferentes escenas a otros pensadores griegos muy alejados
entre sí en la cronología real de nuestra Historia, como Hesíodo, Sócrates o el
inventor Herón de Alejandría.
Está claro que William Messner-Loebs conoce la historia de
Grecia y de sus filósofos, pero prefiere prescindir del rigor académico en aras
de construir un argumento con el que enseñar –sin caer nunca en el abierto
didactismo- y divertir. Es más, no tiene inconveniente en convertir a los
propios dioses y personajes mitológicos griegos en motores de la trama. Y es
que a pesar del escepticismo que domina su pensamiento y tras un primer tercio
de la obra dedicado a ponernos en contexto y presentar a los personajes,
Epicuro –junto a Platón y Alejandro- se ve arrastrado involuntariamente a
intervenir en las maquinaciones e intrigas internas de los dioses,
concretamente en el secuestro de Perséfone, hija de Démeter, por parte de
Hades, el señor del inframundo. El giro “sorpresa” es que, tal y como descubren
los desconcertados protagonistas, la muchacha se ha fugado con Hades gustosamente.
Este punto puede ser problemático por dos razones. En primer lugar, porque esta
versión del mito ya ha sido planteada por otros escritores modernos así que no
puede decirse que sea particularmente original. Pero, sobre todo, porque diluir
con humor un mito clásico en cuyo núcleo hay una violación, puede herir no
pocas sensibilidades modernas.
Sin embargo, el principal obstáculo que probablemente
encontró este comic fue el ir dirigido a un público muy concreto cuyo perfil no
era el mayoritario en Estados Unidos. Para exprimir todo su significado y
humor, se requiere saber algo más que lo básico de cultura y filosofía clásica
y mitos griegos. Algunas bromas son efectivas para un amplio rango de humor y
hay una dosis suficiente de bufonadas físicas de las de toda la vida; pero
otros chispazos humorísticos serán considerablemente herméticos para quien no
disponga de esos conocimientos. Por otra parte, conocer lo sustancial de los
personajes (ya sean centrales como Epicuro, Platón o Alejandro Magno) o secundarios
(como Sócrates, Filipo de Macedonia o Aristóteles), hace que resulte mucho más
divertido ver cómo los autores expulsan irreverentemente de sus ilustres
pedestales a esas grandes figuras de la Historia que con tanto respeto suelen
aparecer retratadas en los libros de divulgación y textos escolares.
Y es que, a pesar de que la intención primordial de
Messner-Loebs y Kieth probablemente no fuera nunca la educación, la obra sí
tiene valor como saludable herramienta con la que cultivar el espíritu crítico,
en el sentido de cuestionar abiertamente lo asumido como territorio intocable
de la Alta Cultura. Así, Platón es retratado como un joven ingenuo y entusiasta
que trata patéticamente de impresionar a Sócrates con sus peregrinas ideas
sobre una cueva y unas sombras; el propio Sócrates es retratado como un
arrogante pagado de sí mismo que sólo se rodea de retrasados mentales para
destacar aún más; Alejandro es un niñato ignorante y violento que no piensa más
que en matar y violar; Aristóteles es soberbio y condescendiente; los sofistas
se limitan a jugar y agredirse con las palabras sin llegar a parte alguna… En
toda esa ceremonia de la confusión filosófica, el racional y humanista Epicuro
parece ser el único faro de sensatez por mucho que sus colegas lo miren por
encima del hombro o se rían de su pretensión de fundar una escuela de filosofía
para alumnos de ambos sexos y toda condición social.
En cuanto al dibujo de Sam Kieth, es posible que su personal estilo, inspirado a partes iguales por Bernie Wrightson y Arthur Suydam, divida también a los lectores. Tiene un marcado estilo caricaturesco combinado con una gran atención por el detalle, lo que hace que algunas de sus figuras resulten un poco extrañas, incluso grotescas, pero su dinamismo y capacidad para el humor así como sus originales composiciones de página compensan sobradamente sus carencias.
La segunda novela gráfica, “Los Muchos Amores de Zeus”
(1991), sigue las mismas líneas que la primera, si bien el dibujo de Kieth está
algo más descuidado. Volvemos a encontrar al mismo reparto de anacrónicos
personajes, la mezcla de filosofía y mitología, las bromas eruditas y el
slapstick. Por tanto, valen para este volumen las mismas virtudes y los mismos
defectos que en el anterior. De nuevo, el guion de Messner-Loebs es culto, sí,
pero a riesgo de volverse oscuro para muchos lectores (especialmente, imagino,
entre los norteamericanos, más alejados de la cultura griega que nosotros en
Europa). No es un comic apto para todos los gustos, pero si se consigue conectar
con él, probablemente proporcionará un rato divertido. Al fin y al cabo, no es
necesario ser un entendido en las abstrusas teorías pitagóricas sobre los
números para reírse del caos que provoca Epicuro cuando interrumpe maliciosamente
uno de los rituales de los seguidores de esa filosofía.
De todas formas e igual que se nota cierto descenso en la
calidad de dibujo de Kieth, esta segunda entrega tampoco ofrece el mismo nivel
de originalidad y agudeza de la primera. Da la impresión de que Messner-Loebs
encajó su mejor material en aquélla, quizá sin esperar que fuera a existir un
volumen adicional y ni la premisa, ni las situaciones ni la estructura del
argumento, están a la misma altura.
“Los Muchos Amores de Zeus” ofrece lo que su título sugiere. Epicuro, Platón y Alejandro van encontrándose con una retahíla de mujeres que han sido seducidas sexualmente –o directamente violadas- por el señor de todos los dioses que, como es sabido, era un notorio y desconsiderado mujeriego. La mitología griega nos enseña que esas pobres víctimas de los encantos de Zeus solían acabar bastante mal, pero aquí Messner-Loebs opta por darles una salida más amable, quizá compensando el ambiguo secuestro de Perséfone en el volumen anterior. Epicuro y sus compañeros emprenden la búsqueda de Zeus –que resulta ser una deidad patética: obeso, calvo y perpetuamente deprimido-, para obligarle a enmendar los agravios infligidos a sus “conquistas” femeninas.
El recorrido de Epicuro se completaría más tarde con una
historia corta en blanco y negro publicada en el número 3 de la antología “Fast
Forward”, editada por Piranha, “Cabalgando el Sol”, en el que se mezclaban las
historias de Faeton, el hijo de Apolo que montaba el carro de su padre guiando
al Sol; y la de Casandra, la princesa troyana maldecida con el don de
profetizar sin ser jamás creída. Messner-Loebs incorpora otra figura histórica
–de nuevo, anacrónica-: Homero, el cual le permite introducir una reflexión
sobre la relación entre los eventos históricos y el relato de los mismos y cómo
lo que se escribe y perdura para la posteridad no necesariamente guarda
parecido con la realidad. Una historia adicional de 36 páginas, destinada a ser
el tercer volumen de la serie, recibió el título de “Los Chicos de Helena”,
centrada otra vez en la diferencia entre la verdad y las leyendas con el
trasfondo de la Guerra de Troya, añadiendo de paso otros mitos, abordándolo con
el mismo tono irreverente que las entregas anteriores y con un dibujo que revela
la deriva hacia lo grotesco y surrealista que ya estaba apoderándose del estilo
de Sam Kieth y que alcanzaría sus máximas cotas poco después en series como
“The Maxx” (1993).
Ese tercer álbum nunca llegó a ver la luz dado que Piranha
Press cerró en 1994. Aunque nunca se aspiró a que ese sello fuera un
superventas, lo cierto es que ninguno de los comics que lanzó llamó lo
suficiente la atención entre los lectores como para justificar su
supervivencia. Los críticos sí mostraron más interés y llegaron a premiar con
un Eisner a “Por Qué Odio Saturno” (1990), de Kyle Baker. Pero aquello no
bastaba y en 1993, Piranha Press era rebautizada como Paradox Press,
sustituyendo en el puesto editorial a Mark Nevelow por Andrew Helfer y Bronwyn
Carlton. Aunque bajo su sello seguirían publicándose comics adultos de cuidada
factura (como “Una Historia de Violencia” o “Camino a la Perdición”, ambas
llevadas al cine), la faceta más experimental de DC pasó a canalizarse a través
de Vértigo.
Diez años después, en 2003, Cliffhanger!, un sello de Wildstorm, publicó un integral de todo “Epicurus el Sabio”, incluyendo aquella inédita tercera novela gráfica. Dado que esa editorial desapareció en 2010, serán los autores, que siguen siendo propietarios de los derechos, quienes decidan cuándo y cómo se recupere su obra de nuevo.
“Epicuro el Sabio” es claramente una obra salida del cariño
de ambos creadores y que ha sido tachada por algunos de ejercicio de
autoindulgencia, un comic realizado sin consideración alguna a la
comercialidad. Es cierto que, como mínimo, se trata de un tebeo arriesgado en
tanto en cuanto se aleja del mainstream americano, no tanto en su dibujo como
en su planteamiento; pero después de todo y como indiqué al principio, ésa era
precisamente la razón de ser de Piranha Press. “Epicuro” mezcla la mitología,
el sexo, la filosofía y la aventura, pasándolo todo por el tamiz de la sátira y
el humor, apelando al lado más intelectual del niño que todos llevamos dentro y
asumiendo que el lector es más inteligente de lo que habitualmente se piensa.
Es cierto, no obstante, que, aunque los argumentos propiamente dichos son
lineales y bastante sencillos y que hay un poco de humor para todos los gustos,
sólo el lector con cierto bagaje de cultura clásica entenderá plenamente la labor
de deconstrucción de figuras históricas y mitológicas que llevan a cabo los
autores.
Totalmente de acuerdo contigo menos en lo de las violaciones. Pero no vamos a debatir sobre eso. Sólo decir que así espantas sin razón a cualquiera que quiera saber de cultura griega. Este cómic es magistral porque Messner es totalmente irreverente sabiendo muy bien de lo que habla. Lo admirable viene tanto de que presenta las cosas de forma cómica sin faltar a la verdad, y de que en vez de optar por el típico blanqueamiento pone a los personajes como se intuye por las fuentes que fueron. Sócrates ahora nos parecería un arrogante, Platón un ingenuo puritano y Aristóteles un pedante intelectual. Lo difícil aquí es saber lo suficiente como para poder dejar de lado los prejuicios de nuestra cultura y poder apreciar el retrato jocoso pero certero, y por eso singular, de un mundo del que venimos que era muy diferente del nuestro.
ResponderEliminarJusto fue mi caso. Apasionado desde niño por la mitología clásica, ver todos los guiños y las reinterpretaciones fue muy agradable e insólito. Son unos álbumes de los que guardo un gran recuerdo, no sé si al releerlos notaría los defectos que mencionas, pero para mí es un tipo de cómic necesario, pues no asume el mínimo común múltiplo de los lectores
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