“Sandman” es una de esas obras a las que suele aplicarse el término de “inclasificable”. Y con buen criterio, porque se trata de una colección que toca tal variedad de temas y personajes, que se desliza con tanta facilidad hacia atrás y adelante por el tiempo y el espacio, que resulta harto difícil resumirla.
Desde que en 1939 se presentara el primer héroe en llevar el nombre de Sandman, (concretamente en “Adventure Comics” nº 40, escrito por Gardner Fox y Bert Christman) han existido tres versiones diferentes del personaje.
El primer Sandman fue el millonario playboy Wesley Dodds, quien destinó parte de su fortuna a desarrollar un gas que funcionaba tanto como suero de la verdad como agente somnífero y que


El segundo Sandman lo crearon Joe Simon y Jack Kirby con un formato de superhéroe más tradicional para el título del mismo nombre que debutó en 1974. Aquí, el protagonista era el guardián de nuestros sueños y su trabajo consistía en evitar que los villanos los utilizaran para sus propios fines. Tebeo mediocre hasta para los estándares de los setenta, fue cancelado en 1975 tras sólo cinco números.
Y, por fin, llegamos a la última y -con abismal diferencia- mejor versión del personaje. Aunque a decir verdad, tiene tan poco en común con las anteriores que cuesta relacionarlos más allá del nombre.
A mediados de los ochenta, DC Comics había comenzado una profunda renovación de su complejo

Moore hizo algo más: abrir los ojos a los editores norteamericanos respecto al potencial historietístico de Gran Bretaña, un país con el que compartían lengua pero cuyos artistas y escritores bebían de una tradición cultural y estética muy diferente a la estadounidense. Todas las editoriales de comic books americanas–pero especialmente DC- empezaron a rastrillar el mundo del comic británico a la búsqueda de jóvenes talentos capaces de profundizar en la línea adulta e intelectual abierta por su compatriota Alan Moore. Neil Gaiman fue uno de ellos.

A Gaiman le atraía el mundo de los sueños y se barajaron, entre otros muchos, personajes como el Fantasma Desconocido o Demon. Pero la editorial tenía otros planes para ellos y Berger hubo de responder que no a esas sugerencias…excepto a una: Sandman. Eso sí, Gaiman debía crear uno nuevo y ajustarse al formato de serie mensual, desafío al que el guionista se enfrentaba por primera vez. Según el propio Gaiman: “Recuerdo que sufríamos los efectos de un huracán mientras yo intentaba escribir la propuesta de guión. Estuvimos casi dos semanas sin electricidad y me pase el tiempo pensando. Cuando volvió la luz me puse a trabajar y llené cuarenta páginas de argumentos que cubrían los

Y lo que hizo fue una serie concebida originalmente como adscrita al género de terror e inserta en el Universo DC tradicional, pero que en menos de un año se desvincularía totalmente de esos parámetros para abrir un nuevo camino muy personal. Y con tanto éxito que cuando se abrió la línea de comics adultos de DC bajo el sello Vértigo, “Sandman” no sólo se convirtió en su buque insignia, sino en la obra que redefiniría la fantasía y abriría nuevos caminos a la imaginación más culta.
A diferencia de la mayoría de obras del género fantástico, “Sandman” no se desarrolla en un mundo concreto, sino que existe en el indefinido y cambiante Reino de los Sueños y en cualquier otra realidad a la que se pueda acceder a través de un sueño; que es tanto como decir cualquier tiempo y lugar. Así, encontramos episodios ambientados en la Nueva York actual, o en el reino de las Hadas, o en París en tiempos de la Revolución Francesa, o en las profundidades del Infierno, o en un desierto asiático en el siglo XIV, o en la antigua Grecia…

De hecho, el principal tema que subyace en los 75 números de que consta “Sandman” es el arte de



Sandman no está solo en ese universo invisible a nuestros ojos. Como el propio Morfeo, sus hermanos, Muerte, Destino, Deseo, Desesperación, Delirio y Destrucción, son encarnaciones vivas y conscientes de determinados aspectos universales y viven en sus propios reinos desde los que ejercen sus respectivas funciones. Conocidos colectivamente como Eternos, son seres de gran poder y cada uno de ellos intervendrá y jugará un papel más o menos relevante en la colección de Morfeo.
PRELUDIOS Y NOCTURNOS

Sin duda, los lectores encontraran abundantes motivos de sorpresa y disfrute en los primeros números de la colección, pero resulta imposible soslayar la influencia de Alan Moore y cualquiera que relea la legendaria “Cosa del Pantano” escrita por ese guionista británico identificará la receta que siguió Gaiman en esta primera saga: una búsqueda en el ámbito esotérico/místico del universo DC, la revitalización adulta de un viejo personaje, misterios procedentes del pasado, la utilización de superhéroes como pintorescas figuras de fondo (Scott Free/Mr.Miracle, J´onn J´onzz/Detective Marciano, el Espantapájaros, el Doctor Destino) y un estilo literario más elaborado y poético de lo habitual en el comic mainstream americano.

Esto no quiere decir que los números 1 al 7 sean mediocres, ni mucho menos. La saga ofrece

En realidad, la extraña cualidad y textura de esos primeros episodios les ha permitido sobrevivir al paso del tiempo mucho mejor que otros títulos de la época. Es más, gracias a la popularidad que cosechó “Sandman” a comienzos de los noventa y la fama que desde entonces fue ganando Gaiman en el mundo literario y cinematográfico, “Sandman” parece congelado en una burbuja atemporal. A ello contribuyó también el hecho de que, aunque algunos de esos números iniciales sí tienen una estética propia de los noventa del siglo pasado, la mayor parte de los setenta y cinco episodios de la colección consisten en flashbacks de cientos de años o inmersiones en el terreno del mito y la leyenda.
En este sentido es preciso hablar del dibujante que dio cuerpo gráfico a Sandman: Sam Kieth.

Aunque “Sandman” fue claramente una serie de autor y éste fue su guionista Neil Gaiman, muy posiblemente no hubiera alcanzado el grado de fenómeno cultural si Sam Kieth hubiera permanecido como dibujante regular. La entrada de Dringenberg le dio un tono más atractivo, más acorde con los tiempos, más cercano al lector y, especialmente, al público femenino. Con todo, y esto es una opinión personal, prefiero el dibujo de Kieth al de Dringenberg. Kieth

Pero, y repito, si Kieth se hubiera quedado en “Sandman” y dibujado “El Sonido de sus Alas”, este episodio no habría tenido la misma repercusión en el gran público. Su versión hubiera sido seguramente fascinante, pero también más grotesca, más caricaturesca incluso, en lugar de urbana y sencillamente bella. Parece ser que Kieth abandonó la serie antes de tiempo porque pensaba que Dringenberg era un ilustrador mejor que él y le avergonzaba verse incapaz de plasmar adecuadamente lo que Gaiman describía en sus guiones. Resultó ser la decisión acertada para todos los involucrados, pero sigo pensando que el trabajo de Kieth para los primeros números de la serie tiene un especial encanto. Su principal “fallo” como colaborador de Neil Gaiman en una colección como “Sandman” fue que no dibujaba los personajes para que se pareciesen al mismo Gaiman. Dringenberg sí. Sus figuras se asemejaban a las mismas personas que visitaban las tiendas y locales a los que acudía el propio Gaiman; y cuando ocurre que el guionista es tanto o más famoso y apreciado por los fans que sus personajes,

Y, naturalmente, es preciso destacar las portadas de Dave McKean, artista que se ocupará de ilustrarlas en todos y cada uno de los números que duró la serie. Sus composiciones, estilizadas y enigmáticas, se convirtieron inmediatamente en uno de los rasgos más característicos de la colección. Por otra parte, la fuente de letra y la rotulación de los diálogos se utilizaron para definir ciertos aspectos de los personajes, algo que no se había hecho hasta entonces de esa forma.
Neil Gaiman comienza su labor en “Sandman” con un primer número doble. En él se presenta a Roderick Burgess, aspirante a Magus o Gran Brujo, que intenta capturar a la Muerte para obligarla a concederle la inmortalidad. Pero comete un error y acaba atrapando a Sueño (el titular de la serie, en la que, curiosamente, apenas se le llama Sandman). Éste no dice una palabra durante la mayor parte de ese primer episodio. Una opción valiente por parte de Gaiman: podría haber seguido los pasos de los comics de Moore y recurrir a la secuencia

Gaiman utiliza el largo cautiverio de Morfeo como motor de toda la colección. Él era el encargado de mantener bajo control el inestable mundo de los sueños y tras liberarse de su aprisionamiento pasará buena parte del resto de la serie tratando de solucionar los desajustes que su larga ausencia ha provocado en el Sueño. Quizá aún más importante que el cautiverio sea el que Gaiman nos muestre lo que ocurre cuando Morfeo no está ejerciendo sus funciones: trastornos generalizados en los periodos de vigilia y sueño. La pérdida del Sueño significa, en buena medida, la pérdida de las historias. Y si “Sandman” trata de algo es sobre el poder de las historias. Toda la colección es como una larga peregrinación en el curso de la cual los caminantes van intercambiando relatos. Gaiman construye una estructura marco que le permite narrar una impresionante cantidad de cuentos ambientados

En el segundo número Gaiman presenta a Cain y Abel, viejos personajes de DC, guardianes respectivos de la Casa del Misterio y la Casa de los Secretos, dos enclaves del Reino del Sueño. Alan Moore los había usado –y añadido una nueva dimensión a sus antiguos papeles como anfitriones de sus difuntas colecciones- en “La Cosa del Pantano”. Gaiman los retoma donde Moore los dejó. Morfeo es, en términos del comic, el heredero de la tradición que la DC instituyó con Caín y Abel. Tiene mucho más en común con ellos que con los otros superhéroes que bajo el nombre de “Sandman” aparecieron antes en el universo convencional de la casa. De hecho, tal y como Gaiman nos cuenta en el primer arco argumental, el Sandman de la Edad de Oro y el de los años setenta aparecieron a resultas del cautiverio del verdadero: al hallarse Morfeo ausente, otros, aunque involuntariamente, se hicieron cargo de algunas de sus responsabilidades.
Sueño es sobre todo un recurso narrativo a través del cual Gaiman puede explorar un amplísimo

Tras escapar de su cautiverio, Morfeo debe recuperar los objetos de poder que le fueron arrebatados por sus captores y, con ellos, reconstruir su reino extradimensional y retomar sus funciones de vigilante de los sueños. Los números 3 y 4 integran en la colección a una creación genuina de Alan Moore, ese extraño brujo urbano llamado John Constantine. Tras mostrarnos cómo la magia puede ser utilizada también como una droga, la historia lleva a Morfeo

El resto de este arco argumental está compuesto por historias en las que, como ya he apuntado, Gaiman sigue la línea de Alan Moore en “La Cosa del Pantano”. Lo mismo que éste hizo con Woodrue, el Hombre Florónico, Gaiman lo hace con John Dee, el Doctor Destino. Es como si Gaiman hubiera aplicado el mismo molde que Moore a la historia de Morfeo y se hubiera preguntado: Si el Hombre Florónico es la corrupción de lo Verde convertido en enemigo de la Humanidad, ¿cuál sería el equivalente en el mundo de Sueño? La respuesta vino en la forma de un viejo enemigo de la Liga de la Justicia, el Doctor Destino, que en los comics de la Edad de Plata utilizaba un artefacto llamado Materioptikon para crear realidad a partir de los sueños. En la versión de Gaiman, el monstruoso y decrépito Dee organiza un escenario de

Con posterioridad a los números 5-7, en los que la influencia de “La Cosa del Pantano” es evidente, “Sandman” ya no vuelve a alcanzar los mismos niveles de terror. Recupera trazos de ese género ocasionalmente, pero sin abandonar ya su deriva hacia la “dark fantasy”. Gaiman siempre tuvo un espíritu mucho más afín a las ensoñaciones románticas de Lord Dunsany que a los relatos de terror hiperviolento al estilo de Clive Barker.
Y plasmando esa ruptura con Alan Moore y el género de terror, actuando como epílogo del primer arco argumental y anuncio de lo que estaba por venir, Gaiman nos ofrece el ya mencionado número 8, “El Sonido de sus Alas”. Se trata de una historia fundamental en la serie que ha sido reimpresa y comentada innumerables veces.

La caracterización que Gaiman hace de Muerte –y su representación gráfica a cargo de Mike Dringenberg- ofrece un bienvenido y chispeante contraste a la siempre adusta figura de Sueño. Su aspecto desenfadado y optimista personalidad cautivaron a miles de lectores, que la adoptaron como su personaje favorito. Muerte no sólo no se retrata como el enemigo definitivo más terrible imaginable, sino que se constituye como la fuerza más generosa, amable y bienvenida de toda la colección, lo cual, además de una aproximación muy original a la mortalidad, pone de manifiesto el talento de Gaiman.
Morfeo, a través de la experiencia de acompañar a su hermana en su tarea, recuerda quién es él y

Sueño había permanecido cautivo 70 años y consiguió escapar sólo para verse inmerso en una concatenación de horribles situaciones. Este tranquilo y emotivo número le da tiempo para reflexionar, intercambiar cariñosas pullas con su hermana y pensar en el futuro. Pero Gaiman hace algo más: enfrenta la Vida y la Muerte y nos recuerda el poder inherente al Sueño, no sólo en la serie, sino como concepto en sí mismo. Y no lo hace de forma pretenciosa o intelectualmente densa, sino con el inmenso carisma y encanto que destila la “joven” Muerte.
“El Sonido de sus Alas” supone el verdadero renacimiento de Morfeo, cuyas heridas aunque siguen abiertas ya no sangran. Con este episodio Gaiman lo pone en el centro de la acción y establece el verdadero punto de arranque en lo que al auténtico espíritu de la colección se refiere.
(Continúa en la siguiente entrada)
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