(Viene de la entrada anterior)
En este punto, la serie ya parecía apuntar a un esquema claro que consistía en alternar una aventura de ciencia ficción (“El Trío de lo Extraño”, “La Forja de Vulcano”) con otra centrada en un misterio, con o sin componentes tecnológicos (“El Órgano del Diablo”, “Mensaje para la Eternidad”). Esto le proporcionaba a Leloup una gran flexibilidad y le permitía abordar, sin perder coherencia, todos los temas que eran de su interés. Para su sexto álbum y atendiendo a las peticiones de muchos lectores, recuperó a los vineanos, los alienígenas –aunque tras miles de años viviendo en la Tierra esa denominación bien puede considerarse inexacta- a los que Yoko, Vic y Pol había ayudado en dos ocasiones. Ahora, en “Los Tres Soles de Vinea” (1976), se preparaban para regresar a su planeta de origen.
Tal y como se explicó en el primer álbum, millones de años atrás, los soles del planeta Vinea, en la galaxia M33, iniciaron un proceso que acabaría tornando el planeta inhabitable, obligando a sus habitantes a preparar la evacuación del mismo. Sin embargo y habida cuenta de la envergadura de la misión, sólo les dio tiempo a lanzar un puñado de naves transportando en su interior miles de vineanos hibernados junto a todo lo necesario para establecerse en otros mundos. Como ya se vio en “El Trío de lo Extraño”, los que llegaron a la Tierra hace milenios se asentaron en el subsuelo, escavando cavernas, dejando a la mayor parte de los colonos dormidos y manteniendo su existencia secreta para la especie humana. El intento de salir a la luz que tuvo lugar en “La Forja de Vulcano” no salió como se esperaba y no deseando entablar un conflicto con los humanos por el territorio, decidieron al término de ese álbum regresar a su planeta natal.
Khâny se resiste a decir el adiós definitivo a sus tres amigos terrestres y contacta con ellos, los lleva a una nave en órbita y les propone visitar la estación espacial que milenios atrás quedó establecida cerca de los anillos de Saturno como “puerto de llegada” desde Vinea. Gracias a la avanzada tecnología de su pueblo, el viaje al gigante de los anillos no dura meses sino tan solo unas cuantas horas. Y la verdadera sorpresa llega cuando la joven vineana les propone acompañarla a su planeta origen como parte de un equipo de reconocimiento que valore su habitabilidad, ya que su experiencia como terrestres de superficie les puede resultar de utilidad. Por supuesto, el trío accede e, hibernados y viajando a velocidades superiores a la de la luz –gracias a un sistema que Leloup explica de forma no del todo convincente-, llegan a su destino al cabo de dos meses. Allí, se encuentran con que el cataclismo total no llegó a culminarse y el sistema estelar binario se ha estabilizado. Eso sí, el planeta ha experimentado una transformación profunda y ha quedado dividido en dos hábitats climáticos según su exposición a cada uno de los soles.
El grupo comienza a explorar la superficie a bordo de lanzaderas. No queda rastro de las antiguas ciudades, hundidas milenios atrás en profundas simas a consecuencia de movimientos tectónicos colosales que tuvieron lugar durante la crisis que obligó a lanzar las naves de exilio, pero no tardan en encontrar grandes instalaciones de control del clima y, poco después, descendientes de los antiguos vineanos que sobrevivieron y que ahora viven de forma muy básica aunque bien adaptada al entorno, habiendo perdido el conocimiento tecnológico de sus ancestros, a los que consideran prácticamente leyendas. A través de ellos descubren la existencia de una enorme torre en mitad de un páramo que consideran hogar de algún tipo de deidad que periódicamente les envía naves no tripuladas para vigilarlos. Y allí, infiltrándose en el edificio, se encuentran con otra sorpresa: otra parte de la población vineana quedó en hibernación en esta estructura, supervisada por una inteligencia artificial.
Para alguien tan meticuloso como Leloup, abordar una historia de CF puede suponer una liberación de las exigencias de documentación que requiere otra narración que esté ambientada en nuestro mundo y época. Pero al mismo tiempo se le plantean otros desafíos no menores. Por una parte, ha de diseñar el entorno alienígena, tanto físico como tecnológico, de forma coherente, verosímil y exhaustiva. Y, por otra, ha de alcanzar un delicado equilibrio: la civilización extraterrestre debe ser lo suficientemente avanzada como para despertar el sentido de lo maravilloso y justificar todo lo que de ella se nos ha contado (su abandono del planeta en grandes naves que viajaron millones de años por el espacio, su establecimiento en el subsuelo terrestre, su manipulación de las enormes fuerzas geotérmicas…) pero no tanto como para que Yoko y sus amigos queden totalmente marginados y superados por la situación.
Este problema era ya algo con lo que ya había tenido que lidiar el autor. En las dos aventuras previas con los vineanos, Yoko lideraba la acción, pero nunca era quien tomaba la decisión final ni disponía del mismo conocimiento que sus anfitriones, de los que dependía para casi todo. Su propia lógica a menudo la lleva a asumir riesgos que sus compañeros vineanos, conocedores del entorno en el que se mueven y la tecnología de la que disponen, no considerarían siquiera. Khâny es la mentora de sus amigos terrestres y quien casi siempre articula las explicaciones necesarias para entender lo que ocurre y por qué, un papel que la hace más madura a ojos del lector de lo que en realidad es. Para Leloup, Yoko es el complemento humano de Khâny, como si fueran dos gemelas que aprenden y evolucionan en sus respectivas y muy diferentes vidas con cada aventura que comparten, aunque no sería sino con el correr de los años que las personalidades de ambas irían perfilándose más.
“Los vineanos eran bastante fríos al principio”, cuenta Leloup, “prácticamente carecían de emociones, eran eficientes pero impersonales, como abejas en una colmena. Inventé a Poky para mitigar esa rigidez y aportar un poco de frescura y juventud a un mundo excesivamente organizado. Pensé que sería un personaje menor pero que ayudaría a aligerar la vertiente técnica. Luego, me di cuenta de que los niños se identificaban con ella y fue entonces cuando empezó a existir de verdad (…) Khâny se humaniza a través de los peligros que afronta junto a Yoko y la amistad que comparten. Llora por primera vez en este episodio, cuando reconoce en la voz de la inteligencia artificial a la de su padre. Fue una emoción que yo mismo sentí profundamente cuando la plasmé en el guion. Tenía grabada la voz de mi abuela y escucharla cuando ella ya no estaba con nosotros, siempre me afectó. Estaba muerta, pero su voz permanecía…”.
Leloup siempre se aseguró de que sus historias terminaran mejor de lo que lo hubieran hecho en el mundo real, aportando algo de optimismo y esperanza en el futuro. Así, Khâny y Poky (que aquí descubrimos que son hermanas, no madre e hija) se reúnen al final con la madre de ambas, que había permanecido en hibernación desde que la nave de Khâny partió de Vinea. Ello da lugar a la curiosa circunstancia de que la madre tiene la misma edad que ahora tiene Khâny –de hecho, físicamente son casi como dos gotas de agua-; mientras que Khâny y Poky son gemelas, debiéndose su diferencia de edad actual a que la primera fue despertada de su hibernación quince años antes que su hermana.
Leloup vuelve a ofrecer aquí un alarde de talento a la hora de diseñar todo tipo de naves, maquinarias y vehículos, desde lanzaderas atmosféricas a estaciones espaciales pasando por deslizadores, infraestructuras de control climático o robots. Pero por desgracia, sigue sin profundizar en la cultura vineana en cualquiera de sus formas. En cuanto a los vineanos exiliados en la Tierra, continuamos sin saber nada de su organización social, su sistema de gobierno, sus creencias y valores, etc. Y el pueblo que encuentran en la superficie de Vinea apenas sale tres páginas antes de que los protagonistas continúen viaje. El villano, por su parte, es interesante y le sirve al autor para animar a mirar más allá de las apariencias y evitar los razonamientos simplistas. Y aunque hoy ya estemos saturados de historias de inteligencias artificiales o conciencias transferidas a ordenadores, en 1976 no lo era tanto y, de hecho, se parece bastante al V´ger que tres años después se enfrentaría a la Enterprise en “Star Tek: La Película” (1979).
Ciertamente, las historias de “Yoko Tsuno”, no tienen la sofisticación, profundidad y ambición que algunos lectores adultos modernos podrían desear, pero es que jamás pretendieron ser más de lo que siempre fueron: aventuras dirigidas sobre todo a un público juvenil, con historias lineales que progresan de forma lógica, sin derivaciones ni florituras narrativas, y con unos personajes básicos pero también –y como era de esperar por su época, trayectoria del autor y soporte de publicación- con un enfoque positivo y humanista. Esto es lo que hay que valorar a la hora de abordarlos y dejarse llevar por el sentido de lo maravilloso y la épica de la aventura espacial que tan bien suscita Leloup en esta entrega, con viajes a otras galaxias y planetas, tecnologías maravillosas y mundos enteros repletos de misterios por descubrir.
En “La Frontera de la Vida” (1977), Leloup regresa a la ambientación germana, concretamente a la ciudad de Rothenburg ob der Taub, una localidad del norte de Baviera que parece arquitectónicamente congelada en el siglo XVI, aunque en realidad fue reconstruida tras los bombardeos aliados que sufrió en la Segunda Guerra Mundial, un oscuro momento de la Historia reciente que juega un papel central en la trama.
Yoko llega a ese apacible pueblo atendiendo a una invitación de Ingrid Hallberg, la rubia organista a la que tanto habían ayudado ella y sus compañeros en “El Órgano del Diablo”. Pero se encuentra con que su amiga está en cama, en la casa de sus tíos, aquejada de una misteriosa pérdida de sangre. Y, para colmo, no había sido ella quien la había invitado. El responsable resulta ser su primo Rody, que, preocupado por la situación y sabedor del arrojo y perspicacia de Yoko, confía en que pueda ayudarle. Y es que está convencido de que la extraña anemia de Ingrid, de la que parece recuperarse una semana sólo para recaer la siguiente, está provocada por un vampiro.
La guardia que monta Yoko por la noche da resultado: una figura vestida con un traje oscuro y con el rostro oculto por una máscara, está extrayéndole sangre a Ingrid. Tras ese descubrimiento, se produce una persecución nocturna por el desierto pueblo en la que intervienen Yoko, el “vampiro” a la fuga y un puñado de secuaces de éste y que culminará con el descubrimiento de un sofisticado laboratorio biomédico bajo el medieval pueblo. Ante el peligro que corre Ingrid, Yoko llama a Vic y Pol, que se presentan en la población para ayudar en una investigación que terminará desvelando una oscura tragedia familiar que se remonta a los días de la Segunda Guerra Mundial y que desembocó en un cuestionable experimento médico secreto que un padre lleva décadas practicando sobre su propia hija (algo que, de manera un tanto torpe, se revela ya desde la misma portada).
Aunque “La Frontera de la Vida” probablemente no pueda ser considerada como la mejor aventura de Yoko, sí se cuenta entre las más adultas habida cuenta de que en ella encontramos ladrones de sangre, incapacidad de asumir la muerte de los seres queridos, traumas emocionales provocados por la guerra, profanaciones de tumbas, niños víctimas de la locura de sus mayores y turbias relaciones familiares. Hasta este momento, no se habían visto temas tan serios y un tono tan oscuro en el creciente universo de Yoko Tsuno. Es, también, la única vez en que la veremos recibir una bala y estar en el mismo umbral de la muerte.
Leloup mezcla con acierto los tiempos (el pasado y el presente) y los mundos (el de las leyendas y el de la alta tecnología) para darle al misterio una atmósfera irreal, casi pesadillesca, que impregna una intriga que comienza como una fantasía terrorífica para transformarse en un thriller científico: por una ciudad medieval amurallada, con un trasfondo de antiguos edificios, torres, iglesias y calles empedradas, acecha una figura vampírica con el rostro oculto por una máscara de gas y que conduce un Ford Mustang. Leloup no sólo construye una perfecta escena de persecución nocturna rebosante de ritmo y suspense, sino que, gracias a su meticuloso dibujo y montaje, sumerge al lector de lleno en dos ambientes tan distintos como el de la ciudad de Rothburg, con sus construcciones de piedra y tejados de madera, y el avanzado laboratorio médico que se oculta bajo la misma. Esa conseguida inmersión puede incluso hacer olvidar algún que otro agujero de guion o lo excesivamente enrevesado que es el árbol genealógico de la familia Schultz, involucrada en el enigma.
Pero el principal punto débil del argumento es el personaje de Kurt. Habiendo dado con una intriga muy eficaz que aborda temas delicados, Leloup la diluye introduciendo un villano del montón, típico producto de la Guerra Fría: el individuo codicioso dispuesto a enriquecerse traicionando a sus colegas y amigos y vendiendo valiosos secretos al bloque soviético. Se nos dice que agentes de un gobierno comunista (probablemente Alemania del Este) habían financiado los experimentos del desesperado Schultz, pero todo ese trasfondo de espionaje científico con motivaciones políticas tiene poco recorrido y consistencia. El propio Kurt exhibe unos injustificados cambios gráficos que, en pocas páginas, transforman su pelo de gris a negro y le hacen perder veinte años. Como de costumbre, la relativa rigidez de las figuras y su muy acartonada expresividad restan intensidad a las escenas tanto de acción como aquellas con contenido más emocional, como cuando Yoko está a punto de morir en el quirófano y sus amigos han de ayudarla.
A pesar de estos defectos, especialmente patentes en la segunda mitad del álbum, “La Frontera de la Vida” sigue siendo uno de los misterios más interesantes de todos aquellos en los que se ha visto envuelta Yoko y el único que concluye con un comentario suyo sobre la posible veracidad de los hechos narrados. A decir del propio Leloup, se inspiró en la historia de la norteamericana Karen Ann Quinlan, que cayó en un coma irreversible en 1975 y cuya familia reclamó el derecho a practicarle la eutanasia.
Puede que la firmeza moral de la protagonista y la escasa caracterización de los personajes secundarios hoy sean vistos como algo negativo por el lector moderno, pero conviene recordar que eso era lo habitual en los comics juveniles de la época, en los que no tenían cabida las angustias existenciales ni las ambigüedades morales tan frecuentes en las ficciones actuales. Pero cargando con esas limitaciones, Leloup no subestima la inteligencia de sus lectores y con esta historia les propone reflexionar sobre los límites y dilemas éticos en el ámbito de la medicina, un tema que hoy sigue tan vigente como entonces o incluso más a tenor de los continuos avances en ese campo.
(Continúa en la siguiente entrada)
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