16 jul 2020

2006- LOS LEONES DE BAGDAD – Brian K.Vaughan y Niko Henrichon


Para mucha gente, las obras protagonizadas por animales parlantes no son más que productos infantiles. En ello sin duda tiene mucho que ver la fuerte impronta que han dejado las películas de Walt Disney en el imaginario colectivo. Pero esa impresión no se acerca en absoluto a la realidad. Desde las Fábulas de Esopo y La Fontaine a “Rebelión en la Granja” de Orwell o “La Colina de Watership” de Richard Adams, los escritores se han servido de los animales para elaborar profundos discursos sobre la naturaleza humana que, conteniendo un nivel narrativo con el que pueden conectar los lectores infantiles, apelan en realidad a los adultos.



Algo parecido ocurre cuando hablamos de comics, porque los animales más o menos antropomorfos han sido utilizados en las viñetas desde sus mismos orígenes no sólo para contar fantásticas aventuras de Mickey Mouse o Pumby sino para elaborar sátiras afiladas sobre la condición humana o la sociedad (“Pogo”, “Liberty Meadows”, “Shoe”), dramas eróticos (“Omaha”), thrillers policiacos (“Blacksad”), comedia costumbrista (“El Gato Fritz”) o incluso el surrealismo más salvaje (“Squeak The Mouse”).

Dentro de esa categoría adulta se incluye “Los Leones de Bagdad”, una novela gráfica publicada en 2006 por DC dentro de su sello Vértigo y que no es, como podría pensarse tras un vistazo muy superficial, una variación de “El Rey León” con trasfondo bélico. De hecho y a pesar de las alabanzas y premios que cosechó (como el Harvey Award al Mejor Álbum), no es un comic que, dada la violencia que contiene, el tema que aborda y su devastador desenlace, pueda recomendarse ni a niños ni a lectores particularmente sensibles.

Abril de 2003. La Segunda Guerra del Golfo está en su apogeo. Las fuerzas estadounidenses bombardean Bagdad, la capital de Irak, destrozando los muros del zoo y permitiendo que escapen los animales. Entre ellos se encuentran cuatro leones: Zill, el macho
adulto; Safa, la matriarca tuerta; la joven Noor y su cachorro, Ali. Al principio, confusos, vagabundean por el interior del zoo, soportando la explosión de algunas bombas y rescatando al joven Ali del secuestro de unos simios. Después, salen del recinto y se internan en la devastada y desierta ciudad en busca de comida. Descubren el cadáver de un hombre (al que toman por uno de los cuidadores del zoo, por lo que se ven incapaces de devorarlo) y a continuación persiguen a una manada de caballos hasta el abandonado palacio de Uday Hussein en cuyo interior mora Fajer, un oso enorme, sádico y violento.

Tras un último momento inspirador, el final es impactante, violento y brusco, con los animales encontrando su fin bajo los fusiles de los soldados. El comic concluye con unas palabras amargamente irónicas: “En abril de 2003, cuatro leones escaparon del zoo de Bagdad durante el bombardeo de Irak. Los hambrientos animales fueron masacrados por soldados americanos. Naturalmente, hubo también otras víctimas”.

Brian K.Vaughan es conocido por su habilidad para coger ideas sencillas y extraer de ellas todo
su potencial, explorando hasta sus facetas más inesperadas. Por eso no es difícil entender que le llamara la atención una noticia menor que publicaron los periódicos en 2003 y en la que se contaba cómo, durante el ataque americano a Bagdad, unos leones escaparon del zoológico y atravesaron la ciudad antes de ser abatidos por los soldados estadounidenses.

Vaughan leyó aquella breve información, una mera anécdota aparentemente intrascendente en el maremágnum bélico, y vió en ella la oportunidad de fusionar dos temas con los que quería experimentar: los comics de animales antropomorfizados, a los que consideraba un pilar de la Historia del medio; y la guerra de Irak, que por entonces constituía un gran motivo de preocupación para él. Así, en esta su primera novela gráfica imaginó los acontecimientos que podrían haber jalonado el corto viaje (la historia se desarrolla en el curso de un solo día) de esas cuatro bestias, adoptando su punto de vista. Pero antes de construir su alegoría (porque eso es lo que en el fondo es este comic), se preocupa de dotar a los protagonistas de personalidades bien diferenciadas perfiladas a través no sólo de sus diálogos sino de sus reacciones ante los obstáculos que se van encontrando por el camino.

Zill es un macho cuya cautividad ha diluido su ferocidad natural. La inesperada liberación no le entusiasma particularmente dado que se encontraba a gusto en su limitado mundo y ahora, confundido, no sabe bien cómo actuar ni asumir el papel de líder que se espera de él. De hecho, cuando se topan con la manada de caballos, es incapaz de atacarlos para comer. Avergonzado, evita admitir que su instinto cazador ha desaparecido admitiendo que está gordo, o argumentando tímidamente que la caza siempre ha sido tarea de las hembras. Safa es la decana del grupo. Un breve flashback nos muestra su doloroso pasado (la pérdida de un ojo y su violación por un grupo de leones), del cual aún lleva las cicarices, tanto físicas como mentales. Cínica y pesimista, está dispuesta a sacrificar su libertad a cambio de seguridad y alimento y por eso y al principo se niega a salir del mundo controlado y exento de amenazas que ha sido el zoo para ella.

Noor, por su parte, es una leona joven y hermosa, sexualmente activa y dominante que anhela una vida libre que en realidad no ha conocido nunca. Es el epítome de “libertad a cualquier coste” aun cuando ignora lo que tal situación conllevaría. Su cachorro Ali representa a la infancia libre de prejuicios, optimista, ingenuo, curioso, rebosante de entusiasmo por el nuevo mundo que se abre ante sus ojos y dispuesto a adaptarse aun cuando pronto entienda la gravedad de los peligros que acechan en esa libertad recién obtenida.

Vaughan escribe esta aventura con emotividad pero sin sensiblería y su talento narrativo es impecable. Como en “Y el Último Hombre” o “Runaways”, destaca en la caracterización de sus personajes, haciéndoles expresarse con inteligencia y naturalidad e insertando giros y escenas realistas que en varias ocasiones se deslizan de forma muy hábil hacia el lirismo, como cuando el cuarteto cruza las puertas del zoo, o Ali descubre lo que es el horizonte.

Como ya he apuntado más arriba, “Los Leones de Bagdad” es, a decir del propio guionista y por encima de una aventura, una alegoría. Pero no una claramente escorada hacia algún bando en concreto ni interesada en articular mensajes partidistas o defender una cierta postura política o filosófica. No pretende analizar el régimen de Saddam Hussein ni tomar postura a favor o en contra del conflicto específico en el que transcurre la acción. Tampoco utiliza las diferentes especies animales para simbolizar grupos políticos o naciones en un intento fútil de trasladar la guerra a un plano fantástico. Lo cual no quiere decir que el comic carezca de mensaje aunque sea indirecto. Y este es el antibélico, mostrando lo difícil que es, desde el punto de vista de los civiles que la sufren, extraer algún sentido a la guerra y que, si algún resultado inequívoco va a obtenerse de ella es la muerte.

“Los Leones de Bagdad” llama al lector a reflexionar sobre cómo la población de Irak vio
cambiar su mundo radical y súbitamente cuando los aviones americanos oscurecieron sus cielos y los tanques ocuparon las carreteras. Los leones, como los iraquíes, son arrojados a una nueva realidad repleta de peligros a los que nunca habían tenido que enfrentarse. Al utilizar animales como personajes, Vaughan fuerza en el lector un cambio de perspectiva: lo familiar para nosotros es lo raro para ellos; y el entorno de un Bagdad destrozado por la guerra evoca una experiencia que sólo pueden comprender plenamente quienes la hayan vivido; e incluso ellos lo tuvieron que encontrar auténticamente extraño.

Lo que sí hace Vaughan es convertir a los personajes en representaciones de ciertos sectores del pueblo iraquí ante la guerra. Noor, la joven leona, ansía escapar de una cautividad en el zoo que la asfixia y trata sin éxito de sumar aliados a su causa. Ella encarna, por tanto, las nuevas generaciones más revolucionarias que querían derrocar a Saddam antes incluso de que los norteamericanos invadieran el país. Safa recuerda “la vida en la Naturaleza” o más bien la inestabilidad crónica que afectaba al país antes de Saddam y, como he mencionado, está dispuesta a sacrificar su libertad a cambio de tener cierta seguridad material y psicológica.

A Zill, Vaughan lo define como un oportunista y vendría a simbolizar el punto de vista de “No me importa si son los americanos o Saddam quien esté al frente. ¿Tengo electricidad hoy? ¿Está mi familia segura hoy? ¿Tengo un trabajo?”. Eso es lo único que le importa. Y, por fin, Ali, el cachorro que nunca ha conocido otra vida que la del zoo. Nació en cautividad y representa a los niños que sólo habían conocido la dictadura de Saddam Hussein. La idea de un mundo diferente es, para ellos, atractiva e ilusionante pero abstracta.

El núcleo de la historia, por tanto, gira alrededor de cómo diferentes invididuos entienden el concepto de libertad, a veces de forma contradictoria. Aunque tampoco aquí hay una declaración nítida al respecto porque
todos los leones argumentan y defienden actitudes con las que podemos coincidir en mayor o menor grado, desde la libertad sin límites hasta la cautividad benevolente. Pero lo que no es la obra es una fábula dado que no hay moraleja. Tampoco Vaughan toma partido ni elabora un discurso moral o ideológico.

Y ello es así porque “Los Leones de Bagdad” no es una historia de enfrentamiento entre dos bandos que defienden posturas o intereses opuestos sino una de supervivencia desesperada en la que se denuncia lo absurdo de la guerra, independientemente de dónde se libre, quién combata, las razones por las que lo hagan ni qué se destruya. Los hombres apenas aparecen y en cualquier caso no se ven sus caras sino solo y parcialmente sus cuerpos y, sobre todo, sus armas (aviones, tanques, bombas, fusiles) así como las consecuencias que su uso tiene sobre los seres vivos y el entorno. Y si el lector siente la muerte de los leones es porque el argumento ha sabido acercarle a ellos, no porque éste los retrate como seres agradables e inofensivos al estilo Disney (de hecho, se deja bien claro que son bestias bastante feroces). Puede que su trágico final sea una anécdota insignificante en comparación con el enorme sufrimiento humano que conllevó esa guerra, pero Vaughan hace tan bien su trabajo que el destino de los leones llega a
importarnos y emocionarnos de verdad, especialmente con el conocimiento previo de que fue un suceso real que terminó fatalmente para los leones.

“Los Leones de Bagdad” no habría sido ni mucho menos la obra que es sin la participación del dibujante Niko Henrichon. Es en no poca medida la calidad y belleza de sus páginas lo que hace sobresalir este comic. El artista canadiense realizó primero un storyboard completo y muy detallado de todo el guion, marcando un ritmo narrativo muy concreto a base de pocas viñetas por plancha, lo que agiliza la lectura y permite una mejor apreciación del dibujo. Luego hizo el dibujo a lápiz antes de proceder a un coloreado con técnica mixta, combinando las acuarelas con la infografía tan finamente que las separaciones son imperceptibles.

Henrichon aceptó un desafío que habría espantado a la mayoría de artistas: prescindiendo casi
totalmente de los humanos, hacer creíble una historia con animales parlantes en un entorno crudamente realista. Sólo ocasionalmente utiliza la caricatura o la exageración pero por lo demás los leones son criaturas auténticas y realistas, no cabezas de animal sobre cuerpos humanos. Y, sin embargo, encuentra la forma de trasladar a sus “caras” una enorme expresividad, transmitiendo con claridad y sutileza sus emociones y sentimientos sin que por ello dejemos de verlos como animales. El lenguaje corporal es asimismo admirable, revistiendo una gran energía y fluidez en las escenas de combate (la lucha contra el oso Fajer es especialmente impresionante tanto en su dibujo como en su montaje y ritmo) pero también sutil en los momentos de reposo reflejando miedo, frustración, ira, expectación, cariño… Los otros animales con los que se cruzan los leones, como los monos, los caballos, los antílopes o la tortuga, están asimismo retratados con un gran realismo.

Cromáticamente, Henrichon optó sobre todo por tonos cálidos, con predominio de los amarillos, naranjas y ocres, que no sólo reproducen la fuerte luminosidad que baña ese país desértico sino que permite además marcar un acusado contraste con otras escenas emocionalmente más oscuras, coloreadas con grises y
azules (como el flashback de Safa) o aquellas que transcurren en espacios amenazadores, como el palacio. La síntesis de esta acertada paleta de colores con la viveza de la línea da como resultado momentos impresionantes y memorables que no se limitan a narrar sucesos sino a crear atmósferas.

“Los Leones de Bagdad” es una obra de gran nivel literario y gráfico que, como los mejores comics de la línea Vértigo, conserva su validez e intensidad emocional más allá del momento histórico en el que está encuadrada y, lo que es más importante, anima al lector a reflexionar. Es una historia hermosa sobre algo horrible; una tragedia divertida. Esa improbable pero cautivadora mezcla no dejará impasible al lector adulto dispuesto a abordar material con el que pueda sentirse incómodo.

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