12 jul 2020
2003- SUPREME POWER – J.M.Straczynski y Gary Frank (1)
Desde los años setenta del pasado siglo, Marvel contó en su universo con una realidad alternativa basada en DC Comics y sus superhéroes. Ya se le conociera como Escuadrón Siniestro o Escuadrón Supremo, en las filas de este equipo militaban claros trasuntos de Superman (Hyperion), Batman (Nighthawk), Wonder Woman (Power Princess), Linterna Verde (Doctor Spectrum), etc, lo que proporcionó a la editorial la libertad de escribir los crossovers -no oficiales, eso sí- con que tantos fans soñaban.
Los personajes alcanzaron un inesperado hito en 1985, cuando Mark Gruenwald y Bob Hall realizaron una maxiserie de 12 episodios que transcurría en ese mundo situado en un plano dimensional diferente del marvelita. En esa historia y tras un arco argumental previo en el que Estados Unidos había sido devastado por una guerra, Hyperion propone la idea de utilizar sus poderes y recursos tecnológicos para arreglar los problemas del país… lo quiera o no el pueblo norteamericano. La situación era todavía más delicada dado que Kyle Richmond –alias Nighthawk, el Bruce Wayne/Batman de ese mundo- era el presidente de la nación en ese momento y se opuso al Proyecto Utopía del Escuadrón.
Aquella obra llegó justo antes de “Watchmen” y aunque la de Moore y Gibbons era desde luego muy superior, “El Escuadrón Supremo” fue quizá una deconstrucción más acertada del mito del superhéroe. Gruenwald no construyó sus personajes como individuos tarados psicológicamente que marginados por la sociedad sino como auténticos superhéroes que habían extraviado su camino pero que nunca renunciaron a sus buenos propósitos. Por eso, cuando los veíamos capturar a sus enemigos y utilizar una máquina para lavarles el cerebro y transformarlos en “buenas personas”, resultaba más impactante que, por ejemplo, ver al lunático de Rorschach repartiendo mamporros a criminales. Uno podría incluso plantearse la conveniencia de tal medida hasta que veía a un despechado Arquero Dorado utilizar el artefacto para hacer que Lady Alondra lo amase….
Sobre esa provocativa, valiente e injustamente olvidada serie hablé ya en otra entrada de este blog y a ella me remito. Después, los personajes del Escuadrón no volvieron a destacar. Aparecieron ocasionalmente por aquí o por allá, pero ya no se hizo con ellos nada tan memorable como aquella distopía superheroica.
A comienzos del siglo XXI, la línea Ultimate de Marvel estaba dando mucho que hablar. La idea de actualizar personajes e historias clásicos en un mundo y estilo más modernos, cosechó un éxito considerable. En 2003, se decidió dar ese tratamiento al Escuadrón Supremo, pero cambiándole el nombre a “Supreme Power” e integrándolo en el sello MAX, dirigido a lectores más adultos. La serie inicial, que duró 18 episodios, fue escrita por J.Michael Straczynski y dibujada por Gary Frank. En lugar de coger a los personajes ya establecidos para luego desmontarlos, como había hecho Gruenwald, el guionista creó nuevas versiones de esos superhéroes y las retorció a su antojo desde el comienzo.
“Supreme Power” es el reflejo perfecto de una tendencia en el comic de superhéroes moderno que busca un doble y simultáneo objetivo: homenajear al pasado del género y sus arquetipos; y revisar y subvertir los mismos, aportando un enfoque más sofisticado. Así, comienza con una secuencia que evoca inevitablemente uno de los momentos más seminales del comic: la caída a la Tierra (a los campos de Kansas concretamente) de una nave con un bebé alienígena en su interior. Esta obvia referencia al mito de Superman se tuerce cuando el matrimonio de granjeros que lo encuentra es apartado por agentes del gobierno, que les arrebatan al niño para educarlo en un entorno controlado
JMS explora la idea de un mundo que no tiene seres con superpoderes hasta la llegada de ese bebé, bautizado Mark Milton y que, en lugar de crecer en el seno de una familia tradicional y un hogar con amor, es criado por dos agentes gubernamentales que se hacen pasar por sus padres y cuya misión es mantener una ilusión controlada de normalidad. Lo educan para ser el americano definitivo, adoctrinándolo con propaganda y manteniéndolo aislado del mundo exterior. Y así, cuando llega a la madurez convertido en un ser poderoso más allá de toda medida y apodado Hyperion por los militares, es utilizado en operaciones clandestinas en las que gana guerras para su país sin que nadie siquiera llegue a verle. Pero inevitablemente, los rumores se filtran a la prensa y antes de perder el control de la situación, el gobierno decide servirse de un periodista para desvelar al mundo la existencia de Hyperion.
Llegados a este punto, hay otros individuos misteriosos que ya están actuando. Kyle Richmond es un millonario de raza negra cuyos padres fueron asesinados ante sus ojos por racistas blancos cuando era pequeño. Ahora combate el crimen como el vigilante Nighthawk, solo que resulta ser tan racista (contra los blancos) como los hombres que le convirtieron en un huérfano. Zarda es una especie de súcubo divino que ha permanecido escondida en una remota isla griega durante siglos, cuidada por los seguidores de un culto desarrollado a su alrededor. En un momento dado, los asesina absorbiendo su energía y, con su mente algo trastornada por las centurias de aislamiento, sale a buscar a Hyperion para convencerle de que se hagan con el dominio del mundo.
El Borrón de Atlanta es un joven negro supervelocista que utiliza su poderes para convertirse en soporte publicitario de distintas marcas. Por su parte, Joseph Ledger es un despiadado asesino del ejército americano que se funde con un poderoso cristal extraído de la nave de Hyperion, transformándose en el Doctor Espectro (el apodo médico proviene de la precisión quirúrgica con la que liquida a sus enemigos en el campo de batalla). Por último, está Kingsley Rice, “Amphibian”, una criatura femenina acuática de piel azul que está enamorada de Spectrum y con el que se comunica telepáticamente.
Los primeros seis números –compilados bajo el título “Contacto”- se limitan a sentar las bases de ese universo. Hay poca acción, pero ello es porque lo que se nos cuenta aquí no es tanto una aventura de superhéroes al uso como un drama político y psicológico con tintes de thriller alrededor de individuos con superpoderes. El arco no termina con un cliffhanger, pero tampoco es exactamente una conclusión.
Los siguientes seis episodios, “Poderes y Autoridad”, narran la creciente desilusión de Mark con el gobierno americano conforme toma conciencia de su situación y se da cuenta de que toda su existencia ha sido una gran mentira y que se le ha utilizado sin escrúpulo alguno como superarma. Esto llevará a su ruptura con las autoridades y dará lugar a algunos momentos de intensa acción, como su pelea con el Doctor Spectrum, enviado por los militares para detenerle. Zarda emerge de su letargo y en los mares se manifiesta Amphibian. Además de continuar cimentando las bases de la formación del Escuadrón Supremo, se introduce ya la primera concesión al comic de superhéroes tradicional, presentando a un asesino en serie con superpoderes.
Así que el tercer arco, “La Verdadera Cara”, trata sobre los esfuerzos de Hyperion, Nighthawk y el Borrón para capturar a ese criminal así como las intrigas y manipulaciones que realiza el nuevo responsable militar a cargo de controlar a los superhumanos, el general Alexander, para acorralar a Hyperion en castigo por su insubordinación. Éste, por su parte, ahora más temido que nunca por las autoridades y la población civil, se siente cada vez más ajeno a la especie humana y menos obligado moralmente a defenderla.
Las virtudes de “Supreme Powers” no son pocas. En primer lugar, es una serie muy entretenida y de lectura sencilla pese a su densidad argumental. Además, al introducir personajes muy diversos en sus propias subtramas, se crea la sensación de estar asistiendo al desarrollo de una gran historia que culminará de forma épica. Los textos son de calidad y hay muchos diálogos interesantes e ideas inteligentes, como cuando Mark empieza a sucumbir más profundamente a su sentimiento de alienación respecto a otros humanos y acude a un bar de striptease donde una bailarina trata de seducirlo. Mientras él habla con el general Alexander, vemos la escena desde su punto de vista: su visión de rayos X “desnuda” literalmente a la muchacha, permitiéndole ver sus órganos y esqueleto. Es una forma muy original de recordarle al lector que este personaje percibe la realidad de forma muy diferente a nosotros y que, por tanto, no puede ser considerado en puridad humano.
El sello MAX en la portada le permitió a Straczynski bastante manga ancha con el grado de violencia, lenguaje malsonante, desnudez y cinismo sociopolítico que podía utilizar. El guionista se sirvió generosamente de esa libertad pero sin llegar tampoco al límite del mal gusto. En el primer arco, mantiene el tono bastante contenido, pero en el segundo ya aparecen abundantes desnudos femeninos (Zarda aparece sin ropa alguna durante bastantes escenas y Amphibian va siempre desnuda, aunque su aspecto extraño le resta erotismo). Y en el tercero, aparece ya el mencionado club de striptease. Es curioso, sin embargo, que el tabú del sexo siempre esté presente incluso en los comics adultos: en cuatrocientas páginas, sólo aparece vello púbico en un par de viñetas en plano general. Hay quien puede criticar esto como gratuito y sexista. Puede ser. Pero también resulta refrescantemente desinhibido dado que incluso los comics norteamericanos “para lectores adultos”, por mucho que aumenten las dosis de violencia y palabrotas, siguen mostrándose remisos a tocar el sexo.
También es un problema que a la serie le cueste tanto ir al grano. Straczynski es un guionista excelente (y no solo de comics) y no suele recrearse en la descompresión gratuita ni en la dilatación de escenas a base de viñetas mudas. Todo lo contrario, hay momentos bastante más verbosos de lo habitual. Sin embargo, no se puede evitar la sensación de que le cuesta muchas páginas y escenas avanzar en la trama principal.
Por otra parte, hay varios aspectos en los que la historia no es tan inteligente o provocativa como parece querer ser. No poco de su interés reside en esa idea de mostrar qué hubiera pasado si los seres con superpoderes existieran de verdad en nuestro mundo, pero como suele ocurrir con este tipo de obras, hay detalles cuyo mayor realismo en relación a un comic de superhéroes convencional es discutible. Es fácil localizar ecos de obras anteriores no sólo en los temas tratados sino incluso en elementos concretos del argumento: la miniserie original del Escuadrón Supremo, “Watchmen”, “El Regreso del Caballero Oscuro”, “Star Brand” e incluso todo el “Nuevo Universo” creado por Jim Shooter (“DP7”, por ejemplo, incluía un supervelocista negro apodado “Borrón”). Algunas de ellas abordaban el concepto de un universo realista en el que un día aparecen superseres de forma más verosímil que “Supreme Powers” y, en el fondo y por muy entretenida que sea la colección, Straczynski no está contando nada nuevo; sólo le cuesta más páginas hacerlo.
Esto no quiere decir que Straczynski carezca de ideas propias y, de hecho, moldea la historia y los personajes para integrarlas. Pero también da la sensación de que faltan agujeros por llenar. Por ejemplo, no se abre el foco para explorar cómo reaccionaría la sociedad ante la aparición de seres como Hyperion o Zarda. Se hace un paralelismo entre la utilización de Hyperion en la invasión de Irak y la Guerra contra el Terror lanzada por George Bush Jr., pero no se muestra cómo habría afectado tal estrategia a la relación de EEUU con el mundo. Quizá el problema es que, al fin y al cabo, Straczynski es americano y no sea capaz de mirar más allá de sus fronteras nacionales y extender su ficción más allá (lo intentará más adelante en la serie “Escuadrón Supremo, llevando al equipo a las guerras de África, pero la inclusión de unos implausibles e innecesarios superbrujos negros arruina cualquier pretensión de verosimilitud).
Por otra parte, la noción de realismo es engañosa porque no se trata de que algo esté bien o mal planteado sino de si el lector lo acepta o rechaza como verosímil. Con todo, hay ideas en “Supreme Power” que tensan demasiado la cuerda. Por ejemplo, en un momento dado de la trama, los militares, con el fin de marginar socialmente al rebelde Hyperion y obligarle a volver al redil gubernamental, inician una campaña de manipulación de la opinión pública revelando que es un extraterrestre y haciendo así que la gente le tema. Pero uno bien puede pensar que esto sería una estrategia un poco torpe dado que con toda probabilidad habría ya muy extendidos rumores y teorías sobre su origen alienígena. El impacto, por tanto, sería relativo. Aún peor, lo que el público imaginaría acto seguido es que el resto de los individuos con superpoderes –los empleados por el gobierno y cuya imagen se tenía interés en proteger-, dado que habían aparecido por las mismas fechas que Hyperion, también serían alienígenas con lo cual el efecto conseguido sería el opuesto al buscado.
Más ejemplos: la idea de que la gente se volviera inmediatamente contra Hyperion es implausible. Como suele suceder con tantos otros casos, la opinión pública se dividiría. Sí, habría sectores que le temerían y odiarían, pero otros con toda probabilidad lo adorarían como un mesías. El plan de utilizar a convictos como conejillos de indias en experimentos con superpoderes puede que sea un cliché del género, pero si lo que queremos es ofrecer una historia realista, ¿a quién se le ocurriría convertir deliberadamente a un asesino en serie en un individuo superpoderoso al que no habría forma de detener?
“Supreme Powers” no es, como he apuntado antes, una historia de acción y aventuras superheroicas sino un drama/thriller basado en la caracterización; pero, sin embargo, hay considerables lagunas en este sentido. Por ejemplo, no se explica bien por qué el Mark adulto no parece verse condicionado por el adoctrinamiento y propaganda con el que fue alimentado durante toda su vida. Se nos presenta a Nighthawk como un individuo traumatizado y enfadado con el mundo, pero más allá de eso sabemos poco de él. Y muchos de los secundarios –como los militares y científicos del proyecto- solo reciben unas vagas pinceladas. Este modelado básico del reparto hubiera sido adecuado para una serie sustentada por la trama y la acción, pero se antoja insuficiente para una historia esencialmente dramática.
Y, como le ocurre a “Watchmen”, se centra exclusivamente en los superhombres, dejando de lado el mundo real (amigos, familia) que existe más allá de aquéllos y las conspiraciones gubernamentales que les atrapan. Por eso, el personaje de lejos más amable y con el que resulta más fácil identificarse es el Borrón de Atlanta, quien aporta una muy necesaria humanidad en una historia en la que demasiados personajes se inclinan por el grisáceo campo del anti-heroísmo. Es significativo y signo de los tiempos que fuera el único personaje principal de “Supreme Powers” que no recibiera su propia miniserie.
El dibujo de Gary Frank (entintado por Jon Sibal) es de estilo realista y muy detallado, ideal para esta obra que explora cómo podría ser un “auténtico” mundo habitado por seres superpoderosos. Es cierto que sus figuras son a veces un tanto rígidas y que su línea puede ser un tanto dura, pero en general su trabajo aquí es sobresaliente y, como digo, en perfecta sintonía con el guionista (con quien, por otra parte, ya había trabajado en la miniserie “Midnight Nation”, 2000-2002).
Quizá el principal problema de “Supreme Power” sea que no aporta una conclusión satisfactoria sino que acabó bifurcándose y diluyéndose en miniseries paralelas o herederas de la misma, para luego recomponerse otra vez en la forma de otra colección, esta regular y titulada “Escuadrón Supremo”, que ya no estaba acogida al sello MAX y que, para colmo, se cerró con un enorme cliffhanger nunca resuelto. Luego, todo ese universo creado por JMS acabó fundido con el mundo Ultimate de Marvel vía un crossover de calidad cuestionable. Pero de eso hablaremos más adelante.
¿Por qué obsesionarse con que exista una resolución en este caso particular? Al fin y al cabo, nadie pide que terminen colecciones como Spiderman o X-Men. El caso de “Supreme Powers” (o “Escuadrón Supremo”, como se prefiera) es diferente porque todas sus escenas y tramas parecen existir para impulsar al arco argumental general hacia una conclusión. De hecho, lo absorbente que resulta su lectura tiene mucho que ver con la curiosidad por ver cómo termina todo ese mosaico de personajes y situaciones. Y cuando llegan las páginas finales y uno se encuentra con que no se resuelve nada y todas las tramas quedan abiertas, es imposible no sentirse frustrado. Es como si esos personajes hubieran nacido con vocación de miniserie, pero luego el guionista o el editor no hubieran podido o sabido detenerse y rematar, continuando hacia delante a trompicones intentando convertirlo en una colección regular e indefinida.
(Continúa en la siguiente entrada)
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