25 may 2020

1973- CAPITÁN MARVEL - Jim Starlin (2)


(Viene de la entrada anterior)

Ese número 29 fue, por tanto, el auténtico florecimiento de Starlin y del propio Capitán Marvel. Tras haberse asentado con unos cuantos episodios dominados por la acción y las peleas con los típicos villanos, Starlin se sentía ya seguro para adentrarse en territorios más arriesgados. Así, el personaje iba a tomar una orientación nueva a partir de este punto, un rumbo original que, curiosamente, vino inspirado por un programa de televisión que vió por pura casualidad.


Un sábado por la noche, Starlin estaba pasando el tiempo con algunos colegas, entre ellos Steve Englehart y el dibujante Steve Harper. Iban todos a salir a cenar cuando Harper dijo que quería quedarse en casa para ver el segundo capítulo de una nueva serie de televisión titulada “Kung Fu”. El grupo se quedó con él y vieron el capítulo. Englehart y Starlin se enamoraron de aquella historia. Según declara el segundo: “Trataba sobre este artista marcial en el Oeste recibiendo la iluminación a través de la disciplina y el entrenamiento. Decidí que quería hacer algo así a nivel espacial. Ahí es donde el Capitán Marvel empezó a funcionar”.

Y es que esas primeras 19 páginas que realizó como autor completo no contenían las típicas escenas de acción y peleas de un comic Marvel al uso, sino una especie de psicodrama al término del cual (además de ver modificado su uniforme y cambiado el color de su pelo de plateado a rubio), el protagonista adquiría la “Conciencia Cósmica”, en virtud de la cual podía percibir lo que ocurría en el tejido mismo del universo y alcanzar una mejor comprensión del mismo. Fue este un movimiento totalmente inesperado por parte de Starlin: hacer que su héroe fuera apartado de la acción en mitad de una saga, yendo a parar a un alucinógeno plano dimensional para someterse a una experiencia que alteraría su percepción de la realidad.

Ver al Capitán Marvel dar discursos filosóficos en mitad de una batalla hoy puede parecernos cursi, pero el que un héroe lanzase claramente el mensaje de que la violencia siempre debe ser el último recurso y no superar lo mínimo requerido para cada situación, era una noción entonces refrescante e incluso provocadora. Aunque la mayor parte de los comentaristas y autores posteriores se quedaron exclusivamente con los poderes de “Conciencia Cósmica”, lo verdaderamente relevante de este episodio no son tanto aquéllos como el cambio de actitud del protagonista, que se transforma de guerrero en protector: “¡El hombre se detiene a reflexionar sobre lo que se le ha dicho y sobre lo que podría ser! ¡Durante años, el conflicto ha sido el don de este guerrero, la violencia, su fuerte; la muerte, su compañera! ¡Ha habido victorias, pero terriblemente lastradas por sus muchas pérdidas! ¡Tiene que haber un camino mejor! Así que toma una decisión y establece un rumbo”. La Conciencia Cósmica le permitía ser uno con el Universo y defender la vida en cualquiera de sus formas y allá donde estuviese, superando sus ansias personales de victoria derivadas de su adiestramiento como soldado. Su enemigo supremo, por tanto, era Thanos que, como su referente de la mitología griega, Tanatos, era la personificación de la Muerte o, como en este caso, de una cultura edificada a su alrededor.

En ese episodio, el antiguo militar kree libraba una pelea contra la versión más oscura de sí
mismo mientras Starlin aprovechaba para narrar simultáneamente el origen del vasto enfrentamiento interestelar que ataba todas las hebras narrativas que había ido desarrollando de forma aislada durante los pasados meses: el origen de la raza de poderosos seres descendientes de los dioses del legendario pero muy real Olimpo que se establecieron en Titán; y la enemistad y luego enfrentamiento abierto entre el malvado Thanos y su familia.

A partir de aquí y dejando atrás la tosquedad gráfica que había lastrado hasta cierto punto sus viñetas, Starlin desarrolló una intensa saga que giraba alrededor de los planes de Thanos para hacerse con el Cubo Cósmico (una invención de Stan Lee para la colección del Capitán América en los 60), destruir el Universo y así satisfacer al obsesivo amor de su vida: la Muerte. El Capitán Marvel se opondría a ese formidable enemigo ayudado por la Cosa de los Cuatro Fantásticos, los Vengadores, Eros y Mentor (hermano y padre respectivamente de Thanos) y el misterioso Drax el Destructor en una aventura que saltaba entre planetas y planos de la realidad, en ocasiones trascendiendo incluso el mundo tangible, y que redefinió la épica cósmica inventada
para los comics por Stan Lee, Jack Kirby, Steve Ditko, Roy Thomas y Neal Adams. Muy pocos años después, George Lucas pondría el primer ladrillo de su imperio con una película que aspiraba a recrear el mismo sentido de lo maravilloso, pero sin llegar a acercarse a las ambiciones metafísicas que Starlin había apuntado ya en “Capitán Marvel”.

Starlin pobló la colección de personajes sombríos que había ideado mezclando el resentimiento que sentía tanto hacia su educación católica como a su periodo de servicio militar en Vietnam -por el que recibió tratamiento psicológico a su vuelta en Detroit-. Entre sus creaciones más extrañas para el panteón cósmico de la editorial se cuenta el ser llamado Eon, El Que Espera, que vive fuera del espacio y el tiempo y que somete al Capitán Marvel a un proceso de metamorfosis tras el cual alcanzará una profunda paz emocional y espiritual incluso mientras lucha contra Thanos. No es de extrañar que aquél número incluyera una burbuja de texto en su portada que anunciara: “El Superhéroe Más Cósmico de Todos”.

Esta estimulante y osada actitud fue específica de la generación de Starlin. Como otros
creadores que engrosaron las filas de profesionales de la industria a comienzos de los años setenta, consumía drogas con generosidad. En no poca medida, leer uno de sus comics era como tomarse un LSD o fumarse un porro y experimentar las alucinaciones psicodélicas asociadas con esas sustancias.

Muchos aficionados no sólo entendían sino que adoraban esa especie de narrativa alucinógena. La quinta de Stan Lee o Roy Thomas nunca pudo haber contado una historia tal y como lo hacía la generación que les sucedió. Dos años después de que el Green Lantern y Green Arrow de Denny O´Neil y Neal Adams advirtieran contundentemente sobre el consumo de drogas y mientras Gerry Conway en “Amazing Spiderman” presentaba a Harry Osborne como un colgado de las pastillas al borde de la psicosis y el suicidio, el Capitán Marvel alcanzaba la “consciencia cósmica” y, de manera oblicua, animaba a sus lectores postadolescentes a “colocarse” con sus páginas gracias al trasvase que Starlin hizo de las visiones lisérgicas de una de sus principales influencias, Steve Ditko, en historias que meditaban sobre la muerte y la iluminación.

De la misma forma que el Doctor Extraño de Ditko, ajeno al conocimiento de casi todo el mundo, había librado estrafalarios combates mágicos con inimaginables villanos que acechaban en los límites de nuestra realidad, el Capitán Marvel se enfrentaba a Thanos, una amenaza para toda la vida del Universo y de la que los terrestres eran igualmente ignorantes.

Aunque el espíritu de la extraña cosmología de la Saga de Thanos le debe mucho al trabajo de Steve Ditko, también es patente la influencia del otro pilar de los inicios de Marvel, Jack Kirby. Y no sólo en la ambientación y personajes cósmicos que Kirby había iniciado y desarrollado en “Thor” y “Los Cuatro Fantásticos” sino de la tetralogía del Cuarto Mundo que hacía aún poco tiempo había creado para DC. De hecho, Thanos es un trasunto de Darkseid (inicialmente más parecido a un humano de talla normal, pero conforme la saga avanzó y a sugerencia de Roy Thomas, Starlin lo fue agrandando hasta el tamaño y corpulencia intimidantes por los que ahora todo el mundo lo conoce); Mar-Vell (al menos hasta que alcanza la Conciencia Cósmica) es el volátil Orión; Mentor es el Alto Padre; Eros es Lightray, etc.

Además de los personajes, algunos de los temas e ideas de esta saga recuerdan a los del Cuarto
Mundo. Por ejemplo, la búsqueda de Thanos del Cubo Cósmico nos remite a la de Darkseid y la Ecuación de la Anti-Vida; y ambos villanos utilizan la misma estrategia de utilizar peones en la Tierra permaneciendo ellos en las sombras. Con todo, la Saga de Thanos tiene su propia identidad, su propia historia y su propia filosofía. De hecho, Starlin supo centrar mucho más el foco de lo que lo había hecho Kirby con sus Nuevos Dioses y ofrece tanto mejores caracterizaciones como una conclusión más satisfactoria.

Visualmente, Starlin también aportó un alejamiento de los cánones Marvel, adoptando formas y composiciones heredadas de Will Eisner, Harvey Kurtzman o Bernie Krigstein pasadas por el filtro de Steve Ditko (influencias que también adoptarían, por cierto, Rich Buckler, George Perez o Frank Miller). Esto le dio a Starlin un estilo particular e inmediatamente reconocible que se distanciaba de la línea gráfica oficial de la casa, centrada sobre todo en imitar a Jack Kirby con el detallismo de un Neal Adams o un Bernie Wrightson. Sus figuras le debían también mucho a Gil Kane, del que adoptó las distorsiones anatómicas, las posturas forzadas y el dinamismo.

Pero todo lo bueno tiene un final y el entonces rebelde Starlin se marchó de la colección en su número 34 (sept. 74), apenas terminada su saga de Thanos y a raíz, parece ser, de su descontento por la sustitución, en el último momento y sin comunicárselo previamente, de su entintador habitual, Dan Green por Jack Abel.

Parecía mentira que en tan solo nueve números hubiera cambiado de forma tan radical una colección moribunda y su personaje protagonista, catapultándolo de trifulcas ordinarias junto a compañeros superhéroes como Iron Man o la Cosa a las profundidades del espacio, donde adquirió nuevos poderes haciendo del sistema solar su campo de batalla. Tras cumplir su misión y derrotar –temporalmente- a Thanos, parecía el momento indicado para tomar aire, darse un respiro. En aquél último episodio Marvel intercambiaba cuerpo con Rick Jones, que ataba un cabo suelto más rompiendo su relación con Lou Ann. Por supuesto, la nueva amenaza no andaba lejos, en esta ocasión bajo el nombre de Nitro, un individuo capaz de hacerse explotar y recomponerse a continuación. Jones convoca a Marvel, que es una y otra vez derribado por el villano.

La portada de aquel número llevaba una de esas melodramáticas leyendas características de
Marvel que decía: “¡Presentando a Nitro, el hombre que mató al Capitán Marvel!” Aunque, como era de esperar, el héroe sobrevivía y seguiría en el futuro apareciendo tanto en su propia colección como de invitado en las de otros héroes, nadie, ni siquiera el propio Starlin, hubiera podido en ese momento imaginar lo cierto de aquella exclamación. Y es que fue precisamente este episodio de adiós de Starlin a su personaje el que años más tarde, en 1982, retomaría para justificar el cáncer que acabaría con su vida en la novela gráfica “La Muerte del Capitán Marvel”. Sobre esto volveré más adelante.

También es cierto que esta breve etapa adolece de algunos problemas. Estamos ante el primer trabajo de Starlin y su dibujo, aunque mejora de forma impresionante durante su estancia en la colección, todavía está por debajo de lo que podría verse en obras posteriores. Algunos de los diálogos son cursis y relamidos. Ciertamente, no está al mismo nivel artístico, intelectual y metafísico que su trabajo posterior en Adam Warlock, pero también ello lo hace un comic de superhéroes más puro y sencillo de leer.

Tradicionalmente, el comic ha sido el menos respetado de los medios de expresión artística y narrativa; y dentro de ellos, el de superhéroes es el género que goza de menor consideración intelectual. Sin embargo, esa falta de respeto que se le dispensa por parte de grandes sectores de la cultura y de los propios aficionados a las viñetas, también ha sido, históricamente y en el caso de los mejores tebeos de superhéroes, una ventaja, ya que ha permitido a sus autores hacer prácticamente lo que les viniera en gana (me refiero, claro, al plano creativo y artístico). Hoy, los comic books han sido en buena medida víctimas de su propio éxito, sucumbiendo a su propia arrogancia o al triunfo de las adaptaciones cinematográficas que los han hecho esclavos de los intereses corporativos.

Sin embargo, los años setenta, cuando llegó a la industria una nueva ola de creadores que antes que profesionales habían sido rendidos aficionados, fue una época maravillosa para el comic de superhéroes y todas las síntesis de ese género con otros como la ciencia ficción, el terror, la fantasía o las artes marciales. Gente como Starlin, Englehart, Moench y otros escribían desde el corazón y dieron lugar a obras desconcertantes, desinhibidas y caleidoscópicas que reunían sin complejos
momentos y enfoques absolutamente dispares: peleas a puñetazos y meditaciones filosóficas; drama urbano y fantasía cósmica; diálogos cursis un instante y elaboradas declamaciones al siguiente; humor tonto y tragedia; aventuras de altos vuelos por el espacio y cotidianeidad mundana…

Cuando el lector salta de ver las preocupaciones de Rick Jones sobre el futuro de su carrera musical a percatarse de que la mujer encapuchada que siempre acompaña a Thanos es, literalmente, la encarnación de la Muerte, recuerda de golpe que está leyendo un comic de superhéroes. Ningún otro medio o género se atreve a mezclar de forma tan despreocupada y ecléctica ingredientes tan surrealistas. Hay una viñeta en el nº 27 que yuxtapone a Mentor, el líder de Titán, y el Super Skrull, ambos concluyendo sus monólogos con la misma frase, “¡Nuestro poder será nuestro derecho!”, tratando deliberadamente de despistar al lector con un ramalazo de ambigüedad moral. Sí, es un recurso obvio y poco sutil, pero se agradece que Starlin –que, recordemos, acababa de empezar a escribir comics- lo intentara.

E incluso cuando digo que los diálogos pueden ser torpes y sus pretensiones filosóficas más interesantes que el resultado final de su plasmación en viñetas, también hay que entender que los comics de entonces tenían su propio sentido del ritmo y estilo literario en sus textos. Hay un par de secuencias en las que un grupo de personajes comparten líneas de diálogo, de tal forma que una misma frase surge de diferentes bocas. No es realista, pero tampoco es un error sino una decisión artística. Puede o no funcionar narrativa y estéticamente, pero en cualquier caso fue un intento de tratar al comic como un medio independiente, con sus propios recursos, en lugar de limitarse a imitar los del cine o la literatura.

En cualquier caso, Starlin había conseguido levantar las ventas de la colección y podría haberse quedado en ella hasta que su propio cansancio las hubiera hecho bajar de nuevo, pero quería probar cosas nuevas. Tras dejar Marvel y mudarse a California, se reunió con su amigo Mike Friedrich en su recién estrenado sello Star Reach Publications, que llevó el modelo empresarial de las grandes editoriales al mundo del comic underground pero permitiendo que los autores conservaran los derechos sobre su trabajo. Sin embargo, no
tardaría demasiado en regresar a Marvel para remodelar por completo a Adam Warlock, una suerte de mesías cósmico de piel dorada creado por Jack Kirby en “Los Cuatro Fantásticos”. Para muchos, Warlock fue su obra maestra, un comic de superhéroes protagonizado por un esquizorénico paranoide con tendencias suicidas y que incluía “velados” comentarios sobre los caprichos e imposiciones sufridos por los autores en los comics producidos en masa para grandes editoriales. Warlock participó también de la saga de Thanos, que se ramificaría en colecciones como “Marvel Feature” 12, “Strange Tales” 178, “Avengers Annual” nº 7 y “Marvel Two-in-One” nº 2.

En poco tiempo, Starlin alcanzó el estatus suficiente como para negociar con Marvel sus royalties a cambio de colaborar para su sello Epic con “La Odisea de la Metamorfosis” y la colección de novelas gráficas, para la que además de la entrega de “Dreadstar” aportaría el primer lanzamiento de esa línea, el mencionado “La Muerte del Capitán Marvel”.

Nadie podría haber supuesto al leer “Iron Man” 55, que aquel humilde episodio sería el comienzo de una de las sagas más intensas y originales de Marvel que, además, vería su final años después nada más y nada menos que con la muerte del héroe que la protagonizó. Y ello fue gracias a que los conceptos presentados en ese número fueron hijos exclusivos de Jim Starlin, quien impuso un sello tan personal en ellos que hizo imposible que cualquier otro tras él hiciera nada destacable con esas ideas y personajes. En poco tiempo y prácticamente en solitario, rescató de la cancelación un título que había nacido con la aspiración de ser –debido a su nombre- colección bandera del Universo Marvel pero que no había hecho sino sumirse en una larga monotonía, y le aportó una escala épica cuyo eco ha llegado hasta el mismísimo Universo Cinematográfico Marvel, muchos años después.



(Finaliza en la siguiente entrada)

1 comentario:

  1. Te felicito por lo bien manejado e informativo de tu blog y que al día de hoy lo mantengas.

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