5 mar 2019

1970- EL CUARTO MUNDO – Jack Kirby (1)


En 1968, Martin Goodman, dueño de Marvel Comics, vendió por un precio irrisorio su editorial al grupo Perfect Film and Chemical Corporation. Fue una operación rápida cuyo único impedimento había sido Stan Lee. Los ejecutivos de esa compañía no conocían a Jack Kirby pero sí habían leído los suficientes artículos de prensa como para haberse hecho la idea de que Lee era la auténtica fuerza creativa de la compañía, el genio a cuya imaginación debía Marvel su éxito. Si él no estaba en el trato, no comprarían. Así que Goodman presionó a Lee para que firmara un contrato de tres años que permitiera el cierre del acuerdo. Lee, leal como siempre, así lo hizo, recibiendo un aumento en sus ingresos y la promesa de Goodman de que ni a él ni a su esposa Joan les faltaría nada mientras vivieran –promesa que, como suele ocurrir en el mundo de los negocios, no tardaría en evaporarse-.


El abogado de Kirby, por su parte, contactó con los nuevos propietarios para aclararles que Marvel no tenía uno sino dos genios residentes. La respuesta fue descorazonadora pero no inesperada. Para ellos, el único creador de todos los personajes era Lee y los dibujantes se habían limitado a poner en la página lo que él escribía. Alguno incluso creía que Stan Lee dibujaba también. Ese fue el punto en el que el espíritu y la energía creativa de Kirby abandonó Marvel aun cuando todavía permaneciera en la empresa un par de años, tratando al principio de mejorar su situación económica y luego conformándose con que le renovaran el contrato que en su día firmó con Goodman. Lo único que deseaba era algo más de dinero, seguridad económica a largo plazo para él y su familia y un reconocimiento oficial de su valor como creador.

El mundo del comic cambiaría mucho en los años y décadas siguientes y normalmente para beneficio de los autores. Pero en 1968, lo que pedía Kirby ni se contempló y encima le reconvinieron por sus exigencias, casi llamándole ignorante por no entender que las cosas eran como eran y que si le pagaban más tendrían que echar el cierre a final de mes. Kirby, por supuesto, no se lo creyó.

Y entonces, llegó el vacío. Los ejecutivos de Perfect Film dejaron de hablarle a él o a su abogado. Martin Goodman, que permaneció en la compañía como gerente para sus nuevos amos, lo ignoraba. El único que aún mantenía relación con él era Stan Lee, que sentía lo que le había ocurrido a su colega pero que se hallaba muy ocupado él mismo tratando de ganarse el puesto en la nueva jerarquía. Así que en 1969, Kirby
decide mudarse al oeste, a la soleada Irvine, en el sur de California. La principal razón para ello fue el asma que sufría su hija Lisa, ya que el clima seco era más beneficioso para ella. Debió ser una decisión difícil para alguien tan apegado a Nueva York como él. De hecho, su mesa de dibujo fue la última cosa que los hombres de la mudanza cargaron en el camión en Nueva York, esperando a que terminara un número de “Thor”. Y fue lo primero que descargaron en California, donde se puso inmediatamente a trabajar en el siguiente episodio de “Los Cuatro Fantásticos” mientras los operarios iban y venían con los muebles y enseres. En lo sucesivo y en virtud de un acuerdo con Stan Lee, mandaría por correo sus páginas a las oficinas de Marvel en Manhattan.

Kirby tenía otra razón para el traslado. Esperaba que estar más cerca de Hollywood le daría la posibilidad de entrar en el negocio del cine. No había nada concreto pero pensaba que los niños que habían crecido disfrutando con
sus historietas pronto serían lo suficientemente mayores como para ocupar puestos de responsabilidad en los estudios cinematográficos. Quizá alguno de ellos se acordara de él y le diera una oportunidad. Pero su vía de escape de Hollywood vino por otra parte.

Carmine Infantino era un artista de prestigio y un viejo amigo de Kirby. Él y su hermano habían incluso trabajado en el estudio que Kirby y Simon fundaron en los años cincuenta. Desde entonces, había llegado a ser uno de los principales dibujantes de DC gracias sobre todo a su trabajo en “Flash”. En aquel momento DC también había sido vendida, en su caso a una compañía llamada Kinney National Services, en 1967. Con el tiempo, acabaría transformándose en Time Warner, pero en 1969, DC
Comics también tenía nuevos dueños. Y estaban descontentos con su nueva adquisición. Habían comprado lo que pensaban era la joya de la corona en lo que a comic books se refería y ahora se encontraban con que Marvel había usurpado el trono. Se exigía una profunda remodelación de la casa, empezando por los cargos directivos. Y ahí es donde entró Infantino.

Cuando lo que ocurre es que la competencia te está adelantando en el marcador, una estrategia clásica es tratar de arrebatarle sus hombres punta. Así, en abril de 1969, Infantino viajó a Los Ángeles y se entrevistó con Kirby para tentarlo. Allí pudo ver bocetos e ilustraciones conceptuales de todo un nuevo universo que el artista había creado originalmente para Thor y que resultaba totalmente novedoso en la industria. Debido a la desconfianza y desgana con la que trabajaba en Marvel, Kirby había preferido guardarlos para sí. Seguía creando, pero sus mejores ideas las metía en una carpeta a
la espera de tiempos mejores. ¿Para qué desperdiciarlas en una editorial que le ninguneaba y que no respetaba su trabajo? A Infantino le gustó lo que vio y sobre la marcha los dos escribieron a mano el borrador de un contrato que ya aseguraba mejores condiciones de las que jamás había tenido en Marvel.

Kirby le preguntó a Infantino por sus dos viejas némesis en DC: Mort Weisinger y Jack Schiff. Sobre la enemistad que tenía con el segundo ya hablé en un artículo anterior, “Sky Masters”. En cuanto al segundo, tiránico editor de los títulos de Superman durante décadas, Kirby y Simon se habían negado a seguir sus directrices años atrás y, habida cuenta del temperamento de Weisinger, esto les había granjeado su odio eterno. Infantino le explicó que la compañía estaba en plena reordenación, que Jack Schiff se había jubilado dos años antes y que Weisinger no tardaría en hacerlo. A Kirby le atraía la idea de cambiar de aires, pero le costaba dejar Marvel, y pidió más tiempo.

En los meses que siguieron, su situación continuó deteriorándose. Seguía encargándose de
“Thor” y “Los Cuatro Fantásticos”, pero con una creciente desgana. Continuaban apareciendo artículos que afirmaban que Stan Lee había sido el único cerebro tras todos los personajes Marvel (uno en concreto, publicado en 1966 por el New York Herald Tribune, le había herido especialmente); Lee le obligaba a redibujar páginas que a su criterio no habían quedado bien, pero al mismo tiempo sus guiones, cuando los había, eran poco menos que ideas sueltas que Kirby tenía que hilar. Quizá intentando cerrar heridas, Lee le encargó el dibujo de un serial de los Inhumanos (personajes creados en buena medida por Kirby en las páginas de los Cuatro Fantásticos unos pocos años antes) publicado en los primeros números del título genérico “Amazing Adventures”. Pero, en cambio, le molestó sobremanera que uno de sus personajes favoritos, Silver Surfer, recibiera colección propia sin que él tuviera parte en ella (la dibujó John Buscema) y que, cuando las ventas no acompañaron, Lee le pidiera encargarse de un número, el 18 (septiembre 70) en un intento postrero de enderezar la situación.

Mientras tanto, trabajaba sin contrato que lo amparara. El antiguo, firmado con Goodman años atrás y que le garantizaba una cantidad de trabajo por una cantidad de dinero, había expirado y todo el mundo en la nueva Marvel
parecía estar demasiado ocupado como para atender sus necesidades. Y cuando finalmente llegó el contrato por correo en el interior de un abultado sobre, en enero de 1970, se encontró con que las condiciones que le ofrecían los nuevos dueños eran incluso peores que las que ya tenía. No sólo no le aumentaban la tarifa por página ni le reconocían como cocreador de personajes, sino que Marvel podía hacer lo que quisiera con él, incluso despedirlo en cualquier momento y sin motivo. Para colmo, si accedía, nunca podría demandarlos por ninguna causa, pasada, presente o futura. No podía firmar aquello y poner en peligro a su familia.

Marvel seguía vendiendo comics en cifras record y sus personajes se licenciaban para todo tipo
de productos. Las historias y personajes que había ayudado a crear servían para programas de dibujos animados o juguetes… y él no veía ni un centavo de todo el dinero generado por ese negocio más allá de algún mísero incremento de uno o dos dólares por página. Tenía 52 años y si por razones de salud dejaba de poder dibujar, no tendría nada de lo que vivir.

Tenía además otra espina clavada que padecía en silencio. En 1969 se resolvió extrajudicialmente una demanda interpuesta tiempo atrás por Joe Simon contra Marvel por los
derechos del Capitán América, un personaje creado por él y Kirby en 1941. Sometiéndose a las presiones de Martin Goodman, Kirby renunció a su parte de los derechos y, por tanto e implícitamente, se alineó con Marvel contra Simon en este asunto. Al final, Simon cedió sus derechos por la ridícula cifra de 7.500 dólares. Goodman había prometido a Kirby un trato que igualara el de Simon, pero no se le pagó el dinero hasta que se aclaró definitivamente la cuestión en 1972 y, encima, fue menos cantidad que la recibida por su antiguo socio y amigo. Durante todo ese tiempo y siendo como era el único que trabajaba en su familia, Kirby se vio obligado a guardar silencio sobre su participación en la creación del Capitán América.

Así que llamó a su abogado, pero Perfect Film/Marvel no contestaba a las llamadas de éste. Cuando alguien de Marvel le llamó para exigirle que devolviera el contrato firmado y contestó con negativas y desprecios a la petición de cambios de Kirby, éste colgó, llamó a Infantino y cambió de compañía.

Aquella decisión hizo temblar al mundo del comic book.

DC le dio a Kirby un tratamiento de Rey, incluyendo un anuncio en todos sus comics que
anunciaba dramáticamente el desembarco del artista: “The Great One is Coming”. No se mencionaba el nombre de Kirby porque se entendía que cualquier lector de comic-books sabía bien a quién se referían con “El Grande”. Sin duda este halagüeño recibimiento fue un bálsamo para Kirby tras años de maltrato en Marvel.

Tratando de evitar otra situación como la que había vivido durante años con Stan Lee, Jack puso una condición además de la libertad total: o bien dibujaría guiones completos –argumento, textos y diálogos- escritos por un tercero, o bien los haría él mismo. Por lo que no estaba dispuesto a pasar era imaginar y dibujar algo para que luego otro añadiera los textos –básicamente el Método Marvel- y se acreditara como guionista con los emolumentos correspondientes. Quería que sus historias fueran suyas y no de un tercero que se limitara a llenar los bocadillos de diálogo en una tarde. Y así fue. Durante el resto de su carrera, Jack se ocupó él mismo sus bocadillos y cartuchos de texto con una prosa florida de estilo dramático que le hacía al lenguaje lo mismo que su dibujo a la anatomía y las proporciones. A algunos les encantaba esta forma de escribir; otros la odiaban.

Pero lo cierto es que, aunque nadie lo sabía en ese momento, las cosas no irían bien para Kirby en su nuevo hogar. De hecho, ni él se sintió nunca totalmente a gusto allí ni la editorial con él. Como todo lo que hizo en su vida, volcó en su trabajo su ilusión, pasión y capacidad, pero DC no era el lugar adecuado. Ni la forma de funcionar desde el punto de vista editorial ni el estilo general de la casa eran los suyos.

Pero en aquel momento, el acuerdo que había firmado con su nuevo empleador era muy beneficioso y Kirby estaba más que dispuesto a desatar su creatividad. Durante media década, había ido acumulando ideas, desarrollándolas en grandes paneles a todo color con que mostrarlas a posibles compradores. Una de ellas era la de los “Jóvenes Dioses”, que presentaba a una nueva generación de seres divinos al estilo de los que poblaban el universo de “Thor”. Infantino aprobó el proyecto y hubo que buscar la forma de articularlo.

Dice la leyenda que al entrar en DC, Kirby le dijo a Infantino: “Déjame tu colección peor vendida y la convertiré en la que tenga mejores ventas”. Eso casa bastante con la forma de hablar de Kirby, pero lo cierto es que “Jimmy Olsen, Superman´s Pal” no era ni mucho menos el título peor vendido de la editorial. De hecho, con 333.000 copias mensuales, era el cuarto mejor vendido.

Lo que sucedió en realidad es que él propuso lanzar un nuevo comic totalmente escrito y
dibujado por él, pero los ejecutivos de la casa le dijeron que no. Ya tenían un presupuesto confeccionado y una lista de títulos fija que había que mantener cada mes. Así que le ofrecieron escoger cualquier cabecera y hacer con ella lo que deseara (lo que demuestra la poca importancia que la compañía daba a lo que ella misma publicaba). A Jack no le gustó nada del catálogo DC, sobre todo porque no se sentía cómodo trabajando con personajes que no eran suyos y que encontraría difícil cambiar para reflejar su propia sensibilidad. Además, y como hijo de la Gran Depresión era muy sensible a esto, no quería desplazar a otro artista de una colección y quitarle el salario con el que mantener su familia.

Pero DC insistió y entonces él pidió que le asignaran un título que en ese momento careciera de equipo creativo. Y ahí es donde entra “Jimmy Olsen”, una cabecera perteneciente a la familia de Superman y que en ese momento estaba siendo editada por Murray Boltinoff. Era una colección que carecía de equipo creativo estable (o eso le hicieron creer, porque Pete Costanza era el dibujante regular y sí fue desplazado –involuntariamente- por Kirby). Infantino aprobó la decisión probablemente esperando que Kirby le diera un nuevo aire a todo el universo de Superman empezando por una de sus colecciones secundarias.

Lo cierto es que aquel título era un buen lugar para empezar a construir el nuevo universo de ideas que hervía en su cabeza. Desde su primer episodio, el 133 (octubre 70), Kirby remodeló completamente la colección desde los cimientos y la utilizó como trampolín para sentar las bases de lo que iba a ser el Cuarto Mundo, explorando simultáneamente todo tipo de ideas locas que le pasaban por la imaginación, tanto con inspiraciones científicas como sociológicas o literarias, combinando su visión acerca de la juventud contemporánea con su imaginería cósmica.

Recuperó inmediatamente a la Newsboy Legion y al Guardián, creados por él mismo y Joe Simon en los años cuarenta durante su primera etapa en DC. Los primeros son los hijos del grupo original, un conjunto de muchachos de aspecto y personalidades muy diferenciadas (el listo, el peleón, el extraño…) que básicamente se dedicaban a correr aventuras; el segundo era un superhéroe modelado a partir del Capitán América (también creado, por cierto, por Simon y Kirby). Superman es una presencia habitual y, de hecho, con más relevancia de la que había tenido en la colección hasta la llegada de Kirby.

Relacionado con esto, hay que recordar que Superman era en ese momento el activo más valioso de DC. Las ventas combinadas de sus títulos superaban los dos millones de ejemplares
al mes. En décadas futuras la editorial animaría a todo tipo de autores a dar sus propias versiones del kriptoniano pero en aquel momento creían que la interpretación gráfica que hacía Jack Kirby no casaba con “lo que debía ser” la línea clásica de la casa. Así que encargaron a Al Plastino primero y Murphy Anderson después, dos veteranos dibujantes del Hombre de Acero, que redibujaran tanto a Superman como a Jimmy Olsen, lo que afectó a la coherencia gráfica de cada número de la serie: personajes no kirbyanos al viejo estilo actuando en un mundo exuberante de estilo totalmente kyrbiano.

En el fondo, lo que quería DC era que el dibujo de todos sus comics se ajustara a la imagen que de los personajes se les había proporcionado a los licenciatarios y lo que hicieron con el dibujo de Kirby ni era una práctica nueva ni algo personal. Varias de las historias de Superman que habían dibujado veteranos como Curt Swan o Wayne Boring fueron modificadas incluyendo la Lois Lane dibujada por Kurt Schaffenberger. Y en Marvel, Stan Lee algunas veces encargaba a John Romita “arreglar” tal o cual cara del personaje de turno. Si a Kirby le fastidiaba esta injerencia editorial no hizo de ello un casus belli.



(Continúa en la siguiente entrada)

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