23 abr 2020

1985- LA PUERTA DE ORIENTE – Vittorio Giardino


El espía francés retirado Max Fridman nació en las páginas del primer número de la revista italiana “Orient Express” allá por 1982, con la aventura “Rapsodia Húngara”, de la que ya hablé en su respectiva entrada. Habría que esperar hasta 1985 para leer la segunda, entre los números 6 y 12 de la cabecera mensual “Corto Maltés”, con una extensión algo menor (60 páginas) pero mucho más pulida argumental, gráfica y narrativamente.



Se trata de una peripecia que conecta directamente con el final de la anterior, aunque trasladando la acción a la encrucijada entre Oriente y Occidente, la exótica Estambul. En esa ciudad, a finales del verano de 1938, el ingeniero aeronáutico ruso David Stern se encuentra huyendo de la represión estalinista ejecutada por los agentes de la NKVD, que quieren encontrarle antes de que pueda contactar con los británicos o los franceses. Falto de dinero, le recomiendan que acuda a pedir ayuda a Besucov, un ruso blanco –enemigo de los bolcheviques- exiliado y metido en actividades ilícitas.

En ese contexto, Max Fridman llega a la ciudad en un viaje de negocios para su empresa de importación de tabaco, pero su reputación le ha precedido y los espías rusos le creen en misión para los servicios de inteligencia franceses y con el propósito de hacerse con Stern. En el barco en el que viajó hasta Estambul, conoce a la atractiva Martha Witnitz quien flirtea con él y se convierte, a su vez, en objetivo. Por otra parte, Max recibe la ayuda de su amigo y antiguo colega Guy Varand que, aún en contacto con la inteligencia francesa, no quiere involucrarse del todo en un asunto para el que no ha recibido órdenes. Otra pieza del rompecabezas es un tal Slatek, antiguo bolchevique y que también y por algún motivo parece interesado en ayudar a Fridman.

Como meses antes le había ocurrido en Budapest, Fridman se encuentra involuntariamente en la línea de fuego porque nadie cree que su presencia en la ciudad sea casual. De nuevo, vuelve a estar inseguro de en quién confiar y temeroso de que tanto si actúa como si no, su hija adolescente acabe amenazada por uno u otro bando. Harto de huir, decide que su única opción es entrar en el juego y encontrar por su cuenta a Stern.

Una de las características que distinguen “La Puerta de Oriente” de la anterior “Rapsodia Húngara” es que ahora el antihéroe protagonista se ve involucrado accidentalmente en una intriga a la que nadie le había enviado. Se puede leer y entender lo que ocurre sin conocer el episodio precedente y aun cuando la identidad de Besucov resulta ser la de un personaje ya presentado en aquél.

Giardino aprovecha al máximo el exótico entorno que brinda Estambul, una ciudad que, como sucedió con Budapest en aquellos años previos al estallido de la Segunda Guerra Mundial, fue un hervidero de espías, un refugio para exiliados y fugitivos y un puerto seguro para contrabandistas de mercancías y personas. Fridman se pasa
más tiempo esquivando y encajando los ataques de los peones del juego que enfrentándose a ellos directamente, pero la narrativa es tan fluida que la acción no cesa nunca y el ritmo está perfectamente medido.

Giardino consigue que el lector no se pierda por entre los callejones de la ciudad o las intrigas de occidentales y orientales, rusos, turcos o franceses de diferentes filiaciones políticas. Intrigas siempre cambiantes en función de los intereses de los jerarcas y en las que, a las puertas de una nueva guerra que todos los participantes dan por segura, nunca anda lejos el doble juego, el engaño pragmático, las falsas
apariencias, las dobles vidas, la ambigüedad moral y la traición sin escrúpulos. Aparte de los sicarios y matones de turno, desde el principio Giardino deja claro que personajes a los que Fridman toma por honrados y sinceros, esconden algo. Como suele ser habitual en el género negro y el del espionaje, parte del interés de la historia consiste en tratar de averiguar cuál es el juego de cada cual y a qué intereses sirve.

Max Fridman no ha experimentado ninguna evolución desde “Rapsodia Húngara”, lo cual tiene cierto sentido. Al fin y al cabo, es ya un hombre maduro, con una amplia y a menudo traumática experiencia vital a sus espaldas y es difícil que lo vivido en Budapest haya contribuido a cambiar ni su opinión sobre la naturaleza humana ni sus aspiraciones vitales, que se reducen a pasar el tiempo tranquilamente en Ginebra dedicado a su hija y a su pequeño negocio. Trasunto físico del propio Giardino, sigue siendo un antihéroe, alguien que se ve obligado a actuar por presiones externas pero que preferiría quedarse al margen. Es introvertido, amante de la comodidad y admirador de la belleza, consciente de su vulnerabilidad y asustadizo ante las explosiones de cualquier tipo (un trauma derivado de su participación en la Guerra Civil Española); pero también y contra lo que podría esperarse, es
eficaz y está lleno de recursos a la hora de encontrar la verdad, una virtud que lo haría valioso para el mundo del espionaje de no ser por su nítida brújula moral. En definitiva, un personaje tridimensional del que está claro que Giardino sabe más de lo que cuenta, dosificando sabiamente la información sobre su pasado en diálogos casuales aquí y allá.

Como en toda buena historia que tenga una guerra de fondo –aunque en este caso no se esté librando todavía con cañones y bombarderos-, no falta la tragedia y el romance. La primera está representada por Stern, un judío inofensivo e indefenso que sólo busca escapar de la tiranía, sea la de los rusos de Stalin o la de los nazis de Hitler. El segundo surge entre Max Fridman y Martha Witniz. En realidad, Giardino insiste en presentar a los personajes como peones en una partida que les supera ampliamente y sobre la que tienen poco
control: Fridman acaba participando en una misión que no desea; Stern huye de unos para caer en manos de otros; Martha se abandona en brazos de Max porque ya no ama a su marido, aunque sí quiere ponerlo a salvo antes de abandonarlo; Guy trata de proteger a su amigo al mismo tiempo que sigue las instrucciones de sus jefes de París, instrucciones que a su vez ponen en peligro a Max. El único que parece controlar su propio destino es Besucov, un complicado sujeto con identidades tan cambiantes como sus convicciones y valores.

El comic, a mi parecer, no está exento de algunos defectos. Giardino no consigue toda la sutileza
que parece ambicionar, utilizando diálogos fragmentados y/o demasiado literales, lo que da la impresión de cierta rigidez. En el mismo sentido, las escenas de acción también están algo forzadas. Desconozco si las armas y los tiroteos eran frecuentes en el Estambul de preguerra –desde luego, la policía sí va armada- pero hay una torpe inclinación por parte de ciertos personajes a utilizarlas en público, llamando una atención que cualquier agente secreto desearía evitar. Es como si Giardino habiendo fijado claramente el curso de la trama y los giros que ésta debía tomar, pero no hubiera acabado de encontrar la forma de insertar los pasajes con acción más física. Por otra parte, se hace demasiado esfuerzo para ocultar la sorpresa final y mantener la trama en movimiento, resultando que los sentimientos de uno de los personajes principales acaben por no resultar muy convincentes. En cualquier caso, en su siguiente gran obra, “Jonas Fink”, Giardino equipararía mucho mejor la complejidad de sus argumentos con la de las emociones y caracterización de los personajes.

Gráficamente, “La Puerta de Oriente” ha envejecido mejor que su predecesora, en parte gracias a un coloreado más cuidadoso –aunque a mucha distancia de los matices y profundidad que se alcanzan hoy en día- que enfatiza la mezcla de atmósferas que impregna la parte vieja de Estambul, entonces menos una atracción turística que un lugar vivo de auténtico colorido local. Giardino refina todavía más su elegante línea, tanto en las fisonomías como en los detallados
fondos. El comic está plagado de personajes, algunos principales, otros secundarios y otros meros figurantes, pero todos ellos tienen unas facciones y vestuario distintivos y muy cuidados. Martha Witnitz es una de esas fascinantes bellezas neoclásicas que el italiano sabe dibujar con enorme talento, una mujer hermosa y sensual de la que resulta imposible no enamorarse. La arquitectura, la atmósfera de los mercados, barrios y calles del Estambul de los años treinta, los detalles urbanos y domésticos, los automóviles, la moda… todo está reflejado con una minuciosidad documental y, al mismo tiempo, insuperable claridad, sin asfixiar a los personajes ni entorpecer la vista.

Con poco que envidiar a una novela de John Le Carre o una película de Alfred Hitchcock, “La Puerta de Oriente” es un comic de gran calidad y una innegable clase, tanto en su historia como en su dibujo. Imprescindible para los amantes del comic de corte más clásico y los del género de espías.


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