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Aunque “Los Arqueros” a menudo se incluye como parte de lo que se ha venido en llamar el Ciclo del País Qâ, lo cierto es que esa aventura era autoconclusiva en origen. Sí es cierto, sin embargo, que en ella se presentan personajes (Kriss de Valnor, Tjall, Pie de Árbol) que iban a jugar un papel fundamental en la saga que arrancaba en el álbum inmediatamente posterior, “El País Qa” (1986) y que se prolongaría nada menos que a lo largo de tres entregas más: “Los Ojos de Tanatloc” (1987), “La Ciudad del Dios Perdido” (1987) y “Entre Tierra y Luz” (1988).
Tras las peripecias narradas en “Los Arqueros”, Thorgal regresa a su isla junto a Aaricia y

Mientras tanto, Jolan y Arghun son recibidos por el responsable del plan, Variay, sacerdote de los Xinjins, una tribu amenazada por el agresivo expansionismo de Ogotai y que está liderada por el anciano ciego Tanatloc, también dotado de misteriosos poderes mentales y que resulta ser el abuelo de Thorgal. Esa relación es la que explica a su vez los poderes que el propio Jolan había demostrado en álbumes anteriores y que designan a éste como sucesor del moribundo anciano al frente de los Xinjins. Jolan y Arghun, por tanto,

Tras sobrevivir a un combate aéreo entre su nave y otras enviadas por los Cham, Thorgal, Aaricia, Kriss y Tjall han de cruzar a pie la densa jungla del País Qâ (en lo que hoy vendría a ser algún punto de Centroamérica), una ordalía en la que unos estarán a punto de morir, otros enfermarán y se formarán dos bandos enfrentados. Finalmente, llegan a su destino, el territorio Cham y su capital, Mayaxatl. Es difícil contar más de la trama sin entrar en el terreno del spoiler y desvelar los giros de guion que van sucediéndose. Valga decir que como en las mejores aventuras, habrá peleas, rescates, violencia, amor correspondido y traicionado, intrigas políticas, redención, sacrificios, riquezas, emboscadas, muertes, reencuentros, paisajes exóticos y mucha emoción.
La saga de “El País Qâ” se publicó hace ya la friolera de treinta y dos años, pero sigue

Jean Van Hamme es un guionista que ha escrito abundantemente, recurriendo a veces a su oficio y talento para enmascarar propuestas no particularmente originales ni brillantes (como es el caso de “XIII”, un concepto copiado sin reparos de la serie de novelas de Bourne escritas por Robert Ludlum) y reformularlas como productos tremendamente entretenidos que han cautivado a millones de lectores. Siendo como es extensísima su obra, quizá “El País Qâ” pueda contarse entre aquellas que constituyen el culmen de la misma. Su sentido de la épica y la aventura (que puede extenderse a los álbumes anteriores y varios de los posteriores), su excelente ritmo, los abundantes giros y revelaciones y el reparto de personajes memorables, hacen de esta saga un clásico atemporal del comic europeo de aventuras.

Por supuesto, no podemos olvidar a Kriss de Valnor. A Hitchcock se le atribuye esa frase que

Este conjunto de cinco álbumes constituye una obra completa en sí misma. Cada episodio cumple su función narrativa dentro del conjunto de la saga manteniendo al mismo tiempo su propio orden y coherencia internos: el primero sirve para exponer lo que va a ser la aventura y sus

Si “El País Qâ” es la cima de Van Hamme como guionista, algo similar puede decirse del dibujante Grzegorz Rosinski cuyo refinado y detallado estilo naturalista alcanza aquí su mejor versión. Los personajes están extraordinariamente retratados, cada uno con un apariencia propia, coherente, verosímil y memorable. Si Thorgal es el arquetipo de héroe aventurero (atractivo, atlético, de pelo oscuro y largo y con una

Aaricia experimenta aquí un nuevo paso en la evolución que ya se había apuntado en “Alinoe”: una mujer de hermosura serena y actitud maternal que, no obstante, es muy capaz de encontrar en su interior el espíritu combativo de una guerrera vikinga digna de su linaje cuando se trata de defender a sus seres queridos. La transición que vemos en ella en estos álbumes está bien descrita por Van Hamme, situándola en trances en los que ha de matar o morir y haciéndola recorrer un auténtico carrusel emocional. Su interacción con Kriss, especialmente, constituye un interesante choque de personalidades y valores tan bien reflejado por el guionista como dibujado por el artista.

Tanto como con el dibujo anatómico, Rosinski destaca aquí por su capacidad para crear y dotar de textura y color a entornos naturales y urbanos exóticos, espectaculares con un toque de excentricidad y rebosantes de vida y atmósfera, desde las asfixiantes selvas pantanosas de Cham, la ciudad de Mayaxatl, el pueblo excavado en la roca de los Xinjin, la Boca del Sol (una idea maravillosa para una prisión letal), las sublimes aeronaves, los tórridos desiertos… No importa que esos escenarios sean fruto más de la imaginación que de la Historia, todos ellos son creíbles y sugerentes. Siempre hay detalles que admirar en sus viñetas, ya sean los diversos uniformes regimentales de los ejércitos de Ogotai, los multitudinarios sacrificios humanos en la cima de la pirámide de Mayaxatl o la sutileza de las escenas tranquilas y cotidianas en la ciudad de los Xinjins.
Unos tebeos, en fin, admirables, imaginativos, dinámicos, escritos con talento y dibujados con brillantez. Un clásico, como decía, que no ha envejecido, que está considerado el punto más alto de una serie de ya de por sí emblemática y que puede disfrutarse incluso por aquellos que no conozcan al personaje con anterioridad.
(Continúa en la siguiente entrada)
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