25 mar 2020
1967- AGENTE SECRETO CORRIGAN – Archie Goodwin y Al Williamson
En 1967, todavía en plena Guerra Fría, la moda de los espías estaba en pleno auge. Los norteamericanos vibraban al son de las aventuras cinematográficas de James Bond o televisivas de “El Agente de CIPOL” (1964-68) y “Misión Imposible” (1966-1973). Fue en aquel año cuando la King Features Syndicate decidió renovar su veterana serie, “Agente Secreto X-9”, que había sido creada en 1934 por Dashiell Hammett y Alex Raymond al hilo del auge del comic de aventuras policial y que, tras ellos, había pasado por diversas manos: Don Moore y Leslie Charteris a los guiones; y Charles Flandes, Nicholas Afonsky, Austin Briggs y Mel Graff en los dibujos. El último de ellos, Bob Lubbers, desde 1960 a 1966 (firmando como Bob Lewis debido al conflicto de intereses que le generaba trabajar en otra tira para otro sindicato) marginó el plano personal que le había otorgado su predecesor, Mel Graff (quien le había dado al protagonista un nombre auténtico, Phil Corrigan; una esposa, Wilda; e incluso una hija), para darle más prominencia a la faceta profesional del agente del FBI en lo que fue una etapa digna aunque poco memorable.
Lubbers se marchó en enero de 1967 y fue sustituido por Al Williamson, que venía de dibujar los comic books de “Flash Gordon” siguiendo de cerca el estilo y espíritu de su creador original, Alex Raymond. Williamson sugirió a Archie Goodwin, a quien conocía de la editorial Warren, como guionista de la tira. Goodwin y Williamson aportaron una nueva energía recuperando parte del espíritu pulp que la había alimentado en su origen y, al mismo tiempo, actualizando la iconografía, ambientación y tipo de casos policiales a los nuevos tiempos. Con ellos, treinta y tres años después de su creación, el veterano y aguerrido agente del FBI entraba en una Edad Dorada.
Aunque al parecer ni a Williamson ni a Goodwin les gustó la iniciativa, King Features Syndicate cambió el nombre de la tira en cuanto el nuevo equipo creativo se hizo cargo de ella: de “Agente Secreto X-9” se pasó a denominar “Agente Secreto Corrigan”. Además de marcar claramente el comienzo de una nueva y más moderna etapa, se intentó con ello humanizar al personaje; a costa, eso sí, de eliminar lo que había sido uno de sus rasgos definitorios: una identidad tan cambiante como las misiones de infiltración que acometía. No obstante, ello permitió, como era el propósito, dar algo más de personalidad a Corrigan y aproximarlo al lector (no mucho, de todas formas).
Goodwin había demostrado su versatilidad escribiendo para la editorial Warren tanto historias fantásticas en sus revistas de terror como otras más realistas en las cabeceras bélicas. Tampoco era ajeno al género policiaco, puesto que había colaborado a comienzos de los sesenta con relatos en prosa para la revista “Ellery Queen's Mystery Magazine”.
Sin embargo, el particular y exigente formato de la tira de prensa era algo en lo que carecía de experiencia. A pesar de ello, se adaptó muy bien. Sus guiones eran dinámicos, con unas tramas en continuo movimiento y en las que se alternaban la acción con los diálogos. Éstas, a diferencia de lo que durante décadas había sido práctica habitual en las tiras de prensa, no son folletines eternos e ininterrumpidos sino que pasan a tener una duración bastante definida y uniforme –alrededor de seis semanas al principio, alargándose en años posteriores a los tres meses-, saltando de un caso al siguiente sin tiempo para incluir siquiera un epílogo, de tal forma que inmediatamente después de concluir un caso, ya hay otro en marcha.
Las tres primeras aventuras, por ejemplo, se desarrollaron en tan solo siete meses y en ellas Goodwin ya puso las bases de lo que iba a ser su etapa, marcada entre otras cosas por una gran variedad. Así, esos casos iniciales incluyen la protección de una agente rusa desertada convertida en objetivo de sus antiguos patronos; una operación minera secreta en Sudamérica que utiliza mano de obra esclava; y los secretos de un jefe mafioso exiliado en Francia y que desea hacer un trato con el FBI convirtiéndose así en diana de sus asustados socios. Cada aventura presenta una amenaza diferente en una localización y con un ambiente distintos.
Leída la obra de forma integral y continuada, el lector notará ciertos diálogos reciclados y escenas de acción muy parecidas a otras ya vistas, pero esto no debe sorprender ni molestar. Sencillamente, las tiras de prensa nunca fueron concebidas para leerse así, sino día a día, conforme aparecían en los periódicos. No debían ser muchos los lectores capaces de conectar mentalmente una escena con otra aparecida en una aventura anterior finalizada seis meses atrás. Y, por otra parte, la secuenciación está tan bien realizada por parte de ambos autores que la lectura de corrido de cada aventura no denota su carácter seriado con cadencia diaria.
Tanto Goodwin como Williamson eran grandes aficionados a las películas de James Bond y, consiguientemente, hicieron que Corrigan se embarcara con frecuencia en misiones en el extranjero, viajando a países exóticos poblados por igualmente pintorescos individuos y mujeres de gran belleza étnica. Sus casos le llevaban a enfrentarse, prácticamente sin solución de continuidad y para angustia de su inmensamente paciente esposa, a secuestradores, organizaciones esclavistas, mafiosos, saboteadores extranjeros, traficantes de armas, policías corruptos y piratas al tiempo que protegía secretos militares de su nación y rescataba invariablemente a la belleza femenina de turno. Pero a diferencia de Bond y otros superespías de su tiempo, Corrigan trabajaba sin ayuda de tecnología o ingeniosos artilugios que le sacaran las castañas del fuego en el momento apropiado.
Al leer estas historias hay que recordar la época en que fueron escritas. El Telón de Acero dividía Europa, todo el mundo fumaba y los villanos aún exhibían sonoros nombres. Así, conocemos al espía de la China Roja Chang Wu; Brawler Bradley; Von Krel, Joe Ice o Dude Danton. No es este un apartado que haya resistido bien el paso del tiempo. Todos esos gangsters de trajes a rayas, jeques con turbante y villanos orientales con batín, bigote y largas uñas, son clichés muy sobados por no decir racistas, aunque todavía funcionaban bien en el mundo del entretenimiento popular de finales de los sesenta. Algo parecido puede decirse de los personajes femeninos, clichés machistas muy propios de la época pulp: o bien entran en la categoría de damiselas en peligro o bien en la de mujeres fatales con nombres como Millicent Murkley (ésta en su versión matrona dominante), Ilsa Flint, Madame Lei o Raven Storm. Mujeres todas ellas, por cierto, a cuyos encantos parecía inmune Corrigan, cuyo estado civil de casado hacía de todas estas relaciones con féminas algo estrictamente profesional. No era algo que estuviera muy en el espíritu de esos años sesenta y setenta, pero probablemente el conservador King Features Syndicate no hubiera dejado enfocarlo de una manera más, digamos, liberal.
Ya entrando en los setenta, Goodwin se permite alargar más la extensión de las aventuras, lo que le da mayor espacio para desarrollar las tramas y caracterizar a su reparto. Hay varias ocasiones en las que Corrigan desaparece de su propia serie durante semanas para permitir la exposición de una historia más interesante que la suya. Aunque Corrigan sigue siendo un personaje unidimensional, frío y nada interesante desde el punto de vista psicológico o emocional, aquellos que le rodean en cada uno de sus casos sí tienen carisma.
En el curso de los años, veremos a Corrigan infiltrarse como especialista de acción en películas de Hollywood; proteger a un escritor amenazado de asesinato en Venecia; escapar de la muerte en una isla caribeña; frustrar los planes de esa maquiavélica versión de Fu Manchu (o del mismísimo Ming) que era el Doctor Siete y sus nefastos artefactos; recuperar letales armas químicas que han sido robadas; resolver enigmas de “habitación cerrada”; perseguir a fugitivos huidos a las llanuras africanas; y enfrentarse a bandas de motoristas, robots, iglesias satánicas, malvados empresarios; secuestradores de herederas millonarias, organizaciones mafiosas con apoyo extranjero, redes de espías comunistas… y encontrar civilizaciones perdidas en la Antártida, dinosaurios en Sudamérica, alienígenas…
Williamson había destacado sobre todo por sus exuberantes historias de ciencia ficción tanto al comienzo de su carrera en los comics de EC como en los comic-books de “Flash Gordon” que realizó para la propia King Features Syndicate en los sesenta. Y, sin embargo, en “Agente Secreto Corrigan” cambia completamente de registro asentando las historias en la sociedad urbana norteamericana contemporánea que sus lectores podían reconocer fácilmente. Así, encontramos guiños al floreciente movimiento contracultural en esos artistas dibujados con perilla y polo de cuello alto; las mujeres visten con elegantes modelos clásicos de Givenchy o más atrevidos de Courrèges; el jefe de Corrigan fuma en pipa, símbolo de fiabilidad para los sectores ideológicamente más conservadores; y los automóviles que circulan por las calles, lejos de ser genéricos, son de marcas y modelos bien conocidos y apreciados, como el Triumph Herald o el Chevrolet Corvette Stingray.
Dado que ambos ya habían colaborado previamente en la editorial Warren, Goodwin no sólo sabía cómo escribir guiones que aprovecharan las fortalezas de Williamson sino que atendía a sus peticiones de incluir elementos que había visto en películas y que podían sacarle del aburrimiento de dibujar continuamente cabezas parlantes. En buena medida a ello responde esa variedad antes mencionada de los guiones: guiones que Goodwin tenía la ardua tarea de trocear en pequeñas “píldoras” de dos o tres viñetas que pudieran sintetizar al máximo texto e imagen sin perjudicar el ritmo narrativo.
Así, cada poco tiempo, Corrigan viajaba a localizaciones exóticas (desde la selva sudamericana a la India, del Himalaya a Arabia, de las islas del Pacífico a la sabana africana pasando por el Caribe) habitadas por preciosas mujeres y villanos siniestros. Era una excusa para que Williamson recuperara esa iconografía de Flash Gordon tan querida para él y en la que en vestuarios, ambientes y paisajes se combinaban la estética del Rey Arturo, Robin Hood, John Carter o el Prisionero de Zenda. Personalmente y al margen de la belleza visual que Williamson sabía imprimir a sus viñetas, encuentro estas aventuras más flojas que aquellas que transcurren en ambientes urbanos y criminales, un entorno más fiel al espíritu original de la serie y que permite caracterizar mejor a los personajes escapando de los tópicos pulp.
Williamson fue uno de esos artistas cuyo talento fue evidente desde muy temprana edad y para cuando se hizo cargo de “Agente Secreto Corrigan”, no sólo era un profesional consumado sino un artista de primera línea que conocía todas las herramientas y recursos de su pincel y plumilla para embellecer las viñetas. Así, utiliza las superficies de negro profundo para aportar un toque de serie negra, o recurre a la plumilla para crear texturas en los fondos, muebles o vestuario. Sus figuras perfectamente diseñadas le dan a la acción una vida y elegancia especiales.
Inicialmente, su proverbial admiración por Alex Raymond le lleva a recuperar el estilo, todavía un poco tosco, que éste había empleado cuando creó la serie en los años treinta. Pero al mismo tiempo lo combina con otros elementos que el propio Raymond fue incorporando en sus posteriores “Flash Gordon” y “Rip Kirby”. Percibiéndose claramente la huella de su admirado maestro, Williamson sabe al mismo tiempo ofrecer un trabajo personal que sintetiza a la perfección el clasicismo de los años treinta y cuarenta con la modernidad de finales de los sesenta. Como ya había hecho en sus comic-books de “Flash Gordon”, combina las composiciones y el esteticismo de los ilustradores y pintores norteamericanos de finales del siglo XIX y principios del XX que también habían inspirado a Alex Raymond con el lenguaje del cine de acción y de género negro.
Efectivamente, la pasión por el cine que había cultivado desde los años de su difícil infancia, se hace evidente en sus composiciones de viñeta y narrativa, utilizando diversos ángulos, alternando los planos generales con elaboradas escenas de acción y expresivos primeros planos así como en el juego de luces y sombras con fines dramáticos y expresivos. Sus tiras bien hubieran podido servir de storyboards para una película.
Williamson iría evolucionando su estilo gráfico en el transcurso de los años que permaneció dibujando la serie, pero ya desde el principio su arte sobresale de manera clara. Su agente Corrigan fue mutando su apariencia, de los duros y angulosos rasgos varoniles con que le había dotado Raymond en origen a un aspecto más bondiano (en su versión Sean Connery) y más adelante a otra imagen más acorde con los tiempos, más suave, con patillas y pelo algo más largo, para la que el propio Williamson hizo de modelo. Que esta última mutación fuera un acierto o un molesto hábito está abierto a debate puesto que el héroe terminó pareciéndose más al sensible y tranquilo artista que era el autor que al duro agente que supuestamente debía retratar.
Para otros personajes relevantes de cada aventura, Williamson utilizaba referencias fotográficas de sus amigos y conocidos, como su colega Archie Goodwin, su ayudante Carlos Garzón o su propia madre. Y aunque este recurso es más que evidente, el dibujante nunca cae en la trampa de hacer que sus figuras o sus rostros parezcan poses estáticas y rebuscadas.
Hay que decir también que, aunque el nombre de Williamson es el que figura en todas las tiras, no fue el único que intervino en ellas. Hay alguna dibujada por Neal Adams en un estilo perfectamente copiado del titular; Stanley Pitt dibujaría tres meses del año 1968 con un entintado reminiscente del de Russ Manning. El propio Williamson se sirvió de ayudantes (George Evans, Carlos Garzón, Al McWilliams, Gray Morrow) cuya huella es más o menos evidente (normalmente para peor) según el artista se encontrara ocupado en otros menesteres.
Durante sus primeros años en la serie, el dibujo de Williamson fue excelente y dinámico, Sin embargo, conforme la década de los setenta superaba su mitad, su trabajo se hizo más apresurado. En febrero de 1980, el equipo Goodwin-Williamson, desanimado ante el escaso éxito que estaba obteniendo su esfuerzo y la cada vez menor circulación de la tira ante el empuje del boyante formato del comic-book y otras fuentes de entretenimiento como la televisión, deciden retirarse. George Evans, otro artista proveniente del mundo del comic-book y que como he mencionado había intervenido ya en el dibujo de la tira, tomó el relevo guiando al protagonista con habilidad, energía e integridad hasta su jubilación en 1996. Con su marcha, la serie se canceló.
Es cierto que bajo las riendas de Goodwin y Williamson, “Agente Secreto Corrigan” nunca terminó de decidirse por un rumbo nítido y fue saltando de un planteamiento a otro: a veces parece una película de Bond; otras, una serie de televisión de espías; hay historias de corte netamente detectivesco y otras parecen rescatadas del género decimonónico de Mundos Perdidos o sacadas de un relato de Sax Rohmer. Pero esa misma indefinición puede ser también entendida y disfrutada como una virtud ya que crea una realidad propia, una especie de burbuja atemporal en la que de forma hasta cierto punto impredecible se mezclan elementos del pasado con otros del presente a gusto y criterio de unos autores de mediana edad que tenían puesto un ojo en su propio tiempo y otro en aquellas ficciones que habían marcado su infancia y juventud.
En cualquier caso, “Agente Secreto Corrigan” fue una de las últimas grandes series clásicas de aventuras en la prensa americana y, en la etapa que hemos comentado, una obra muy recomendable para los amantes del género de espionaje, criminal y de acción así como para quienes disfruten admirando el trabajo de un artista tan excepcional y elegante como Al Williamson.
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