21 ene 2019

1946-RIP KIRBY – Alex Raymond


Llevado por su sentido del deber y el saber que cuatro de sus cinco hermanos se habían alistado con ocasión de la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, Alex Raymond dejó “Flash Gordon” y “Jungle Jim” y se enroló en el Cuerpo de Marines, concretamente en la Oficina de Publicidad de esa rama militar, dibujando una plancha semanal y diseñando bonos de guerra y posters de reclutamiento. En 1945, combatió en el teatro de operaciones del Pacífico a bordo del portaaviones Gilbert Islands, documentando la vida cotidiana y la camaradería de sus compañeros.



Una vez terminada la contienda y licenciado de los Marines con el rango de comandante, su intención era reanudar su trabajo como dibujante de “Flash Gordon”. Pero he aquí que el propietario del personaje, el King Features Syndicate, puso problemas a su reincorporación. Había sido el talento gráfico de Raymond el responsable de la inmensa fama del héroe de Mongo, durante su ausencia de la serie mientras servía a su país, Flash Gordon había demostrado ser perfectamente capaz de sobrevivir sin él. El Syndicate había contratado al ayudante de Raymond, Austin Briggs para continuarla al menos hasta 1948 y la página dominical se seguía vendiendo muy bien sin necesidad de pagar las elevadas tarifas que exigía Raymond. Éste, sin embargo, no estaba dispuesto a resignarse tan fácilmente y amenazó con marcharse a la competencia, donde sin duda, habida cuenta de su prestigio, no tardaría en conseguir lo que pidiese. Semejante pérdida era algo que el King Features Syndicate no podía permitirse, así que no sólo le ofrecieron libertad total para desarrollar un nuevo personaje sino la propiedad sobre los derechos del mismo, una oferta verdaderamente excepcional para la época.

Con sus experiencias de guerra aún frescas en su memoria, Alex Raymond sintió la necesidad de crear algo menos fantástico y más anclado en la realidad. Así que, siguiendo la sugerencia del director del King Features, Ward Greene, regresó al género que le había lanzado a la fama con “Agente Secreto X-9” allá por 1934: el de detectives. La nueva tira, “Rip Kirby”, debutó el cuatro de marzo de 1946, protagonizada por un investigador privado que se alejaba de sus predecesores tanto de la tradición “pulp” como de los comics policiacos que le precedieron. En lugar de resolver sus casos a base de peleas a puñetazos, persecuciones en coche a toda velocidad y frases altisonantes, Kirby era un hombre sofisticado y cosmopolita que prefería usar su ingenio y talento deductivo para atrapar al villano de turno y que se refería a sí mismo como “criminólogo” en vez de “detective”.

Aunque su nariz rota sugería un pasado más violento –había sido marine, como su creador- y
era muy capaz de defenderse tanto con armas como en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, Kirby era básicamente un intelectual que resolvía sus casos apoyándose tanto en su brillante inteligencia y un sólido trabajo detectivesco como en sus conocimientos de una variedad de disciplinas útiles para su profesión como la química. Alto, varonil y atlético, no bebe en exceso ni fuma incontables cigarrillos sino que prefiere la pipa, toca música clásica al piano pero también disfruta del jazz de las big bands; prefiere el coñac de marca al whisky; viste impecablemente en toda situación, hace gala de una excelente educación, utiliza gafas (detalle este insólito en las historias de detectives) y su desahogo económico queda bien patente en su residencia, un lujoso apartamento en Nueva York en el que vive con un mayordomo, Desmond.

De la misma forma que no aparecían aquí villanos de apariencia grotesca (con la posible excepción del recurrente Mangler el Triturador) ni el protagonista era un individuo cínico que lanzaba continuamente pullas ingeniosas, las tramas eran también más realistas y modernas que las protagonizadas por los “duros” detectives de Dashiell Hammett (“Sam Spade”), Raymond Chandler (“Philip Marlowe”) o Chester Gould (“Dick Tracy”). En “Rip Kirby” se tocaban temas contemporáneos como la adicción a las drogas, la delincuencia juvenil, los peligros de las armas atómicas o bacteriológicas, el mercado negro de huérfanos de guerra… En sus aventuras encontramos modelos muertas por competidoras celosas, fórmulas robadas de armas químicas, chantajistas de famosos, falsificadores de moneda, traficantes de niños, contrabandistas de joyas, huérfanos en apuros, ladrones de joyas, estafadoras cazafortunas, embaucadores y chantajistas que se hacen pasar por líderes de sectas pacíficas, luchas entre casinos por la contratación de artistas, tahúres sin escrúpulos, sabotajes en competiciones automovilísticas, tesoros escondidos, herederos sin escrúpulos, falsificadores de cuadros, extorsionadores en el mundo del circo…

Aunque se ha calificado a Rip Kirby como “el primer detective moderno”, esta afirmación es muy matizable. En su momento, desde luego, lo fue en tanto en cuanto rompía con la tradición
y los tópicos de los mencionados detectives “duros” de la literatura pulp. Y, aunque se alejaba de personajes del comic en la línea de aquellos como el Agente Secreto X-9 o Dick Tracy, tampoco es que fuera algo revolucionario. De la misma forma que su combinación de sólidos conocimientos científicos, instinto y capacidad deductiva le hacían deudor de Sherlock Holmes, su aire de distinguido y culto caballero aristócrata lo acercaba a los detectives de Agatha Christie (Hércules Poirot, 1920) o Dorothy L.Sayer (Lord Peter Wimsey, 1923). Como ellos, se mueve sobre todo por los criminales que nadan entre la alta sociedad y es una celebridad internacional que recibe fácilmente carta blanca y obediencia por parte de la policía, ya sea el humilde sargento de una comisaría de barrio o el propio jefe del cuerpo.

Y también en relación con la modernidad, las historias, siendo muy entretenidas, están casi
todas ancladas en el mundo de los Estados Unidos de la posguerra, con tramas, procedimientos, criminales y entornos que nada tienen que ver con nuestra vida actual. Rip Kirby se mueve en la América de los estudios de cine, los clubs donde tocaban las grandes bandas de antaño, el ambiente portuario o los billares de los bajos fondos. En su momento y para los lectores de los periódicos, esa inclusión de un mundo real y reconocible dentro de una peripecia policiaca en las viñetas sin duda fue algo distinto y aunque hoy ya no podamos seguir calificándolo de “moderno” sí nos brinda una ventana a aquella época de finales de los cuarenta y cincuenta: sus modas y costumbres, sus problemas, sus miedos, su tecnología y forma de entender la vida…

Esto es especialmente así en los casos en los que el espíritu de la época y el patriotismo de un
Alex Raymond recién salido del ejército se dejan ver en algún momento, como en el caso de “La Fórmula Hicks”, en el que un profesor universitario que ha descubierto una nueva y letal arma química decide, espantado por sus efectos, destruir toda la documentación al respecto. Kirby le convence de lo contrario: “Desgraciadamente, la ley de la jungla impera en el mundo. Para sobrevivir necesitamos tener más dientes afilados y garras. ¡El gobierno necesitará esa fórmula! (…) ¡Odio la fórmula y sus consecuencias más que usted, doctor Hicks…! ¡Pero considero que esto es un deber hacia mi patria!”. Una actitud que hoy, en una época mucho menos complaciente y confiada respecto de los gobiernos, habría sido digna de reprobación. Esa preocupación por la nueva situación geopolítica surgida tras la Segunda Guerra Mundial y que acabaría conociéndose como Guerra Fría está también presente en la siguiente aventura, “Mangler el Triturador”, en el que se celebra un congreso internacional de científicos acerca de la limitación de armas de destrucción masiva, ya sean nucleares o biológicas. En “El Príncipe de Mythania”, Kirby se involucra en las intrigas políticas de una nación europea cuya estirpe real ha sido derrocada por una tiranía “colectivista” que es una parodia de los regímenes comunistas.

De vez en cuando, a Alex Raymond le entraba la nostalgia por la aventura de sus tiempos de “Jungle Jim” o “Flash Gordon” y llevaba a su detective por derroteros poco plausibles, deudores de la tradición pulp, como en el episodio “Duelo en el Desierto”, en el que acude nada
menos que a Sudán al rescate de una fotógrafa americana secuestrada por un jeque, involucrándose de paso en las luchas por el poder y las intrigas palaciegas.

La serie tenía un claro y continuo subtexto no tanto erótico como sensual. En todos los casos que aceptaba Kirby estaba involucrada de una u otra forma una bella mujer (o varias), casi siempre elegante y sofisticada. Las dos féminas clave de la serie encajan en unos estereotipos hoy ya bastante rancios. Por una parte, Honey Dorian, la eterna novia del protagonista, angelical, rubia, un tanto ingenua aunque voluntariosa a la hora de ayudar a su amado y siempre celosa de que otras competidoras pudieran desviar la atención de Kirby (aunque bien es cierto que a veces éste no podía resistirse al encanto de alguna de las bellísimas damas con las que se cruzaba en sus casos, debilidad ocasional que le hacía más humano).

En el otro extremo tenemos a la seductora morena: Pagan Lee. Si Honey Dorian podría
recordar a Grace Kelly, Lee parece modelada conforme a Ava Gardner: sensual, provocativa, incisiva, mujer de mundo y exdelincuente redimida por Kirby, sería la femme fatal perfecta de no ser por su inclinación romántica hacia el detective protagonista. Raymond no tuvo inconveniente en tirar de los recursos propios del culebrón sentimental y muchos de los casos giran alrededor de algún conflicto amoroso, a menudo sentimientos no correspondidos; es el caso de la aventura “La Venganza de Kismet”, por ejemplo, cuya primera mitad es un auténtico folletín romántico con Kirby víctima de los encantos de una atractiva mujer fatal que luego resulta no serlo tanto.

Aliado fiel de Kirby es su mencionado mayordomo británico, Cecil Desmond, un antiguo y conocido ladrón de los bajos fondos londinenses, reformado pero aún con sus habilidades intactas. De buen corazón y con más agallas y recursos de los que podría pensarse dada su apariencia de hombre maduro y algo estirado, nunca se limita a ser el típico compañero cómico y algo ridículo que resalta las virtudes del protagonista nominal. De hecho, Desmond tiene papel principal en algunas aventuras como “Música Infernal”, haciendo tanto de detective como de Cupido en ausencia de su patrón.

Los argumentos y diálogos se creaban durante sesiones conjuntas con Ward Greene y el editor Sylvan Byck. La función de Greene fue a partir de 1952 asumida por Fred Dickenson hasta su muerte a finales de los ochenta. Poco después del lanzamiento de la tira, Raymond contrató a Ray Burns como rotulista y dibujante de algunos fondos. Éste permaneció en la tira durante todo el tiempo que se ocupó de ella Raymond con excepción de un breve periodo a comienzos de los años cincuenta, cuando hubo de unirse a la Armada y fue sustituido por Bob Leatherbarrow.

Unas historias más enraizadas en la realidad requerían un estilo gráfico diferente, menos majestuoso y épico que el que había utilizado para Flash Gordon. Raymond se documentó minuciosamente para reflejar en sus viñetas el entorno urbano de Nueva York, los coches
último modelo, la moda… y las mujeres. De hecho, utilizó modelos de carne y hueso como Beulah Bestor –quien ya había posado para él en “Flash Gordon”- a la hora de retratar a Honey Dorian, Pagan Lee y otros personajes femeninos. Con el fin de llevar las últimas tendencias a sus viñetas, Raymond estudió cuidadosamente las revistas femeninas de la época y utilizó a la asesora de moda Joan Weed para mantenerse al día. Como sucede con las propias historias, el dibujo es una ventana a cómo era la vida en Estados Unidos hace setenta años.

Pasar del formato de plancha dominical a color con el que Raymond trabajaba en “Flash Gordon” al de tira diaria en blanco y negro tuvo consecuencias en el dibujo. Para empezar, una simplificación que permitiera satisfacer las fechas de entrega, simplificación que en ningún momento debe entenderse como pérdida de poder expresivo, ni mucho menos, sino como una mayor capacidad de síntesis producto de un cuidadoso análisis de
lo estrictamente necesario para la narración. Por otra parte, la ausencia de color animó a Raymond a experimentar más con el uso de la iluminación. Conservando el trazo elegante, impecable composición, talento para la caracterización y buen ojo para el detalle que había perfeccionado en “Flash Gordon”, se apoyó en los trabajos de otros colegas pioneros como Noel Sickles y Milton Caniff para crear un estilo naturalista que hacía un amplio uso del claroscuro como recurso dramático, combinando finas líneas de plumilla, sombreados a base de rayados cruzados y dramáticas pinceladas de tinta y que ha sido ampliamente copiado por artistas de varias generaciones. Otra de sus principales influencias en esta etapa de su carrera fueron, no puede sorprendernos habida cuenta de lo dicho algo más arriba respecto a la atención a la moda, los grandes ilustradores de las revistas femeninas de la época, como Al Parker, Albert Dorne, Robert Fawcett y Alex Ross.

En 1940, Alex Raymond se había mudado al tranquilo condado de Fairfield, Connecticut, un
lugar en el que residían muchos dibujantes e ilustradores dado que disfrutaban de ventajas fiscales. Allí, Raymond llevó un estilo de vida acomodado, muy similar al de su detective Rip Kirby. Era miembro del Club de Campo local, jugaba al golf con sus amigos y se aficionó a coleccionar coches deportivos. Era asimismo un miembro activo de la Asociación Nacional de Dibujantes y sucedió a Milton Caniff como su presidente en marzo de 1950. Aunque esa agrupación era básicamente una comunidad para alternar socialmente, Raymond ayudó a formar varios comités que ofrecían cursos de dibujo, elaboraban estudios sobre el comic y ayudaban a miembros en apuros económicos o legales. Aunque gozaba de gran estima por parte de sus compañeros y siempre consideró al comic como una forma artística totalmente legítima, su aspiración última siempre fue la de convertirse en ilustrador para revistas y pintor.

Por desgracia, todos sus planes y ambiciones se truncaron trágicamente el 6 de septiembre de 1956, cuando se estrelló a toda velocidad contra un árbol mientras conducía el Corvette descapotable de su amigo y también dibujante Stan Drake. Éste quedó gravemente herido –aunque luego se recuperó- y Raymond, con cuarenta y siete años, falleció sin haber podido jamás acudir a la reunión que tenía concertada aquella misma tarde con el gran ilustrador Robert Fawcett y que podría haber cambiado el curso de su carrera.

En su mejor momento, “Rip Kirby” fue leído por millones de lectores en más de 500 periódicos, aunque con el tiempo perdió popularidad conforme las tiras de prensa iban dejando atrás su edad de oro. Tras la muerte de Raymond, el King Features Syndicate encontró rápidamente un sustituto para continuar la tira en John Prentice, un sólido profesional que manteniéndose fiel al estilo de Raymond permaneció en ella (siempre en formato de tira diaria; nunca existió dominical a color) nada menos que hasta el 26 de junio de 1999. Su jubilación significó también el retiro de Kirby tras más de medio siglo de ilustre carrera.

En definitiva, un clásico del comic y un imprescindible del género policiaco en viñetas.

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