15 ago 2019

LOS CUATRO FANTÁSTICOS EN LOS SESENTA (15)

(Viene de la entrada anterior)

A todos los efectos, Los Cuatro Fantásticos nº 47 (febrero 1966), titulado “Cuidado con la Tierra Oculta”, debería haber sido el clímax de la saga de los Inhumanos. Pero no lo fue. Ejemplo perfecto tanto del perfeccionamiento de la narración seriada y del creciente distanciamiento de Lee respecto del argumento general, la línea narrativa de los Inhumanos no se cerraría al final de este número tal y como cualquier lector tenía derecho a esperar, sino que lo haría justo a la mitad del siguiente episodio. Se difuminaba así la separación entre argumentos característica hasta entonces. Los siguientes veinte números no fueron sino una larga aunque vagamente interconectada historia. De hecho, algunos de los elementos se remontaban incluso a los acontecimientos narrados en los enfrentamientos contra los Cuatro Terribles y el Dr.Muerte en los números 38-43.


En ese número 47, primero los héroes salvaban a Tritón y evitaban que el Hombre Dragón destruyera Nueva York. Mientras tanto, Lee y Kirby todavía parecían confusos respecto a la dirección a tomar. En el episodio anterior habíamos visto a los Inhumanos desaparecer temerosos de ser capturados por el Buscador (cuya misión era atraparlos por expreso deseo del rey Maximus) pero resulta que aquí los vemos llegar precisamente a la boca del lobo: el Gran Refugio, el hogar de donde se habían exiliado. Medusa exclama “¡Por fin estamos a salvo!. ¡En el Gran Refugio, a donde pertenecemos!” Pero, si no tenían por qué temer su regreso a aquel lugar, donde Maximus gobierna como rey, ¿por qué habían estado actuando de la manera contraria en los capítulos anteriores?

Después encontramos la frase del sicario de Maximus: “¡Gorgon ha capturado a Medusa, como ordenaste!”. Bueno, Gorgon parecía uno de los villanos en FF nº 44, pero no tardó en descubrirse que en realidad sus sentimientos estaban con el resto de la exiliada familia real. Así que, si había estado trabajando para Maximus todo el tiempo, ¿por qué le dejarían los demás averiguar su paradero? Nos enteramos también de que, además de usurpar la corona, Maximus quiere desposarse con Medusa. ¿Y qué responde ella a su exigencia?: “¡Nadie puede negarse a una orden real!” Algo no muy propio de una civilización superior

Y para confundir aún más las cosas, Rayo Negro avanza, le arrebata la corona a su hermano y la coloca sobre su propia cabeza, recibiendo inmediatamente la servil reverencia de Maximus. Si ese era todo el problema con el derecho sobre la corona, ¿para qué huyó la familia real? Mientras tenían lugar todos estos asuntos de Estado, aparecen los FF y Crystal se arroja a los brazos de Johnny (¿quién puede culparla con una familia / gobierno como esos?) Sin embargo, mientras los inhumanos y los FF discuten, Maximus se escabulle y activa su mortal cañón Atmo…

La complejidad creciente de la historia y la multiplicidad de personajes socavaron la capacidad de Lee para definir a éstos mediante el diálogo. Los Inhumanos no tenían individualidad alguna, un defecto que aún se haría más obvio cuando se les otorgó serie propia, primero en “Thor” y después en “Amazing Adventures”.

La leyenda que dice que Stan Lee le pidió a Kirby una historia en la que los Cuatro Fantásticos lucharan contra Dios es una tontería. Ninguno de los dos ha admitido jamás algo semejante. Cuando se les presionaba para que dieran detalles sobre la creación de aquella historia, todo lo que Stan podía recordar era: “Le dije que quería un personaje llamado Galactus, y se lo describí”.

Galactus era una fuerza destructora que dejaba a los planetas arrasados y desprovistos de vida
alguna. La atribución de su creación a Lee o Kirby no resulta satisfactoria. Por desgracia, hay veces en las que interpretaciones erróneas pueden influenciar al artista. Tras pasarse años oyendo a los fans estableciendo alegorías y paralelismos en los que relacionaban a Galactus con Dios, el propio Kirby empezó ya en los años setenta a hacer asociaciones en esa línea: “Cuando cree a Silver Surfer y Galactus lo hice siguiendo un sentimiento bíblico. No podía enfrentar a esos superhéroes con gangsters, así que tuve que imaginar personajes más omnipotentes. Se me ocurrió a Galactus como una especie de Dios. Siguiendo esa inspiración bíblica, pensé en el ángel caído, y éste fue Silver Surfer. Sea como sea, en 1966, cuando Galactus apareció en las páginas de la colección, ninguno de los coautores tenían en mente conexión alguna con el plano religioso.

Ninguna de todas las amenazas a la Tierra descritas hasta ese momento en la historia del comic book guardaba semejanza alguna con Galactus. Aunque de apariencia humanoide y viajando a bordo de una astronave, era cualquier cosa excepto una criatura ordinaria y mortal. Alguien capaz de alimentarse de planetas y destruir sistemas galácticos enteros no es precisamente humano y su llegada a la Tierra significaba la muerte segura para todos los seres vivientes de nuestro mundo. Al lado de semejante amenaza, los Cuatro Terribles, el Hombre Topo o el Doctor Muerte parecían insignificantes. De hecho, a medida que se extendían las noticias de la llegada de Galactus, los lectores podían imaginarse a Muerte y los otros sentados en un rincón tan atemorizados y ansiosos porque los 4F triunfaran como cualquier ciudadano normal de Nueva York.

Galactus tenía una figura imponente. Su armadura era tremendamente compleja, masiva,
metálica y llena de detalles. Su cabeza estaba coronada por el casco más ostentoso visto hasta el momento. El efecto que causaba era de asombro. Nadie se preguntó entonces por qué un alienígena llegado desde las regiones más lejanas del universo llevaría una gran “G” en el pecho.

Pero por el momento, todavía en el número 48, los héroes no sabían nada de la llegada de Galactus mientras remataban su aventura en el Gran Refugio. Ni siquiera se mencionaba en la portada (que representaba a unos 4F asustados acompañados por al imponente figura de El Vigilante señalando hacia algo situado fuera de la vista del lector). Los Inhumanos debían enfrentarse a Maximus y su cañón Atmo, cuyo propósito era acabar con toda la especie humana. Finalmente, en lugar de alcanzar su objetivo, lo único que consiguió el loco rey fue demostrar involuntariamente que humanos e Inhumanos no eran sino parte del mismo árbol genético. Como última jugada, el malvado hermano de Rayo Negro activa un artilugio que encierra al Gran Refugio tras una barrera de Energía Negativa. Nadie puede salir ni tampoco es posible entrar, como comprueban los 4F, quienes habían conseguido escapar en el último momento. Y todo esto en sólo siete páginas.

Este número marca también el inicio del proceso de madurez de Johnny, que se completará a lo largo de los siguientes episodios. A la pérdida de su primer gran amor pronto se sumará una sobrecogedora experiencia cósmica y su matriculación en la universidad. Era esta otra muestra de por qué el Universo Marvel sedujo a tantos lectores: los personajes crecían, acumulaban
biografia, envejecían al ritmo de los fans (más o menos)…eran, en definitiva, más humanos.

Mientras tanto, la primera pista de la llegada de Galactus aparece con Silver Surfer surcando el espacio, buscando un planeta apto para saciar el hambre de su amo. Lee ha dicho muchas veces que la presencia de Silver Surfer en esta historia fue una completa sorpresa para él, prueba de que ya no trabajaba codo a codo con Kirby en esta etapa de la colección tal y como sucedido años anteriores. ¿Qué hacer con ese extraño personaje que navegaba entre las estrellas sobre una tabla de surf plantada? El mérito de dotar a ese personaje de aspecto a priori tan estúpido de una personalidad carismática y profunda que lo convirtió en uno de los héroes más famosos de la historia del comic fue enteramente de Stan Lee. Transformó a ese ser simple, inocente y de sensibilidad alienígena en un personaje vagamente mesiánico y le otorgó una voz con la que examinaría la naturaleza humana. Pero eso sería unos meses después. Por el momento, Silver Surfer se rebelaría contra su amo, quedando confinado en la Tierra como castigo.

La amenaza que supone aquel a quien Silver Surfer precede es tal que incluso los Skrull, la raza malvada por antonomasia del Universo Marvel en ese momento, sienten pánico y ocultan su sistema solar para evitar ser detectados. Una página después, la población de Nueva York cae presa del pánico cuando el cielo se transforma primero en llamas y luego se cubre de una especie de rocas flotantes. En realidad, esos fenómenos que todo el mundo interpreta como presagios del apocalipsis, han sido provocados por el Vigilante, quien ha decidido romper su juramento de no interferir en los acontecimientos, extendiendo una red de camuflaje sobre la Tierra para tratar de ocultar su presencia a Silver Surfer… sin éxito. Éste se da cuenta del truco y acaba aterrizando en el tejado del Edificio Baxter. Sin perder el tiempo, manda la señal a Galactus. Las horas de la Tierra están contadas, tal y como un pesimista Vigilante le dice a los 4F.

Desde el nº 49 (enero de 64) de “Tales of Suspense”, el Vigilante protagonizaba su propia historia de complemento, compartiendo título con Iron Man. Estas narraciones cortas estuvieron escritas y dibujadas por el hermano de Stan, Larry Lieber. En su mayor parte las tramas nada tenían que ver con el Vigilante, sino que eran moralizadoras fábulas de CF del tipo que Atlas Comics había producido como salchichas durante años. En “Tales of Suspense”, el Vigilante actuaba como presentador de los episodios, como una especie de Alfred Hitchcock en su programa televisivo. Después de aquello, el personaje tuvo una serie
de complemento de diez páginas en la colección de “Silver Surfer” de Lee y Buscema, escrita por Stan y dibujada por Gene Colan.

Este observador galáctico resultó menos estricto de lo que siempre afirmada ser, rompiendo su juramento de no interferencia una y otra vez para ayudar a los Cuatro Fantásticos. Pero, a pesar de esa contradicción, pocos personajes de la colección podían evocar el mismo sentimiento de fascinación y maravilla cósmica que el masivo Vigilante.

A pesar de las farragosas y contradictorias aventuras con los Inhumanos, la posteriormente conocida como “Trilogía de Galactus”, que empieza a mitad del episodio 48 (marzo 66) y terminaría en el 50, sería todo lo contrario. Esta saga resume perfectamente la Edad de Oro de los 4F, la culminación de todo lo que Lee y Kirby habían ido edificando durante los primeros cinco años. Cuando los lectores abrieron el nº 49 (abril 1966) y se encontraron con una página viñeta en la que se anunciaba dramáticamente “¡Galactus Ha Llegado a la Tierra!”, mostrando las asustadas caras de los FF dirigidas al cielo, ¿quién podría haber predicho que sería el comienzo de una historia como no se había visto antes en la historia de los comics?

A estas alturas, Lee y Kirby ya dominaban todos los recursos que, a base de prueba y error, habían ido ensayando en la colección durante las primeras etapas de la misma. Ahora eran capaces de combinarlos de una forma que sólo puede describirse como grandiosa, con historias que destilaban, conceptual y gráficamente, un enorme poder y sentido cósmico. Los numerosos profesionales que aplicaron su talento al medio desde que el género superheróico nació allá por los años treinta no podrían haber producido nunca una historia como la saga de Galactus sin contar con la experiencia previa que Lee y Kirby habían ido acumulando desde el nº 1 de los 4F. Habían sido relativamente pocos años, pero en ese periodo el arte de Kirby había evolucionado desde lo convencional hasta un estilo que parecía trascender los límites de las viñetas. Sus figuras tenían peso y energía, dominaban las escenas y absorbían la mirada del lector.

Al mismo tiempo, el estilo de Lee también experimentó su propia metamorfosis. Había aprendido que no tenía por qué subestimar a sus lectores ni rebajar la altura conceptual. Gradualmente, ajustó su verbosidad y adaptó su estilo al espíritu de cada personaje: el pomposo lenguaje neo-isabelino de Thor, el coloquial y moderno de Spiderman…incluso inventó sus propios términos para el mundo místico en el que se movía el Doctor Extraño. Unidos, los talentos de ambos creadores, produjeron narraciones que no sólo eran entretenidas,
sino que estaban imbuidas de un enorme poder y sentido de lo maravilloso. Y aún más sorprendente es la regularidad y facilidad con que en estos años conseguían ese efecto.

Tomemos como ejemplo el número 49. Nada más empezar, el lector se encuentra con una página-viñeta en la que las imponentes figuras de Galactus y el Vigilante discutien el valor relativo de la vida humana. A continuación, los FF tratan de convencer al enorme alienígena de que no puede tratar a la especie humana con condescendencia, pero sus esfuerzos para llamar su atención son infructuosos. Al fin y al cabo, Galactus está tan lejos de los humanos como nosotros de los insectos. “¿Acaso los humanos no sacrifican también a las bestias inferiores para obtener su comida…su sustento? ¡Galactus no hace nada diferente!”. Así, Galactus resulta no ser el típico villano en busca de supremacía, reconocimiento o caos, sino una criatura de inmenso poder que está hambriento…y los planetas son su alimento. Es una fuerza de la Naturaleza y, por tanto, más allá del Bien y del Mal.

Mientras tanto y tras haber sido derribado por La Cosa en el número anterior, Silver Surfer es acogido por Alicia, la novia ciega de Ben Grimm, que le ayuda a recuperarse y le muestra los valores de la compasión, la nobleza y el valor que tiene
cualquier vida, incluso la más insignificante. Las súplicas de Alicia a Surfer para que ayude a la Humanidad demuestran ser más exitosas que la acción directa emprendida por los FF en su cuartel general. Entonces, cuando la situación parece desesperada tras completar Galactus el montaje del convertidor de energía que devorará el planeta, el Vigilante decide una vez más romper su juramento de no interferencia y envía a la Antorcha Humana “al centro del infinito”, al lugar donde se esconde la base principal de Galactus, para que se haga con el único objeto que puede derrotarlo.

Nunca antes habían estado los FF y toda la Humanidad en un peligro semejante. Aunque los villanos de los comic-books habían amenazado en muchas ocasiones al planeta, jamás la sensación de peligro y apocalipsis inminente había estado tan bien representada como aquí. Galactus era la amenaza más sobrecogedora a la que se había enfrentado ningún superhéroe, sin puntos débiles físicos o emocionales y para quien los hombres no eran más valiosos que insectos. Es más, su poder es tan inmenso que el conflicto es imposible. Los Cuatro Fantásticos no son rivales para él (ni los Vengadores, los X-Men o Spiderman, todos los cuales, curiosamente, están ausentes de esta aventura aun cuando, como residentes en Nueva York, deberían ser conscientes de la amenaza).

En el número 50 (mayo 66) que cierra ese ciclo, Lee y Kirby (ayudados en no poca medida por
el acabado de Joe Simon), alcanzan su mejor momento. Guion y dibujo se fusionan perfectamente para contar la historia de tintes míticos de la caída de Silver Surfer, un ángel mensajero que sacrifica su libertad para salvar a millones de desconocidos (“Me traicionaría a mí mismo si no luchara por impedir la aniquilación de un pueblo. Porque aquí, en este solitario y pequeño mundo, he hallado lo que los hombres llaman conciencia”) y de su amo, el semidios Galactus, quien a pesar de su inimaginable superioridad aprende a reconocer el valor y la determinación de los humanos.

Aunque Silver Surfer decide desafiar a su amo, su poder no es rival para éste y resulta fácilmente derrotado. Pero ello le consigue tiempo a la Antorcha para regresar con el artilugio capaz de infundir miedo hasta a Galactus: el Nulificador Supremo, que puede “destruir una galaxia, aniquilar un universo”. “Y si el universo muere, ¿Galactus podrá sobrevivir?, pregunta un desafiante Reed Richards. Galactus se vuelve furioso contra el Vigilante: “¡has sido tú!. Sólo tú tienes el poder, la determinación…¡Has dado una cerilla a un niño que vive en un polvorín!”. A lo que el Vigilante, impasible como siempre, responde, “Así es. Este mundo pertenece a esos “niños”. El
principal problema de la Trilogía fue este anticlímax con el arma definitiva surgida de la nada. Lee y Kirby habían planteado un peligro de tales dimensiones, tan por encima de la capacidad de los FF, que no encontraron otra manera de resolverlo que utilizando un deux ex machina en la forma del Nulificador Supremo. Fue también así como Lee había dado carpetazo al Anual nº 3, solo que en aquella ocasión fue Reed quien se sacó el truco del sombrero. Durante sus años jóvenes, Stan Lee se dedicó a imitar el éxito de otras compañías. Ahora que había triunfado, se imitaba a sí mismo.

Lee completó los rayos cósmicos, los resplandecientes cuerpos celestiales, la chisporroteante energía etérea, los desplazamientos dimensionales y las colosales figuras de seres cuasidivinos dibujados por Kirby con su espíritu humanista, su optimismo y el antropocentrismo que caracterizaron a los tebeos Marvel en sus inicios cautivando a millones de lectores. “Piensa en el valor que han demostrado”, trata de razonar el Vigilante con Galactus, “Aunque aún están en su infancia, no debes menospreciarles. ¿Acaso tu raza no evolucionó a partir de unos comienzos igual de humildes?¿Acaso no poseen la semilla de lo sublime en sus frágiles formas humanas?” Galactus responde: “Muy bien. Por primera vez desde el amanecer de los tiempos, mi voluntad ha sido frustrada, pero no guardo rencor. Las emociones son para seres inferiores”.

En la página siguiente, en una gran viñeta, Galactus se prepara para partir: “Con esas
palabras, la imponente figura de Galactus se transforma en una furia viviente de pura energía elemental, mientras los mismísimos átomos del aire parecen chisporrotear sin orden ni concierto”. “El juego ha terminado”, exclama, “El premio me ha sido negado, y por fin vislumbro un destello de gloria en la raza del hombre. Sed siempre dignos de ésta, humanos. Sed siempre conscientes de vuestra promesa de grandeza…porque un día os llevará más allá de las estrellas…u os enterrará bajo las cenizas de la guerra. Vuestra es la decisión”. Unas palabras extraídas directamente del ambiente de la Guerra Fría de los sesenta y que sin duda pertenecen a Lee.

Uno podría esperar que semejante épica terminara aquí, pero de nuevo la estructura no compartimentada que Kirby utilizaba para los comics de esta etapa hace que la trama principal se cierre a mitad de episodio y que el resto, diez páginas, las dedique a establecer nuevos hilos argumentales mientras los diferentes personajes tratan de recuperarse de la reciente experiencia: Silver Surfer, atrapado en la Tierra, parte para explorar su nueva prisión; un misterioso villano jura destruir a los FF; Johnny asiste a su primer día en la Universidad de Nueva York y conoce al que pronto será un gran amigo y aliado de los FF,
Wyatt Wingfoot; el entrenador del equipo de rugby universitario, Thorne está teniendo problemas para mantener el control del mismo; Reed y Sue experimentan una de sus primeras crisis matrimoniales; y La Cosa se entrega a otro de sus episodios de autocompasión.

A estas alturas, es casi imposible escribir sobre la Trilogía de Galactus y su influencia sin recurrir a lugares comunes y clichés. Se ha dicho tanto sobre ella y las conclusiones a las que se ha llegado son tan evidentes y claras que nada de lo que se diga será original. Aunque pueda sonar grandilocuente, puede decirse que La Trilogía de Galactus marcó un antes y un después, quizá no sólo para el Universo Marvel sino para todo el género.

Su premisa básica está basada en uno de los clichés más manidos de los comics de ciencia-ficción de principios de los sesenta: la invasión de la Tierra por parte de alienígenas dispuestos a destruir el planeta. Lo que hizo a esta invasión diferente es que se trata mayormente de una espera, una espera angustiosa a la que el mundo entero asiste totalmente indefenso. El elemento predominante es la tensión, una tensión que va creciendo poco a poco hasta ser tan insoportable que lo único que los héroes pueden hacer es darse un baño (como Ben) o afeitarse (como Reed) y esperar resignados al apocalipsis. Y ahí reside la brillantez de la trilogía: los
momentos de tranquilidad. El sentido narrativo de Kirby es excelente, la calma y las diferentes perspectivas del suceso hacen de los escasos momentos de acción en el exterior del Edificio Baxter algo todavía más impactante.

Sobre todo, el nuevo nivel al que había llegado el arte de Kirby le dio a la Trilogía un sentido de grandeza y monumentalidad inéditos en el mundo del comic superheróico. De hecho, el ritmo y estructura que Kirby empleó aquí acabarían formando parte inseparable del género de superhéroes. Aunque la idea de presentar al principal villano en la última página ya había sido utilizado antes (como en “X-Men” 17, febrero 66, también escrito por Lee y dibujado por Kirby), fue ese cierre tan potente del nº 48 de “Los Cuatro Fantásticos”, lo que cambió la forma de narrar historias de superhéroes.

Pero también sería la última vez que Galactus causaría una impresión semejante. Nada resulta nuevo dos veces, o tres, o cuatro… La repetición trivializa la grandeza y el Gran Galactus iría perdiendo divinidad y capacidad para despertar el asombro del lector. Sólo podía empeorar y eso es lo que hizo. Al final, el legado más perdurable de esta saga no sería Galactus, sino Silver Surfer.

(Continúa en la siguiente entrada)

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