12 ago 2019

1992- JAMES BOND: EL DIENTE DE LA SERPIENTE – Doug Moench y Paul Gulacy



Pese a tener una tira de prensa de largo recorrido (1958-1984), el superespía creado por Ian Fleming no ha sabido establecerse de forma continuada en el mundo del comic-book ni dar obras que le hayan hecho un hueco propio en ese medio. En los años noventa del siglo pasado aparecieron una serie de ambiciosas aventuras en formato prestigio, siendo la primera “Licencia para Morir” (Eclipse, 1989), en la que el guionista y dibujante Mike Grell trataba de tomar distancia respecto a los excesos cometidos en las películas. Por el contrario, “El Diente de la Serpiente”, de Doug Moench y Paul Gulacy, asumía con total fidelidad la estructura y tono de los films, incluyendo hasta un prólogo que culminaba en una página-viñeta que evoca las famosas secuencias de crédito de Bond. Esa lealtad al canon supone al mismo tiempo el éxito y el fracaso del comic.



Ian Fleming Publications, por entonces denominada Glidrose Publications, cerró un acuerdo con la editorial Dark Horse que entró en vigor en 1992, para publicar comics utilizando la licencia de James Bond y excluyendo del mismo cualquier adaptación de películas o novelas. Por entonces el sello norteamericano ya estaba explotando el filón de otras franquicias cinematográficas, como Aliens, Terminator, Star Wars o RoboCop y proyectaba hacer lo mismo con 007. De hecho, llegó a publicar seis aventuras de Bond realizadas por distintos equipos creativos intentando capitalizar el hiato en el que había caído la saga cinematográfica (“Licencia para Matar” había aparecido en 1989 y “Goldeneye” no se estrenaría hasta 1995). Pues bien, la primera de esas miniseries fue “El Diente de la Serpiente”, con tres números a cargo del mencionado dúo, muy conocido y elogiado por sus anteriores colaboraciones en diferentes series y personajes.

La historia comienza con una serie de extraños sucesos aparentemente inconexos: en la selva sudamericana, una niña india es secuestrada por lo que parece un platillo volante; en Inglaterra desaparecen científicos relevantes en sus respectivos campos; y un submarino nuclear británico es hundido en las aguas del Ártico y sus seis misiles atómicos son sustraídos. En unas pocas páginas tenemos ya lo que bien podrían ser tres inicios para otras tantas películas de Bond.

Por supuesto, a 007 –que acaba de librarse en Suiza de una espía rusa con la que se ha acostado y a cuyo marido asesinó años atrás- le llaman para que investigue las actividades en Perú de un misterioso potentado llamado Indigo. Otro agente, 009, ha desaparecido mientras trataba de averiguar las intenciones del empresario. Bond e Indigo tienen su primer encuentro en la mesa de un casino y pronto el británico, con ayuda de algunos operativos locales –que incluyen la predecible agente femenina de sensuales curvas- se pone manos a la obra para descubrir el diabólico plan del villano infiltrándose en su espectacular base secreta, enfrentándose a su asesino principal (un par de gemelos albinos muy parecidos a los que los Wachowski presentarían en “Matrix: Reloaded”, 2003 ), liquidando a un ejército de sicarios y protagonizando una emocionante fuga en el último segundo.

Si uno es fan de las películas de Bond, todo en este comic resulta familiar y evocador de uno u
otro momento de la ilustre trayectoria cinematográfica del espía. Se puede, por tanto, leer con cariño, como un sentido homenaje a las aventuras de 007. Pero la otra cara de la moneda está relacionada exactamente con lo mismo: no se aporta nada verdaderamente original, ningún matiz nuevo al tipo de peripecias tantas veces vistas o a la personalidad del propio héroe. El primer choque entre Bond e Indigo en la mesa de póker del casino, por ejemplo, es un clásico de la saga de películas, pero aquí está llevado de una forma plana y totalmente genérica, sin conseguir crear el tipo de tensión palpable que esas escenas transmiten en el cine.

Además, lo que Moench –y sospecho que muchos fans de Bond- parece olvidar es que aunque las escenas de acción espectaculares constituyen una parte sustancial de las películas, en el fondo éstas son misterios en los que durante al menos la mitad de la trama ni Bond ni el espectador saben qué está ocurriendo exactamente o hacia dónde va dirigido todo el asunto. A menudo, la trama arranca con 007 investigando algún asunto menor –por ejemplo, un robo de diamantes- y sólo gradualmente va descubriendo la existencia oculta de un plan apocalíptico. En el comic, por el contrario, el guionista enseña sus cartas demasiado pronto, probablemente porque es tal la cantidad de clichés que engarza que el lector imagina fácilmente lo que vendrá a continuación. Por tanto, en lugar de tener un puzle que héroe y espectador deban completar poco a poco, lo que se nos ofrece es básicamente acción a raudales.

Repito, las películas de Bond rebosan de largas escenas de acción, las cuales no aportan precisamente profundidad, pero al menos tal superficialidad queda parcialmente compensada por la participación de actores con el suficiente carisma como para añadir una cierta conexión emocional con el espectador. En un comic, sin embargo, el guionista tiene que trabajar más ese aspecto para hacer que al lector le importe verdaderamente lo que le ocurre a los personajes.

Un aspecto en el que “El Diente de la Serpiente” sí difiere de las películas es en que resulta todavía más exagerada y orientada hacia la ciencia ficción que aquéllas. Indigo ha modificado genéticamente su propio cuerpo hasta parecerse a un reptil e incluso su cuerpo está cubierto de escamas; como parte de sus investigaciones se ha dedicado a clonar dinosaurios carnívoros y confinarlos en una especie de reserva de la que, claro está, escapan para poner a todo el mundo en peligro (el inminente estreno de “Parque Jurásico”, un año después, pudo tener algo que ver con esta “invención” de Moench); esos experimentos genéticos también han conseguido involucionar al colega de Bond, 009, hasta convertirlo en un brutal homínido leal a su amo; y la base secreta del villano es una enorme porción de tierra, de clima tropical, que se separa del continente y se sumerge en el mar protegida por una cúpula y transportada por un sistema de orugas.

Los más puristas de la saga pueden poner el grito en el cielo antes estos excesos, pero otros
pueden igualmente argüir que, si un comic tiene que competir con una saga de películas ya de por sí espectaculares, la mejor baza que puede jugar es la de aprovechar su ilimitado presupuesto a la hora de plasmar sobre la página los escenarios o criaturas más extravagantes. Y, desde luego, “El Diente de la Serpiente” contiene escenas e ideas que incluso hoy supondrían un esfuerzo considerable para cualquier departamento de efectos especiales a la hora de llevarlos a la pantalla. Esa diferencia de criterio entre los partidarios de una y otra aproximación a las aventuras de 007 queda perfectamente ejemplarizado por la reacción que registró la película “Moonraker” (1979): muchos la criticaron por la excentricidad e inverosimilitud de sus ideas…pero también fue una de las más taquilleras de la saga, lo que demuestra que una gran parte del público disfrutó con esa fantasiosa desviación del canon bondiano.

Otra de las razones por las que esta historia parece más reducida en escala que cualquiera de las películas es la ausencia de esos continuos desplazamientos a lugares exóticos propios de casi todas las aventuras de Bond. No es que la selva peruana carezca de exotismo, pero una mayor riqueza de localizaciones hubiera enriquecido la propuesta.

Doug Moench y Paul Gulacy han colaborado en diversos proyectos a lo largo de las décadas y esta miniserie parecía ideal para ambos. Al fin y al cabo, su obra conjunta más famosa, “Master of Kung Fu” para la Marvel de los setenta, estaba muy inspirada por las antiguas películas de Bond. Además, Gulacy tiene talento para la narración cinematográfica y aunque ya lleva años derivando hacia la caricatura, aquí todavía exhibe un estilo semirealista muy adecuado para el personaje (si bien resulta chocante ver al aliado peruano de Bond caracterizado con los rasgos de Saddam Hussein). Como de costumbre, eso sí, tiene algunos problemas con la rigidez de las figuras, la representación de la tecnología (vehículos, armas) y a la hora de diferenciar una mujer hermosa de otra. Como es mandatorio en cualquier peripecia de Bond, los colores son importantes y en este sentido no hay ninguna pega. No podía ser menos estando al frente de ese apartado el gran Steve Oliff, que aplica una paleta variada y muy intensa a todas las escenas.

Aunque los propietarios de los derechos quedaron satisfechos con el resultado y la alabaron como la mejor historia de Bond no escrita por Fleming hasta ese momento, el resultado comercial de “El Diente de la Serpiente” no fue el esperado. La cadencia de las películas de Bond desde que se iniciara la saga allá por 1962 había sido de una cada dos años aproximadamente. Como he comentado, habían pasado ya tres años desde el estreno de la última y no se esperaba un regreso inminente de 007 a las pantallas. Dark Horse tenía la
oportunidad ideal para presentar a Bond a una nueva generación de lectores y darle a los fans veteranos material nuevo con el que soportar la espera. Sin embargo, no fue así. La editorial no lo promocionó adecuadamente y el comic no encontró su público en un momento en el que buena parte de los lectores de comic-books enloquecían con la explosión que supuso Image. Al lado de éstos, un personaje añejo como Bond, dibujado además de una forma muy clásica, tuvo pocas oportunidades.

En resumen, si se está buscando un comic que tenga el aspecto y espíritu de una película de James Bond, “El Diente de la Serpiente” cumple satisfactoriamente. Pero a pesar de algunos conceptos y elementos de la trama demasiado exagerados, es una aventura muy genérica que no supera en interés, caracterización y emoción a prácticamente ninguna película de 007. Como tebeo de acción, es entretenido y de lectura tan rápida y fácil como olvidable.

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