6 ago 2019

1982- SPIROU - Yves Chaland


Yves Chaland fue uno de los grandes renovadores del comic francés gracias a su peculiar reformulación de las tradiciones del tebeo infantil-juvenil belga. Durante décadas y desde los años cuarenta, dibujantes de esa nacionalidad como Hergé, Jacobs, Peyo, Jijé, Tilleux o Franquin habían creado un estilo de comic muy particular de líneas nítidas, viñetas luminosas, puesta en escena dinámica y una mezcla depurada de caricatura y realismo. Fueron esos los maestros de un estilo que acabó convirtiéndose en clásico y puntal sobre el que se apoyarían muchísimos autores, personajes y publicaciones. Pero sus comics (ya estuvieran adscritos a la línea clara de Bruselas o la de Marcinelle), no sólo compartían criterios gráficos y narrativos sino también conceptuales. Eran los suyos argumentos lineales, de estructura muy tradicional en su desarrollo, en los que los héroes protagonistas encarnaban la virtud y los villanos lo eran por naturaleza; no había, por tanto, espacio para los grises morales; tampoco para violencia o sexo explícitos, ni siquiera para que las mujeres jugaran un papel relevante en las historias. Se trataba de comics infantiles o juveniles pero con una tan excelente factura que permitía también el disfrute de los adultos.



Como suele suceder en todos los ámbitos del arte, una nueva generación de autores de comic que creció y aprendió a la sombra de aquellos pioneros, decidió, movida por el impulso de la juventud y la osadía y arrogancia que promovía el ambiente de libertad que se respiraba en el comic europeo de finales de la década de los sesenta, romper con sus raíces y explorar nuevos caminos tanto en los temas como en los guiones y el dibujo. Fue la explosión de la Bande Dessinee, del comic francés, adulto en todos los sentidos. Por supuesto, se cometieron excesos que han soportado mal el paso del tiempo pero en general aquel fenómeno supuso un enorme avance tanto para el medio como para la industria.

Chaland perteneció al grupo de autores (y que también incluía a gente como Serge Clerc, Ted Benoit o Floc´h) que a finales de los setenta empezaron a oscilar el péndulo en dirección contraria y crear comics que reunían lo mejor de ambas tendencias, la clásica y la vanguardista. Así, en comics como “Bob Fish” (1980), Chaland utilizaba un estilo inspirado por Franquin o Tilleux, sus dos grandes referentes, para narrar historias de género negro protagonizadas por un detective cínico y moralmente cuestionable que resolvía casos de una forma que la tradicional editorial Dupuis, por ejemplo, no hubiera permitido. Esta actualización y adecuación de la
estética clásica a los nuevos tiempos y a un perfil de lector más adulto, fue muy bien recibida y Chaland, pese a su juventud, se convirtió rápidamente en uno de los referentes de la influyente cabecera francesa “Metal Hurlant” del cambio de década.

De hecho, su evidente y profundo afecto por los maestros belgas del comic llamó la atención hasta en las mismísimas raíces de aquéllos: la revista “Spirou”, cuna de uno de los más famosos y longevos aventureros del tebeo mundial. En ese momento, en la redacción del semanario se estaba librando una guerra intestina en torno a la titularidad de la serie principal, la del propio Spirou. Jean-Claude Fournier, que había estado llevando las riendas del personaje tras la retirada del genial Franquin del mismo, fue defenestrado por la dirección. Ésta se mostraba preocupada por la lentitud con la que el autor iba desgranando las aventuras de Spirou, lo que dejaba a su revista huérfana de su principal gancho durante meses. En un entorno de descenso de ventas, el propietario, Charles Dupuis, quería aumentar la presencia de Spirou en un intento de atraer lectores y conservar a los actuales, y Fournier no parecía capaz de mantener el ritmo de trabajo exigido.

Pero ¿quién estaría a la altura de recoger el testigo? Entonces se desató la guerra por la
sucesión. Un hombre de confianza impuesto por Dupuis en la gestión de la revista, José Dutilleu, forzó la contratación de un dibujante conocido suyo, Nic, al que se asignó a uno de los guionistas estrella de la casa, Raoul Cauvin. Pero tal opción no era en absoluto del agrado del redactor jefe, Alain de Kuyssche, molesto por la intrusión de quien consideraba un arribista. Su apoyo lo recibieron dos jóvenes recién llegados y pletóricos de ideas y energía: Tome y Janry. La estrategia que entonces se dispuso era demasiado forzada como para perdurar en el tiempo, al menos para la mentalidad conservadora de los lectores y editores de aquella época: crear una especie de taller “a la italiana” y alternar las aventuras realizadas por ambos equipos.

De Kuyssche aún jugó una mano más y contactó con Chaland para ofrecerle un turno suplementario en esta partida a varias bandas con Spirou en juego. La parte de redacción aún estaba bajo su exclusiva competencia y en esa bolsa acogió a Chaland. Éste, ignorante de la caja de truenos que en ese momento era la redacción de Spirou, aceptó. El espacio que se le otorgó, no obstante, era muy inusual: en lugar de las tradicionales páginas semanales que acabarían conformando un álbum al término de la aventura correspondiente, obtuvo dos tiras semanales en blanco y negro que empezaron a publicarse en abril de 1982. Era un formato que le permitía cumplir sus fechas de entrega y compaginar éste con otros trabajos.

Desafortunadamente y aunque es posible que en el fondo nunca tuviera intención de convertirse en dibujante fijo de la serie, Chaland fue la primera víctima de esta carrera que, contra su voluntad y azuzados por los redactores enemistados, libraban los equipos creativos. Charles Dupuis, un tanto harto de esta errática estrategia, decide ponerle fin. Nic y Cauvin son retirados y Tome y Janry se quedan como artistas titulares de Spirou. En cuanto a Chaland, la razón oficial aducida fue que resultaba demasiado caro. Se le estaba pagando por dos tiras (media página) la tarifa de una página entera, lo cual suponía una cantidad excesiva y discriminatoria respecto a otros artistas de la revista. Seguramente también intervino en tal decisión la paternalista política de la editorial en ese momento que prefirió prescindir del francés, alguien, después de todo, recién llegado y ajeno a la “casa”, para favorecer a los autores nacionales.

El caso es que tras tan solo 46 tiras –que totalizarían una veintena de páginas- y cuando apenas había empezado a plantearse la aventura, la editorial le dio carpetazo. Chaland solo pudo rematar el asunto con una página abocetada donde se prometía un gran final que serviría de aglutinante de los diversos y dispersos elementos introducidos hasta ese punto.

Y no es menos cierto que la sombra de Franquin era entonces muy alargada y que la desviación del canon que propuso Chaland fue considerada excesiva por el editor, lo cual, a la postre, fue otro factor para descolgarle de la serie. Hoy los lectores no tienen problema alguno en disfrutar de versiones alternativas de sus personajes favoritos, sin importar lo alejadas que estén de su concepción original o de las de sus autores más significativos. De hecho, el propio Spirou tiene en la actualidad una colección destinada precisamente a brindar a guionistas y dibujantes de lo más dispar la oportunidad de dar sus particulares visiones del aventurero. Pero a comienzos de los ochenta esa amplitud de miras era impensable. Fournier había seguido de cerca –aunque con menos talento- los pasos de Franquin, como también Nic y Cauvin. Tome y Janry optaron en cambio por actualizar a los personajes e insertarlos en el mundo moderno, pero siempre respetando el espíritu y modelo gráfico de Franquin.

Chaland, que más allá del cariño que profesaba por los personajes de Spirou no se sentía
particularmente vinculado a las estrictas directrices de Dupuis, optó por una aproximación bastante más libre, utilizando ese estilo “atómico” que tanto le gustaba. El dibujo de Chaland corresponde ya al de un autor maduro y con perfecto dominio del dibujo, la composición y el ritmo. Pero es que además, sacó a Spirou y Fantasio de esa especie de burbuja atemporal en que llevaban décadas residiendo y ambientó la acción en unos idealizados años treinta o cuarenta, recurriendo por si fuera poco al blanco y negro para remarcar ese retroceso hacia los orígenes de la serie. Por primera vez en mucho tiempo, Spirou se despegaba del influjo del Franquin más maduro para regresar a la primera etapa del personaje, a Jijé y su entonces joven e inexperto pupilo, André Franquin.

Chaland conocía muy bien la versión pulida y “definitiva” de Spirou a la que había llegado Franquin ya en los cincuenta, pero lo que quiso él fue bucear en la historia primitiva del personaje, un momento en el que Spirou se parecía bastante más que hoy a Tintín. El Spirou de Chaland conserva intacto su uniforme de botones, su ardilla Spip y su amistad con el reportero Fantasio. Y, de nuevo, reside en una ciudad europea genérica de tamaño medio donde la confluencia de extraños personajes y convenientes coincidencias empuja a los protagonistas a la acción.

El espíritu “retro” no se limitó al estilo gráfico. Los acontecimientos se suceden de acuerdo con la “lógica” forzada y manipuladora propia de los tebeos añejos. Así, Spirou recibe por error una caja que contiene un robot homicida, representándolo deliberadamente con un diseño que recuerda al utilizado en una de las primeras historias cortas del personaje (algo a lo que incluso
hace expresa mención Fantasio en un claro guiño al fan al tiempo que una reafirmación del control de Chaland sobre la historia). Sigue un enfrentamiento entre Spirou y el robot, la providencial aparición de Fantasio y la presentación del extraño vecino que los contrata para que busquen a un antiguo criado en el corazón de África, el Congo. Una vez allí, se encuentran por casualidad con un viejo amigo del que nada sabíamos anteriormente…Todo el planteamiento argumental y su desarrollo es tan elegante y pulido como sencillo, un intento de recuperar una forma de contar y leer las historias dominada por el eclecticismo sin complejos, la ingenuidad y la simplicidad.

Sin embargo y en sintonía con lo que constituía el núcleo del estilo de Chaland, hay detalles en
estas pocas tiras que apuntan a un trasfondo menos inocente y nostálgico de lo que aparentan. Cuando Spirou y Fantasio acuden a conocer al vecino del primero, se encuentran con un anciano que ha vuelto a la metrópoli tras haber pasado treinta años en el Congo belga. Más allá de hallarse rodeado de recuerdos y objetos de su pasado africano (algo que recuerda a la historia “Spirou y los Pigmeos” (1949) de Franquin, se trata de un hombre enfermo y melancólico que se lamenta profundamente por la desaparición de su antiguo criado nativo. Una pena que podría interpretarse como un sentimiento algo más profundo y quizá hasta carnal. Es un personaje cuya carga emocional hubiera sido impensable en los primeros años de Spirou y Fantasio, dominados por aventuras llenas de color y exuberancia. La peripecia en la que se embarcan los protagonistas es bastante tópica pero Chaland incluye de vez en cuando algún elemento o instante que desafía esa inocencia fundamental que se daba por sentada en los comics francobelgas.

Así, tenemos la escena con Fantasio insomne antes de volar a África, algo que no es nuevo y que está en sintonía con el personaje, pero al mismo tiempo su diálogo sobre el sentido de su vida es un reconocimiento a la madurez que le habrían proporcionado décadas de experiencia: “Spirou, ¿De qué sirve recorrer el mundo en busca de aventuras? Mi existencia hasta ahora ha sido vana y fútil. ¡Dejo las aventuras! ¡Necesito crear una obra vasta y útil para legarla a las generaciones venideras!” Spirou, como siempre, le ayuda a despejar sus ideas y así permitir que la aventura siga su curso. Cuando llegan a destino, se encuentran con un África que mezcla los tópicos clásicos –indígenas, atuendos coloniales- con detalles contemporáneos como la ominosa presencia de una multinacional que explota los recursos del país. Chaland se resiste a recuperar íntegramente las historias pulp sobre aventureros en la selva o las naciones bananeras idealizadas de Franquin. Es algo que se expresa de forma explícita en esa escena en la que Spirou está leyendo el periódico, un momento en el que, curiosamente, Fantasio responde de forma que podría interpretarse como racista. Chaland oscila continuamente entre el postmodernismo y la nostalgia, entre la idealización y el realismo. Fue un intento de “modernizar” al personaje muy distinto y más sutil del que acabaron llevando a cabo Tome y Janry.

Sea como fuere, la obra quedó inconclusa…pero no olvidada. En los años siguientes, Chaland
siguió consolidando su carrera con personajes como “Albertito”, “Adolphus Claar” y especialmente y con Yann como guionista, “Freddy Lombard”. La editorial Dupuis, por su parte, también experimentó cambios, pasando de empresa familiar y paternalista a pieza de un conglomerado corporativo franco-belga que aportó una gestión global mucho más profesional a toda la labor editorial. No voy a entrar a detallar toda la historia subsiguiente del nunca completado proyecto del Spirou de Chaland porque los extras que incluye la última edición del mismo ya se encargan de hacerlo. Baste decir que él y Yann reformularon la historia, realizaron bocetos diversos, la colorearon y continuaron como texto ilustrado y en varias ocasiones a punto estuvieron de verla publicada sólo para ver sus ilusiones frustradas.

Es una lástima que todo el talento y esfuerzo que invirtió Chaland en Spirou se encontrara con la resistencia de un editor lastrado por una visión muy tradicional del comic. Afortunadamente, este traspiés no desanimó al autor, que continuó trabajando en la misma línea en su muy recomendable serie “Las Aventuras de Freddy Lombard”, cuyos cinco álbumes son la obra por la que hoy es más conocido. Es muy dudoso que de no haber fallecido trágicamente en un accidente de tráfico en 1990, hubiera aceptado otro encargo sobre un personaje ajeno como fue el caso de Spirou. Desde un punto de vista creativo, su asociación con Spirou continúa siendo hoy un ejemplo admonitorio de lo que puede ocurrirle a un creador inquieto e innovador cuando se le presenta la oportunidad de encargarse de los personajes favoritos de su infancia. En el caso de Chaland, la madurez y sofisticación de su visión y su original estilo gráfico y narrativo, terminó chocando con un editor inmovilista temeroso de alejarse del modelo tan establecido como decadente.

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