4 may 2019
1981- SPIROU y FANTASIO – Tome y Janry (1)
Philippe Tome y Jean-Richard Geurts se conocieron y empezaron sus carreras profesionales trabajando como ayudantes en el estudio del autor Dupa, colaborador habitual de la revista “Tintín” y donde realizaban tareas menores como la terminación de fondos para diversas series. Pero he aquí que un día tienen la oportunidad de entrar en la redacción del semanario “Spirou” y no dudaron en aprovecharla para pedir trabajo a su entonces redactor jefe, Alain de Kuyssche. Para su sorpresa, éste les encargó la realización de una sección menor de la revista: los pasatiempos. Sin embargo, los dos jóvenes autores (Tome se especializó en guiones y su compañero en el dibujo) enseguida dieron muestras de su entusiasmo y talento, ofreciendo desde el principio (en noviembre de 1980) un planteamiento novedoso a esa página, integrando los rompecabezas y acertijos en una narrativa que enganchaba a los lectores. Habían metido cabeza en “Spirou” y por fin se consideraban profesionales, pero aún no podían ni soñar con encargarse de su personaje titular.
Personaje que, entretanto, estaba atravesando malos tiempos. Cuando Franquin lo abandonó en 1969, su ausencia fue difícil de llenar. De hecho, imposible. Franquin era un genio de la historieta al que sus sucesores sólo podían esperar imitar con desiguales resultados. Fournier fue el primero y sus nueve aventuras largas –que a mí nunca me convencieron- funcionaron bien entre los lectores. Los problemas surgieron cuando, ante un periodo de descenso de ventas, el editor de la revista, Charles Dupuis, decide darle una mayor presencia en la misma a su personaje estrella. Pero en ese punto, Fournier ni pudo ni quiso aumentar el ritmo de producción que significaba tener a Spirou en la cabecera las 52 semanas del año. Resultado: el despido fulminante en 1979.
Y entonces es cuando empezaron las intrigas y las luchas intestinas en la redacción de “Spirou”. El veterano y popular Roba (“Bill y Bolita”) rechazó encargarse del personaje y el proyecto presentado por los jóvenes Yann y Conrad (que habían roto moldes poco antes en la revista con “Los Innombrables”) para continuar “El Nido de los Marsupilamis”, no salió adelante.
A todo esto, la delicada situación financiera de la revista había llevado a sus propietarios a forzar la inclusión en el consejo de redacción de un individuo, José Dutilleu, cuyo principal cometido era vigilar de cerca la gestión del redactor jefe. Pero como suele suceder en estos casos, decidió meter las manos en la masa y tratar de asumir competencias para las que no estaba preparado. Así, convenció a Dupuis de que el nuevo autor a cargo de Spirou fuese Nic Broca, un profesional de la animación que no tenía experiencia en el comic pero al que ya conocía por haber trabajado con él durante años en los estudios de animación Bellvision y cuya profesionalidad y escrupulosa puntualidad en las fechas de entrega consideraba vitales en el buen discurrir de la editorial. Aunque se intentó apaciguar a Alain de Kuyssche por haber sido apartado de tan relevante decisión asignándole el papel de guionista de Spirou, el resultado no acabó convenciendo a nadie y Raoul Cauvin, un veterano de la casa, acabó siendo el escritor de las historias del aventurero botones dibujadas por Broca.
Pero de Kuyssche tenía sus propias ideas acerca de la línea que debía seguir Spirou y no se dio por vencido. Convocó un concurso interno de guiones para Spirou y Fantasio y propuso a Tome y Janry que presentaran su propuesta. Éstos, unos recién llegados y con poca experiencia tras de sí, se quedaron tan sorprendidos como ilusionados. Realizaron su historia corta de ocho páginas, la entregaron y luego se olvidaron del asunto dando por sentado que la decisión sobre quién se encargaría del personaje ya estaba tomada antes incluso de hablar con ellos. Pero he aquí que al cabo de unos meses, en junio de 1981, su historia, “La Voz sin Amo”, aparece publicada en la revista.
A partir de ese momento, el equipo de Tome y Janry se irá turnando en Spirou y Fantasio con el de Broca y Cauvin y un tercero en liza apadrinado también por de Kuysse: el francés Yves Chaland, cuya particular versión imitando el estilo de Jijé confundió a lectores y editores. Esa tricefalia no era satisfactoria para nadie y Tome y Janry, tras dos historias cortas más en el curso de varios meses, se plantearon abandonar al personaje. Pero he aquí que Charles Dupuis, al enterarse de que estaban preparando una aventura de mayor duración, no sólo les da vía libre, sino que les ofrece un contrato…todo ello para fastidio de Dutillieu que, como he dicho, había apostado desde el principio por Nic Broca. Pero es que además había otros factores que no podían soslayarse, como el apoyo explícito del mismísimo Franquin –quien seguía teniendo un gran ascendiente sobre Dupuis- o la voz de los lectores, que habían manifestado su preferencia hacia ellos.
Y así, y aunque no tenían todavía la titularidad exclusiva sobre Spirou, empieza a serializarse en junio de 1982 la primera aventura larga firmada por Tome y Janry (cuya publicación en álbum llegará en 1984. En lo sucesivo y salvo nota en contrario, los años entre paréntesis serán los de su edición recopilada en ese formato). Entre álbum y álbum, los autores irían manteniendo su presencia en la revista con diversas historias cortas, más ligeras pero de gran calidad igualmente.
En el curso de una investigación nocturna en el puerto sobre un misterioso barco recién llegado de la Antártida, Fantasio se da de bruces con un individuo que está saliendo a hurtadillas del mismo y que resulta ser ni más ni menos que John Helena, alias “La Morena”, el delincuente al que él y Spirou se habían enfrentado en “La Guarida de la Morena” (1957). Éste se halla muy enfermo y Fantasio, tras recoger a Spirou, lo lleva a Champignac para que el conde lo examine. Helena les cuenta la historia tras su enfermedad: un grupo de científicos a sueldo de una corporación privada que investiga armas biológicas se han estacionado en una base en la Antártida buscando el aislamiento y el secreto. Pero una fuga accidental los infectó a todos con un virus experimental. Helena, que formaba parte del personal, escapó de la cuarentena a bordo del barco. Champignac determina que puede dar con una cura pero para ello necesita la toxina que se encuentra en la Antártida. Así, Fantasio, Spirou y un cada vez más enfermo Helena emprenden viaje hacia tierras polares. Champignac, mientras tanto, intenta alertar y recabar la colaboración de las autoridades sin sospechar que el gobierno está conchabado con la multinacional y que ésta ha enviado a unos asesinos para eliminar a los protagonistas y que el escándalo no salga a la luz.
Lo primero que salta a la vista en este renacer de Spirou es su brillante adecuación a los nuevos tiempos. Franquin había creado una suerte de microuniverso muy particular para sus personajes, una especie de burbuja con ocasionales conexiones con el mundo real en tanto en cuanto los temas que abordaba pero que en su mayor parte transcurría en un encantador mundo paralelo. En sus manos funcionaba a la perfección pero cuando pasó el testigo a Fournier, Cauvin y Nic Broca, los resultados, a mi juicio, fueron netamente inferiores. Por otra parte, el mundo del comic y los mismos lectores de la revista “Spirou” habían cambiado. Ahora tenían cabida en sus páginas obras más sofisticadas, arriesgadas y desafiantes (ahí están, por ejemplo, Yann, Berthet o Yslaire). Spirou no sólo tenía ahora espacio para evolucionar sino que debía hacerlo so pena de estancarse e incluso desaparecer.
Así que ahora nos encontramos con que la némesis de los héroes no es un pintoresco villano sino una codiciosa y oscura corporación, su presidente y sus sicarios a sueldo; la amenaza es algo tan real y terrorífico como los virus manipulados genéticamente para uso militar; y en la Antártida tienen lugar escenas bastante inquietantes, con los cuerpos agonizantes de los científicos tirados por la instalación (si bien no llegan a morir y el redondeado dibujo de Janry ayuda a restar algo de dureza a esos momentos. Al fin y al cabo, seguía siendo una revista infantil-juvenil). Los autores se permiten incluso colar una ligera broma homosexual en boca de Fantasio, algo impensable en las etapas anteriores de la serie. El resultado es una aventura vibrante con generosas dosis de suspense y un sesgo oscuro, un tono que los protagonistas asumen e integran con naturalidad. Con “Virus”, Tome y Janry demostraron su superioridad respecto a Fournier y Broca.
Si “Virus” transcurría en un mundo más real y gris que el imaginado por Franquin (recordemos sus tópicas republicas bananeras, el continente africano o el Amazonas idealizados, las monarquías centroeuropeas de folletín o las encantadoras e irreales ciudades de provincia), lo mismo puede decirse del siguiente álbum, “Aventura en Australia” (1985), aparecido ya bajo el “mandato” del nuevo editor de la revista, Philippe Vandooren, quien supo reconocer el talento de ambos autores y mantuvo la decisión de su antecesor en lo referente a cederles en exclusiva las riendas de Spirou.
Si en la historia anterior Tome y Janry habían recuperado a un personaje de la etapa clásica como era John Helena, ahora continúan rindiendo homenaje y conectando con la era Franquin introduciendo a otro: la intrépida reportera Seccotine, periodista rival de Fantasio que había debutado en “El Cuerno del Rinoceronte” (1952) y reaparecido brevemente en “El Nido de los Marsupilamis” (1960). Entonces, Seccotine era el prototipo de chica moderna, inteligente, con recursos y sin complejos. Ese mismo espíritu pero actualizado a los años ochenta es el que los autores insuflan a su Seccotine, si bien hay que decir que su papel en la aventura, a excepción de poner en marcha la acción y cerrarla con un cómico giro final, es mayormente superfluo. Es ella la que avisa a Spirou y Fantasio de que el conde de Champignac, que ha viajado a Australia para un misterioso proyecto, necesita urgentemente la ayuda de ambos. Así que los tres llegan a la región minera donde el sabio y un colega han comprado una concesión. Desconcertados, se enteran de que el conde ha muerto asesinado y ha sido enterrado en el cementerio local. Sus pesquisas se mezclan con la búsqueda por parte de unos furiosos aborígenes de una joya robada de uno de sus lugares sagrados.
De nuevo encontramos una historia bastante oscura en la que los villanos son maleantes y criminales, podríamos decir incluso de baja estofa, gentuza que chantajea a los mineros. Escenas como la del cementerio tienen un punto terrorífico nada despreciable. La trama, sin embargo, no termina de funcionar bien debido a coincidencias muy convenientes, hechos mal explicados (como la razón por la que Champignac necesite la presencia de sus dos amigos), un personaje que cambia de bando sin demasiado fundamento y una Seccotine, como he dicho, que aporta poco. En contraste con el realismo sucio (dentro del tono ligero de la serie, claro está) de la trama criminal, tenemos ese elemento místico que aporta el excéntrico chamán aborigen, nunca bien justificado pero que al menos proporciona momentos muy divertidos.
El dibujo de Janry, por su parte, se inscribe sin dificultades en la línea gráfica de Franquin pero ya aquí empieza a derivar hacia un estilo propio. Sus páginas son brillantes, repletas de vida y movimiento, un detallismo en los fondos que roza lo barroco y un excelente ojo para la caracterización y la narrativa (sus escenas de acción, particularmente, son claras y dinámicas).
En la misma línea de tono oscuro pero sin perder la simpatía se encuentra “¿Quién Detendrá a Cianuro?” (1985). El título hace referencia a un androide modelado con las sensuales formas de Marilyn Monroe en el famoso vestido blanco que llevaba la actriz en “La Tentación Vive Arriba” (La cubierta ya muestra las muy femeninas formas de la villana enfundada en un ajustado pantalón, tomadas además desde un plano posterior y contrapicado con el objeto de llamar la atención de los lectores con la libido ya despierta). Creado por un ferroviario jubilado de Champignac para proveerse de compañía –uno puede imaginar de qué tipo era esa compañía habida cuenta de la voluptuosidad de la máquina-, desarrolla una personalidad agresiva y escapa sembrando el caos en el pueblo. En realidad y debido a un malentendido, son Spirou y Fantasio los que la liberan creyendo que era humana y estaba prisionera, por lo que se sienten obligados a detener sus desmanes, muy numerosos éstos debido a su capacidad para manipular a distancia cualquier ingenio eléctrico.
Tome y Janry (a partir de este álbum el primero dejará de intervenir en el apartado gráfico, dejándoselo exclusivamente al segundo) continúan aquí recuperando personajes clásicos. Si en “Virus” habían sido el conde de Champignac y John Helena y en “Aventura en Australia” la periodista Seccotine, aquí entra en escena el pueblo al completo de Champignac, especialmente sus más relevantes vecinos, como el cargante alcalde, el diligente Duplumier o el eterno borrachín Dupilon. Fue un desafío adoptar esos personajes clásicos en tanto en cuanto la misión que tenía el dúo era la de actualizar la serie y aquéllos, por obra de Franquín, vivían en una suerte de burbuja temporal a caballo de los años cuarenta y sesenta del pasado siglo. No era fácil conservar a Champignac y sus paisanos más o menos intactos y, al mismo tiempo, darle un aire fresco, moderno, que captara a los lectores de las nuevas generaciones. Puede discutirse el acierto de sus soluciones –que pasaban por pequeñas actualizaciones, como el coche de Duplumier o la introducción, ya lo hemos visto, de temas de actualidad - pero en lo que a mí respecta, alcanzaron un buen equilibrio que permitía a los protagonistas tanto salir al gran mundo (la Antártida, Australia, Nueva York, el Himalaya, Rusia, incluso viajar en el tiempo) y refugiarse en ese apacible reducto de la campiña belga que se resistía a aceptar el paso del tiempo.
Tome, como en sus historias anteriores, introduce elementos de actualidad y crítica social, como esa fábrica de robots establecida en Champignac que después de prometer puestos de trabajo sólo tiene un empleado por estar totalmente automatizada, despertando las iras de los engañados vecinos. Otros toques adultos que los niños probablemente no comprenderán en toda su extensión son, por ejemplo, las milicias ciudadanas que se organizan en el pueblo y cuya primera iniciativa es tomarse unas copas; o los vendedores de artefactos tecnológicos sin escrúpulos. Los lectores más jóvenes, por su parte, encontrarán mayor disfrute en personajes como ese pequeño robot parecido a un R2D2 más ágil.
De todas formas, hay que admitir que la historia no es gran cosa. Se trata de una trama muy sencilla que básicamente se estructura como una larga persecución, bien resuelta narrativa y gráficamente, eso sí. Todo termina tan rápida y apresuradamente como empezó y aunque se apunta al final que Cianuro podría regresar en un futuro álbum, lo cierto es que eso nunca sucedió. Incluso los diálogos, que serán posteriormente una de las virtudes principales de esta etapa, rápidos y llenos de humor e ingeniosos juegos de palabras, no están todavía bien pulidos. Sí cabría destacar a Cianuro no sólo por sus inquietantes formas femeninas sino porque su personalidad va más allá de las travesuras maliciosas para entrar en lo abiertamente agresivo, perverso y letal: no duda en disparar a matar con armas de fuego, provocar espantosos accidentes de automóvil o perseguir a niños con sierras mecánicas. Es una señal de la línea que seguirían Tome y Janry en la colección. Aparte de eso, el androide no está particularmente bien desarrollado. No es más que una furia en movimiento cuando habría sido más interesante verla manipular psicológicamente a los humanos y servirse de sus encantos femeninos.
Entretanto y llenando los huecos entre la finalización de un álbum y el comienzo de otro, Tome y Janry mantienen un ritmo frenético suministrando más material de Spirou a la revista en la forma de historias cortas, narraciones eminentemente orientadas al humor de acuerdo a la política editorial de su jefe, Philippe Vandooren, que quería volver a las raíces cómicas de la publicación. Pero lejos de ser un humor blanco y siguiendo la tónica de sus álbumes, Tome y Janry vierten en estas píldoras de menor duración un corrosiva interpretación de, por ejemplo, los concursos televisivos (“La hucha ya está aquí”) o su versión de Jekyll y Hyde mezclada con Hulk (“El increíble eructo”).
(Continúa en la próxima entrada)
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Excelente revisión. Como fan de la revista (sobre todo en su época dorada), me encanta poder leer los entresijos de la época y las decisiones para según qué cambios
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