2 ago 2019

1995- LA AVENIDA DROPSIE – Will Eisner


Will Eisner fue, desde los años treinta y hasta su fallecimiento en 2005, uno de los grandes maestros reconocidos del noveno arte, impulsor no sólo del medio en su faceta creativa y defensor de su legitimidad como arte propio y vehículo adecuado para contar cualquier historia compleja sino que trabajó para convertirlo en una industria viable para sus profesionales. Escribió manuales imprescindibles sobre narrativa secuencial y fue también uno de los pioneros y promotores del formato que algunos han bautizado como Novela Gráfica y que no es otra cosa que una determinada presentación física del comic pero al que hoy se le atribuye –de forma tan genérica e inexacta como pedante- cierto caché intelectual o adulto.

En cualquier caso y más allá de denominaciones discutibles, Eisner sí fue un autor maduro que se preocupó de abordar en sus obras temas cotidianos y problemas sociales, alejándose de la tendencia al heroísmo, la aventura y la fantasía prevalentes en el comic mainstream americano. Especialmente relevante dentro de su trayectoria es la conocida como trilogía de El Contrato con Dios, compuesta por la que da título genérico al conjunto (1978), “Ansia de Vivir” (1979) y “Avenida Dropsie”, que es la que ahora me ocupa.



Cada uno de esos comics narra una historia completa y autónoma aun cuando los tres comparten lugares comunes y el tratamiento de temas similares, sobre todo el racismo, la intolerancia religiosa y las penurias vitales de personas corrientes en situaciones de dificultad económica. No encontraremos aquí los sujetos sobre los que escriben y dibujan tantos autores modernos de “novelas gráficas”: periodistas viajeros, cuarentones en crisis existencial, veinteañeros angustiados o niños precoces, sino gente ordinaria con problemas ordinarios. Todos estos álbumes están dibujados en blanco y negro y con un trazo suelto y sencillo que se adecúa perfectamente al tono de las historias por cuanto un estilo más realista distraería la atención de las tribulaciones de los personajes además de añadir una capa de pesimismo probablemente excesiva.

El principal personaje de “Avenida Dropsie” es, precisamente, la avenida Dropsie, una calle ficticia del barrio del Bronx de Nueva York. La historia comienza en 1870, cuando el lugar no era más que un conjunto de granjas habitadas por descendientes de colonos holandeses, y narra la evolución y vicisitudes de la zona y fragmentos de las vidas de sus sucesivos habitantes en los cien años siguientes. Las granjas se transforman en casas, éstas en edificios de
apartamentos, aparecen fábricas y talleres, el vecindario se expande y luego decae.… Sus vecinos también van cambiando con el tiempo: holandeses, irlandeses, ingleses, judíos, alemanes, rusos, portorriqueños, negros… Las relaciones entre comunidades y su estatus social van evolucionando conforme se suceden las olas migratorias y se resuelven los conflictos a que éstas dan lugar, a veces para bien, a veces para mal. La burguesía deja paso a un proletariado cada vez más empobrecido que se apiña en pisos ruinosos durante la Depresión hasta que el barrio degenera en un conjunto penoso de solares sembrados de basura, restos de edificios quemados y bloques decrépitos tomados por drogadictos y traficantes en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo antes de –gracias a la iniciativa personal de una antigua vecina millonaria y filántropa pero no de las instituciones de gobierno – renacer como área residencial de clase media. Los cambios que va experimentando el barrio y sus edificios condicionan a sus habitantes y las relaciones individuales y colectivas… y viceversa.

La visión que Eisner ofrece de la naturaleza humana en sus comics dista de ser optimista y
“Avenida Dropsie” no es una excepción. Por sus 170 páginas desfilan multitud de personajes. Algunos son troncales y juegan un papel importante en el devenir del barrio; otros son casi anecdóticos. Ocurren cosas buenas y malas, pero la impresión global es que la gente se mueve impulsada por emociones y sentimientos negativos: la codicia, la avaricia, el prejuicio racial o religioso, la frustración familiar o profesional, el miedo a lo diferente, el conservadurismo más rancio… Hay destellos de amor, de nobleza, generosidad y altruismo, pero no son más que chispazos en un cielo por lo demás muy oscuro. De hecho, parece decirnos Eisner, la vida comunitaria, de los barrios en este caso, es una especie de ciclo más que una evolución paulatina hacia niveles más civilizados y humanitarios. Así, el álbum empieza con un terrible episodio en el que un holandés borracho, loco de odio hacia los ingleses, acaba provocando un accidente en el que muere su pequeña sobrina; y termina, ya en los años noventa del siglo XX, con una aparente regeneración del vecindario tras un largo y doloroso periodo de decadencia. Y digo aparente porque el autor nos deja claro que la gente no ha cambiado en lo sustancial y que sigue tan cautiva de sus prejuicios como siempre, pudiendo fácilmente prever que el barrio volverá a experimentar en breve otro prolongado periodo conflictivo.

En su introducción a la obra, Eisner afirma con razón que los barrios viven para siempre en los recuerdos que sus habitantes atesoran de ellos. Este tipo de sentimiento de pertenencia a una zona muy localizada de una ciudad más que a la ciudad en sí misma es propio de urbes grandes con vecindarios bien delimitados que gozan de una rica historia y/o personalidad. Es el caso de Eisner, cuya infancia en el sur del Bronx neoyorquino le dejó una huella imborrable. De hecho, los episodios que narra en “Avenida Dropsie” son tan verosímiles que no extrañaría que hubieran sido vividos, vistos o escuchados por él mismo en su infancia o juventud, historias de almas desesperadas que no tienen perspectivas de mejorar –aunque algunos se empeñen en ello- y cuyo modesto objetivo es sobrevivir a toda costa.. Hay, efectivamente, un sabor nostálgico, autobiográfico, en muchos de esos personajes y sus vivencias. Pero en este caso, nostalgia no equivale a cariño o añoranza. Eisner es un hijo de la Gran Depresión. Nacido en 1917, su niñez transcurrió en parte durante los peores años del hundimiento económico tras el crack bursátil de Wall Street en 1929 y vivió de primera mano los cambios que esa devastadora crisis trajo al país, a la vida de los estadounidenses y a su forma de pensar. Si algo aprendió Eisner en aquellos años formativos es que no hay nobleza en la pobreza y que no sólo los ricos son capaces de perpetrar injusticias, indignidades y bajezas. También la penuria y la ignorancia pueden hacer emerger los peores rasgos de nuestra especie.

Ahora bien, Eisner tampoco evita introducir la influencia corruptora del poder y establece un rango de responsabilidades en función del mismo. No puede culparse de la misma forma a alguien privado de educación y recursos que jamás ha conocido otra cosa que a alguien que ha disfrutado de todo lo que a aquél le faltó en la vida. Aunque es sencillo apuntar a la cambiante demografía del barrio como origen del declive de éste, el autor señala en varios puntos de la historia que aquellos que tienen poder son, en última instancia, más responsables. Engañando a la gente humilde con promesas de empleo y promoción social y luego privándoles de las mínimas comodidades que una vivienda debería tener, convierten a la avenida Dropsie en un barrio marginal donde la gente se apiña en apartamentos miserables y peligrosos mientras lucha e incluso muere cada día por obtener lo básico para sobrevivir en tanto los propietarios acumulan más y más riqueza sobre la pobreza ajena.

Es cierto, eso sí, que la obra cae en ocasiones en un sentimentalismo facilón y ofrece una representación del fenómeno migratorio y étnico bastante tópica. De hecho y dado el amplísimo panorama temporal y humano que cubre y la importancia de los temas tratados, no se puede profundizar demasiado en los personajes y la mayoría de ellos carecen de matices, estando construidos con pinceladas gruesas aunque efectivas para mostrar los rasgos principales de su carácter. Varios de los personajes rozan el melodrama y parecen estar gritando exageradamente sus diálogos. El único que recibe la debida atención es el abogado judío y luego político Abie Gold, cuyo matrimonio con una mujer francesa lo convierte en un modelo de integración. Hay también una quizá innecesaria repetición de la misma pauta de conflicto y odio a lo diferente: un grupo definido por su etnia, religión o país de procedencia (irlandeses, italianos, judíos, negros…) se muda al vecindario; sufre escarnio, desprecio y odio; poco a poco y a regañadientes es asimilado y se asienta expulsando a los anteriores residentes; y luego se dedica a ejercer el mismo trato discriminatorio contra la siguiente minoría que llega al barrio.

Desde el punto de vista técnico es difícil ponerle pegas a “Avenida Dropsie”. Se trata de una
historia que por su carácter ampliamente coral y la cantidad de vidas y vivencias que abarca es muy compleja de narrar. Para alguien de menor categoría que Eisner habría sido fácil descarrilar. El veterano autor demuestra su oficio hilando las tramas, presentando y despidiendo personajes, ubicándolos en el tiempo y el espacio y retomando algunos de ellos mucho más adelante, estableciendo las relaciones entre los vecinos y haciéndolas evolucionar. Se estructura como una colección de escenas, algunas de tan solo unas pocas páginas de extensión, que van sucediéndose de forma clara y fluida. Es una obra compleja pero que se lee con impresionante facilidad gracias a la pericia con la que Eisner encadena acontecimientos, inserta elipsis, utiliza elementos como el humo, las sombras o el agua para separar planos y crear una sensación de fluidez; guiar, en definitiva, la vista del lector por la página imprimiendo un ritmo firme y dinámico.

Siendo un maestro de la narrativa gráfica, Eisner utiliza con naturalidad una enorme cantidad de herramientas gráficas y narrativas: fundidos, raccords, supresión de los límites de la viñeta, … Reduce sus figuras a los mínimos
rasgos necesarios para caracterizarlas y, sin esfuerzo, les brinda movimiento, posturas y gestualidad propios. Esa aproximación cercana a la caricatura contrasta con el detalle con el que trabaja los fondos y la ambientación urbanos. En este sentido, destacan los planos generales en picado que muestran los paulatinos cambios en la geografía del barrio.

“La Avenida Dropsie” es una obra recomendable para lectores adultos que gusten de historias de trasfondo dramático, con una gran carga humanista y social y que no busquen necesariamente una lectura reconfortante. Quien se acerque a este comic no debe dejarse engañar por las apariencias: no se trata de una mirada nostálgica al pasado. Todo lo contrario, Eisner deconstruye el mito de que “todo tiempo pasado fue mejor” demostrando que antaño había más días malos que buenos; que independientemente del progreso económico de la sociedad los individuos terminan encajando en los mismos lugares; que el apego a un barrio carece de sentido dado que el tiempo lo cambia inexorablemente por mucho que haya quien se empeñe en impedirlo. Debido a esta visión cínica y pesimista de la vida, “La Avenida Dropsie” puede ser una obra difícil de digerir. Pero también es un comic muy sincero sobre la vida, la muerte y el renacimiento de personas y comunidades que triunfa en su ambicioso objetivo gracias al talento y experiencia de Eisner como narrador de historias. Además, dada su amplitud, complejidad y universalidad, aguanta varias relecturas, especialmente en un mundo cada vez más interrelacionado en el que colisionan las actitudes racistas y xenófobas con la globalización y los movimientos migratorios masivos.


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