18 ago 2019

2004- OCEAN – Warren Ellis y Chris Sprouse


El Universo es enorme, inmenso, hasta el punto de que es muy, pero que muy difícil, hacerse una idea cabal de las dimensiones de nuestro propio Sistema Solar. La gran mayoría de la ciencia ficción situada en el espacio ha tendido a alejarse mucho de la Tierra, explorando el resto de la Vía Láctea o incluso otras galaxias, contactando con alienígenas venidos de lejanísimos planetas o construyendo exóticos pero inverosímiles imperios galácticos.

Lo cierto es, sin embargo, que lo más probable es que permanezcamos durante mucho tiempo atados a nuestro vecindario más próximo. Y, aún así, desconocemos tanto… La Ciencia nos permite deducir muchas cosas a partir de las observaciones y mediciones efectuadas por telescopios y sondas, pero la mayor parte del conocimiento, de los misterios y las maravillas aún están ahí, esperando a que llegue el primer representante de nuestra especie para servir de testigo. Aunque es posible que, como nos cuenta Warren Ellis en “Ocean”, la curiosidad nos pueda costar muy cara…



Europa es una de las sesenta lunas conocidas de Júpiter y uno de los cuerpos del Sistema Solar que más llama la atención de los astrónomos. Ello es debido a que su superficie está compuesta de una capa de hielo agrietado y sometido a las tremendas mareas gravitatorias del planeta alrededor del cual orbita. Los científicos especulan con la posibilidad de que bajo ese hielo exista agua líquida… un medio que en la Tierra resultó propicio al surgimiento de vida.

En el siglo XXII, Nathan Kane, un inspector de armas de las Naciones Unidas, es enviado a una misión sobre la que no ha recibido muchos detalles. Su destino es una lejana plataforma orbital de investigación sobre Europa. El viaje desde la Tierra resulta inesperadamente accidentado, estando a punto de ser asesinado durante su escala en una estación minera de la luna marciana de Deimos. Hay alguien que no quiere que llegue a su meta.

La tripulación a bordo de la estación “europea” de Puerto Frío se reduce a cuatro personas, la comandante Fadia Aziz, la ingeniera Siobhan Coney, el científico John Wells y la analista Anna Li. Y han descubierto que en el oscuro, tranquilo y seguro océano que se halla bajo la capa de hielo de Europa se esconde un enorme cementerio, miles y miles de ataúdes en cuyo interior duermen seres humanoides
cuya edad, de acuerdo con la datación, supera los mil millones de años. Llevan allí desde antes siquiera de que la Tierra se hubiera enfriado lo suficiente como para tener atmósfera.

Aún peor, flotando entre esos siniestros sarcófagos se encuentran unos artefactos que parecen armas y que han sido activados por la intromisión ilegal de una estación espacial de la corporación DOORS, emplazada en aquellos lejanos parajes para escapar a las inspecciones de las autoridades. Kane y sus ahora compañeros se encuentran frente a un secreto que está despertando y que, según todos los indicios parecen apuntar, puede suponer el fin de la Humanidad.

La impresión que transmite la lectura de esta miniserie de seis números editada por DC bajo el sello Wildstorm es que se trata de la adaptación al comic de una película. Su ritmo, su carencia de momentos climáticos al final de cada episodio, su contención formal, sus personajes (el protagonista tiene un indudable parecido a Samuel L.Jackson)… Impresión errónea, pero no del todo errada: Ellis ideó “Ocean” como guión cinematográfico que no salió adelante y que reconvirtió al lenguaje de las viñetas (Warner Bros trabajó en el proyecto tras la aparición del comic, pero nada se ha vuelto a saber al respecto).

Estamos ante una competente historia de ciencia ficción dura impregnada del característico –y
amargo- comentario social de los trabajos de este guionista británico. El lector queda enganchado desde las primeras páginas, con el retrato de un siglo XXII de maravillas tecnológicas pero con conductas humanas que apenas han variado cien años después de nuestra era. Las identificaciones personales son hologramas almacenados en injertos de la piel, pero la gente sigue enganchada a los móviles; los viajes a las estaciones orbitales se han convertido en algo corriente, pero los pasajeros no han conseguido vencer el mareo y el miedo; se han establecido bases en la Luna, pero todavía seguiremos consumiendo drogas; los asesinos tienen ojos artificiales y bloqueos de ADN para impedir su identificación, pero su brutalidad y métodos no difieren de los de siempre.

El espacio según Ellis, no será un escenario para gestas heroicas al estilo de Flash Gordon. El guionista asume las tesis de otros creadores del último tercio del siglo XX, que pensaban (y piensan) que la vida en el espacio acabará siendo una extensión de la de la Tierra, aunque permeada por cierto espíritu “fronterizo” que llamará, para bien y para mal, a algunos de los individuos menos convencionales de nuestra especie.

Así, los obreros embrutecidos y mal pagados, los burócratas y funcionarios, los recortes presupuestarios o la ley del más fuerte, nos remiten a cintas como “Alien” o “Atmósfera Cero”. Los motivos que toda esa gente tiene para estar ahí arriba, soportando largas jornadas, magros salarios y condiciones de vida difíciles, parecen reducirse a una sola: el dinero; ya sean los mineros de Deimos o, de forma más extrema, los empleados de la corporación DOORS que, a cambio de unos sustanciosos ingresos, durante unos años someten su cerebro a la implantación de una obediente personalidad base y un enlace para recibir instrucciones del órgano directivo correspondiente.

Ellis, sin embargo, no quiere en esta ocasión dejar que la historia quede totalmente invadida por el cinismo. Hay otros personajes que todavía viven y trabajan impulsados por los ideales de los primeros héroes de la Ciencia Ficción… y la Ciencia: la curiosidad por el Universo, la ilusión de descubrir algo que nadie más ha visto y luego contárselo al mundo. Es el caso de los miembros de la tripulación de Puerto Frío, carentes de apoyo y mal pagados pero, con todo, dispuestos a investigar aún a riesgo de sus vidas el misterio con el que acaban de toparse.

El móvil de Kane es algo más complejo; su idealismo deriva de un trauma personal: la muerte
violenta de su padre. Pero aún así, la fascinación por la ciencia, el descubrimiento y la tecnología que el propio Ellis siente y comparte con tantos aficionados a la CF, forma parte asimismo del espíritu del protagonista. Éste siente una fascinación particular por los pioneros del viaje espacial, unas gestas heroicas y peligrosas que suenan a locura para los viajeros del siglo XXII, habituados a subir a una lanzadera interplanetaria como si fuera un tranvía. Sus conocimientos de la antigua tecnología y sus procedimientos, despreciados y relegados al olvido y el desinterés por la mayoría, acabarán resultando cruciales en la aventura.

La corporación DOORS es una de esas nada sutiles y corrosivas referencias de Ellis, en este caso a “Microsoft”. “DOORS” (“puertas”, en lugar de “Windows”, “ventanas”) es, según Kane “Los del sistema operativo que hace que mi ordenador se ponga azul y se cuelgue dos veces al día”. Sus trabajadores, privados de toda humanidad (sentimientos, emociones, pensamiento propio) serían el sueño de toda gran empresa, auténticos zombies que siguen obedientes las órdenes de su responsable. DOORS se convierte aquí en catalizador de la acción y auténtica villana colectiva de la historia, representante del capitalismo totalitario y devorador, igual que la todopoderosa compañía Weyland-Yutani de la saga de “Alien”. (No es la única similitud que “Ocean” guarda con otras conocidas películas del género. El portal estelar se parece mucho (¿demasiado?) al de
“Stargate” (1994) y la idea de extraterrestres colonizando la Tierra para salvaguardar la especie se utilizó ya, por ejemplo, en “Misión a Marte” (2000) )

Los aspectos especulativos están bien tratados y demuestran la familiaridad de Ellis con un género por el que ha transitado en múltiples ocasiones (“Stormwatch”, “The Authority”, “Planetary”, “Transmetropolitan”, “Ministry of Space”…). La descripción de una tecnología razonablemente factible en el plazo de cien años resulta fascinante en su contraste, como hemos dicho, con la invariabilidad del carácter humano. Las estructuras espaciales que habremos construido pueden resultar atractivas contra el decorado de las estrellas o los planetas, pero su diseño responde a la funcionalidad por encima de la belleza. Kane reflexiona al acercarse a la estación de la Corporación DOORS: “Siempre pensé que las estaciones espaciales serían bonitas. Tanto progreso espacial para tener algo que parecen ocho gusanos pegados al culo de una vieja”.

Ellis hace avanzar la historia con pulso, introduciendo nuevos elementos con habilidad, aumentando la tensión y resolviendo los misterios de forma coherente y lógica. Por desgracia, el desarrollo de lo que es una excelente idea con un magnífico inicio, va diluyéndose hacia el cuarto episodio para finalizar con una larga escena de acción, emocionante y bien narrada, pero que, sin embargo,
deja con la sensación de conclusión precipitada y en exceso tópica.

Las restricciones del formato original (una miniserie de seis episodios) condicionan el marco en el que ha de trabajar el autor, pero ello no habría tenido que significar necesariamente el sacrificio de los personajes. Y es que éstos apenas disfrutan de caracterización, encajando con demasiada facilidad en arquetipos: el héroe de mal carácter lastrado por su trauma infantil, la ingeniera promiscua, el codicioso villano corporativo, la científica de etnia asiática, el científico con barba a lo Dr.Zarkov… Esto no tendría que haber sido inevitablemente malo de haberles dotado de una personalidad tridimensional o, al menos, diferenciarlos unos de otros en su forma de encarar la crisis en la que se hallan sumidos. Sin embargo, todos muestran el mismo carácter socarrón, sarcástico, verbalmente vulgar e irreverente que tanto gusta a Ellis (“¿Qué diablos hizo para que le enviaran a Júpiter? ¿Follarse al Papa por Navidad en la ciudad de Belén?”), hablando con una sola voz y mostrando ante el peligro más aterrador una frialdad, incluso desapego, que no solamente resultan inverosímiles sino que les impiden conectar emocionalmente con el lector.

En el apartado gráfico, el trabajo de Chris Sprouse es claro y preciso, con un trazo limpio que –él sí- diferencia adecuadamente a los personajes e incluye el grado justo de detalle en cada viñeta. Su técnica narrativa es eficaz, especialmente en las escenas de peleas, narradas al estilo de una dinámica película de acción; pero también es perfectamente capaz de mostrar a los personajes en una situación relajada, tomando café y charlando. Su elegante sentido del diseño (tecnología, vestuario, escenarios interiores y exteriores) viene apoyado por un competente coloreado que subraya el contraste entre la fría uniformidad de las construcciones humanas y el vivo colorido de los cuerpos celestes. Llama la atención la ausencia de onomatopeyas, quizá un intento de mantener a la serie alejada del ruidoso efectismo propio del comic book o reproduciendo el hecho de que en el espacio no hay sonido (aunque sí en el interior de las estructuras).

“Ocean” es una obra menor, tanto para sus autores como para el género especulativo. No ha dejado una huella perdurable y tiene algunos fallos que lastran lo que hubiera podido ser un excelente relato. Pero aún así creo que se trata de un trabajo recomendable por su belleza formal, por el sentido de la maravilla que reivindica, más centrado en el descubrimiento que en el simple efectismo, y por las preguntas que plantea, no totalmente nuevas (¿es que queda alguna pregunta nueva por hacer?), pero aún así dignas de reflexión: ¿Qué nos aguarda a la vuelta de la esquina en cuanto salgamos de nuestro pequeño planeta? ¿Seremos capaces de comprender o manejar aquello que descubramos? ¿Qué puede ocurrir si el capitalismo, liberado de cualquier supervisión, reclama su parte en la exploración espacial? Y la más inquietante de todas: ¿De verdad queremos contactar con una civilización extraterrestre más avanzada técnicamente que nosotros mismos?



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