29 ago 2019

2001- DAREDEVIL - Brian Michael Bendis y otros (3)


(Viene de la entrada anterior)

“Lugarteniente” concluía con Silke, quien, habiendo escapado de la “limpieza” efectuada por Vanessa Fisk y en un intento desesperado de conseguir un trato con el FBI que asegure su protección, revela a dos agentes que Daredevil es en realidad el abogado ciego Matt Murdock. Esto enlaza con el primer capítulo del siguiente arco argumental, “A La Vista” (nº 32-37), del que Daredevil está ausente aun cuando su espíritu sobrevuele continuamente la trama mientras los agentes discuten la veracidad o no de la información que tienen. Aunque al final deciden apartar el asunto, uno de los agentes, necesitado de dinero, acaba filtrando la noticia al Daily Globe, que lo lleva a la portada.


Esta revelación, por supuesto, conlleva gravísimas consecuencias para Matt y Foggy, en este punto conocedor desde hace tiempo del secreto de su amigo. Las distintas reacciones que ambos tienen ante la noticia y sus opuestas opiniones acerca de lo que hay que hacer a continuación dirigen el resto de la historia. Naturalmente, siendo un abogado de primera, Matt tiene recursos para contraatacar. Después de haber sopesado la sugerencia de jubilación como superhéroe lanzada por Foggy, decide seguir actuando como Daredevil –un aspecto de su personalidad al que parece adicto- al mismo tiempo que niega la noticia y anuncia que se querellará contra el propietario del Daily Globe. Éste resulta ser un hueso duro de roer que le toma rápidamente la medida a Murdock y decide no ceder ante la arrogancia del abogado e ir a juicio.

Bendis relega a Daredevil a un segundo plano, poniendo a Murdock en el centro de la trama. “A La Vista”” es una saga principalmente introspectiva que contiene poca acción, lo que significa que quien desee leer el típico comic de superhéroes, con peleas y supervillanos al uso, será mejor que busque en otra parte. Sí aparecen, eso sí, adecuadamente insertos en la trama y ajustados a su ya establecida personalidad, otros personajes del universo Marvel relacionados con el entorno de Daredevil, como La Viuda Negra, Elektra, Power Man o Spiderman.

Bendis demuestra aquí lo buen guionista que puede llegar a ser. En lugar de poner a Foggy echando un sermón, Matt le dice: “Gracias por no decirme que he sido descuidado con mis secretos y que podría ser cualquiera”. “De nada”, responde su socio, “pero lo has sido, y podrías ser”. Ben Urich, el gran secundario de la colección, periodista del Daily Bugle y también conocedor del secreto de Matt desde hace años, protagoniza un largo pasaje en el que discute con su editor, J.Jonah Jameson, afirmando que la noticia de la competencia es falsa y negándose él mismo a revelar la “auténtica” identidad de Daredevil. Es una escena brillante en la que también interviene Peter Parker y donde, como sucedía en “Despierta”, Bendis inserta algunas acertadas observaciones sobre el periodismo y su ética (o falta de la misma).

Pero junto a esos momentos brillantes, Bendis sigue arrastrando los aspectos más farragosos de su estilo “descomprimido”. Así, vuelve a necesitar una cantidad desproporcionada de espacio para contar muy poco. El capítulo de apertura es una larga secuencia de “cabezas parlantes”: los agentes del FBI recapitulando lo ya sabido en “Lugarteniente” y exponiendo y sopesando el caso de la identidad de Daredevil. Argumentalmente, no ocurre gran cosa. Tampoco desde el punto de vista superheroico. Hay una escena en la que Daredevil y
Spiderman se enfrentan a Mister Hyde, quien, habiendo leído el periódico, llega a casa de Murdock dispuesto a machacarle. Es una escena bien resuelta aunque breve que ilustra perfectamente por qué un superhéroe prefiere permanecer en el anonimato.

Sí, los diálogos son buenos, pero en todo el episodio no hay una auténtica historia ni un desarrollo de personajes. El escritor de novelas puede permitirse el lujo de emplear páginas y páginas de diálogos; el de comic tiene la obligación de sintetizarlos para transmitir las máximas información y emoción con el mínimo número de palabras. En episodios posteriores, es cierto, Bendis salta al otro extremo, incluyendo secuencias completas sin texto, dejando a Alex Maleev la labor narrativa. Bendis forma parte de la nueva escuela de guionistas de comic que crecieron a base de películas y series de televisión (a diferencia de la generación anterior –Roy Thomas, Chris Claremont, Don McGregor, etc…-, con raíces más literarias) y resulta evidente que imagina sus historias en términos cinematográficos. Este recurso es peligroso porque no son tantos los artistas capaces de, sin la ayuda de diálogos ni textos de apoyo, dibujar los rostros y las figuras para que transmitan tantos matices como los que un actor puede integrar en su interpretación. Maleev tiene un estilo fotorrealista que, como muchas veces sucede con esta
opción gráfica en el comic, resulta mucho menos expresivo que el dibujo extraído de la pura imaginación. Además, utiliza abundante tinta para ensombrecer los rostros, con lo cual todavía se percibe menos la carga emocional de los personajes.

Bendis declaró en un artículo introductorio a la edición recopilada de esta saga que no quería caer en los tópicos del género cuando se trata de identidades secretas al descubierto, a saber, que Murdock contratara a alguien o le pidiera a algún amigo que apareciera vestido de Daredevil junto a él en su identidad de civil para engañar a los periodistas. De esto se infiere que el guionista quería dar con una solución más sofisticada, pero como le sucedió a otros escritores antes que a él, al intentar desprenderse de los aspectos más infantiles del género superheroico, Bendis no los reemplaza con algo verdaderamente adulto. ¿A qué me refiero? Murdock ve su identidad desvelada al mundo y se pasa un par de episodios atormentado y reflexionando mientras el lector espera, espera y espera a que urda un plan para salir del problema…Y que resulta ser algo tan obvio como negarlo todo. No se puede decir que sea un giro muy inteligente y, desde luego, no uno que justifique un arco argumental de seis números.

Pero es que tampoco es una salida realista en el ámbito del propio Daredevil. Si uno tuviera una
identidad secreta expuesta al público y amigos como Spiderman, ¿cuál sería la solución más razonable? ¿Sentarse a esperar sabiendo que cuanto más tiempo se tarde en reaccionar más peligro correrán los amigos y seres queridos? ¿O recurrir a uno de esos planes “infantiles” y pedirle a Spiderman –que además interviene en la trama de forma activa- que se ponga el traje de Daredevil y aparezca contigo en tu identidad civil? Personalmente, me inclino por la segunda opción. Este es el problema de obsesionarse con el realismo en el mundo de los superhéroes: acabar separándose de lo lógico dentro de los parámetros que rigen ese mundo.

Existe también un problema técnico. Aunque hay indicios circunstanciales para establecer una conexión entre Murdock y Daredevil, la principal “prueba” a favor del caso es un agente del FBI que dice que un mafioso le dijo que otro mafioso le comentó que otro mafioso creía que el abogado ciego era el superhéroe de la Cocina del Infierno. Esto no es ninguna prueba; apenas un rumor. ¿Se arriesgaría un periódico importante a llevar a portada semejante chascarrillo? Hay otras contradicciones mal explicadas. Tras aparecer la revelación en el periódico, Foggy sugiere a Matt que ese sería un buen momento para abandonar su carrera de justiciero enmascarado; éste, en cambio, reacciona enfundándose el traje y saliendo a exponerse a la vista de todo el mundo. Algo más tarde, cuando la Viuda Negra llega a visitarle y trata de que se disfrace y salga con ella a despejar la mente, Murdock la despide con cajas destempladas. Y tampoco se explica por qué entonces, un poco después, lo volvemos a ver con el uniforme puesto.

Bendis introduce aquí un discurso moral sobre “el ciclo de la violencia” en el que vive atrapado Daredevil y que tanto daño le ha causado a él y a los que le rodean. Pero aparte de esto no hay reflexiones muy profundas ni un gran trabajo de caracterización. Se toca la incómoda idea que anida en todas las historias sobre el conflicto
entre el superhéroe y su alter ego, especialmente aquellos que ejercen de periodistas o, como en este caso, abogados, esto es, profesionales que representan la Verdad…pero que se ven obligados a mentir continuamente. Hay que entender que Bendis no pueda profundizar demasiado en la inmoralidad intrínseca de esto ya que ello significaría socavar las propias raíces del género, pero sí hubiera sido interesante un análisis algo más detallado, especialmente en una historia en la que Matt Murdock demanda a un periódico y le exige una indemnización, sabiendo que aquél dice la verdad y él miente.

Es cierto, con todo lo dicho y como pasaba en el arco “Lugarteniente”, que, aunque algo irregular, estamos ante un comic ágil y entretenido que contiene buenos diálogos y escenas interesantes aunque más largas de lo necesario.

Se ha dicho que esta es una historia fundamental en la futura trayectoria del personaje y cuyas consecuencias serán extensas y profundas durante años. Como sucede invariablemente en el mundo de los superhéroes, nada en la vida de estos sirve para cambiar para siempre la colección ya que, aunque Daredevil conseguirá neutralizar el impacto de la revelación de su identidad y ésta se convertirá en un simple rumor nunca confirmado, las cosas acabarán regresando a un status quo similar al anterior a esta saga.

El siguiente arco (nº 38-40) está hasta cierto punto desvinculado de la trama principal que Bendis estaba desarrollando alrededor de la revelación de la identidad de Daredevil. En “El Juicio del Siglo” entramos en la dinámica y ritmo de un drama judicial que trata de explorar a fondo la faceta de abogado de Matt Murdock, algo que ningún guionista antes de él había abordado con tanto detalle. De esta forma, prácticamente toda la historia transcurre en la sala del tribunal y el grueso de la misma consiste en los alegatos e interrogatorios de defensa y fiscalía.

Bendis recupera para la ocasión un viejo personaje del Universo Marvel, el Tigre Blanco, un justiciero disfrazado que había nacido en los años setenta durante el auge de los comics de artes marciales. El portorriqueño Héctor Ayala había heredado de los Hijos del Dragón un amuleto místico que incrementaba sus capacidades físicas. Retirado de las actividades superheroicas desde hacía tiempo, retoma su identidad secreta una noche e interviene en el robo de una tienda perpetrado por unos yonquis. Sin embargo, la policía aparece y lo culpa de la muerte de un agente que había llegado al lugar antes que él y que había sido asesinado por los ladrones, huidos presurosamente y de los que no ha quedado rastro.

Power Man y Puño de Hierro, viejos amigos de Ayala, convencen a un reacio Matt Murdock a
que lo defienda de los cargos presentados contra él por un fiscal deseoso de aprovechar el ambiente social derivado de la polémica sobre la identidad de Daredevil. De hecho, los reparos de Matt se deben a que él mismo está en el ojo del huracán mediático a causa de la publicación de su secreto y teme que la opinión pública interprete los argumentos que utilice para defender a Ayala como una referencia a sí mismo y su supuesta actividad superheroica. Finalmente y a pesar de las advertencias de Foggy, Matt accede, incapaz de dejar abandonado a un inocente –él mismo se asegura de ello utilizando sus supersentidos durante una entrevista con Ayala en la cárcel-.

Foggy y Matt, por tanto, se encuentran atrapados en un juicio que empieza bien pero que no tarda en torcerse a pesar de sus esfuerzos. Ni la elocuencia de Murdock ni la utilización de expertos como Reed Richards, Jessica Jones, Daniel Rand o el Doctor Extraño pueden impedir que Ayala se vaya hundiendo incapaz de soportar la tensión psicológica. El fiscal descubre sus dificultades económicas y la crisis de su matrimonio; la investigación en los bajos fondos de Luke Cage y Puño de Hierro se topa con un callejón sin salida; la esposa de Ayala, sintiéndose engañada y traicionada por su regreso al mundo de los superhéroes, lo abandona; y él sufre un estallido de desesperación en la sala que indispone al jurado contra él. La resolución del drama es tan trágica como inesperada.

Según declaró el propio Bendis, llevó a cabo un extenso trabajo de documentación en temas legales revisando textos especializados y consultando con abogados para crear la historia y darle a su planteamiento y desarrollo la mayor verosimilitud posible. Ignoro si el caso tiene algún sustento legal o no, pero lo que sí puedo apreciar es que narrativamente, la historia no acaba de funcionar. En principio, la idea de partida es loable. Como he dicho al principio, pese a que siempre se elogia el talento profesional de Matt Murdock, nunca lo vemos demostrarlo en la sala del tribunal. Aquí, Bendis deja de lado a Daredevil, los supervillanos y los mafiosos para ofrecer un drama judicial lleno de giros, argumentos, protestas y contraargumentos, y realmente transmite la sensación de la pericia del protagonista como abogado defensor. Pero por otra parte, encontramos el ya habitual problema de Bendis: hay demasiado texto. 

Los dramas judiciales, por su propia naturaleza, se apoyan en los diálogos, en el toma y daca verbal entre abogado y fiscal y entre éstos y los testigos. En el cine o la televisión, esos discursos vienen reforzados por la interpretación de los actores –si éstos están a la altura, claro-: los gestos, la expresión de las caras, la entonación de la voz… que permiten que el espectador se vincule emocionalmente con lo que acontece. En un comic esto es mucho más difícil de conseguir, incluso en los casos en los que el dibujante maneje bien la expresividad de figuras y rostros. Efectivamente, aquí la historia adolece de tener más texto de la cuenta y de un inevitable estatismo en las escenas del tribunal. Para este arco Bendis no contó con Alex Maalev, quien, necesitado de un descanso, fue sustituido por Manuel Gutierrez en los dos primeros episodios y Terry Dodson en el siguiente. Dodson suele ser un dibujante sólido y elegante, pero en esta ocasión su trabajo parece apresurado y poco elaborado, posiblemente porque recibió el encargo a última hora y tuvo un plazo muy corto para realizarlo.


(Continúa en la siguiente entrada)


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