21 jun 2023

1981- PERCEVÁN – Leturgie y Luguy (1)

 

En la década de los 70 del pasado siglo, confluyeron en el comic francobelga dos fenómenos relacionados que impulsaron y consolidaron la industria y la prepararon para el futuro. Por una parte, empezó a producirse más comic adulto que apelaba, por supuesto, a un lector con mayor poder adquisitivo que el tradicional infantil-juvenil; un lector que podía permitirse comprar más álbumes de las historias que le gustaban y que, como era lo habitual, se serializaban previamente en revistas mensuales o semanales.

 

Por otra parte, aquella prepublicación constituía una parte importante de los ingresos de los autores ya que les permitía acceder a toda una serie de nuevos beneficios instaurados poco antes en la industria: carnets de prensa, pagas extras, vacaciones pagadas y derechos sobre la venta de los álbumes desde el primer ejemplar. No eran estas ventajas algo que las editoriales estuvieran obligadas a conceder a los autores, pero estaba claro que, si querían contar con los mejores, debían incluirlo en sus contratos. Esos cambios los aprovechó hábilmente la joven editorial Glenat, fundada en Grenoble en 1972 por Jacques Glenat cuando sólo tenía 20 años. Su buena gestión pronto le granjeó premios y le permitió expandir su catálogo, abrir nuevos almacenes y una magnífica tienda en París.

 

En 1975, lanzó la cabecera “Circus”, que en buena medida fue la impulsora del moderno comic de aventuras históricas con series como “Arno”, “Los Pasajeros del Viento”, “Las Siete Vidas del Gavilán” o “Sambre”. Pero, aunque la revista aumentó el número de páginas a 132, ni siquiera así dispusieron del espacio necesario para publicar todas las series de calidad que los autores les estaban ofreciendo. Había llegado la hora de lanzar una nueva revista.

 

Jacques Glenat había crecido con el comic francobelga clásico (su primera iniciativa, siendo aún estudiante, había sido un fanzine titulado “Los Pitufos”) y era un firme creyente en la política de ofrecer comics para todo tipo de público. La historieta clásica infantil-juvenil llevaba ya algún tiempo siendo marginada -o incluso criticada- por los aficionados al comic adulto y él quiso llenar ese hueco con material de calidad y más acorde a los nuevos aires que los veteranos personajes que todavía pululaban por “Tintín”, “Pilote” o “Spirou”.

 

Y así, en octubre de 1981, Glenat inaugura otra revista, ésta destinada a un público más juvenil, titulada “Gomme” y que totalizaría 26 números hasta su cancelación en enero de 1984 debido a las bajas ventas. En lugar de optar por el formato semanal propio de cabeceras veteranas como “Spirou” o “Tintin” -cuyas ventas entonces experimentaban un continuo declive-, Glenat eligió la periodicidad mensual, lo que le acercaba a la fórmula ya ensayada con éxito por sus “hermanas” mayores. El formato era asimismo conocido: aventuras serializadas en largos capítulos, realizadas a veces por autores “importados” de “Circus”. El género de la Fantasía tuvo dos excelentes representantes en “Gomme” en la forma de sendas series destinadas a convertirse en superventas: “La Balada del Fin del Mundo”, de Makyo y Vicomte; y, en un registro muy diferente y más tradicional, “Percevan”.

 

“Percevan” fue hijo de la imaginación de Jean Léturgie, responsable de prensa de Glenat, y el dibujante Philippe Luguy (también aparece acreditado Xavier Fauche), que deseaban crear una serie de fantasía medieval al estilo de “Johan y Pirluit” de Peyo -los paralelismos, como veremos, son más que evidentes-, que tuviera un toque algo más adulto pero sin caer en el tono más vanguardista y oscuro del material que desde hacía varios años venía publicando “Metal Hurlant”, revista puntera del género fantacientífico. Como dijo el propio Luguy, su intención era la de recuperar las “espadas de madera” con las que jugaban en su infancia. De hecho, el dibujante ya había creado en 1972 un personaje, “Syril”, que prefiguró lo que luego sería “Perceván”. El género de aventuras medievales les proporcionaba a los autores un vehículo para dar rienda suelta a historias de lo más variadas. Cada reino tenía su propio señor, su propio castillo, sus leyendas y su paisaje, lo que facilitaba no sólo el cambio continuo de escenarios y personajes sino poder abordar diferentes temas.

 

La aventura inaugural de “Perceván” lleva el título de “Las Tres Estrellas de Ingaar” y apareció en álbum en 1982 tras su serialización en “Gomme”. Durante un banquete en su castillo, el perverso barón Piedramuerta escucha a un bardo narrar la leyenda de las joyas del título: se dice que quien las encuentre y las devuelva a la corona del rey que las creó, obtendrá poder y riqueza. Tras consultar a su mago de cabecera, el siniestro Cienciencias, sobre la identidad de los actuales poseedores de esas piedras, Piedramuerta parte a su búsqueda acompañado de su servil ayudante Polémic. El primero al que le roban las joyas es al apuesto caballero Perceván, que tras recuperarse del golpe que le propinan a traición parte en persecución de los bribones. Por el camino, conoce a Kervin, un bufón y trovador al que salva de unos asaltantes y se convierte a partir de ese momento en su fiel compañero.

 

Piedramuerta vuelve a recurrir a Cienciencias para que utilice sus artes oscuras y detenga a Perceván. El mago utiliza a una aliada, la bruja Balkis, para seducir y distraer al caballero, que con ayuda de Kervin irá sorteando todos los obstáculos e incluso la misma muerte. El álbum no concluye la aventura, dado que los dos protagonistas aún no han atrapado a Piedramuerta y Polémic, quienes, ya con las tres piedras en su poder, viajan hasta las tierras del norte donde sólo deberán hallar la corona en la que engastarlas.

 

“Las Tres Estrellas de Ingaar” es una historia de corte muy clásico en su estructura e intenciones. Como álbum inaugural, su objetivo es presentar a los personajes, la relación que se establece entre ellos, la introducción de otros que serán recurrentes y el tono general que seguirá la serie. La trama consiste en la búsqueda de unos objetos de poder mágico y se articula en base al enfrentamiento entre un noble rico y malvado y un joven y noble caballero. Clásicos son también tanto los arquetipos de los protagonistas como la dinámica entre ambos. Perceván es el apuesto héroe de soberbia cabellera pelirroja -un detalle que le permite sobresalir en todas las escenas en las que participa-, seductor, de gran corazón, esbelto, hábil con las armas y valiente; Kervin es el tradicional compañero del héroe a cuyas virtudes sirve de contraste: pequeño, gordinflón, feúcho, glotón y muy emotivo. Es él quien propicia parte de los momentos de alivio cómico (aunque se queda muy lejos del Pirluit de Peyo) y también quien demuestra tanta lealtad como ingenio para salvar a su compañero en más de una ocasión.

 

Frente a ellos, los villanos. Piedramuerta es un individuo despreciable sin matices: maleducado, agresivo, traidor, desprecia y maltrata a todos sus súbditos e incluso encarcela a sus aliados. Polemic es también otro cliché: el del servil criado del villano: hipócrita, mezquino, grimoso, rastrero, masoquista e insidioso aunque no inteligente. En cuanto a la hechicera Balkis, su papel aquí es ambiguo: aunque presta sus servicios a Cienciencias para embaucar a Perceván, resulta no ser insensible a sus encantos y decide salvarle la vida cuando ésta peligra seriamente.

 

Es, también, una historia que obedece a la sensibilidad de otra época y que en los tiempos políticamente correctos que vivimos incluso podría llegar a despertar quejas por parte de los lectores más puntillosos. Por ejemplo, se hace befa de la obesidad y gula de Kervin; o se retrata a Perceván como alguien poco firme ante la belleza femenina. Pero, al mismo tiempo, se permite algunos avances sorprendentes en los comics juveniles de principios de los 80, como mostrar abiertamente a Perceván en el lecho con la dama de turno, ambos desnudos y en clara actitud cariñosa, algo inimaginable para los puros héroes de la vieja escuela francobelga; aunque también es cierto que más allá de dejar clara la activa heterosexualidad del protagonista, el guión no encuentra la forma de desarrollar esta idea hacia un mayor grado de madurez.

 

En cuanto al dibujo, Phillipe Luguy fue un autodidacta que empezó a publicar sus trabajos desde comienzos de los años setenta en diversas revistas. Para cuando se hizo cargo de Perceván ya contaba con una considerable obra en un buen número de personajes tanto para el comic como para la televisión pasando por la ilustración, publicidad o el diseño de juegos. En la mejor tradición francobelga, su estilo mezcla la caricatura en el dibujo de figuras con unos fondos realistas meticulosamente construidos. De hecho, los escenarios naturales, ya sean minerales o vegetales, realistas o fantásticos, destacan especialmente en esta serie, tal es la minuciosidad y detalle que exhiben, poniendo de manifiesto el talento e inclinación de Luguy por el dibujo de la naturaleza: “Hay algo que hago mucho porque es un excelente ejercicio: coger una caja de acuarelas, un cuaderno, unos lápices y pinceles, y sentarme frente a un paisaje para pintarlo, ya sea con detalle o de forma espontánea. Eso hace que la mano obedezca mejor al ojo y al cerebro, tenga mejor agudeza visual y aprenda a ver lo esencial”.

 

Luguy también introduce algunos momentos que confirman la personalidad de su dibujo y su intento de dar un tono más desasosegante, menos infantil de lo habitual en las historias fantásticas juveniles, como ese en el que Cienciencias y su gato Belzegor invocan magia negra creando un efecto psicodélico que no desentonaría del todo en un comic de Druillet. Su dibujo todavía evolucionará y se perfeccionará considerablemente en los álbumes siguientes, pero aquí ya exhibe una línea ágil y dinámica, composiciones limpias y claras y una narrativa fluida que sin duda contribuyeron a asegurar el éxito de esta incursión de Glenat en el campo de la fantasía heroica medieval.

 

“Las Tres Estellas de Ingaar” adolece de algunos problemas propios de un álbum primerizo que trata de encontrar su tono y dirección. Los personajes son aún bastante huecos; los villanos, excesivamente ridículos en contraste con el fondo más oscuro de la historia que lucha por aflorar; y el ritmo, aunque aceptable, tiene algún que otro altibajo -como toda la prescindible escena en la que Perceván irrumpe en el castillo de Piedramuerta sólo para averiguar que su adversario no está allí-. El argumento no es particularmente original, pero toda la peripecia resulta divertida, abunda en giros que consiguen dar la impresión de que es más larga de lo que en realidad es y deja adivinar el esfuerzo de construir un universo propio desligado de la inspiración del “Johan y Pirluit” de Peyo, más orgánico y sangriento (aunque esto se acentuará sólo en álbumes posteriores) que en su momento llamó poderosamente la atención de muchos aficionados.

 

“El Sepulcro de Hielo” (1983) continúa y concluye la historia del álbum anterior. Siguiendo con sus planes, Piedramuerta y su fiel Polémic llegan al país de Ingaar, que no es otro que Noruega, para encontrar la corona del antiguo rey sobre la que engastar las joyas que ya obran en su poder. Perceván y Kervin les pisan los talones tratando de impedir que el perverso conde se salga con la suya. Pero para eso tendrán que averiguar el paradero de la tumba de Ingaar, donde supuestamente se encuentra la corona.

 

En esta ocasión, la aventura adopta uno de los formatos más populares del género de Fantasía y Aventuras: la búsqueda de un objeto de poder mágico/tesoro siguiendo una cadena de pistas que los héroes deben descifrar y afrontando por el camino diversos desafíos. En este sentido, la historia funciona perfectamente, combinando acción, humor, intriga y un pelín más de violencia de lo que era habitual (por ejemplo, la escena en la que Piedramuerta apuñala con saña lo que él cree es un cuerpo dormido). Volvemos a tener, eso sí, otra escena de cama en la que Perceván seduce y es seducido por una exuberante aldeana, una inclusión innecesaria dado que ya se había resaltado ese aspecto suyo en el álbum anterior y tampoco sirve para perfilar mejor el personaje o introducir un elemento de relevancia en la trama.

 

Por supuesto, los personajes siguen siendo estereotipos, pero esto no es el defecto que algunos han querido ver. En primer lugar, porque el público objetivo, como ya apunté, era predominantemente juvenil y éste no suele exigir tanto caracterización como una trama dinámica y buen ritmo. En segundo lugar, no todos los guionistas tienen el talento de Goscinny o Peyo para crear personajes con tanta chispa como Obelix o Pirluit y no por ello sus comics son de calidad inferior. Y, por último, a comienzos de los 80 no había muchos comics de Fantasía en el panorama europeo con los que comparar Perceván (el material de “Metal Hurlant” apelaba a un lector más adulto). Leturgie y Luguy jugaron con soltura con los códigos del género para crear un universo amable, accesible para todo tipo de públicos pero que, como ya comenté, aportara un grado extra de madurez respecto a los tebeos de aventuras juveniles de las décadas anteriores.

 

Uno de los motivos por los que los amantes del comic de aventuras deberían asomarse a Perceván es por su maravilloso dibujo. Luguy sumerge al lector en los fiordos, bosques y glaciares noruegos y no toma atajos a la hora de construir los decorados, algunos de ellos verdaderamente espectaculares, como ese plano aéreo del pueblo de Hedeby, donde se pueden ver a los ciudadanos desarrollando sus actividades cotidianas; la stavkirke o iglesia de madera característica de Noruega, en la que se distingue cada tablón, remache e incluso las vetas de la madera; o el sepulcro de Ingaar, un imponente drakar vikingo sostenido por prismas de hielo en el vientre de un glaciar...

 

(Continúa en la siguiente entrada)

 


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