3 jun 2022

1987- BATMAN AÑO DOS – Mike W.Barr, Alan Davis y Todd McFarlane


El año 1987 fue uno de gloria para el Hombre Murciélago, pese a que DC hubiera decidido no someterlo al proceso de remodelación por el que pasaron otros de sus colegas superheroicos a raíz de “Crisis en Tierras Infinitas” (1985). De hecho, su editor por entonces, Denny O´Neil, publicó en una columna de “Detective Comics” nº 568 (noviembre 86) una declaración de intenciones: “¿Qué está pasando con Batman? Bien, para empezar, no vamos a seguir los pasos de John Byrne en Superman. No planeamos cambiar el origen de Batman ni nada de lo que haya sido establecido sobre él, sus amigos, enemigos, entorno… Más bien, vamos a retroceder, a purificarlos”.

 

Purificación que comenzó aquél mismo año en la colección regular de Batman con la publicación, entre sus números 404 y 407 (marzo-junio 87) del arco argumental-miniserie “Año Uno”, de la que ya hablé en su respectiva entrada. En el 408, se presentaba al nuevo Jason Todd y dos números más tarde ya asumía su identidad de Robin. Para el título más veterano de Batman, “Detective Comics”, O´Neil contrató al equipo compuesto por el guionista Mike W.Barr y los artistas Alan Davis y Paul Neary, que iniciaron una etapa en la que se hacía un repaso de los más populares y antiguos villanos del héroe. Aquel año también se celebró el quincuagésimo aniversario de “Detective Comics” y Barr aprovechó para, tres números después, en el 575 (junio 87), iniciar una miniserie de cuatro episodios que “continuaría” la línea iniciada en “Año Uno”. Su título: “Año Dos”.  

 

En su momento, muchos vieron “Año Dos” como un simple aprovechamiento del éxito de “Año Uno” en la colección de “Batman”. Pero esta apreciación es injusta, para empezar, porque la idea de Barr era anterior, aunque fuera ahora cuando veía la luz. Barr había imaginado la historia en 1984 como algo titulado “Batman 1980”, pero DC rechazó la propuesta prefiriendo mirar hacia el futuro del personaje, no hacia su pasado. Tras “Crisis en Tierras Infinitas”, sin embargo, la filosofía imperante era otra y el guionista obtuvo por fin la oportunidad para dar su versión de un Batman primerizo. Y en segundo lugar, porque la versión del héroe que ofrecieron Barr y Davis –y McFarlane después, como veremos- tenía su propio enfoque y se parecía poco, en espíritu e imagen, a lo que habían hecho Miller y Mazzuchelli en “Año Uno”.

 

La portada del número 575 era una clara provocación porque mostraba a Batman mirando de frente al lector mientras sostenía con mano firme una pistola automática. Para colmo, ese episodio terminaba con un maltrecho Bruce Wayne empuñando la pistola que mató a sus padres y declarando solemnemente frente a un retrato de ellos: “Quizá la única forma de vengarlos sea combatir al enemigo en sus propios términos…Combatir a los que los mataron con el arma que me hizo lo que soy…La pistola que segó sus vidas”. La historia de Barr hacía referencia al personaje tal y como fue creado por Bob Kane y Bill Finger, un violento vigilante que no era remiso al uso de las armas de fuego, y al proceso en virtud del cual acabó renunciando a ellos.

 

“Año Dos” cuenta los esfuerzos de Batman para atrapar a otro vigilante de Gotham, el Segador que, vestido con un traje acorazado y un yelmo en forma de calavera y armado con unas guadañas, asesina a los criminales en lugar de detenerlos y ponerlos a disposición de la justicia. Tampoco tiene escrúpulos en acabar con los agentes de la ley que le hacen frente. Tras un primer choque en el que Batman sale malparado, decide, como he dicho más arriba, que la única forma de tener alguna posibilidad de éxito en su siguiente encuentro es recurrir a un armamento más letal y, recuperando la pistola con la que sus padres fueron asesinados, empieza a portarla en sus salidas nocturnas.

 

Por otra parte y dado que el Segador está haciendo estragos en el mundo criminal, Batman se alía con alguno de sus líderes más destacados para que le informen y le ayuden a tenderle una trampa. Estas y otras decisiones interfieren en la labor de la policía de Gotham y le ponen en contra de James Gordon, recién nombrado comisario. Aún peor, se ve obligado a aceptar la compañía de Joe Chill, nada menos que el individuo que veinte años antes mató a sus padres. Batman, consumido por la rabia, planea matar a Chill una vez hayan detenido al Segador (el propio Chill, claro, desconoce que Batman es Bruce Wayne). Tras un clímax especialmente violento y trágico, Bruce se da cuenta de que ha estado a punto de cruzar una línea de no retorno y entierra la pistola en los cimientos del rascacielos en construcción que albergará la Fundación Wayne, jurando que nunca volverá a utilizar un arma de fuego.

 

En principio, “Año Dos” es un esfuerzo admirable para contar una historia autónoma en tan sólo tres episodios e integrar en ella una variedad de temas interesantes y relevantes para el personaje. Barr tiene tiempo incluso de insertar una subtrama romántica completa en un momento en el que la mayoría de los comic-books de superhéroes se centraban exclusivamente en el choque entre héroe y villano. El interés romántico en esta ocasión es Rachel Caspian, a punto de ordenarse monja cuando conoce a Bruce Wayne y su determinación se tambalea. Para colmo, es la hija del Segador (aunque ignora las actividades violentas de su padre), lo que la coloca en un delicado equilibrio con un gran potencial dramático.

 

Es una lástima que, como les sucede a otros comics con premisas ambiciosas, ideas interesantes y el claro deseo de ofrecer un material inteligente y sofisticado, “Batman: Año Dos” no sepa bien cómo articular todo ello en algo bien asentado y sólido. Barr impulsa la trama hacia delante forzando torpemente la introducción de temas que obligan a los personajes a comportarse de forma insensata cuando no incoherente, movidos por motivos poco claros y planes y actos que carecen de sentido. Parte de todo esto puede ser disculpado en virtud del género al que pertenecen –en el mundo de los superhéroes, el concepto “realista” es relativo y debatible-. Incluso los mejores tebeos de superhéroes adolecen de lapsus lógicos. El problema llega cuando éstos parecen ser mayoría en la historia.

 

Toda la idea de Batman portando un arma de fuego y dispuesto a hacer uso de ella parece más un recurso epatante que resultado de una decisión meditada  coherente. Ni siquiera puede achacársela a su bisoñez y menos después de lo narrado en “Año Uno” ¿Por qué creería Batman que una simple pistola podría tener algún efecto contra un villano que abate a policías y gangsters armados con rifles de asalto? Además, ni siquiera llega a utilizarla contra el Segador y sólo dispara contra Gordon y contra unos matones de bar, y únicamente para desarmarlos (algo que bien podría haber hecho con menos riesgo para los implicados utilizando sus manos desnudas o alguno de sus gadgets no letales). En otras palabras, este no parece un Batman inexperto que aún no ha sabido decidirse acerca de dónde está la línea entre la fuerza proporcionada y la excesiva.

 

Tampoco su plan para asesinar a Chill resulta convincente. Y en cuanto al Segador, nunca se llega a explicar bien a qué obedece esa vendetta personal que persigue con tanta furia, por qué abandonó su identidad de justiciero veinte años atrás o por qué ha decidido retomarla justo ahora. En un momento dado, Batman sugiere que hay una fuga de información en el departamento de policía que está favoreciendo al Segador, pero esa es una pista que se abandona tan pronto se deja caer y que no tiene recorrido alguno dado que siempre lo vemos actuar completamente solo. El Segador parece ser más un recurso narrativo para sostener y mover la trama que un personaje con entidad propia. Ni él ni Batman están retratados con la solidez suficiente como para articular un debate convincente sobre el uso de la violencia, las actividades de los vigilantes o qué líneas pueden cruzarse y en qué ocasiones.

 

Toda la historia está llena de escenas y momentos que parecen existir en virtud de un capricho de Barr más que porque el argumento y los personajes los justifiquen. Por ejemplo, Gordon y Batman terminan enemistados por razones nada claras; y tampoco se explica por qué piensa Batman que aliarse con los mafiosos de la ciudad es la mejor forma de capturar al Segador, especialmente después de que, tal y como reconocen los propios personajes, esa asociación de lugar a intervenciones pobremente planificadas y fiascos.

 

En su introducción al volumen recopilatorio de “Batman: Año Dos”, Barr afirma que quería explorar las razones por las que el héroe no lleva armas de fuego. Ahora bien, ¿desde cuándo tiene que justificar un superhéroe sus métodos no letales de lucha contra el crimen? Dado que el guionista no siente la necesidad de explicar la brutalidad del Segador, ¿por qué sí ha de hacerlo con la humanidad de Batman? En relación a lo que comentaba más arriba sobre el planteamiento de temas interesantes que no se resuelven bien, Barr no deja claro por qué Batman empieza a llevar pistola ni a qué obedece esa repentina epifanía que experimenta al final de la historia. Al fin y al cabo, no es que tenga sentimientos encontrados hacia el Segador y que necesite varios episodios para decidir que, efectivamente, es un villano. Su condición queda clara desde la primera vez que aparece en escena.

 

Durante años, incluso décadas, los aficionados al comic de superhéroes han proclamado a los cuatro vientos que Batman es el personaje psicológicamente más complejo del género, subrayando cómo su dedicación a la lucha contra el crimen deriva de su traumático origen. Pues bien, ¿cómo es que nadie, Barr incluido, no ha llegado a la más obvia de las conclusiones en relación a esta relación de Batman con las armas de fuego: que ni las lleva ni las utiliza porque las odia casi patológicamente?

 

Si quedó tan traumatizado por el asesinato de sus padres que ha dedicado el resto de su vida a vestirse de murciélago, adiestrarse como nunca nadie ha hecho antes y arriesgar su vida todos los días luchando contra el crimen, no parece ajustarse al tipo de persona que vería no ya tambalearse su cordura a la vista de una simple pistola sino correr el riesgo de desviarse de un camino en el que lleva muchos años totalmente concentrado. ¿No explicaría esa aversión a las armas de fuego el que Batman, el campeón de la ley y el orden, no se hubiera convertido en un simple oficial de policía (que sí debería ir armado)? Esa parece ser una aproximación más plausible al personaje que hacerle empuñar la misma pistola que mató a sus padres creándose de paso un dilema –que podría derivar en otro trauma- innecesario.

 

Por otra parte, quizá Barr no sea el más idóneo para abordar el tema de la violencia porque a menudo sus historias parecen ambivalentes al respecto. En “Año Dos”, por ejemplo, una unidad de la policía coordinada por Gordon no tiene reparos en asesinar por la espalda a un par de matones que vigilan una reunión de mafiosos. Una escena que da que pensar. ¿Qué diferencias hay entonces entre la policía de Gotham y el Segador?.

 

En otro orden de cosas y pese a la declaración de intenciones de Denny O´Neil que mencionaba al principio, “Año Dos” sí formó parte de la estrategia de DC a mediados de los 80 para reescribir la historia de su propio universo. Así, se modifica parte del canon de Batman que había sido fijado, por ejemplo, en la miniserie “The Untold Legend of Batman”, en 1980. Antes de “Año Dos”, cuando Batman se encontró con Joe Chill por segunda vez, éste era un jefecillo del lumpen al que trató de entregar a las autoridades antes de que fuera abatido por sus propios hombres, resentidos al enterarse de que había sido responsable de la creación de Batman (historia escrita por Bill Finger para “Batman” nº 47, en junio-julio de 1948). Igualmente, Leslie Thompkins, la trabajadora social que había consolado al Bruce niño la noche del asesinato de sus padres y que, años más tarde, no entendía porque el misterioso Batman se preocupaba tanto por ella, experimenta en esta etapa un rejuvenecimiento y es retratada con un carácter más duro y reservado además de ser conocedora del secreto de Bruce Wayne.

 

Sin duda, Mike Barr introdujo estos cambios con la mejor de las intenciones, pero con ellos algo se perdió por el camino. La ironía de que Chill, un criminal inalcanzable que probablemente no había tocado una pistola en años, sea asesinado por un crimen casi olvidado que cometió décadas atrás, es sustituida aquí por un simple matón a sueldo. Ese cambio también tiene efecto sobre la motivación de Batman. En la versión primera, podría haberse entendido que Batman hubiera pensado en matarlo dado que las evidencias contra él eran pocas y su entrega a la policía, por lo tanto, no habría servido para nada; pero con este nuevo Chill, un asesino en activo, probablemente el vigilante no habría tenido problemas para encontrar pruebas que lo relacionaran con algún crimen, cuando no el mismísimo asesinato de sus padres.

 

Pasando al apartado gráfico, el primer número está dibujado por Alan Davis, que aquí finaliza su etapa en Batman, con un dibujo muy influido por el trabajo que Jim Aparo y Don Newton habían hecho para el personaje. Como de costumbre, incluso en esta etapa temprana de su carrera, es imposible ponerle pegas a Davis. Domina la composición, el diseño de figuras, la acción, la expresividad, la narrativa… Por eso fue una auténtica lástima que se marchara y fuera sustituido por Todd McFarlane. Las razones que adujo Davis para su abandono estaban relacionadas con el redibujado que hizo Dick Giordano de la dichosa pistola de Batman en todas las viñetas en que ésta aparecía en “Año Dos”, portada incluida. El caso es que el modelo de arma que había dibujado David Mazzuchelli en “Año Uno”, publicado sólo un mes antes, era diferente y, en aras de mantener la coherencia, se hizo esa modificación. Lo que le molestó a Davis fue que no le dijeran a Mazzuchelli que cambiara su pistola cuando ésta sólo aparecía en una viñeta de toda la miniserie. Se sintió ninguneado y falto de apoyo por parte de la editorial, así que los dejó tirados in medias res.

 

Parece un incidente banal que no amerita semejante reacción, pero, teniendo en cuenta que Davis tenía por entonces esposa y dos hijos y que distaba de ser el autor consagrado e influyente que es hoy, cabe pensar que aquel incidente fue sólo la gota que colmó un vaso que había ido llenándose poco a poco desde que comenzara a trabajar para DC en “Batman y los Outsiders” dos años antes. La que se benefició de su marcha fue Marvel, que lo acogió en su franquicia mutante, donde tras unos números de “calentamiento” acabaría dibujando “Excalibur”. Pero eso es otra historia.

 

Su sustituto para los tres últimos números de la miniserie fue el canadiense Todd McFarlane, aún a algunos años de distancia de reventar el mercado del comic con sus extravagancias. De hecho, era prácticamente un recién llegado porque su único trabajo continuado había sido una etapa de dos años como dibujante -no particularmente destacable- de la colección “Infinity Inc” para DC. Ya en estas páginas de “Año Dos” pueden verse algunos de sus manierismos que rápidamente iría hiperbolizando hasta dar con un estilo que cautivó a miles de fans.

 

El entintado del siempre sólido Alfredo Alcalá en dos de los números ayudan a pulir algunas de las debilidades de McFarlane pero no puede ocultar que su nivel técnico es tan irregular como su sentido de la composición. De hecho, algunas de las escenas son bastante incoherentes desde el punto de vista anatómico y narrativo. Destaca su inclinación a retratar la violencia de forma más explícita que Davis, ofreciendo abundantes salpicones de sangre y cuerpos empalados por las cuchillas del Segador, anunciando ya el camino que iba a seguir el género superheroico a no mucho tardar, entre otras cosas gracias a la influencia de McFarlane y la editorial que ayudó a fundar, Image.

 

Concluyendo este análisis he de admitir que, pese a todas las pegas que hoy le encuentro al guion, en su momento fue un comic cuya lectura disfruté bastante. Fue una época en la que se estaban produciendo importantes cambios conceptuales y estilísticos en los personajes de DC y Batman fue uno de los abanderados de esa transformación. Comics como este se alejaban de lo que tradicionalmente los lectores habían esperado encontrar cuando abrían un comic de Batman y los fans más jóvenes caímos rendidos ante la nueva escuela de dibujantes y guionistas que se atrevían a ir un paso más allá. Esto no es solo una opinión, sino un hecho. Las cifras hablan por sí solas. La etapa de Mike W Barr y Alan Davis en “Detective Comics”, tanto en su revisitación de los villanos clásicos como en su miniserie de “Año Dos”, fue todo un éxito y no sólo creativo: de unos mediocres 70.000 ejemplares vendidos como media mensual en 1986, la colección pasó a unos robustos 128.000.

 

Cuatro años después, en 1991, Mike W.Barr y Alan Davis se reúnen de nuevo para realizar una continuación de “Año Dos” con el título de “Círculo Mortal” y el formato de novela gráfica. En esta ocasión, Gotham vuelve a verse azotada por unos crímenes aparentemente cometidos por el Segador. Sin embargo, éste había muerto al final de “Año Dos”. En realidad, la identidad del villano ha sido asumida por Joseph Chill, hijo del Joe Chill asesino de los Wayne. Joseph quiere cobrarse venganza de Batman por lo que le sucedió a su padre (que también murió en Año Dos, asesinado por el Segador) y, con ayuda de su hermanastra Marcia, ha trazado un plan que empieza por hacerse pasar por el Segador original.

 

“Círculo Mortal” es una secuela en toda regla, esto es, se apoya completamente en la historia y los personajes de su primera parte. No sólo eso: empieza replicando la misma estructura. Reaparece el Segador y asesina a delincuentes y policías por igual; y Batman (que ahora ya actúa acompañado de Robin) forja una alianza con los bajos fondos –si bien en esta ocasión no a costa de enemistarse con la policía-. Barr vuelve a utilizar a Leslie Thompson, un personaje que claramente considera casi de su propiedad; y a la ya monja Rachel Caspian, hija del primer Segador y exprometida de Bruce Wayne. También aquí se introducen los temas de la lealtad a la familia, la venganza y el perdón.

 

De nuevo, Barr baraja ideas interesantes… que luego no sabe exponer ni desarrollar como merecen. De hecho, pese a su potencial para construir con ellas una historia emotiva, el resultado adolece de una sorprendente superficialidad. Los personajes, Batman incluido, no llegan a definirse adecuadamente (por ejemplo, apenas se alude de pasada al compromiso matrimonial que tuvieron Wayne y Rachel, algo que sin duda debió haber dejado huella en ambos); y Leslie, que Barr quiere presentar como una agradable cascarrabias, acaba siendo una persona bastante detestable, más desdeñosa que compasiva.

 

Como nuevo ingrediente se añade a Robin (en su encarnación de Dick Grayson). Éste es aún un niño y la relación entre ambos se presenta de una forma algo extraña, con Batman como estricto supervisor y Robin como un muchachito irresponsable primero y quejoso después. Que nadie espere encontrar aquí aquella alegre camaradería que reinaba entre los dos personajes durante las Edades de Oro y Plata. De hecho, comparten pocas escenas y el papel de Robin parece limitarse al de ejemplo de la lealtad padre-hijo. 

 

La historia recuerda bastante a otra escrita por Mike Barr en 1984 para el “Batman Special” nº 1, en el que el héroe debía enfrentarse a un enemigo que era en muchos sentidos su gemelo emocional, ya que había sido también creado por la muerte de sus padres. En “Círculo Mortal”, el guionista parece querer transmitir algo de compasión por el nuevo Segador al incluir varias escenas en las que éste demuestra su amor por su hijo, pero su plan de venganza es tan perverso, sangriento y psicótico que, a la hora de la verdad, es imposible compadecerse de él y verlo como algo mejor que un monstruo.

 

Por otra parte, el guion es un pelín tedioso y no ofrece nada verdaderamente nuevo ni en ideas ni en giros sorpresa. Dado que desde el principio conocemos la auténtica identidad del nuevo Segador (privando a la historia de cualquier posibilidad de intriga y misterio) y que la construcción de personajes y el plano emocional es débil, se hace larga la espera a que el plan de los hermanos Chill fructifique y llegue a su conclusión. El clímax, con Batman atrapado en una de esas maravillosamente imposibles “trampas mortales” que sus villanos gustan de utilizar y sometido además a un ataque psicológico, mejora algo lo precedente, pero llega demasiado tarde para salvar el conjunto. Ni siquiera la motivación de Chill, que es lo que pone en marcha la acción, tiene demasiado sentido: se toma innumerables molestias y asume tremendos riesgos en nombre de un padre al que apenas conoció y para vengarse de alguien (Batman) que ni siquiera fue quien lo mató. Como le había ocurrido en “Año Dos”, Barr antepone los temas al trabajo de personajes y trama: quiere contar una historia sobre los lazos familiares y la venganza, y no le importa si el argumento que la sustenta es suficientemente sólido.

 

El dibujo de Davis es tan bueno como siempre, pero ni resulta del todo satisfactorio ni él se muestra en las entrevistas conforme con este trabajo. Parte de la culpa hay que achacársela al color. Cuando Barr contactó con Davis para proponerle el trabajo, le aseguró que no estaría editado por Denny O´Neil, con quien el dibujante no había tenido una buena experiencia durante su etapa en Batman unos años atrás. Y ello no tanto por algún encontronazo en concreto sino porque aquél se mostraba en exceso distante, no sólo debido a la geografía –O´Neil vivía en Estados Unidos y Davis trabajaba desde Gran Bretaña- sino porque Davis sentía que el editor no le apoyaba como él estimaba debía hacer.

 

Pero he aquí que tras firmar el contrato, le informan a Davis de que sí, que O´Neil, como editor de todo lo relacionado con Batman, tendría voz y voto en el comic. Aún así, Davis cumplió con absoluta profesionalidad su parte del trabajo en la confianza de que sus páginas serían terminadas por dos artistas de su confianza: Paul Neary en las tintas y Bernie Jaye en el color. De repente, las fechas de entrega se adelantan y ni el uno ni la otra estaban ya disponibles. Se contrata a Mark Famer para entintar sus lápices, siendo el resultado tan bueno o mejor que el que hubiera conseguido Neary. Pero el colorista, Tom Ziuko, tuvo que trabajar a toda prisa y eso se nota; y mucho.  

 

Al final, “Círculo Mortal” es un comic cumplidor en el que la pericia de Davis –aún lastrado por el mediocre coloreado- compensa hasta cierto punto las carencias de la historia.

 

 

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