(Viene de la entrada anterior)
“Hermanos de Sangre” es el título colectivo de los volúmenes 3 y 4 (que comprenden en total 8 números) de la saga “La Edad Oscura”, publicada en 2010 y que continuaba lo narrado en los ocho episodios anteriores. Nos reencontramos unos años después con los hermanos Williams, cuyas vidas han experimentado un giro radical. Charles ha dejado la policía y forma parte de la agencia de espionaje ÁGUILA (un trasunto del SHIELD marvelita), desde donde le sigue la pista a Aubrey Jason, el responsable de la muerte de sus padres. Gracias a su nueva influencia, consigue una reducción de pena para su hermano Royal; a cambio, eso sí, de que se infiltre en la organización criminal PIRÁMIDE (el equivalente a HYDRA en este universo), para la que trabaja Aubrey.
Mientras
Royal se adiestra en uno de sus centros, un equipo de comandos de ÁGUILA lanza
un ataque y se ve obligado a esconderse en los barrios bajos de Astro City,
cortando todo contacto con las fuerzas del orden y con su propio hermano. Ni
siquiera allí puede encontrar cierta seguridad dado que los matones del
Diácono, el señor del crimen local, empiezan a presionarle para que se
reincorpore a su organización. Pero Royal aspira a tener una vida normal y,
sabiendo que su auténtica identidad y propósito fueron descubiertos por PIRÁMIDE,
se niega a seguir colaborando con Charles y ÁGUILA. Éste, entonces, decide
reemplazarle como “topo”, más por sed de venganza por el asesinato de sus
padres que por un genuino deseo de desmantelar la organización. Descubre que
ésta ha colocado infiltrados en los cuarteles generales de todos los grupos de
superhéroes (la Guardia de Honor, la Primera Familia) y, en especial, entre los
Apolo 11, quienes pueden invocar una poderosa entidad, el Encarnado.
Y así,
después de ser capturados, los miembros de Apolo 11 se ven obligados a conjurar
a ese ser ahora corrupto por la influencia del líder de PIRÁMIDE. Hombre Punta,
uno de los superhéroes que bajo el mando del Agente de Plata luchan contra esa
amenaza para todo el planeta, se hace con un artefacto hallado por la Primera
Familia, el Arma Inocente, y la utiliza para destruir al Encarnado. Todo parece
haber vuelto a la normalidad…
En el cuarto volumen, la acción salta a 1984. Royal y Charles han unido fuerzas en su persecución de Aubrey, una caza que les lleva fuera de Astro City y los convierte en una especie de vengadores enmascarados sin afiliación y de moral dudosa. Sin embargo, la suerte no les acompaña y cada vez que están a punto de arrinconar y atrapar a su presa, ésta consigue escapar gracias a cómplices que trabajan para resucitar PIRÁMIDE. Entretanto, aparece una nueva criatura, el Jinete Pálido, surgido literalmente de una brecha dimensional abierta cuando se usó el Arma Inocente contra el Encarnado seis años atrás. Este jinete fantasmal envuelto en llamas siembra el terror por la ciudad asesinando a todos aquellos que han cometido algún tipo de delito, por menor que sea.
Tras
los ochos primeros episodios de “La Edad Oscura” (como ya vimos, reunidos bajo
el título “Hermanos y Otros Extraños”), la gran pregunta que surgió entre los
aficionados era cómo se las iba a arreglar Kurt Busiek para concluir la saga y,
especialmente, si la continuación iba a estar a la altura. Por supuesto, es
cuestión de gustos, pero en mi opinión no satisface las expectativas. De hecho,
bien podría ser la historia más floja de “Astro City” hasta el momento. Ojo, no
es que sea un mal comic. Simplemente, no está a la altura de lo que dibujo y
guion nos habían acostumbrado tras tantos años.
El
diseño de personajes sigue manteniendo el buen nivel de siempre y, una vez más,
es de agradecer que sea Brent Anderson quien continúe al frente del apartado
gráfico de la serie dado que esto siempre la ha dotado de una coherencia visual
de la que han carecido muchos otros intentos de construir universos
superheroicos. Por desgracia, en esta ocasión y más allá de una línea algo más
sucia que podría atribuirse al tono de la historia, el dibujo se nota más
descuidado, tosco y apresurado. Las composiciones de página siguen ofreciendo
una buena narrativa, pero el terminado de las figuras y los fondos deja que
desear en demasiadas ocasiones y, de hecho, hay momentos en los que cuesta
distinguir a los dos hermanos Williams –algo que no ocurría nunca en los libros
anteriores-.
Una de las principales características de “Astro City” desde su origen había sido su enfoque abiertamente optimista y luminoso. Sí, de vez en cuando nos encontrábamos con pasajes oscuros, incluso trágicos, pero en su mayor parte los superhéroes representaban aquí los mejores valores del género que Busiek había leído desde niño. Supo recuperar el sabor de los antiguos tebeos del género pero adoptando un tratamiento moderno de tal forma que ni parecían fuera de su época entonces ni han envejecido con el paso de las décadas.
Como ya
anuncia su título, el arco “La Edad Oscura” invertía ese tono hasta entonces
prevalente. Comenzaba como la historia paralela de dos hermanos cuyas vidas
habían seguido cursos muy diferentes pero que, a la postre, no eran tan
disímiles como querían pensar. Como siempre en “Astro City”, el elemento
superheroico interfería en sus vidas de diferentes maneras, pero ellos no
dejaban nunca de ser dos hombres corrientes con problemas comunes que podíamos
comprender.
El volumen
anterior había terminado sugiriendo la reconciliación de los dos hermanos
después de que Royal hubiera descubierto la identidad del hombre cuyo crimen
les había atormentado desde la infancia. El problema es que este individuo,
Aubrey, está inserto en un contexto mucho mayor, el de una organización
criminal de altos vuelos con una ambición desmedida. Y ahí es donde empiezan
los problemas. Porque en “Hermanos de Sangre”, los dos Williams se convierten
primero en superespías y luego en una suerte de superhéroes armados con gadgets
de alta tecnología que quedan ya muy lejos del lector. Además, la escala es tan
amplia (seis años y multitud de escaramuzas en otras tantas localizaciones e
interviniendo una enorme cantidad de superhéroes), que la narración pierde
foco. Busiek sigue haciendo gala de una gran imaginación, sí, pero es
complicado vincularse con una aventura apresurada, forzadamente comprimida,
lastrada por la tecnocháchara y a ratos incluso aburrida.
La historia avanza desde los años 70 a los 80, siguiendo los traspiés de los Williams mientras a su alrededor continúan sucediendo importantes acontecimientos en el mundo superheroico, sobre todo las misteriosas y recurrentes apariciones del Agente de Plata pese a haber sido ejecutado años atrás. No es que su misterio tenga demasiado interés (el lector avispado ya había adivinado que era un viajero en el tiempo con una misión encomendada por algún tipo de protector cósmico), pero al menos su última intervención y su enfrentamiento contiene una cualidad heroica muy inspiradora.
En el
cuarto volumen, los hermanos Williams ya son indistinguibles de los vigilantes
motivados por la venganza que una vez ellos mismos temieron y odiaron. Parece
claro que Busiek pretendía con este largo arco argumental simbolizar la
emergencia, desde los años 70 pero sobre todo a partir de finales de los 80, de
un comic de superhéroes más violento, poblado por héroes monstruosos y ambiguos
cuando no violentos. De la misma forma que los ciudadanos de Astro City son
poseídos por un odio irracional emanado de la atmósfera de miedo, peligro,
desconfianza y cinismo en el que viven sumidos, se diría que los comics de
superhéroes fueron transformados por un nuevo tipo de lector que carecía de la
ingenuidad e idealismo de sus predecesores. El símbolo de todo ello es el
terrorífico Jinete Pálido, que recuerda al demoniaco Motorista Fantasma. También
podría interpretarse como una crítica a la tendencia de Marvel y DC a convertir
personajes secundarios sin poderes en héroes o villanos de escaso interés, como
fue el caso de Flash Thompson transformado en Agente Venom; o de René Montoya en
Question.
Al
final, sin embargo, Busiek decide concluir con una nota optimista explicando
cómo los Williams se retiraron de sus actividades como vigilantes cuando el
Samaritano apareció de la nada para rescatar a los astronautas del
transbordador espacial Challenger, una intervención simbólica que marcó el fin
de una era y el comienzo de otra en la que los superhéroes volvían a estar
claramente del lado del Bien y eran aceptados con orgullo por los civiles a los
que protegían.
“La
Edad Oscura” es, en resumen, uno de los volúmenes menos atractivos de “Astro
City”. Repito que no puede decirse que sea un mal comic, pero carece de ese
encanto inocente –que no simplón- que le daba su enfoque original. Habría
funcionado mejor como un arco de cuatro números integrado en un marco mayor que
como maxiserie de 16 números. Lo que hacía interesante a los dos protagonistas
acaba, en los dos últimos volúmenes, diluido en un pastiche reciclado que se
resuelve de forma frenética y precipitada. “Astro City” siempre ha funcionado
mejor permaneciendo fiel a la máxima de “menos es más”, siendo capaz de
condensar en uno o dos números lo que otros guionistas habrían convertido en un
megaevento inabarcable; y cuando muestra cómo los actos de los superhéroes
afecta a las vidas cotidianas de quienes les rodean. Por desgracia, esto no es
lo que vemos en “La Edad Oscura”.
A partir de este punto, el futuro de “Astro City” pasó a ser algo incierto dado que el sello que lo publicaba, Wildstorm, desapareció en una de las reestructuraciones acometidas por DC Comics propiciada por sus entonces responsables, Dan Didio, Jim Lee y Geoff Jones, que deseaban asimilar ese universo creado por Busiek, Anderson y Ross al clásico de la editorial. Una decisión que, durante un tiempo, pareció amenazar la independencia e identidad de un producto tan original y personal como había sido “Astro City” hasta ese momento. Por fortuna, el sello Vértigo acudió al rescate.
(Continúa en la siguiente entrada)
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