1 mar 2021

1962- SPIDERMAN EN LOS SESENTA– Stan Lee y Steve Ditko (6)


(Viene de la entrada anterior)

 

En el número 11 (abril 64) volvemos a encontrar una de esas ocasiones en las que Peter Parker actúa como un verdadero adolescente, impulsivo e inmaduro: cuando oye por la radio que van a poner en libertad al Doctor Octopus, no se le ocurre otra cosa que ponerse el traje de Spiderman y hacerle una visita al alcaide de la prisión instándole a que no deje salir al villano. Una iniciativa a la que el funcionario responde con contundencia: “Te doy diez segundos para marcharte por donde has entrado. ¡Ningún aventurero enmascarado dictará las leyes mientras yo sea alcaide!”.

 

Lo más chocante no es la reacción de Peter a la noticia sino la noticia en sí. Porque en ningún momento se justifica adecuadamente el por qué se excarcela a alguien tan claramente peligroso como Octopus (“Soy demasiado listo para escaparme. Sabía que me reducirían la condena por buen comportamiento”. Ejem…). No queda más remedio que completar un tanto forzadamente los deslices de Lee y pensar que quizá su abogado defensor argumentó que Otto Octavius había quedado temporalmente trastornado por el accidente que le otorgó el control de sus brazos metálicos y que no había sido responsable de sus actos. Puede que así consiguiera una libertad vigilada que confirmara ante las autoridades su buen comportamiento.

 

Por supuesto, Octopus no tiene ninguna intención de conseguir un empleo honrado y a la salida de la cárcel y bajo la discreta vigilancia de Spiderman, recoge en coche nada más y nada menos que Betty Brant. El héroe lanza al automóvil un transmisor adhesivo en el que ha estado trabajando toda la noche y con el que podrá seguir la pista ayudado por un receptor (más adelante en la serie, Peter sintonizaría la señal con su propio sentido arácnido). Lo que se descubre a continuación es el gran secreto que escondía Betty: su hermano Bennett es el abogado del mafioso Blackie Gaxton, al que además le debe mucho dinero apostado y perdido en el juego. Gaxton quiere que Octopus utilice sus poderes para sacarlo de la cárcel de Filadelfia en la que cumple condena; y Betty ha tenido que colaborar para sacar a su hermano de apuros (ya lo había intentado, lo vimos en el episodio anterior, dándole todos sus ahorros y endeudándose ella misma con el Gran Hombre).

 

Peter, enamorado de Betty, no sólo promete avisar a Spiderman para ayudar en la difícil situación, sino que tiene la intención de, una vez resuelto el caso, revelarle su identidad secreta. Pero las cosas no salen como debían. Octopus libera a Gaxton y lo lleva a un barco en el muelle. Cuando todos los involucrados están allí reunidos, entra en juego Spiderman y en la batalla subsiguiente un disparo perdido mata a Bennett y Betty lo responsabiliza por haberse entrometido. Esta será una constante en la vida de Spiderman: tratará de hacer lo correcto, alguien resultará muerto y él será culpado públicamente de ello o sufrirá grandes tormentos viéndose incapaz de alcanzar la felicidad en su identidad civil. 

 

Más tarde, tras un combate en el puerto con Octopus en el que éste desaparece bajo las aguas, Peter visita a una doliente Betty, que reconoce el error de su impulso anterior: “En mi rabia…mi ira… ¡culpé a Spiderman de su muerte. ¡Ahora me doy cuenta de lo equivocada que estaba!¡No fue culpa suya! ¡Intentaba ayudarnos! ¡Sin embargo, no quiero volver a ver a Spiderman nunca! ¡No soportaría que me recordara a Bennett!”. Los planes de Peter para el futuro de su relación con Betty acaban así de esfumarse y, de hecho, su romance no podrá ya avanzar mucho más.

 

Ditko ofrece algunas escenas de acción bien coreografiadas que demuestran que ya estaba haciéndose con el particular lenguaje corporal del personaje. Kirby tenía más energía, pero a veces sus peleas, siendo espectaculares, resultaban caóticas y con poses repetitivas. Ditko, en cambio, se esforzaba por encontrar nuevos movimientos para Spiderman e iba guiando al lector de viñeta a viñeta con claridad y limpieza narrativa. Su forma de dibujar las figuras también difería mucho de la de Kirby. Mientras que las de éste eran rotundas y musculosas, las de Ditko eran más realistas, incluso con un sesgo feísta, que se ajustaban bien al tono cotidiano y urbano de la colección.

 

Lo más reseñable del nº 12 (mayo 64) no es el regreso del Doctor Octopus sino la asombrosa conversión de Liz Allen en admiradora rendida de Peter sin dejar este de ser quien es: “¡Déjame decirte algo Flash Thompson! ¡Por lo que a mí respecta, Peter Parker ha demostrado que tiene tanto coraje como cerebro! ¡En cuanto a ti, mi querido ex novio, no tienes ni lo uno ni lo otro!”. De hecho, Liz llega a convertirse en una auténtica molestia: “¡Esto es absurdo!” se lamenta Pete, “Liz nunca se había fijado en mí… ¡Pero ahora me sigue como una ternera enamorada!”. No una sino dos veces se permite el héroe rechazar a la guapa rubia, la segunda de ellas al término del número, para acudir a una cita con Betty –en esta ocasión tocaba terminar felizmente la aventura- mientras ella se resigna compartiendo su decepción con Flash: “¡Nos lo merecemos, después de cómo hemos tratado siempre a Peter!”.

 

Ese cambio se une al que ya había experimentado Flash Thompson en números anteriores. Seguía siendo un arrogante insufrible, pero poco a poco iban introduciéndose destellos que apuntaban a una moderación de sus defectos e incluso cierta nobleza de carácter. Liz y Flash son una muestra de cómo Peter influía en los demás dando ejemplo. Cuando se encara con Flash, éste ya demuestra cierto respeto hacia su antiguo adversario. Y cuando Peter es desenmascarado por el Doctor Octopus mientras defiende a Betty, Liz –que nunca llega a pensar que él sea verdaderamente Spiderman-, se da cuenta de lo ciega que había estado. Dos de los personajes más superficiales de la colección, estaban por fin adquiriendo cierta profundidad y desarrollo.

 

Estos cambios también afectan a la dinámica social del propio Peter. Porque cuando lo vimos por primera vez tan solo un año atrás, nadie hubiera podido pensar que alguna vez se encontraría en la situación de tener que elegir entre dos muchachas que estaban disputándose sus atenciones. Esta evolución no es gratuita. Porque desde muy pronto, Stan Lee ya había mostrado cómo los poderes arácnidos y el llevar el rostro oculto por una máscara habían dado a Peter la autoestima de la que carecía, hasta el punto de que cuando se enfrentaba a los villanos en su identidad de Spiderman demostraba una locuacidad y cáustico sentido del humor que no exhibía en su vida como Peter Parker. En el curso de este primer año de la serie, esa confianza en sí mismo había ido filtrándose a su existencia “civil” como estudiante de secundaria y fotógrafo de cierto éxito.

 

La trama superheroica tiene menos interés, entre otras cosas porque el final de éstas no suele reservar casi nunca una sorpresa o desviación del estereotipo: el villano siempre pierde. Tiene que hacerlo porque de otro modo el héroe protagonista moriría y su colección terminaría ahí. El problema es que todos los villanos, con el paso del tiempo y enfrentamiento tras enfrentamiento con el héroe, acaban arrastrando tras de sí un aura de un perdedor demasiado estúpido como para darse cuenta de que se ha equivocado en su “profesión” y abandonarla.

 

Por un momento, parece que el Doctor Octopus se ha dado cuenta de esa inexorable verdad y ha encontrado la fórmula del éxito villanesco: utilizar su inteligencia y habilidades para dar pequeños golpes por todo el país pero evitando Nueva York que es donde se concentran la mayor parte de los superhéroes y, por tanto, las mayores posibilidades de ser encontrado y derrotado por éstos. Pero no es más que una ilusión. Porque tras uno de los delitos, exclama: “¡Tengo que proseguir con mi espectacular carrera para que Spiderman conozca mis hazañas y trate de detenerme de nuevo! (…) ¿Por qué no me ha seguido? Le he dado ocasiones…¡Le he ofrecido cebos! ¡Quizá deba volver a Nueva York y buscarlo!”. Y eso es lo que hace, demostrando que, después de todo, o no es tan inteligente o su rencor y megalomanía ocupan en su cerebro más espacio que el sentido común.

 

Mientras tanto, en Nueva York, Peter está luchando contra un virus de 24 horas que debilita sus poderes. Octopus deduce que, si Spiderman había rescatado a Betty en Filadelfia durante el caso con su hermano Bennett, ahora procedería de la misma manera y la secuestra a plena luz del día, llevándosela de las oficinas del Daily Bugle. Peter está presente, pero nada puede hacer sin desvelar su identidad secreta a Jameson. Puede parecer extraño que mantener oculta esa identidad sea más importante para Peter que la seguridad de Betty, pero podríamos justificarlo argumentando que en el fondo no es más que un adolescente de instituto con muchas cosas en su cabeza y que no acaba de asumir del todo su papel superheroico ni fijar sus prioridades, un argumento éste que no es incoherente con el desarrollo del personaje en este punto.

 

Debido al virus, el primer combate contra Octopus no sólo termina en derrota, sino que, como he apuntado más arriba, éste lo desenmascara delante de Betty y Jameson. Pero nadie puede creer que sea realmente el joven estudiante quien tenga esos poderes y asumen automáticamente que Peter, novio de Betty, se había disfrazado para tratar de rescatarla. Octopus cree que el auténtico Spiderman huyó asustado por la policía y él mismo se marcha.

 

Desde luego, este es otro punto conflictivo –por inverosímil- del guion. Resulta que el muchacho que conseguía fotos imposibles de Spiderman (y sólo de Spiderman) es descubierto, disfrazado de Spiderman, peleando con el Doctor Octopus. Y ni la policía, ni su jefe ni su novia llegan a considerar remotamente la posibilidad de que él, efectivamente, sea Spiderman. ¿Absurdo? Sí… y no.

 

El problema a la hora de leer hoy tebeos antiguos de superhéroes es que no son ni mucho menos nuestra puerta de entrada al género. Es difícil ponerse en la piel de los muchachos que compraron aquellos comics en los sesenta porque tendemos a proyectar sobre aquellas veteranas páginas gran parte de nuestro conocimiento y experiencia de esos personajes con más de medio siglo de continuidad ininterrumpida a sus espaldas. Dentro de la línea argumental de la colección, en el punto en el que apareció este episodio, Peter Parker no era públicamente conocido como el fotógrafo de Spiderman, así que la policía desconocía tal conexión. De hecho, lo único que sabían los agentes era que J.Jonah Jameson había enviado a Parker a tomar fotos de Octopus, no de Spiderman. En “Amazing Spiderman” nº 2, Peter había hecho un trato con el editor que incluía no ser acreditado como fotógrafo de las imágenes que le vendiera. Y en el nº 9 se había mostrado un ejemplar del Daily Bugle en el que se responsabilizaba de las fotos de Electro a un “colaborador” del periódico, sin más información. Además, Peter no era el primer adolescente que había asumido la identidad de Spiderman para ser luego descubierto públicamente: Flash Thompson había hecho lo propio en el nº 5. Así que conectar inmediatamente a Spiderman y Peter Parker no era tan sencillo en el contexto contemporáneo de la serie. Quizá lo habrían podido hacer Jameson y Betty, pero ambos tenían percepciones tan contradictorias de uno y otro que puede asumirse que fueron incapaces de relacionarlos.

 

Por otra parte, es posible que Lee y Ditko estuvieran abordando el tema de la identidad secreta no sólo como herramienta narrativa literal sino como metáfora; algo parecido a lo que habían hecho Siegel y Shuster con el primer Superman. Sus identidades son secretas no sólo por los esfuerzos que los héroes hacen para mantener su anonimato sino porque el reparto de secundarios son ejemplos perfectos de personas incapaces de ver el potencial oculto en los demás. Siegel experimentó esa sensación en la vida real y lo trasladó a las historias de Superman. Y Ditko, un artista elusivo que probablemente volcaba mucho de sí mismo en Peter Parker, había tenido la misma sensación en su juventud. Sus héroes eran responsables y entregados, más preocupados por el bienestar del prójimo que por el propio, en oposición a los secundarios, que al estar más centrados en sí mismos tendían a pasar por alto el auténtico potencial de quienes tenían cerca.

 

En estos dos episodios, 11 y 12, también pueden detectarse las irregularidades e incoherencias que a veces derivaban del Método Marvel. Stan Lee y Steve Ditko tenían todavía poca experiencia en trazar continuidades a largo plazo y, de hecho, ésta era la primera historia en dos partes que hacían para la serie. Su sistema de trabajo, tal y como he comentado ya en más de una ocasión, era el siguiente: discutían en términos generales los argumentos y Ditko se ponía a trabajar, distribuyendo las viñetas, estableciendo el ritmo y dándole a cada escena la duración y peso que creía convenientes. Sobre esos dibujos, Lee añadía los textos y diálogos, reservándose la opción de ordenar cambios. Da la impresión de que en el nº 11, Ditko deseaba ir en una dirección más oscura, más sofisticada emocionalmente en lo que respecta a relación de Betty y Peter.

 

Y es que, efectivamente, el dibujante sugirió matar a Betty de forma accidental –no como víctima civil de una dramática pelea entre Spiderman y un villano-. Era una forma de satisfacer los deseos de muchos de los lectores que escribían a la redacción y que no estaban conformes con que Peter saliera con una chica mayor que él.

 

Pero Lee no estaba de acuerdo. Una tragedia semejante hubiera supuesto un problema psicológico de enormes dimensiones para un adolescente ya muy agobiado por otras dificultades. La pérdida del primer amor marcaría a Peter para el mismo y el trauma resultante alejaría mucho a la serie del tono moderadamente optimista y ligero que había sido el propósito de Lee desde el comienzo. Así que un número después, el guionista titular ejerce su prerrogativa y restaura el statu quo que tanto se había esforzado en crear: Betty, que había ido ganando más profundidad como personaje, retrocede a su estereotipado rol original de atractiva y sumisa secretaria de Jameson, enamorada de Peter y sin mucho que decir o hacer aquí aparte de volver a ejercer de “damisela en apuros”. 

 

Es más, en el correo de los lectores, Lee se molestó en aclarar que Betty no era en realidad mucho mayor que Peter y que la diferencia de edad entre ambos no era superior a unos cuantos meses. Parte del problema con tal percepción era atribuible a Ditko que, efectivamente, dibujaba a la muchacha con una apariencia en exceso adulta. A tal efecto, Lee le sugirió que le cambiase el peinado y aclaró en el mismo correo que si parecía más mayor que Peter era porque había dado el salto al mundo profesional, debiendo abandonar sus estudios por falta de dinero. Buen intento, pero no enteramente satisfactorio. La relación entre Peter y Betty siempre parecería algo desequilibrada e inviable.

 

El nº 13 (junio 1964), presenta a otro villano clásico: Misterio. Desde luego, era un personaje llamativo, extravagante e incluso ridículo con su casco en forma de pecera opaca, unos grandes medallones con ojos en el pecho y rodeado de una neblina grisácea; por no hablar de sus discursos melodramáticos y su tendencia a referirse a sí mismo en tercera persona del singular: “¡Recordad: aunque Spiderman tiene grandes poderes, el poder de Misterio es todavía mayor!”.

 

Por desgracia, el argumento de este episodio había sido tantas veces utilizado en la propia serie que resulta reiterativo y predecible. Tenemos la apertura con Spiderman cometiendo un crimen –aunque ya todos los fans sabían a esas alturas que no se trataba del auténtico héroe-, seguido de las habituales discusiones de los viandantes periódico en mano sobre la culpabilidad o no del protagonista, cambiando a la oficina de un entusiasmado Jameson y al instituto de Midtown High, con Flash y Liz dudando de la veracidad de la noticia.

 

Con todo, Lee y Ditko ofrecen un par de giros que ayudan a refrescar algo lo que de otro modo podría haber quedado como una aportación mediocre a la mitología del personaje. Por ejemplo, Misterio se presenta en el Daily Bugle ofreciéndose a actuar de vigilante para atrapar al ahora otra vez sospechoso Spiderman. Y naturalmente, Jameson no deja pasar la ocasión de promocionar el asunto, lo cual brindando al guionista una nueva oportunidad para humillar al editor.

 

El otro giro es mucho más extraño y retorcido, porque en lugar de asumir que alguien –otra vez- está utilizando tecnología avanzada para duplicar sus poderes y hacerle quedar como un delincuente, Peter se obsesiona con que quizá esté desarrollando doble personalidad y que, durante sus horas de sueño, sea él quien efectivamente comete los robos. Y esto le lleva a tomar la inédita decisión de visitar a un psiquiatra para recibir tratamiento. La cosa no llega mucho más allá porque se da cuenta de que, si no tiene cuidado, podría acabar revelando su identidad secreta, así que opta por un método más físico. Lee aprovecha para lanzar una pulla contra la profesión médica cuando lo primero que pasa por la cabeza del doctor es: “¡Spiderman! ¡Si le hago mi paciente, entraré en la historia médica! ¡Imagina un superhéroe misterioso que está chiflado!”.

 

Aunque Lee y Ditko habían sido los primeros en desarrollar la faceta místico-mágica en el Universo Marvel a través del Doctor Extraño, lo que tenemos aquí no es, tal y como las apariencias parecían señalar, un hechicero, sino un especialista en efectos cinematográficos que utiliza trucos integrados en su traje para simular poderes. Prescindir aquí de la magia fue una decisión coherente con el tono urbano y “realista” de la serie y que, además –y a pesar de su horrible disfraz- hacía de Misterio un villano interesante: se trataba, como Tony Stark, no de alguien que obtenía sus poderes de algún accidente fortuito sino de un hombre hecho a sí mismo, un genio tecnológico que diseña un traje extraordinario. 

 

En el plano romántico, la relación con Betty no pasa por su mejor momento. Cuando ésta le hace una sugerencia para que él encuentre otro trabajo menos peligroso que el de tomar fotos de Spiderman, Peter, atribulado por sus problemas, le espeta una brusca contestación: “¡Corta ya, Betty! ¡No estoy de humor para sermones! ¡Siempre me andas diciendo que tomar fotos exclusivas de crímenes es muy peligroso! ¡Yo no te digo cómo vivir tu vida… ¡No te metas tú en la mía!”. En otro de sus encuentros, la abandona rápidamente para ir a buscar a Misterio, lo que lleva a Betty a sospechar que podría haber otra mujer en la vida de Peter. Y sí, la hay: Liz Allen, que sigue cortejando a su compañero de instituto abiertamente… sin cosechar ningún éxito, pero sí poniendo celoso a su antiguo novio, Flash Thompson.

 

Lo mejor del episodio son las dinámicas y viscerales escenas de combate dibujadas por Ditko, con un Spiderman en dificultades ante un adversario capaz de confundirle de diferentes maneras, desde envolverse en una nube de humo desde la que golpear y esquivar; o neutralizar el sentido arácnido de aquél. Destaca la secuencia del segundo enfrentamiento, que tiene lugar en un estudio de cine que está rodando una película de ciencia ficción. Ello da lugar a un surrealista momento en el que se mezclan las ilusiones pseudomágicas de Misterio y las acrobacias de Spiderman sobre un decorado de planetas y naves espaciales.

 

(Continúa en la siguiente entrada)

 


1 comentario:

  1. Anécdota personal: este enfrentamiento con Mysterio fue la primera historia de Spider-man de la que tengo recuerdo, y por eso siempre ha sido algo especial para mí. Comondices, el que Mysterio sea un hombre sin superpoderes (al igual que el Buitre o el Camaleón, ahora que lo pienso) lo hace aún más interesante, aunque la baza principal es el dibujo de Ditko y por ejemplo esas volutas de humo marca de la casa.

    Pero el comentario principal es acerca de la reacción de Peter de no desvelar su identidad, aun poniendo a Betty en peligro. Yo creo que se interpreta mejor si consideramos que a quien protege es a la tía May, que por activa y por pasiva se recuerda que no soportaría el shock de ver a su sobrino jugándose la vida como ese horrible enmascarado

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