Los años ochenta fueron un periodo de efervescencia para el comic adulto español y, durante un tiempo, los autores pudieron vivir el sueño de ganarse la vida con las viñetas. Revistas periódicas de diferentes estilos y temáticas proliferaban, brindando la oportunidad a los jóvenes artistas de entrar en el medio y a los veteranos de regresar al mercado autóctono y tocar géneros o adoptar enfoques formales y temáticos hasta entonces vedados. Fue en ese ambiente que un grupo de profesionales, entre los que se encontraban Mariano Hispano, Leopoldo Sánchez, Manfred Sommer y José Ortíz, se asocian para fundar Ediciones Metropol en 1983, sello autogestionado bajo el cual aparece la revista “Metropol”, en abril del mismo año.
El contenido de
esa nueva cabecera consistía principalmente en historietas cortas en blanco y
negro realizadas por autores españoles agrupadas en series. Y aunque los
géneros fueron tan diversos como sus creadores (el carcelario de “Ives” -más
tarde rebautizado “Morgan”-, de Segura y Ortiz; el costumbrismo de los relatos
que compondrían “Romances de Andar por Casa” de Carlos Giménez; la serie negra
de “Pollux”, de Manfred Sommer; el humorístico “Vito”, de Segura y Saladrigas…
…) se trató de dar a todo el conjunto un contexto global coherente y unificado,
ambientando todas esas series en una gran ciudad imaginaria, Metropol, e
introduciendo los personajes de unas en otras bajo la forma de cameos,
referencias o guiños. De todas ellas, quizá la más exitosa fuera “Kraken”.
Como ya he
subrayado en otras ocasiones, la historia corta es un formato muy complejo dado
que el autor sólo dispone de un puñado de páginas para presentar a los
personajes y el contexto en que evolucionan, y luego desarrollar y rematar
rápida pero eficazmente una narración que atrape al lector. Era también la
modalidad preferida por las revistas periódicas de comic, dado que su estructura
predeterminada les permitía organizar fácilmente la paginación e incluir una
variedad de estilos y temas en cada número. Antonio Segura destacó en este
campo y se convirtió, hasta el momento de su muerte en 2012, en uno de los
guionistas más prolíficos del comic español. Sus historias de esta época
compartían un tono cínico, cortante y desengañado y estaban protagonizadas a
menudo por antihéroes como Hombre, Morgan o Bogey, que se mezclaban con los
elementos más ruines de la sociedad, ya fuera ésta carcelaria, futurista o
postapocalíptica. Fruto de la misma visión profundamente negativa del hombre y
la sociedad es la serie “Kraken”, un thriller a mitad de camino entre la
ciencia ficción, el terror y el drama policial.
Bajo cualquier
ciudad de gran tamaño existe un submundo al que pocas personas tienen acceso,
una segunda urbe estructurada en niveles y zonas que, según la antigüedad del
asentamiento, se extiende horizontal y verticalmente como un laberinto
misterioso en el que se mezclan y entrecruzan ruinas de eras pasadas, refugios
antiaéreos, cloacas, túneles con uno u otro propósito, sótanos, cámaras y
cimientos, tuberías y cables. Un entorno, por tanto, ideal para la ficción
policiaca o de terror en formato audiovisual habida cuenta de los recursos
expresivos que ofrece la iluminación y el sonido. Desde “Metrópolis” a “El
Tercer Hombre” o “Mimic”, de “Spirit” a “Daredevil” o “Batman”, los géneros
policiaco, de terror o fantaciencia han utilizado esos tenebrosos, húmedos y
malolientes recovecos en los que se esconde todo aquello que la sociedad
rechaza o todos aquellos que de ella huyen: criminales, monstruos, parias,
mendigos, fugitivos, desahuciados y almas extraviadas de todo tipo y condición.
Puede que la metáfora (los desechos humanos, los pecados de la sociedad que
nadie quiere ver, acaban filtrándose al subsuelo junto a los desperdicios
físicos), carezca de sutileza y esté muy sobada pero no ha perdido un ápice de su
fuerza en la era hipertecnológica en que vivimos. De hecho y en muchos
aspectos, ese mundo secreto es una suerte de burbuja ajena al tiempo y la
evolución de la ciencia y la tecnología, un entorno hostil que desafía al
hombre y sus máquinas. Y ese es precisamente el lugar donde, en un futuro
indeterminado pero cercano, transcurre “Kraken”.
Metropol es un
lugar duro y violento, algo que los autores dejan claro desde la primera
plancha de la serie, en la que la policía no tiene reparos en reventarle la
sesera a un criminal a la fuga y, presumiblemente, convertirlo en una muesca
triunfal en su casco antidisturbios. Los delincuentes compañeros de ese infeliz
bajan al sistema de cloacas para escapar, pasando entonces a ser competencia de
un cuerpo policial especializado, el GAS, Grupo de Acción Subterránea. Uno de
sus agentes resume bien las dificultades de su trabajo: “Trece mil kilómetros
de cloacas y subterráneos que vigilar… Infectados de ratas, prófugos, caimanes,
condones, fetos, mafias de huidos… Toda la mierda de Metropol se refugia aquí
abajo…Como si ya no hubiera bastante flotando en el agua… Y encima está el K….
el maldito K”.
Y es que existe
la leyenda urbana de que por los túneles y pasadizos subterráneos de Metropol
mora una espantosa criatura, una suerte de inmortal monstruo lovecraftiano, el
Kraken, que acecha y devora a quienes se atreven a descender a sus dominios. El
teniente Dante, el protagonista, un veterano oficial del GAS (cuyos miembros
son también apodados “krakaneros”), sabe que no son cuentos para asustar a los
niños sino un peligro muy real. Y, efectivamente, el lector lo comprueba al
término de esta primera entrega cuyas seis páginas de extensión no son sino una
breve anécdota con la que situar físicamente la acción, crear la atmósfera y
presentar al que será protagonista o, más bien, hilo conductor de una serie que
irá cambiando de personajes con cada episodio.
Los rasgos con
los que el dibujante Jordi Bernet construye a Dante son poco originales y muy
recurrentes en su obra, pero no por ello menos eficaces: alto y espigado, de
mediana edad, barba de tres días, eterno cigarrillo en la boca y aspecto de
endurecido y cansado soldado de mil batallas contra el crimen en un entorno
claustrofóbico, tenebroso, húmedo y maloliente. A diferencia de muchos de sus
colegas, Dante no es partidario de utilizar la violencia si ello puede evitarse
y respeta a las mujeres aun cuando esa actitud sea más producto del machismo y
la condescendencia que de un auténtico sentimiento de igualdad. Aunque es un
profesional eficiente y apreciado por superiores y subordinados, todo el mundo
es sabedor de que su obsesión particular es encontrar y cazar al Kraken, su
Moby Dick particular.
Las primeras historias tratan de encontrar una dirección para la serie. En “El Rey de las Cloacas”, el comisario del GAS es presionado por uno de los capos mafiosos cuyos esbirros y mendigos suelen esconderse en el subsuelo. Éstos están siendo asesinados en un número inusual y ante la creencia de que el Kraken ha regresado, se organiza una cacería masiva por los túneles cuyo resultado no es el que se esperaba. “La Muerte Blanca” son seis planchas de auténtico terror destilado: la patrulla de Dante se encuentra con el Kraken en un oscuro túnel y la espeluznante experiencia, que acaba con sus hombres de una u otra forma, sirve para demostrarnos el temple y recursos del curtido policía.
“Juego de Niñas”
es la oportunidad de Bernet para exhibir sus dotes para el erotismo y el dibujo
de mujeres voluptuosas (si bien las suyas siempre me han parecido demasiado
intercambiables) en una trama que, por lo demás, poco tiene de glamurosa sino
más bien todo lo contrario. Por la red de desagües empiezan a aparecer fetos
humanos procedentes, presumiblemente, de una clínica abortista ilegal al
servicio de una turbia trama de prostitución de adolescentes. María, la
atractiva e inteligente sargento al cargo de la investigación, consigue
involuntariamente romper el cascarón de tipo duro del teniente Dante y conmover
su corazón…efímeramente, porque la historia no tiene un final feliz. Pocas en
Metropol lo tienen.
Pero “Juego de
Niñas” supone también un punto de inflexión en la serie. Segura debió darse
cuenta de que sobreexponer al Kraken en todas y cada una de las historias haría
que perdiera presencia y agotaría pronto las posibilidades argumentales. Así
que a partir de este punto no va a ser tanto esa criatura la amenaza principal
como otro tipo de monstruos, con forma humana y mucho peores. Esto, como
ya apuntaba más arriba, es algo muy propio de los universos de Segura: el
hombre es el peor enemigo del hombre, capaz de las peores bajezas e ignominias.
Así, irán desfilando por la serie científicos sin alma y dementes soldados que aún se creen en guerra (“Operación Cebo Helado”), traficantes de droga y traidores camaradas de la infancia (“Hasta la Vista Amigo”), fanáticos religiosos (“El Exorcista”), secuestradores y políticos corruptos (“Querido Embajador”), policías con un pie al otro lado de la ley (“Cementerio, S.A.”), pordioseros violadores y madres asesinas de sus hijos (“Amor de Madre”), chantajistas psicópatas (“El Mejor Policía de la Ciudad”, un homenaje a ese clásico que es “Sed de Mal”) , cobardes y estafadores (“Oro Sucio”) y proxenetas crueles (“Ajuste de Bragas”).
Son todas ellas
historias amargas, descarnadas, con personajes corruptos e infames, en las que
la violencia nunca falta y la muerte o la locura siempre andan cerca. A
diferencia de la maldad y las psicopatías que carcomen la mente y el alma de
quienes se internan en sus dominios, el Kraken no es más que un fenómeno de la
naturaleza que actúa movido por instintos primarios. Más allá de funcionar como
amenaza invisible y motor general de la serie, el monstruo tiene un doble papel
simbólico. Por una parte, y según la verbalización de uno de los personajes,
como sumidero y encarnación física de todos los pecados, vicios y venenos de
quienes viven y mueren en la enorme ciudad de la superficie; por otra, la
representación metafórica de nuestros propios demonios internos, bullentes bajo
una delgada capa aparentemente civilizada y respetuosa con la ley.
Es en virtud de
este análisis de las caras más oscuras de nuestra sociedad en la forma de sus
elementos más marginales por lo que “Kraken” puede considerarse principalmente
un comic de serie negra aun cuando el marco general sea propio de la CF (ciudad
imaginaria levemente futurista, enorme monstruo acechante). De hecho, el Kraken
sólo se manifiesta físicamente en contadas ocasiones por mucho que su presencia
sea siempre percibida y funciona sobre todo como excusa para hacer desfilar por
las páginas del comic una colección de individuos poco recomendables con los
que Dante tendrá que lidiar de una u otra forma y que ilustran lo bajo que
puede caer el ser humano.
Aunque Jordi Bernet suele ser más citado por “Torpedo 1936”, esta serie pertenece también a su mejor época y no desmerece en absoluto de aquélla. Su dominio del claroscuro es ideal para unas historias que transcurren en el subsuelo. El trabajo de ambientación es sobresaliente: corredores y canales, tuberías oxidadas que reptan por las paredes, escaleras metálicas, llaves de paso chorreantes, ratas y murciélagos, desagües, cascadas, lodo, fango y restos orgánicos flotando en la corriente, todo iluminado a base de fuertes contrastes generados por la luz que arrojan los focos de las lanchas o las linternas de la policía y que exacerban las expresiones de los personajes.
Si alguien dudaba
de la maestría de Bernet en el dibujo en blanco y negro, aquí tiene pruebas más
que sobradas de lo contrario. Inunda las viñetas de una oscuridad profunda y
asfixiante que rodea a los personajes y en cuyo interior es inevitable imaginar
todo tipo de peligros y horrores. Ya he mencionado que el héroe protagonista y
las mujeres están dibujadas de acuerdo a esquemas que Bernet sabe reproducir de
forma automática, por lo que mayor personalidad gráfica tienen los secundarios
que entran y salen de las historias y que Bernet retrata con destreza y cierto
sesgo caricaturesco y tenebroso y un trazo suelto y sucio pero definido.
Aunque la
narrativa es impecable -en muchos momentos se podría utilizar el comic como
storyboard del que saldría una película sin realizar apenas cambios-, la
composición de página es muy clásica: tres filas de tres viñetas, una
estructura de la que Bernet apenas se desvía. Puede resultar chocante esa
rigidez en un autor tan virtuoso en la narrativa secuencial, pero él mismo ha
declarado en más de una ocasión que tal decisión obedece a un propósito muy
concreto: no distraer la atención del lector con “exhibicionismos” innecesarios
sino centrarse exclusivamente en la historia, el dibujo y los personajes,
combinando todos esos elementos en una narración tan directa y sencilla como sea
posible. Lo cual no quiere decir que Bernet no sorprenda y deleite con
secuencias extraordinarias en su dinamismo, expresividad o suspense.
La única pega que se le puede poner al apartado gráfico es que se vuelve algo más descuidado tras las primeras ocho historias, denotando quizá cierto cansancio. Y es que “Metropol” no tuvo un recorrido muy largo, cerrándose tras sólo doce entregas. Pero esas ocho historias de “Kraken” que llegaron a publicarse en dicha revista tenían tanta calidad y demostraron ser lo suficientemente populares como para que sus autores le encontraran al teniente Dante acomodo en otra cabecera, ésta especializada en ciencia ficción y editada por Toutain: “Zona 84”, donde aparecieron doce historias más entre 1986 y 1987.
Bernet es
demasiado buen dibujante como para calificar esta segunda etapa de la serie de
gráficamente regular, pero sí se aprecia un mayor apresuramiento en la
ejecución y una menor atención en la aplicación del entintado, sobre todo a la
hora de crear atmósferas y texturas. Los autores quisieron terminar la serie
dándole un final al Kraken en “La Llamada del Infierno”, un relato que parece
inspirado por las ficciones pulp de Robert .E.Howard o Lovecraft, pero que no
resulta en absoluto satisfactorio. De las diferentes recopilaciones y
reediciones que aparecerían con el correr de los años, la más recomendable
sigue siendo la integral que realizó Glenat en 2003, con tapa dura y papel de
buena calidad.
“Kraken” es, en fin, una serie clásica del comic español de CF, dura, violenta y con un dibujo sobresaliente. Son historias contundentes, con pegada visceral, quizá no aptas para todo el mundo ni para cualquier estado de ánimo, pero que no aspiran solamente a entretener sino, a través de sus personajes extremos, animar al lector a mirar de frente y reflexionar sobre ciertos rincones poco edificantes pero muy reales de nuestra sociedad y quizá incluso de nosotros mismos.
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