(Viene de la entrada anterior)
Una vez presentados los protagonistas y la situación general, Gazzotti y Vehlmann ofrecen en el segundo tomo, “El Amo de los Cuchillos” (2007), un thriller con una amenaza más concreta e identificable: un tenebroso asesino.
Dado que los animales salvajes escapados del circo siguen
merodeando peligrosamente por la ciudad y que el edificio de oficinas en el que
trabajaba el padre de Iván carece de las comodidades necesarias, el grupo
protagonista se instala en un lujoso hotel, ocupando cada uno de los muchachos
una planta del edificio. Terry, por ejemplo, se ha dedicado a saquear las
tiendas de juguetes de la ciudad acumulando un auténtico tesoro infantil;
Camille se viste de princesa y monta en pony por los pasillos del edificio; e
Ivan, flotando perezosamente en la piscina de la azotea, llama por orden a
todos los teléfonos del listín esperando encontrar algún otro superviviente.
Los chicos, ante esta situación completamente inédita y
teniendo que valerse por sí mismos y convivir con sus compañeros, van
evolucionando paulatinamente. Pero no siempre para mejor. En esta ocasión, sin
restricciones ni normas de ningún tipo, Leila e Yvan beben demasiado y empiezan
a disparar al azar con una pistola del padre del segundo; una actitud
irresponsable que despierta la ira de Dodzi, su reacción violenta y el
consiguiente resentimiento de los otros. Pero los disparos atraen la atención
de alguien que también ha sobrevivido, un siniestro individuo con una
espeluznante máscara, armado de un arsenal de cuchillos y que parece estar
dispuesto a acabar con los protagonistas, que se atrincheran aterrorizados en
el hotel.
El propio planteamiento de la serie requería para su desarrollo la creación de peligros y amenazas para los protagonistas que pudieran mantener la atención del lector. A primera vista, recurrir a una versión diluida del subgénero slasher parece un paso atrás respecto a la intrigante premisa de arranque del volumen anterior. En cierto modo, así es. Pero, afortunadamente, Vehlmann va más allá de narrar una simple trama de suspense –con mucho ritmo y emoción, eso sí- para trabajar en la caracterización e interrelación de los personajes. Y aunque el villano pueda parecer muy tópico, el guionista le da un giro sorpresa final que le aporta el trasfondo y motivación necesarios.
Las diferentes personalidades, edades y pasados de los
protagonistas dan lugar a tensiones creíbles y coherentes con todos ellos,
alternando las discusiones y las reconciliaciones, las reacciones infantiles y
las iniciativas propias de una madurez acelerada por las circunstancias. El
aburrimiento de Leila e Yvan les lleva a hacer las tonterías propias de su
edad. Dodji se debate entre la responsabilidad de ser el mayor y el líder
reconocido por los demás y el hartazgo que siente por el comportamiento
infantil de ellos. El personaje menos definido por el momento es Camille,
aunque Vehlmann le dedica algunos momentos muy bien elegidos en los que se
expone claramente que se halla dividida entre la nueva libertad a su alcance y su
sentido de la responsabilidad y lealtad a los valores con las que le educaron.
Pero ni la trama ni la caracterización ayudan a saber más
sobre el misterio principal. ¿Dónde ha ido a parar todo el mundo?¿Cómo es que
la ciudad, convertida en un intimidante desierto urbano, sigue contando con
suministro eléctrico? La existencia de al menos otros dos supervivientes más
complica una situación sobre la que sólo se aporta una vaga pista en de difuso
recuerdo alcóholico de Yvan sobre lo que ocurrió la noche de la desaparición de
los adultos.
Gazzotti sigue ilustrando magníficamente el guión de Vehlmann, con un alto grado de detalle y expresividad pero sin perder ligereza visual, elegancia y claridad narrativa. La representación de los cambios de humor de los niños y las diferentes localizaciones así como la planificación de las secuencias de suspense y acción son sobresalientes.
En los dos primeros volúmenes, Fabien Vehlmann había tenido
mucho cuidado en mantener limitado el reparto de personajes. Parecía que sólo
el puñado de niños protagonistas más los otros dos que se habían presentado en
el segundo número habían sobrevivido a una misteriosa catástrofe. Pero eso
cambia completamente en el tercer episodio, “El Clan del Tiburón” (2008).
Por razones que se explican en el propio comic, los cinco
protagonistas deciden dejar Fortville, su ciudad natal, y en el curso de su
viaje se encuentran con otros niños que les guían hasta la extensa comunidad a
la que pertenecen y que se ha establecido en un parque temático. El líder del
grupo es Saul, que a pesar de sus once años tiene una personalidad y carisma
magnéticos que tiene subyugados al resto. Sin embargo, Dodji, Leila y los demás
no tardan en ver cosas que les alarman. En el centro del parque hay un gran
estanque artificial donde mora un tiburón blanco, al que los niños alimentan
arrojándole perros salvajes vivos capturados por los alrededores. Y, a pesar de
la aparente hospitalidad de Saul, las ideas que no solo defiende sino que
impone acerca de cómo deben sobrevivir y propagar la especie son abiertamente
repulsivas. Cuando ordena que se celebre su boda con Camille y el arresto de
Dodji por llevar un arma de fuego, ya nadie tiene dudas de que se hallan en
peligro mortal.
En “El Clan del Tiburón”, Vehlmann da un giro de tuerca a la faceta oscura y más adulta de la serie utilizando a propósito la ironía que representa el propio escenario en el que se desarrolla la acción: ¿Qué podría haber más divertido que estar solos y sin adultos en un gran parque temático? Todo lo contrario: los protagonistas se ven inmersos en una pesadilla que tiene mucho en común con “El Señor de las Moscas”(1954), la espeluznante novela de William Golding, una fuente de inspiración que los autores no ocultan. En ambas obras, tenemos un grupo de niños abandonados a su suerte e hipnotizados por el carisma de un líder que los impulsa a sucumbir a sus más primitivos instintos.
Dodji vuelve a jugar un papel de peso en esta entrega, pero
sin duda es Saúl el que se lleva la mejor parte de la caracterización. A
diferencia del anónimo Amo de los Cuchillos del volumen anterior, Saúl es un
personaje complejo y profundamente atormentado. No suelen los comics relacionar
la infancia con la locura y menos aún con la sexualidad, pero ése es
precisamente el caso de Saúl, cuya mente retorcida, megalomanía y crueldad no
son tanto productos de una psicopatía como de la educación recibida de su ahora
desaparecido padre, un admirador del nazismo y propietario del parque temático
que ha convertido en su base-prisión.
Rico, bien parecido, atlético e inteligente, Saúl se ha erigido en líder del resto de los niños con la aprobación tácita de éstos. Se ve a sí mismo como el salvador del grupo, le guste al resto o no, y está dispuesto a sofocar cualquier conato de rebelión (como el de Dodji) por los medios que sean necesarios. Pero al mismo tiempo, parece enamorarse sinceramente de Camille, quien, a su vez, aprende a comprenderle –que no compartir sus ideas- y servirle de consuelo emocional para sus recurrentes pesadillas. Un personaje, por tanto, aterrador pero también digno de compasión.
Un guión este que no sólo mantiene el ritmo y el suspense
de principio a fin, evitando la tediosa repetición de tópicos y recursos
dramáticos, sino que aprovecha para recoger pistas y detalles introducidos en
álbumes anteriores y utilizarlos para abordar, por fin, de forma más directa el
misterio principal a través de Saul, quien parece saber más que el resto sobre
la desaparición de los adultos. Yvan termina de recordar lo que en el número
anterior sólo se había apuntado, algo acerca de quince familias involucradas en
el enigma y expresa desesperadamente su necesidad de regresar a la ciudad
porque cree saber que sus padres no se han esfumado, sino que han muerto. En
las últimas viñetas, el guionista aún encuentra tiempo para encajar un nuevo
giro que deja en suspenso al lector respecto a lo que va a suceder a
continuación.
“El Clan del Tiburón” es también la primera vez que
Vehlmann menciona la edad concreta de algunos de sus personajes y, suponiendo
que dice la verdad, Camille afirma tener ocho años, más joven de lo que
aparenta ser en relación a sus compañeros. Esta es quizá la única pega que se
le pueda poner al dibujo de Gazzotti: el no expresar claramente a través de su
aspecto la brecha de edad que separa a unos de otros. Por lo demás, su estilo
sigue siendo vital y dinámico. A destacar especialmente en este volumen las dos
secuencias con el escualo de la gran piscina y cuya presencia, como en
“Tiburón” (1975), se sugiere más que se muestra abiertamente.
“Los Cairns Rojos” (2009) es supone tanto una continuación
de los volúmenes anteriores como la presentación de nuevos misterios y amenazas
en un crescendo ininterrumpido. Tras abandonar al Clan del Tiburón, Dodji,
Leila, Yvan, Camille y Terry regresan a Fortville acompañados por otros niños
que no encontraron buen acomodo en el parque temático y establecen un
campamento en una plaza, levantando barricadas para impedir la intrusión de
animales salvajes.
En una calle, rastreando los recién recuperados recuerdos
de Yvan, encuentran el coche accidentado de sus padres: una gran luz hizo que el
automóvil saltara en el aire e Yvan, al recobrar el conocimiento, escuchó a
gente hablando en un idioma extranjero, permaneció inmóvil hasta que se
marcharon y, tras ver que sus padres no se movían, huyó aterrorizado del lugar
antes de, por alguna razón, olvidarlo todo. Mientras regresan al campamento, se
reúnen con Boris y Zoe, que han ido a una granja para coger animales con los
que mejorar la dieta del grupo. Por la noche, mientras todos resumen alrededor de
la hoguera lo sucedido durante la jornada y especulan sobre el misterio de la
desaparición de la población, irrumpe el Maestro de los Cuchillos, herido y
suplicando ayuda antes de desmayarse. Encuentran entre sus posesiones una foto
de una niña pequeña, deducen que es su hermana y resuelven organizar una
búsqueda para encontrarla.
Pero lo que encuentran es otro enigma: la niña ha sido raptada por unos monos, unos grandes babuinos y un chimpancé hembra, que se han establecido en el gran edificio del Teatro. Pero lo más inquietante es su comportamiento: por alguna razón desconocida, levantan frente a él grandes montículos de objetos y cadáveres de pequeños animales y luego vierten sobre ellos cubos de pintura roja.
La primera novedad del álbum es la introducción de nuevos
personajes como miembros regulares del grupo central, aunque serán los cinco
iniciales los que seguirán soportando el mayor peso dramático. En especial
Yvan, que se verá obligado a superar su cobardía y asumir el liderazgo cuando
Dodji, atormentado por los demonios de su pasado y cada vez más a disgusto en
el grupo, decide marcharse. Será Yvan, por tanto, quien deberá organizar y
encabezar la peligrosa misión de rescate de la bebé en el interior del teatro.
Por otra parte, otros dos personajes provenientes del Clan del Tiburón, los
hermanos Alejandro y Selena, añaden un nuevo elemento de misterio. Porque lo
que empieza pareciendo un comportamiento extravagante quizá provocado por los
traumas sufridos, se revela pronto como una amenaza para la vida del resto de
los niños.
La historia, además de por el intenso y terrorífico argumento, gana un grado de solidez al hacer confluir en una sola trama elementos presentados en los tres álbumes anteriores: los animales salvajes que rondan por la ciudad, el Maestro de los Cuchillos, Alejandro y Selena, los recuerdos de Yvan... Una vez más, tenemos una peripecia vigorosa, con mucho ritmo, impecablemente dibujada –con un cambio de colorista que atenúa los tonos y da una pátina de mayor realismo- y que, además, termina en un espeluznante cliffhanger con la muerte de uno de los protagonistas.
A estas alturas y dado el éxito de crítica y público que
había acumulado la serie, Fabien Vehlmann se siente con libretad para alejarse
del tono original “para todos los públicos”. Puede que la historia esté
protagonizada por niños que se comportan mayormente como tales; y que el dibujo
luminoso, limpio y agradable de Gazzotti haga más digeribles ciertos pasajes.
Pero el acento de “Solos”, aunque matizado por valores positivos como la
amistad, la generosidad y la honestidad, es cada vez más oscuro y terrorífico.
Al llegar al cuarto volumen de la colección ya nos habíamos encontrado con
asesinos de aspecto sobrecogedor, tiranos infantiles que asesinan, violan y se
suicidan, traumas psicológicos y momentos tan pavorosos como el rescate del
bebé del cubil de los simios.
El final del primer ciclo de la serie llega con el quinto álbum, “En el Corazón del Maelstrom” (2010), donde, por fin, se aportan respuestas al misterio de la desaparición, si bien éstas no han sido del gusto de todos los lectores. En su enclave fortificado, los niños se organizan en la vida cotidiana, tratando incluso de sacar adelante una escuela y, dado que Dodji no está ya entre ellos, organizando unas elecciones para elegir al nuevo líder. Una decisión que cobra mayor relevancia cuando encuentran el cadáver de aquél con un disparo en el pecho y surgen las discrepancias acerca del curso a seguir.
Finalmente, es Leila quien asume la dirección del grupo y
decide desafiar el peligro y entrar a investigar en la Zona Roja, el área de la
ciudad delimitada por una red perimetral de cairns erigidos por los simios del
volumen anterior y de la que todos los animales huyen. Al amanecer, una
expedición compuesta por ella misma, Yvan, Camille y Boris, sale hacia ese
lugar afrontando diversos peligros e inexplicables fenómenos mientras, en la
base, los siniestros Selene y Alejandro, que a todas luces saben lo que está
ocurriendo y lo que está a punto de suceder, planean acabar con todos ellos.
Las durante años esperadísimas respuestas, no se aportan
inmediatamente, porque Vehlmann sólo las introduce en las últimas páginas de
este final de ciclo con la reaparición de Saúl y sus impactantes revelaciones.
Respuestas que arrojan luz sobre los mecanismos esenciales de la serie y que, a
diferencia de lo que podría haberse pensado, resultan no estar tanto anclados
en la Ciencia Ficción como en la Fantasía. Un giro que no ha sido del gusto de
todos los lectores fieles a la colección y al que se ha acusado de copia
descarada de “Perdidos”. Por supuesto, es cuestión de gustos, pero quizá la
diferencia con la famosa serie de televisión es que Vehlmann sí sabe la
dirección hacia la que se dirige, habiendo dejado desde hacía años pistas
dispersas por los álbumes anteriores.
Antes de llegar a esa revelación final, encontramos una aventura muy entretenida que mezcla perfectamente los ingredientes ya característicos de la serie: momentos de suspense y acción, caracterización bien integrada en la trama, un ritmo escrupulosamente controlado, giros y sorpresas y un dibujo sobresaliente en línea y fluidez narrativa dentro de una composición y estructura bastante clásicas.
Como de costumbre, los niños están convincentemente
retratados, tanto en el guión como en el dibujo. Terry, por ejemplo, el más pequeño
de todos, es tan emocional e impulsivo como puede esperarse de un niño de siete
años y Gazzotti así lo retrata en varias escenas a través de su correspondiente
lenguaje facial y corporal. Pero también maneja con pericia el más complejo
mundo emocional de sus compañeros más mayores, a mitad de camino entre la
espontaneidad infantil y el sentido de responsabilidad propio de la madurez y
cuya dinámica interpersonal incluso mejora con la ausencia de Dodji.
“El Corazón del Maelstrom” es un álbum que, como digo, hace avanzar la trama general aportando nuevo información respecto al misterio principal, proponiendo otros nuevos y, como venía siendo la tónica hasta ahora, dejanado atrás al público infantil para apelar a uno un poco más crecido. Es también un punto en el que, como he mencionado, no pocos seguidores de la serie decidieron abandonarla, insatisfechos con la resolución del ciclo y con el rumbo que a partir de aquí previsiblemente iba a tomar el guionista.
No les falta cierta razón en criticar el apresuramiento
final, el recurso fácil a la reaparición inesperada de personajes que no han
jugado papel alguno en la historia, la dilución del impacto emocional que había
causado el cliffhanger de cierre del volumen anterior o ciertas incoherencias
espacio-temporales (como que a unos personajes les cueste presumiblemente horas
alcanzar cierto punto de la ciudad mientras que otros cubran la distancia en
mucho menos tiempo). Que estos sean factores de mayor o menor peso para decidir
continuar la lectura de la colección o abandonarla, depende de cada lector,
pero difícilmente se le podrá negar a los autores su capacidad para entretener,
tal y como lo demuestra que por segunda vez –la anterior había sido en 2007-,
un jurado compuesto por niños otorgara a este quinto volumen –y a toda la serie
por extensión- el Premio Juvenil del Festival de Angouleme.
(Continúa en la siguiente entrada)
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