Todavía en mayor medida que “Lila Trotamundos”, la primera incursión importante fuera de los comics Disney del matrimonio compuesto por Teresa Radice y Stefano Turconi, fue “El Puerto Prohibido” (2015), una obra que marcaría el posterior devenir de su carrera. Se trató del primero de sus trabajos en incluir elementos no adecuados para un lector infantil y el primero también en el que pudieron demostrar su talento para cambiar con facilidad de género y atmósfera de una obra a la siguiente. Relevante fue también su elección de una joven editorial milanesa, BAO Publishing, fundada en 2009 y cuya línea era la de ofrecer comics para un público amplio (en su catálogo encontramos también a Jeff Smith, Alan Moore, Scott McCloud o Terry Moore, por ejemplo). Recíprocamente, la editorial apostó fuerte por ellos…y acertó. Radice y Turconi ganaron diversos premios y se hicieron nombres conocidos y apreciados no sólo en su nativa Italia sino en el panorama viñetero europeo.
Por eso no debe extrañarnos que regresen a los lugares y
personajes que crearon en “El Puerto Prohibido” y por los que sin duda sienten
un gran cariño y agradecimiento. Aquel comic estaba ambientado en la ciudad
portuaria británica de Plymouth a comienzos del siglo XIX. Cuatro años después
(y apoyados en el gran éxito que cosechó su sobresaliente “No Te Canses de Caminar”, 2017), Radice y Turconi nos proponen una serie derivada de aquel
volumen y que va a tener como centro el Pillar to Post, el burdel para
oficiales de la marina que había sido uno de las localizaciones relevantes en
“El Puerto Prohibido”. La vida cotidiana del burdel y sus trabajadoras no se
exploraba demasiado en aquél, prefiriendo centrarse en la propietaria del lugar.
El planteamiento como serie de “Las Chicas del Pillar” es el contrario: cada
historia se centrará en una de las muchachas del prostítulo y será hasta cierto
punto autocontenida, pero cada episodio contribuirá asimismo a formar una
narrativa más amplia que se irá desarrollando a lo largo de varios años y
desarrollándose en sucesivos volúmenes.
Esta primera entrega incluye dos historias, “June” y
“Lizzie”, de naturaleza coral pero centradas sobre todo en las dos chicas de
los títulos. Las tramas son sencillas pero desplegadas con ritmo y planteadas
con exquisita delicadeza. Además, aunque se introducen un par de subtramas
complementarias que previsiblemente irán avanzando en posteriores entregas,
nunca llegan a distraer del hilo central, lo que deja espacio a los autores
para profundizar en los personajes e insuflarles auténtica vida. A diferencia
de “Puerto Prohibido” o “No Te Canses de Caminar”, esa tridimensionalidad no se
consigue a base de largos diálogos, cuerpos de texto epistolar o citas
literarias –todos ellos rasgos del estilo de Teresa Radice- sino gracias a una
narrativa fluida, refinada y directa que resulta, además, coherente, con la
extracción social de los personajes objeto de la historia.
En el Plymouth de 1810, el Pillar To Post es un burdel para oficiales de alto rango de la marina o el ejército y cuyas chicas han conformado una suerte de comunidad familiar en la que cuidan unas de otras e incluso, proviniendo de clases sociales bajas y careciendo de una mínima instrucción, se autoeducan con la biblioteca que les legó la ya fallecida dueña original del establecimiento.
June es una bella y tímida asiática de fina figura y largo
pelo negro adornado con una flor, que se vuelca en defender al nuevo “matón”
del burdel, un maorí gigantesco llamado Tane, que tiene una enorme fuerza y
atemorizante presencia, pero cuyo corazón es amable y honesto. Tane sirvió de
guía en Nueva Zelanda a un naturalista inglés y tan bien cumplió su papel que
éste llegó a considerarle como un hijo, pidiéndole que le acompañara de regreso
a Inglaterra. Tane accedió, pero en el transcurso del viaje, un ataque pirata
mató al científico y a él le dejó manco. Una vez en Plymouth y tras defender a
una chica que estaba siendo maltratada por un cliente, la encargada, una
benevolente mujerona negra llamada Amy, lo contrata como guardaespaldas de las
empleadas.
June y Tane desarrollan una relación especial –aunque no sexual- y cuando el ejército llega para arrestarlo acusado de haber robado al fallecido científico los huesos de un ave extraordinaria y extinta que había descubierto en Nueva Zelanda: el moa. Para salvar a su amigo de un injusto castigo, June lo arriesgará todo en la búsqueda del paradero de ese tesoro biológico.
La historia de Lizzie, por su parte, es un romance entre la
joven rubia de ojos azules y Jeremy, un introvertido investigador científico de
buena familia en una trama que recuerda no poco a las novelas de Jane Austen.
Aunque ciertamente la escritora inglesa jamás hubiera osado elegir como
protagonista de sus novelas románticas a una prostituta portuaria ni ser tan
explícita como los autores aquí, sí encontramos elementos comunes (como la
brecha social y económica entre los amantes o esa tía rica de cuya generosidad
depende el nivel de vida del protagonista) y, de hecho, en la lista de
referencias iconográficas que se incluye al final del volumen, Radice y Turconi
recomiendan las películas “Sentido y Sensibilidad” (1995) y “Orgullo y
Prejuicio” (2005). Los dos jóvenes establecen una tierna y sincera relación que
deberá superar múltiples obstáculos, como el escarnio social que conlleva la
profesión de Lizzie, la escasez de dinero, la poco rentable actividad
científica de Jeremy y los celos y mezquindad de un pariente de éste y antiguo
cliente de Lizzie.
En las dos historias, sobresalen la fuerza de carácter,
generosidad y talante positivo de las chicas, que se manifiestan en las
decisiones que toman y la forma en la que afrontan sus miedos y problemas. Son,
por tanto, personajes femeninos que nada tienen que envidiar a cualquiera de
los que podemos encontrar en famosas obras de la literatura, mujeres alejadas
de los estereotipos o las caracterizaciones forzadas y con las que se simpatiza
inmediatamente. Esas mujeres sirven para introducir temas tan universales como
la condición femenina en la sociedad, la libertad, el sexo y el amor, la
diversidad, el racismo o la amistad. Pero lo interesante de “Las Chicas del
Pillar” reside no tanto en la originalidad de lo que sucede o los temas que se
tocan sino en cómo se cuenta todo ello, la fuerza de los personajes tanto
principales como secundarios y la envolvente ambientación.
Pero es que, además, el Pillar to Post es un observatorio
privilegiado de la sociedad y la vida de Plymouth, una encrucijada entre el mar
y la tierra, un “puerto” dentro del puerto al que arriban personajes de
distintas procedencias, intereses y caracteres. La historia que ofrecen Radice
y Turconi no se autoconfina dentro de las paredes del edificio, sino que se extiende
también al puerto, a la sastrería de la ciudad, los salones y congresos de los
intelectuales londinenses y a las elegantes mansiones campestres de la alta
burguesía. Las muchachas del burdel, de una forma u otra, entran en contacto
con un mosaico humano muy diverso que va desde un indígena maorí a un sabio
biólogo, de una joven que desea viajar a la India a mezquinos herederos de
familias decadentes. La destreza de Radice como guionista le permite construir
todos esos personajes con realismo y humanidad, enriqueciendo y expandiendo con
ellos el contexto y la trama.
Al diseñar la estructura narrativa de esta obra, los
autores optan por una solución quizá arriesgada pero interesante. Y es que las
dos historias principales no están totalmente cerradas y autocontenidas sino
que se entrelazan con otras dos subtramas que quedan pendientes de resolución
en el siguiente volumen. No se trata solamente de referencias a lo ya visto en
las páginas de “Puerto Prohibido” –que también las hay, aunque no son ni mucho
menos imprescindibles para entender plenamente lo que aquí se cuenta-, sino
historias con peso propio que discurren paralelamente, aunque más de fondo. Por
ejemplo, el nuevo comandante de la fragata Last Chance, de la Compañía de las
Indias Orientales, Jasser Allali –presentado como secundario en “Puerto
Prohibido”- recibe de la Armada el encargo de acometer una misión secreta en
Argel y cuyo contenido, si bien no se revela todavía al lector, sí provoca en
él desasosiego e irritación.
Al mismo tiempo, una misteriosa muchacha de piel y cabello
oscuros, Tess, llega a Plymouth y trata de encontrar un empleo con el que ganar
dinero, comprar el pasaje para viajar a la India y reunirse con su hermano.
Durante unas semanas, trabaja como modista en la tienda donde las chicas del
Pillar compran sus vestidos y allí conoce a Lizzie. A través de ella y en la
escena final del álbum, entrará a formar parte de las muchachas del burdel. El
lector deberá esperar a la siguiente entrega para saber de su destino y de los
secretos que oculta. Dos historias, por tanto, la del capitán y la de Tess, con
interés y personajes propios que bien podrían sostener por sí solas sendos
volúmenes, pero que los autores deciden presentar aquí de forma parcial a la
espera de un posterior desarrollo.
En cuanto al apartado gráfico, la composición de las
páginas es mayormente clásica, aunque no rígida puesto que el tamaño de las
viñetas cambia continuamente. Ello permite no sólo ofrecer variedad visual sino
adecuar el ritmo a cada secuencia. El estilo Disney de los lápices de Turconi
halla un acomodo sorprendentemente bueno en el Plymouth del siglo XIX. Su línea
es rápida y espontánea, casi como si estuviera realizando bocetos en lugar de
dibujos meticulosamente acabados. Pero no le hace falta más. Un puñado de sus
elegantes trazos son suficientes para caracterizar un personaje, marcar una
postura o expresar una emoción con el cuerpo o el rostro.
Mucho más que en “El Puerto Prohibido”, dado el reparto de
personajes y el principal foco de la historia, Turconi ha de dibujar formas
femeninas y desnudos. Y lo hace sin resultar jamás vulgar, morboso o
exhibicionista, pero también sin renunciar a una indudable carga sensual en los
cuerpos y ciertas situaciones. Es un equilibrio muy delicado que, se me antoja,
solo está alcance de unos artistas como los italianos, rodeados de arte,
armonía y belleza desde hace siglos.
Todas las chicas son diferentes en sus rostros, constitución y cuerpos, facilitando al lector su identificación en las escenas corales. Lo mismo puede decirse del resto de personajes, todo un logro habida cuenta del enorme reparto que desfila por estas páginas, tanto en número como en diversidad física y social. Otro apartado en el que se ha puesto un cariño especial es en el vestuario, tal y como demuestra el pequeño compendio visual de moda de época que los autores han incluido como extra al final del volumen. En especial los personajes secundarios –porque las chicas suelen ir escasamente ataviadas debido a su profesión- exhiben una amplia galería de trajes acordes con su oficio y estatus social. Los uniformes, en particular, están recreados con una gran meticulosidad.
Y en cuanto a los fondos, Turconi demuestra una vez más su
buen ojo para componer las viñetas, llenando el decorado, sea exterior o
interior, de objetos y elementos que enriquecen la escena –para lo cual ha
hecho falta una intensa labor de documentación- pero que también utiliza como
referencia visual a la hora de mover a los personajes. Igual de bien se
desenvuelve el artista recreando todo tipo de ambientes, desde las estancias
del burdel a los amaneceres sobre las playas de Plymouth; de las calles de la
villa a las mansiones solariegas o el interior de los salones en los que se
relacionaban los pudientes.
Desde luego, la principal diferencia visual entre “Puerto
Prohibido” y “Las Chicas del Pillar” es el uso del color en esta última.
Mientras que la primera era en blanco y negro, una decisión estética coherente
tanto con el tipo de historia como con el propósito de recrear un viejo libro
de aventuras marineras, en la segunda dominan los colores pastel que tiñen todo
el comic de una atmósfera otoñal, suave y amable. Pero Turconi no se limita a
aplicar el color para construir “estampitas” bellas, sino que hace un uso
narrativo del mismo, adecuando el cromatismo al tono emocional de la escena y
su localización espacial y temporal. En el interior del burdel, por ejemplo,
dominan los tonos cálidos como el naranja y marrón claros; las calles por la
noche combinan el azul oscuro y el púrpura mientras que el puerto por el día luce
colores intensos y claros, con un cielo pasmosamente bien dibujado.
En resumen, “Las Chicas del Pillar” no es una secuela sino un comic con entidad independiente y bien diferenciada. “Puerto Prohibido” tenía su propio final en lo que concernía a la evolución de sus dos protagonistas, Abel y Rebeca. Radice y Turconi optaron por un enfoque “lateral”, poniendo el foco narrativo sobre las prostitutas presentadas allí y utilizándolas para explorar otros rincones de la vida y la sociedad de Plymouth. Un tebeo poco habitual (cómo si no calificar una historia de prostitutas dibujada con estilo Disney) fruto de la pasión de los autores por las historias que nacen de sus corazones y el afecto que sienten por los personajes y lugares con que las pueblan.
Es como si Radice y Turconi, llevados por la nostalgia,
hubieran regresado física y espiritualmente a un sitio en el que hubieran disfrutado
de tiempos mejores, con la curiosidad de ver qué ha cambiando en las vidas de
quienes entonces conocieron. Ambos consiguen transmitir con prodigiosa
facilidad el cariño que vierten en esta obra –en todas las que hacen juntos, en
realidad- a lectores dispuestos a salir de los temas y ambientaciones más
convencionales y que aquí encontrarán un tebeo de factura deliciosa, con unos
personajes entrañables, un dibujo sensacional y una mezcla agridulcemente equilibrada
de turbidez y calor humano, de universalidad y localismo, de sensualidad,
realismo y humor.
(Continúa en la siguiente entrada)
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