En el año 2000, la noticia de que Mark Waid y Bryan Hitch iban a realizar una gran historia de la Liga de la Justicia y, por si fuera poco, a gran formato, pareció lo mejor que le podía ocurrir a ese grupo o incluso en el género superheroico del momento. Fue uno de esos casos en los que las expectativas, habida cuenta de los nombres implicados, quedaron muy por encima del resultado final, lo que a la postre llevó a una decepción general, en este caso probablemente justificada.
En 1997, DC Comics lanzó una nueva colección de la Liga de la Justicia, titulada “JLA”, escrita por Grant Morrison y con dibujo de Howard Porter y John Dell. La aproximación del controvertido guionista fue la de que un grupo de semejante talla icónica debía reunir a los más grandes superhéroes de la editorial, como si fueran una especie de panteón divino dedicado a proteger no sólo a los terrestres sino a todo el universo. Morrison permaneció en la serie hasta el número 41 y todo el mundo pensó que su sustituto, Mark Waid, era la elección ideal dado que ya se había encargado durante ese periodo de escribir algunas interesantes historias de relleno.
El primer arco argumental de la colección, “Torre de Babel”, estuvo dibujado en su mayor parte por Howard Porter, pero tras él, el equipo artístico (nunca mejor dicho porque sus miembros funcionaban como tal) pasó a ser el compuesto por el dibujante Bryan Hitch, el entintador Paul Neary y la colorista Laura Depuy, que acababan de terminar su espectacular recorrido en “The Authority”, la iconoclasta e irreverente colección de superhéroes y ciencia ficción escrita por Warren Ellis. Es difícil de creer que tal conjunción de autores pudieran errar el tiro con una apuesta tan segura como la Liga de la Justicia, pero así fue. Tras haber cumplido todas sus fechas de entrega para “The Authority”, Hitch necesitó en esta ocasión de bastante ayuda y los guiones de Waid que ilustró no tuvieron la fuerza del primer arco de su etapa ni de los de Morrison antes que él.
Pero esa etapa de la Liga no empezó ahí, sino en una novela gráfica de 72 páginas y gran formato: “JLA: Escalera Hacia el Cielo”.
Para esta ocasión, la alineación de la Liga consiste en Superman, Batman, Wonder Woman, Green Lantern (Kyle Rayner), Aquaman, Flash (Wally West), el Detective Marciano, Steel, Plastic Man y Atom. No se pierde el tiempo con introducciones “inútiles” y ya en la página dos aparece una nave de dimensiones estelares que irrumpe en el sistema solar, atrapa la Tierra sacándola de su órbita y se marcha con ella agregándola a su colección de otros mundos mientras la JLA observa el acontecimiento acongojada e impotente.
Los héroes descubren que los responsables son la especie más vieja del universo, surgida justo después del Big Bang y que está llegando al fin de su existencia. Pero su superior desarrollo intelectual ni les ha sustraído al inevitable avance de la entropía ni preparado para entender y aceptar el concepto de la Muerte, así que temen su inminente llegada. Para poner remedio a tal situación, deciden secuestrar, literalmente, a planetas enteros poblados por civilizaciones de todo tipo y enviar allí agentes infiltrados, los Durmientes, encargados de aprender y dominar los conceptos de “Fe” y “Más Allá” presentes en cada cultura. A continuación, combinarían todos esos conocimientos con las energías metafísicas de los planetas, impulsando la creación de un espacio extradimensional para sus almas: un Paraíso hecho a medida, en definitiva. El equipo de superhéroes deberá entender lo que ocurre, comunicarse con esos extraordinarios alienígenas y enfrentarse a los Integristas, un grupo disidente de esa especie que se opone a lo que entienden va a ser un suicidio colectivo.
El problema de la aproximación “divina” a los superhéroes, por supuesto, es inventar amenazas a la altura de semejantes defensores. ¿Qué tipo de ser es rival para el poder combinado de Superman, Flash, Wonder Woman, Linterna Verde, etc…? Y ahí está el peligro: al subir las apuestas, es necesario engordar cada vez más la bola, idear uno tras otro, enemigos de envergadura cósmica que den la talla. ¿Durante cuánto tiempo puede mantenerse ese tono grandilocuente antes de hastiar al lector y alienarlo de unos superhéroes que cada vez están más distanciados de los terrestres que supuestamente deben proteger? Pues bien, en esta novela gráfica, Waid tuvo la idea de enfrentar a estos superseres con una raza de dioses primordiales todavía más poderosos aunque moribundos. Por tanto, el planteamiento de base no es tanto el clásico de nobles héroes en un bando y supervillanos en el otro, sino el de llevar a la JLA a una nueva dimensión: la de custodios de un equilibrio cósmico.
Ante la magnitud del evento, Superman y sus amigos parecen de repente impotentes, casi ridículos. Así, la primera escena, en la que la Liga es testigo, asombrada, de cómo una enorme nave saca a la Tierra de su órbita como si fuera la cuenta de un collar –además, sin dañar en absoluto la vida de la superficie- para añadirla a su propia “colección” de mundos, da una idea clara de las fuerzas en juego. La aventura consiste, por tanto, en los desesperados esfuerzos de los miembros de la Liga para defender a los atemorizados Durmientes de los agresivos Integristas, mucho más grandes y fuertes que todos ellos juntos. El último cuarto del comic retoma los tópicos del género y convierte al enemigo en un ser gigante, un Integrista suma de todos los seres individuales, que se niega a morir pasivamente y contra el que se enzarzan en batalla los superhéroes.
El lector sin duda desea que un proyecto capaz de reunir a los mayores héroes de la Tierra, al guionista Mark Waid y al dibujante Bryan Hitch, sea bueno o, como mínimo, entretenido. Pero, el resultado es un comic extraño, irregular y decepcionante.
Por una parte, “Escalera Hacia el Cielo” es una historia ambiciosa y de un alcance épico poco habitual incluso en el género superheroico; pero, por otra, cae en los excesos, una liosa retórica metafísica demasiado cerebral para un comic como este, el buenismo y, en su última parte, el tópico. Pese a toda la acción y conceptos de altos vuelos que contiene, hay tramos que se antojan lentos y aburridos y el enemigo resulta ser una entidad en exceso nebulosa como para resultar atemorizante.
Waid recurre a un uso generoso de la “lógica superheroica” para ignorar algunos de los mayores problemas del argumento. La raza alienígena que recorre el universo robando planetas para construir su propio paraíso (lo cual, admito, es un concepto muy loco pero interesante) recibe la ayuda de la JLA para que así la Tierra pueda regresar a su lugar. Una decisión absolutamente pragmática que obvia el pequeño detalle de que van a tener que enfrentarse a los Integristas, que son precisamente los que defienden el punto de vista de los propios superhéroes: que afrontar la muerte de manera resignada es tan erróneo como secuestrar planetas y aterrorizar a sus habitantes. Por lo tanto, si la JLA se alinea con los auténticos villanos de la función es solamente porque parece la estrategia más sencilla para retornar al statu quo.
Había que dar alguna razón a los héroes para que lucharan contra los Integristas y Waid se saca de la manga que éstos ataquen a los habitantes de los mundos secuestrados porque consideran que el contacto con formas de vida inferiores es dañino (lo mismo nos pasa a nosotros con los virus, los insectos o cualquier ser vivo que nos moleste). Pero todo esto se antoja forzado y falso. Si hubiera existido alguna reflexión sobre la realidad de la situación y los motivos de héroes y antagonistas para actuar como lo hacen, la historia habría funcionado mejor; tal y como lo vemos, resulta todo muy simplón.
Puede que la idea de Waid fuera utilizar la Fe como motor narrativo y eje alrededor del cual montar un discurso, pero a la hora de la verdad, tampoco acaba de funcionar. Los alienígenas Integristas son los únicos que se atreven a defender la idea de que no hay vida “más allá”, ni dios alguno, tan solo existencia y no existencia. Así, Waid hace que los villanos sean los ateos. No voy a decir que su intención fuera la de criticar el ateísmo porque eso sería otorgarle a la historia una profundidad que no creo que tenga, pero sí se inclina peligrosamente hacia la idea de que si uno no tiene fe en algún tipo de realidad más grande que la que se ofrece a nuestros sentidos, es que algo no funciona bien en su cabeza.
Cuando los Integristas se fusionan en un gigantesco y calvo ser antropomorfo, tratan de explicar todo lo que encuentran repulsivo en el plan de su raza: “¿Cómo os atrevéis? ¡Esta abominación socava todo en lo que creemos! ¡Todo lo que hemos conocido! ¡Incluso en nuestro momento final…somos mucho mejores que esto! ¡Decís que buscáis la vida eterna y, entonces, diseñáis el suicidio! ¿Me pedís que rinda todo lo que soy, mi propia individualidad, a una noción etérea de unanimidad?¡Eso es la muerte!”. Y, más adelante: “¿Cómo ha podido acabar así? ¿No pueden ver la locura de su “solución”? ¿Un fin al libre albedrío? ¿A cualquier demanda de ser únicos? ¡Tiene que haber otra respuesta! ¡La asimilación no es vida!”.
Unos argumentos, en fin, que bien podrían haber defendido los miembros de la JLA en cualquier momento. Sin embargo, más preocupados por salvar vidas, fracasan a la hora de razonar con esa entidad, arguyendo en cambio que su problema es tan solo orgullo y que el deber de los Integristas es alinearse con los demás. Punto. Es una reacción insultante por parte de los superhéroes, que así no hacen más que confirmar su papel como agentes del statu quo, defensores del conformismo y opositores al pensamiento independiente. Que al final los Integristas acepten las tesis de sus congéneres gracias a la intervención de la Liga y todo termine bien, es como mínimo problemático desde el punto de vista de la coherencia.
En el Universo DC ya había quedado bien establecida la existencia de un Dios, un Cielo, los ángeles, etc; por lo que tener fe es lo correcto en ese contexto. Así que, ¿por qué presentar ahora todo ese plano escatológico como algo desconocido? Waid se da cuenta de tal inconsistencia cuando Plastic Man menciona a Zauriel, el ángel que se convirtió en miembro de la Liga durante la etapa de Morrison, y se pregunta si ese ser llegó a enseñar algo a alguien alguna vez. El Detective Marciano le responde: “Sí, Plastic Man. Nos enseñó a respetar las creencias ajenas”. Pero, ¿no responde tal argumento a esa necesidad de los intelectuales modernos políticamente correctos de otorgar igual validez y legitimidad a todos los sistemas de creencias? ¿Y no es eso absurdo en un mundo en el que hay pruebas concretas de la existencia de un Dios específico en la forma del ángel Zauriel? El Universo DC está construido de tal forma y funciona tan diferente de nuestro propio mundo que le resulta imposible abordar y discutir temas candentes de nuestra propia realidad.
La elección de la alineación de la Liga es también discutible, con unos excesivos nueve miembros irregularmente manejados. Plastic Man se limita a encajar unos cuantas bromas no muy divertidas y poco adecuadas al dramatismo de la situación; Batman y Wonder Woman están infrautilizados y la presencia de Steel (una mezcla de Superman, Iron Man y Thor) es cuestionable. Waid favorece claramente a Superman, Flash, el Detective Marciano e incluso Aquaman, mientras que se muestra dubitativo acerca de qué hacer con los demás.
De hecho, la Liga parece aquí extrañamente unida. No hay discusiones de ningún tipo, todos hablan con la misma voz, como si fueran cabezas de la misma hidra, lo cual tampoco resulta verosímil. Una de las cuestiones que más ha dividido a la Humanidad a lo largo de la historia ha sido la religión y la fe; y aquí tenemos a dos alienígenas, una amazona, un híbrido atlante y cinco humanos… ¿y no se exponen visiones divergentes o incluso contrapuestas respecto a la fe o la actitud debida respecto a las creencias ajenas? Para ser los representantes de los mejores valores de la Humanidad, desempeñan su labor de una forma aburrida y monolítica. Podría argüirse que se supone que, siendo los mejores de entre nuestra especie, se hallan por encima de rencillas y diferencias, pero la dirección en que los llevó Waid en la serie regular fue la opuesta, subrayando lo humanos y falibles que eran y cuán fácilmente caían en las discusiones, la paranoia y la desconfianza. En “Escalera Hacia el Cielo”, por el contrario, son infalibles y perfectos y la historia se resiente de ello.
Por otra parte, dado que la principal acusación que los héroes le hacen a los Integristas es la de orgullosos, aquéllos caen en la misma falta. Es una tendencia generalizada en el campo de los superhéroes siempre que se topan con seres alienígenas que son claramente superiores: tratar de bajar a éstos de su pedestal y ascender a la Humanidad al mismo nivel, como si los humanos fueran algo tan especial en el universo (un universo el de DC, recordemos, rebosante de vida inteligente y civilizaciones avanzadas) que todos debieran admirarnos. Esta visión antropocéntrica está muy presente en “Escalera hacia el Cielo” y, en realidad, Waid no tiene demasiado control sobre ella. Al fin y al cabo, es consustancial a los héroes, consistente con la trayectoria histórica de los personajes y muy frecuente en este tipo de aventuras con alienígenas.
Más que por su guión, “Escalera Hacia el Cielo” puede recomendarse por su dibujo. Bryan Hitch, Paul Neary y Laura Depuy, tras haber dado vida a esa subversiva versión de la JLA que fue “The Authority, no dejan pasar la ocasión para demostrar su maestría con los héroes “originales” sacando el máximo provecho del gran formato que la editorial les brindaba (formato, por cierto, del que hasta entonces sólo se había beneficiado Alex Ross). El trío artístico disfruta de una sintonía total y ofrece unas páginas que atrapan la fascinada mirada del lector con escenas verdaderamente apabullantes, personajes que transmiten un halo majestuoso acorde con la escala de la historia, decorados fascinantes y secuencias de lucha emocionantes. Hitch parece haber nacido para dibujar este tipo de aventuras grandiosas protagonizadas por héroes casi divinos.
Pero no todo me parece perfecto. De acuerdo, Hitch nos encoge el corazón con esa doble viñeta, al inicio de la aventura, en la que la inmensa nave de los alienígenas atraviesa la Tierra como la aceituna de un Martini. El problema reside en cómo representar a los superhéroes de la Liga sin que parezcan pulgas insignificantes ante la enormidad de ese decorado. Y es un desafío del que ni siquiera alguien con el talento de Hitch puede salir victorioso: obligado a recordar repetidamente al lector la escala de la amenaza, recurre demasiado a menudo a viñetas en las que los héroes no son más que figuras diminutas o incluso meros puntos de los que emergen globos de diálogo…antes de cambiar inmediatamente a primeros planos que nos recuerden quién está combatiendo en esa escena en concreto.
“JLA: Escalera Hacia el Cielo” es un comic de dibujo impresionante, sí, pero cuyo argumento resulta demasiado simple por mucho que los abundantes y retorcidos textos y su pretenciosa carga metafísica lo hagan más complicado de leer de lo que debiera (probablemente, el tema, tono y aspiraciones simbólicas hubieran estado más en sintonía con el guionista Paul Dini que, junto a Alex Ross, haría tres años más tarde “JLA:Justicia y Libertad”).
En este sentido, es interesante comparar esta inflada pero poco sutil épica cósmica con la miniserie “Crisis de Identidad”, que en 2004 firmarían Brad Meltzer y Rags Morales, un drama detectivesco que devolvía a la JLA a la “realidad” a pie de calle y los enfrentaba a dilemas morales que les revelaban como seres mucho menos perfectos de lo que Morrison y Waid habían soñado. Esto demuestra la versatilidad de la Liga de la Justicia y cómo sus personajes soportan enfoques e interpretaciones muy distintos sin perder por ello su esencia.
En resumen, que este no es el momento más inspirado de la carrera de Mark Waid. No es que el comic carezca absolutamente de buenos momentos (como ese en el que Superman y Atom viajan a la 5ª Dimensión), pero eso es todo: breves pasajes que no son suficientes en cantidad o calidad como para, combinados, elevar “JLA: Escalera Hacia el Cielo” por encima de la medianía. Puede, eso sí, recomendarse a devotos de la Liga de la Justicia y seguidores de Bryan Hitch (que no son pocos). Una lástima, como indicaba al principio, que la suma de unos ingredientes tan prometedores no acabara cuajando como se esperaba.
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