Hércules siempre ha sido uno de los personajes más fascinantes de la mitología clásica. Aventurero, impulsivo, valiente y dotado de una fuerza extraordinaria, su naturaleza de semidiós, con un pie en el Olimpo y otro en el mundo de los hombres, ha he hecho que sus aventuras calasen más hondo en nuestra sensibilidad que los devaneos amorosos de Zeus o los caprichos e intrigas de sus divinos hijos.
No es de extrañar que el mundo de los superhéroes, siempre ávido de personajes carismáticos y dotados de capacidades sobrenaturales, se haya fijado en él en múltiples ocasiones. Y es que Hércules era un personaje agradecido porque desde el primer momento era capaz de hazañas maravillosas sin tener que explicar cómo o por qué había obtenido sus poderes; estaba libre de derechos de autor al pertenecer al acervo cultural universal y todo el mundo sabía quién era o tenía una idea lo suficientemente aproximada como para entenderlo sin mayores aclaraciones.
En las páginas de los comics, editoriales como Quality o MLJ aparecieron diferentes versiones de Hércules en sus títulos antológicos de los años cuarenta del siglo pasado. A partir de 1966, DC incluyó en varios de sus tebeos sus propias interpretaciones del personaje, destacando la que en 1975 realizaron Gerry Conway y Jose Luis García López, una serie titulada “Hercules Unbound” y que llegó a durar doce números. Y, coincidiendo con la moda de las películas “péplum”, el semidiós protagonizó una serie de dibujos animados, “The Mighty Hercules”, de 1963 a 1966, lo que lo convirtió en uno de los primeros superhéroes del mundo de la animación, antes incluso que “Space Ghost” (1966) o “Super President” (1967).
Mientras tanto, Marvel había recurrido en primer lugar a la mitología nórdica para crear en 1962 su propia versión de Thor. El dios del trueno vikingo corría tanto aventuras en su nativa tierra extradimensional de Asgard como en el mundo contemporáneo en el que vivían los lectores. Stan Lee no tardó en pensar que si el panteón divino escandinavo tenía lugar en el universo compartido que estaba creando junto a Jack Kirby, ¿por qué no el grecorromano? Y así, su propia versión de Hércules debutó en el “Journey into Mystery Annual” nº 1 (1965). Por entonces, Thor no tenía aún colección propia y seguía corriendo sus peripecias en el antiguo título antológico en el que había debutado; pero siendo este el primero de los anuales, había que contar una historia particularmente épica. Thor llegaba por error al Olimpo a través de una grieta dimensional y allí se topaba con Hércules. Naturalmente, en lugar de afrontar el encuentro como gente razonable, se comportaron como los superhéroes que eran y se enzarzaron en un combate que sólo llegó a su fin cuando Zeus se manifestó, declaró a ambos vencedores, envió a Thor a su plano de la realidad y selló el portal para siempre.
Bueno, tan para siempre como son las cosas en el mundo de los superhéroes. Hércules era un personaje demasiado bueno como para abandonarlo tras solo una aparición así que unos pocos meses después, en “Journey into Mystery” 124 (enero 66), regresa al lado de Thor, aunque esta vez ya como viejo camarada. A partir de ese momento, el héroe griego se convertiría en visitante regular de la colección del asgardiano cuando ésta ya recibió su nombre en 1966, se enfrentó a Hulk en “Tales to Astonish” 79 (mayo 66) y antes de que nadie se diera cuenta pasó a las filas de los Vengadores en el nº 38 de su colección (marzo 67). A mediados de los setenta, el guionista Tony Isabella y el dibujante Don Heck crean un nuevo grupo de superhéroes para Marvel con base en Los Ángeles. Sus miembros eran la Viuda Negra, el Motorista Fantasma, el Ángel y el Hombre de Hielo. Por supuesto, necesitaban fuerza bruta y el elegido para aportarla fue Hércules, que luchó junto a ellos hasta la cancelación del título diecisiete números después.
Para entonces, Hércules ya había quedado bien retratado como un tipo amante de las francachelas y las peleas, valiente pero arrogante, y de carácter afable pero en exceso inclinado a meterse en líos, lo que le valía la repetida expulsión del Olimpo. Fue durante uno de esos castigos impartidos por Zeus que acabó entrando en los Vengadores y acompañado a los Campeones. Y fue precisamente ese explosivo e irreflexivo temperamento suyo lo que constituye la premisa a partir de la cual Bob Layton realizó la miniserie que le dedicó en 1982, una de las primeras publicadas por Marvel.
Bob Layton fue uno de esos artesanos del comic que ayudaron a dar forma a la Marvel de los 80; no tan reconocido como otros autores de más talento, lustre o prestigio, pero aun así merecedor de más atención de la que se le ha otorgado. Acreditado en más de 5.000 comics, supo hacer la transición a otros medios, como la televisión, el merchandising, la animación o el cine. Sobre todo, se le recuerda por su contribución a una de las épocas doradas deIron Man. Desde finales de los años setenta, colaboró con David Michelinie en los guiones para esa serie y entintó con acierto los lápices de un todavía joven e inseguro John Romita Jr. El trío de autores reinventó al personaje y lo llevó de ser una de las colecciones al borde de la cancelación a figurar entre las más vendidas de la casa. Luego fue el cocreador de Máquina de Guerra para Marvel y La Cazadora para DC, amplió la línea mutante con “Factor X” y, además, diseñó la exitosa línea de figuras de Mattel lanzada a raíz de las “Secret Wars”.
Como he apuntado, Layton estaba por entonces colaborando en los guiones de Iron Man y se apoyó en esa experiencia y la mayor destreza de su colega, David Michelinie para aprender lo máximo posible ya que su meta profesional era la de convertirse en autor completo. Siempre había sentido debilidad por los personajes secundarios y Hércules era uno de los más desaprovechados del Universo Marvel. Llevaba casi veinte años deambulando de colección en colección pero nunca había progresado más allá de miembro poco memorable de los Vengadores o estrella invitada en las cabeceras ajenas. Por otra parte, Layton se aprovechó de la fiebre de Star Wars, que a comienzos de los ochenta aún estaba en pleno auge. Dado que Hércules era un semidiós y, por tanto, inmortal, ¿por qué no sacarlo de la continuidad presente y situarlo en un lugar y un tiempo que en los que no habría repercusiones sobre lo que en ese momento estaba pasando en el Universo Marvel?
Por aquel entonces, la editorial, bajo la dirección de Jim Shooter, estaba experimentando con nuevos formatos y contenidos. Fue la época en la que nacieron la línea Epic y su revista insignia, las novelas gráficas, las colecciones regulares de mejor papel distribuidas exclusivamente a librerías especializadas o las series limitadas. Estas últimas ofrecían la posibilidad de contar una aventura con un principio y un final concretos y aunque no estaban completamente desvinculadas de la continuidad Marvel, sí disfrutaban de cierta independencia respecto de la misma.
Y ahí es donde Layton propuso encuadrar este proyecto de Hércules: como una miniserie de cuatro números. Siendo amante de las películas clásicas de aventuras protagonizadas por héroes bizarros y socarrones, como “Robin de los Bosques” (1938) o “Los Tres Mosqueteros” (1948), su idea era la de llevar al personaje lejos de aquello que le resultaba conocido en la Tierra o el Olimpo. El coraje y la fuerza de Hércules nunca se había puesto en duda pero estaba claro que no es uno de sus grandes pensadores. En caso de dudas, no hace falta mucho para que ponga sus puños por delante y se lance gozoso a la batalla. Layton quería exagerar esa característica presentándolo como un bufón superfuerte de corazón de oro, pero situándolo en un entorno galáctico poblado por seres tanto o más poderosos que él y obligándolo a enfrentarse a situaciones que le enseñarían humildad y le obligarían a madurar por mucho que se esforzara en evitarlo.
Por otra parte, Layton quería probar suerte escribiendo comedia y Hércules parecía el vehículo perfecto para su estilo de humor. Creía que muchos de los comics que se estaban publicando eran demasiado serios (era el caso de, por ejemplo, el “Daredevil” de Frank Miller, los “X-Men” de Claremont o incluso el “Iron Man” en el que él mismo participaba) y aspiraba a ofrecer un producto más ligero. El problema era persuadir a los responsables de la editorial de que bromear con los personajes del Universo Marvel no perjudicaría a la compañía. Pero Layton era uno de los que les había convencido poco tiempo antes de que podía cogerse un superhéroe icónico de la casa y convertirlo en un alcohólico crónico (la famosa historia “El Diablo en la Botella”, que se publicó en “Iron Man” 120-128, marzo-noviembre 79), así que no debió tener tantas dificultades en romper moldes con un personaje secundario ambientado en el futuro.
Y así, redactó la propuesta, la envió y tras algunas conversaciones resultó aprobada. “Hércules” se publicó de septiembre a diciembre de 1982.
El día del cumpleaños de Zeus, Hércules regresa al Olimpo pero nada más llegar, se mete en una pelea que le asegura un nuevo castigo por parte de su divino padre en forma de nuevo exilio aunque no a la Tierra en esta ocasión sino al espacio. Apolo le presta su carro para viajar entre las estrellas y su viaje da comienzo. Su primer encuentro es con los Rigelianos, a los que intriga lo suficiente como para que le presten uno de sus registradores, un androide inteligente cuya función será la de grabar lo que se prevé será un fantástico periplo y que se convertirá en su involuntario compañero con su propia evolución lejos de la frialdad robótica.
Su primera parada será en el planeta Petocco, donde inicia una pelea con un ser que pese a su aspecto amenazador es una criatura pacífica e indefensa. Ese acto de egoísmo y violencia gratuita le atrae los reproches de todos los presentes y su primera lección de humildad, aunque puede redimirse heroicamente cuando acto seguido salva a toda la ciudad de la potencialmente catastrófica colisión de una nave de pasajeros.
En el segundo número, tras perder una carrera y ante el trance de tener que entregar el carro dorado de Apolo para pagar la deuda, se convierte en mercenario rescatando a Layana Aguadulce, secuestrada por piratas. Pero ni siquiera así consigue solucionar la situación, dado que la policía tampoco tiene el dinero de la recompensa prometida al pensar que nadie lograría recuperar a la muchacha. Tras acostarse con ella, llega un nuevo malentendido con su prometido de conveniencia, el conde Igwanus y una lección más: las cosas no son siempre lo que parecen. Los dos números finales llevaran a Hércules a verse cara a cara nada menos que con Galactus y su heraldo, que por entonces era Nova, para evitar que el Devorador de Mundos acabe con el planeta Ciegrim-7. Dado que en este mundo destilan el licor más potente del universo y que le han regalado una muestra del mismo, Hércules decide utilizar esa peculiar arma contra Galactus.
Layton no era un guionista muy sutil y tampoco el mejor dibujante de la industria, pero sale airoso del desafío y ofrece una historia entretenida y funcional con momentos moderadamente cómicos. Colocar a Hércules en el espacio (y en el lejano futuro, aunque esto no se menciona expresamente en esta miniserie sino que quedará establecido en las siguientes historias derivadas de la misma) le da a Layton libertad suficiente para probar nuevas cosas e incluir elementos que sólo están allí porque así lo quiere él, desde una especie de alienígenas precursores de Jar Jar Binks a un Galactus menos solemne de lo habitual. Por otra parte, siendo respetuoso con la esencia original del protagonista, Layton también lo hace evolucionar y aprender, utilizándolo para reflexionar sobre las consecuencias de algunos de nuestros rasgos muy humanos sin perder por ello el tono ligero de la aventura.
La miniserie tuvo un éxito que quizá nadie esperaba tratándose de un personaje secundario. Además de ayudar a consolidar el propio formato de colección limitada que tanto proliferaría a partir de ese momento, “Hércules” lanzó la carrera de Bob Layton como guionista. Sin salir de la década y siempre protagonizado por el semidiós y firmado por el mismo autor, aparecieron una segunda serie en 1984; una novela gráfica, “Círculo Completo”, en 1988; y un serial de tres episodios en la cabecera semanal “Marvel Comics Presents” 39-41 (enero 1990); todo ello de interés decreciente.
En resumen, un tebeo que, aunque es claramente hijo de los ochenta, lleva sus casi cuarenta años de edad con mayor dignidad y entereza que muchos de sus contemporáneos y sucesores. Está muy en la onda de su época en su estilo, narrativa y dibujo pero mantiene su legibilidad siempre y cuando se sepa qué se tiene entre manos y cómo hay que disfrutarlo.
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