12 oct 2020

1946- SPIROU Y FANTASIO – Franquin (6)


(Viene de la entrada anterior)

Entre 1956 y 1957 y con el título de “La Película del Año”, aparece serializada en el semanario la decimosegunda aventura de Spirou y Fantasio, aunque la edición en álbum de 1960 ya llevaría el título definitivo con el que la conocemos hoy: “El Nido de los Marsupilamis”.

 

Tras la peripecia africana de “La Mina y el Gorila”, los dos amigos reciben una invitación para dar una conferencia sobre los grandes simios. Aunque al principio se muestra reacio, Fantasio se deja convencer por Spirou solo para enterarse a continuación de que su ponencia ha sido sustituida por otra mucho más interesante. El día señalado, acuden a presenciar el evento y se encuentran con que la “usurpadora” es nada más y nada menos que su vieja conocida y competidora, la avispada periodista Seccotine, que tras pasar meses en la jungla palombiana consiguió rodar una maravillosa película sobre la vida familiar del Marsupilami, uno de los animales más desconocidos y fascinantes del planeta.

 

Las imágenes describen con precisión la vida íntima de estos animales, desde su cortejo a sus hábitos alimenticios, pasando por las estrategias para alejar a posibles depredadores, la construcción de su nido y la cría de sus tres pequeños cachorros.

 

“El Nido de los Marsupilamis” es una historia única dentro de toda la colección de Spirou y Fantasio dado que su papel se limita a ser el de dos espectadores más de la película proyectada y comentada por Seccotine. El auténtico y absoluto protagonista es el Marsupilami –aunque no el que todos conocemos sino otro miembro de su misma especie aun viviendo salvaje en la selva-, cuya existencia en el entorno natural Franquin encuadra a la perfección, mostrándonos sobre todo la forma en que se enamora y cría a su descendencia. La selva y sus animales están excelentemente representados y ofrecen al artista la oportunidad de desarrollar escenas memorables gracias a su talento para el gag, como los continuos intentos del jaguar para merendarse a los marsupilamis grandes o pequeños y que invariablemente acaban con una reducción de la longitud de su rabo gracias a las expeditivas pirañas; o el cortejo ritual para seducir a su compañera. Los momentos cómicos no se limitan a la película sino que otros gags se van intercalando fuera de ella, en la persona de una oronda señora sentada junto a Spirou y Fantasio y que se sumerge completamente en lo que aparece en pantalla, haciendo aspavientos o desmayándose.

 

Una vez más y quizá en mayor medida todavía que en aventuras anteriores, Franquin demuestra en “El Nido de los Marsupilamis” su absoluta maestría visual. Todo es perfecto: el ritmo, la caracterización, el desarrollo de las escenas, los gags, la expresividad, la creación de suspense… A ello sin duda ayuda lo cómodo que se sentía ya con el Marsupilami, una creación propia por la que sentía un gran afecto.

 

Ahora bien, si ya de por sí Franquin era muy crítico con su trabajo, en esta ocasión aún tuvo más dudas respecto a lo que estaba haciendo. Mientras iba apareciendo serializado en la revista, los comentarios de sus colegas no eran tan positivos como en otras ocasiones. Y los motivos eran varios. Lo más cercano a la figura del héroe era una mujer, Seccotine, que narraba lo que sucedía en pantalla a la audiencia –siempre, eso sí, limitando mucho sus textos dado que el talento visual y narrativo de Franquin los hacía a menudo innecesarios-. Pero es que, además, no había un villano ni una trama muy definida, sino una sucesión de escenas con un final abierto. Debió resultarle muy doloroso que su propio mentor, Jijé, expresase sus dudas acerca del interés de ese falso documental.

 

Aquellos temores resultaron ser infundados porque rápidamente el álbum se convirtió en una obra de culto y el episodio preferido de muchos fans. Aun más, es quizá la entrega más accesible y universal de toda la serie de Spirou, una sucesión de gags y sorpresas maravillosamente narradas y muy divertidas que ha demostrado ser capaz de cautivar a todo tipo de público, adultos o niños, lectores de comics o no. De hecho, el propio Ministerio de Cultura francés lo recomendó oficialmente como lectura infantil.

 

Un álbum, en fin, imprescindible, universal y atemporal, que le permitió a Franquin descansar un poco del esfuerzo que suponía imaginar una aventura emocionante tras otra para los héroes nominales.

 

El volumen venía completado por una historia corta de importancia menor: “La Feria de los Gángsters”, serializada en la revista “Spirou” en 1958. En ella, un guardaespaldas oriental experto en artes marciales, Soto Kiki, solicita la ayuda de los dos amigos para proteger al multimillonario John P.Nut, amenazado por el gángster Lucky Caspiano. A tal fin, les adiestra en los secretos del judo y les da un transmisor de radio con el que permanecer en contacto. Al cabo de unos días, Fantasio se cansa de esperar noticias de Kiki y se marcha justo antes de que Spirou reciba la llamada de éste, informándole de que han secuestrado al hijo del millonario y que acuda a la caseta de los boxeadores en la feria local.

 

Es esta una aportación sorprendentemente floja habida cuenta de la magnífica racha que estaba atravesando el autor. El guion es poco firme y desequilibrado: la presentación es demasiado larga y el final está mal resuelto. Además, cae en estereotipos raciales (como el oriental maquiavélico experto en judo) y eliminar a Fantasio de la trama para introducir en cambio a Gastón Lagaffe resulta una elección fallida y forzada (Gastón, del que hablaré en otra entrada, había sido creado por Franquin en 1957 e iba escalando posiciones para obtener página propia). Franquin nunca estuvo contento con esta historia y en esta ocasión estaba en lo cierto.

 

En “El Viajero del Mesozoico”, el conde de Champignac descubre en la Antártida un huevo de dinosaurio de cincuenta millones de edad que traslada a su castillo con la ayuda de Spirou y Fantasio. A continuación, llama a un grupo de colegas científicos para que se reúnan con él e incuban el huevo hasta que eclosiona y nace un pequeño plateosaurio. Pero he aquí que el Marsupilami derrama sobre la comida de aquél uno de los sueros del conde, el X2, que acelera su crecimiento y lo convierte en un gigantesco animal que, movido por su insaciable apetito, escapa de los terrenos del conde y siembra el caos por el pueblo cercano. El ejército acude listo para actuar y provocar una tragedia…

 

En esta ocasión, Franquin optó por la pura comedia fantástica, con un argumento muy sencillo –quizá inspirado por los esqueletos fósiles de dinosaurios que de niño vio expuestos en el Museo de Historia Natural de Bruselas- y que prefigura la vena burlona y delirante que tan buenos resultados le dará en Gaston. Franquin vierte en “El Viajero del Mesozoico” todo su genio cómico alrededor de un núcleo muy simple que alarga a base de gags. Conforme más avanza la historia, más degenera la situación y más alocada se vuelve hasta el punto de que el despistado lector no es capaz de predecir cómo va a finalizar y si lo va a hacer felizmente.

 

El propio dinosaurio, con su mirada estúpida, es todo un hallazgo gráfico y su duelo con el Marsupilami hilarantemente absurdo, venciendo contra toda lógica el segundo a base de tenacidad y fuerza bruta. Curiosamente, el dinosaurio, tras este arrollador debut, desaparecería del universo Spirou hasta el álbum “La Amenaza de los Zorquetes” (2010), incluido en la etapa de Vehlmann y Yoann. Por su parte, los militares, una de las bestias negras de Franquin, son retratados como ineficaces y ridículos. Y en un ramalazo de humor negro –que sería frecuente en Gastón y omnipresente en “Ideas Negras” pero chocante en una serie tan optimista como Spirou-, hace que el científico atómico colega de Champignac, sea accidentalmente devorado por el herbívoro plateosaurio justo cuando acaba de dar con la clave de un nuevo y aún más terrorífico ingenio destructor.

 

Como era habitual en él, Franquin juzgó muy severamente este álbum, señalando como defectos el demasiado rápido crecimiento del dinosaurio y la levedad del argumento. Es, sin embargo, gracias a esa trama minimalista que pudo improvisar a placer e insertar esos gags tan divertidos en los que se desenvolvía con facilidad. Es curioso que fuera tan poco indulgente con las libertades que se tomaba él mismo en Spirou cuando en su otra serie, “Gaston Lagaffe”, se permitía todo tipo de extravagancias.

 

Gráficamente, hay poco que añadir a lo que ya he ido comentando con ocasión de álbumes anteriores. El montaje de página es sencillo pero con una fluidez extraordinaria. Y en cuanto a su dibujo, Franquin había alcanzado la cumbre de su trayectoria gracias a una mezcla muy personal y jamás igualada de elegancia, dinamismo, síntesis de la línea y detallismo en los fondos. En este punto, se encontraba a mitad de camino entre su producción de comienzos de los cincuenta, aún influida por Jijé, y la línea nerviosa, incluso salvaje, que dominaría su trabajo en Gastón y, más tarde, “Ideas Negras”.

 

“Vacaciones sin Aventura” fue una de las historias cortas de la serie, escrita y dibujada por Franquin entre 1957 y 1958 e incluida posteriormente como complemento del álbum “La Mina y el Gorila”. Fue también la última que firmaría en solitario, dado que en lo sucesivo contaría con la ayuda de otros artistas a los que estaba apadrinando en su estudio, sito en un apartamento de Bruselas. La siguiente historia, de la que he hablado más arriba, “La Feria de los Gángsters”, tendría fondos dibujados por Jidéhem.

 

En 1957, Franquin estaba completamente sobrepasado por el trabajo. Además de escribir y dibujar Spirou y Fantasio, tenía que entregar dibujos o gags para las portadas de la revista “Spirou” resaltando alguna de las series del interior. También era el responsable de la sección del semanario dedicada al automovilismo y Gaston Lagaffe iba apareciendo cada vez más frecuentemente. Por no mencionar las ilustraciones ocasionales que le encargaba el editor para este o aquel almanaque o número especial.

 

Franquin no sabía decir “no” a Charles Dupuis, que explotaba sin piedad a su creativo estrella. Al mismo tiempo y como ya comenté en la entrada anterior, una discusión sobre los emolumentos debidos a Franquin hizo que éste se marchara a la competencia, a la revista “Tintín” editada por Lombard, para la que crearía la serie “Modesto y Pompón”. El desencuentro con Dupuis no duraría mucho y Franquin regresó a la editorial que lo descubrió, aunque siguió atendiendo a sus compromisos con Lombard. El resultado fue una carga de trabajo tremenda. Y por eso y en ese contexto, no carece de ironía el que ofreciera una historia titulada “Vacaciones sin Aventura”.

 

La historia tuvo como antecedentes una serie de artículos y entrevistas ficticias en el semanario en el que Fantasio se declaraba en huelga como protesta por el trato que se le venía dando y que había culminado en “El Viajero del Mesozoico”, donde se había pasado toda la aventura con un resfriado monumental y sin enterarse de nada de lo que ocurría a su alrededor. Finalmente, alcanza un acuerdo con los editores y decide permanecer en la revista.

 

Tras esa crisis y ya entrando en la historieta, vemos a Fantasio entusiasmado ante la perspectiva de disfrutar de unas vacaciones tranquilas, lejos de los problemas profesionales y las usuales aventuras en las que se ve inmerso. Convence a Spirou y junto al Marsupilami y Spip, comienzan un viaje hacia el sur –a lo que parece la Costa Azul o Mónaco- en el Turbotracción. Pero no contaban con el jeque petromillonario Ibn-Mah-Zoud, el peor conductor del mundo, incapaz de distinguir los colores y letalmente imprudente. Al salir del Casino y no viendo a su chófer, decide tomar él mismo el volante pero confunde su vehículo con el Turbotracción de Spirou y Fantasio, aparcado en las cercanías. Su accidentada travesía no dura mucho, pero termina despeñando el magnífico coche por un barranco y dejándolo convertido en chatarra aunque él mismo sobrevive milagrosamente. Como compensación, al final de la historia los dos amigos recibirán un regalo de parte del jeque y su viejo amigo y piloto de Turbot, Roulebill: el nuevo modelo de esa casa, el Turbotracción II.

 

Franquin consigue exprimir al máximo lo que no deja de ser un mero divertimento y una excusa para deshacerse del antiguo Turbotracción, que él creía que empezaba a quedarse anticuado, y sustituirlo por un modelo nuevo. En colaboración con la revista “Risque-Tout”, editada por Georges Troisfontaines –y cuya sede estaba en el mismo edificio bruselense en el que estaba localizada la de Dupuis-, se organizó un concurso entre los lectores para que aportaran ideas y conceptos sobre los que Franquin dibujaría el coche definitivo, que a la postre resultaría ser –en mi opinión y la del propio autor- menos satisfactorio que el primero. Tanto es así, que el nuevo vehículo, de aspecto forzadamente futurista, tendría en posteriores aventuras menos presencia que su antecesor.  

 

Como ya he comentado varias veces a lo largo de esta serie de artículos, Franquin era un apasionado de los automóviles y ello se reflejaba en sus páginas, en las que destacaban los momentos de velocidad y persecuciones a bordo de esos vehículos, escenas prodigiosas en su dinamismo y lenguaje narrativo. Este amor por los coches no era más que una derivada algo más concreta de su interés general en el diseño y las nuevas tecnologías, un aspecto éste que –de forma hilarantemente grotesca- podía encontrarse también en muchos gags de Gaston Lagaffe. La forma en que Fantasio “tunea” su viejo modelo Dion Bouton, por ejemplo, es un pretexto para bromear sobre la personalidad maliciosamente traviesa de aquél y ponerla en contraste con la más responsable y prudente de Spirou. También utiliza Franquin esta ocasión para encajar a Gaston Lagaffe al principio y al final y hacer que el Marsupilami vuelva a hablar.

 

(Continúa en la siguiente entrada)

 


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