5 sept 2020

1946- SPIROU Y FANTASIO – Franquin (5)


(Viene de la entrada anterior)

“La Guarida de la Morena” es el noveno álbum de la serie, aparecido en 1957 (serializado en la revista “Spirou” entre el 54 y el 55) y comienza con los dos amigos protagonistas pasando unos días de asueto en la finca del Conde de Champignac, quien les anuncia un nuevo descubrimiento extraído de sus queridos hongos: un suero que, temporalmente, multiplica por diez la capacidad cerebral. Para probarlo, Fantasio le propone un desafío lanzado públicamente por el armador Xenophon Hamadryas: diseñar una máquina submarina capaz de descender a las profundidades oceánicas y que permita su piloto realizar con seguridad cualquier trabajo en tales entornos.



El febril conde, bajo los efectos del suero, completa los planos de un sumergible monoplaza muy maniobrable y una nueva escafandra que permite comunicarse por radio a los submarinistas. Pero días después, cuando el trío ya se halla inmerso en la fabricación de los ingenios, son víctimas de una serie de misteriosos sabotajes que les llevan a establecerse temporalmente en casa de un amigo del anciano, en la costa sur, para finalizar el montaje con mayor privacidad. Mientras tanto, Champignac y Spirou acuden a entrevistarse con Hamadryas, que les comunica que el suyo es el único proyecto en marcha dado que sus competidores se han retirado a causa de similares sabotajes; y que el propósito del concurso es obtener la tecnología necesaria para hallar el pecio del “Discreto”, uno de sus navíos, que tiempo atrás se hundió cerca de la costa al mando del capitán John Helena, dado por muerto en el desastre. Las pruebas del nuevo equipo llevan a Spirou a descubrir no sólo el casco del navío, sino que éste está siendo utilizado como ingeniosa base por traficantes de droga.

“La Guarida de la Morena” es uno de los grandes títulos de la colección, un álbum en el que Franquin ya ha alcanzado el estado de gracia y del que puede decirse que ofrece una aventura perfecta. Todos sus elementos están en su punto justo y perfectamente equilibrados unos con los otros, mezclando acción, misterio, suspense y humor en una trama muy bien orquestada que empieza con la idea del concurso, la utilización del suero de la inteligencia, los sabotajes y ataques, el descubrimiento del navío hundido, los tejemanejes de Helena y la revelación final respecto al auténtico móvil de Hamadryas.

Franquin recupera elementos de pasados álbumes (el gas Metomol que reblandece los metales, el Fantacóptero) con los que asienta el particular universo que viene construyendo desde hace años y coreografía excelentes secuencias de acción, como los sabotajes o las pruebas de inmersión, uniéndolo todo con un ritmo impecable que hace difícil dejar de leer. Otra prueba de su inmenso talento narrativo teniendo en cuenta que, como de costumbre, iba improvisando la composición y duración de las escenas sobre la marcha (si bien
en esta ocasión admitió haber contado con ¡una hoja! donde resumía lo esencial de la trama, para así no desviarse demasiado ni olvidarse de a dónde quería llegar).

La aventura, claro está, se inspira en los logros que por aquel entonces estaba consiguiendo Jacques-Yves Cousteau en el ámbito del submarinismo tras el invento del batiscafo por parte de su compatriota, Auguste Picard, a mediados de los cuarenta. Por aquella misma época, Cousteau inventó un regulador de presión que llevó al diseño de escafandras autónomas mucho más manejables y que facilitaron no sólo la exploración submarina sino el nacimiento de todo un deporte a partir de una actividad que hasta ese momento era considerada peligrosa y minoritaria. Es más, en 1950 compró un antiguo dragaminas, el Calypso, y lo reconvirtió en laboratorio oceanográfico, recorriendo con él los mares del planeta durante décadas y divulgando sus conocimientos a través de libros, películas y series de televisión. El primero de ellos, “El Mundo del Silencio”, apareció en 1953, poco antes de la serialización de “La Guarida de la Morena” en el semanario “Spirou”. Y tres años más tarde, aquel libro se convirtió en un documental que ganó la Palma de Oro de Cannes y el Oscar de la Academia norteamericana.

El mundo submarino había entrado con fuerza en la cultura popular y Franquin bebió de ello. El diseño del submarino de Champignac es elegante y funcional (incluso se molesta en dedicar una viñeta a explicar su funcionamiento) y la representación de los fondos marinos transmite la viveza y agorafobia que sentía el autor, admirador de Cousteau y su trabajo y de las maravillas de la vida oceánica, pero al mismo tiempo agorafóbico e hidrofóbico.

“La Guarida de la Morena” es también la oportunidad de darle al Marsupilami un nuevo atributo. Y es que aquí los héroes y los lectores descubren que el maravilloso animalito es también anfibio, una capacidad que resultará decisiva a la hora de que Spirou salga con vida de la aventura. En años posteriores, Franquin se arrepentiría de haber ido añadiéndole características adicionales prácticamente en cada álbum. Algo de razón tenía, pero es una creación tan extraordinaria y, sobre todo, está tan bien utilizada por Franquin en las historias, que se perdona esa acumulación implausible de habilidades.

La única ausencia que se deja notar es la de Seccotine, pero por lo demás la dinámica entre los
personajes funciona a la perfección y Spirou se permite incluso robarle parte del protagonismo que merece a Fantasio al convertirse en el centro de las escenas clave, enfrentándose a los saboteadores, explorando las profundidades marinas, desafiando a Helena… Éste último, por cierto, regresará en otra aventura de ambientación submarina que comentaré en su momento, “Spirou y los Hombres Burbuja”; y será posteriormente recuperado en la etapa de Tome y Janry en su primer álbum, “Virus”.

En “El Super Quick” (serializado en 1955), Franquin retoma su idilio con el mundo del automóvil, del que ya hablé en entradas anteriores. Pocos autores han sabido dibujar los coches
tan bien como él. No sólo tenía un gran talento para diseñar sus formas y líneas sino que sabía “moverlos” en la carretera para transmitir sensación de velocidad, riesgo, libertad…

En esta ocasión, los dos amigos reciben el encargo de probar un nuevo modelo, el Super Quick, con el fin de escribir un artículo para la revista “Spirou”. Quien les cede el automóvil que conducirán durante algunos días, el señor Content, propietario de un taller y concesionario, les informa que varios de sus clientes que han comprado ese coche han sufrido robos poco después de retirarlos y que espera la llegada de un detective de la compañía de seguros. Éste no tarda aparecer y les informa de que sospechan del propio Content, quien resulta que trabajó en su día en el circo Zabaglione, nido de criminales que ya había aparecido en “Los Ladrones del Marsupilami”. Aprensivos con la situación, Spirou y Fantasio duermen en el coche y al día siguiente empiezan las pruebas. Pero todas sus precauciones acabarán siendo en vano porque su Super Quick también resulta robado. Junto al detective, empezarán una persecución que pondrá fin al misterio.

Se trata de una intriga policiaca de corta extensión (menos de veinte páginas) pero muy bien
hilvanada que contiene –y esto ya se había convertido en marca de la casa- excelentes secuencias de acción. Además, y como he comentado más arriba, recupera una aventura anterior para generar continuidad y asentar esa burbuja en la que parecen vivir sus personajes. En cuanto al diseño del vehículo estrella de la historia, Franquin lo pensó para exagerar las características de los vehículos americanos, como sus grandes dimensiones, los cromados o los aparatosos emblemas.

Hay aficionados que critican “Los Piratas del Silencio” (1958, serializado entre 1955 y 1956) por considerarla una aventura no completamente obra de Franquin y fallida en algunos
aspectos. No coincido con esa apreciación y estimo que se trata de una entrega digna de esta etapa dorada, divertida, bien equilibrada argumentalmente y dibujada maravillosamente bien.

Fantasio propone a Spirou que le acompañe a Incógnito City, una ciudad exclusiva en la que se refugian las estrellas de cine y los famosos y donde están prohibidos los dispositivos fotográficos. Pero Fantasio pretende hacer un reportaje visual gracias a unas minicámaras ocultas en su pipa y su reloj. De camino y a raíz de un altercado con sus respectivos coches, conocen a Juan Corto Dos Orejas y Rabo, que para compensarles les invita a su residencia en Incógnito City. No es el único incidente en el que se ven involucrados porque en una gasolinera contemplan al encargado amenazado por un par de matones.

Tras llegar a la ciudad y visitar la mansión de Juan Corto –donde ven que esos dos matones están empleados-, Spirou y Fantasio se dan cuenta de que hay algo siniestro preparándose en Incógnito City, un plan criminal que incluye el secuestro del conde de Champignac y que ellos deberán desbaratar.

Una de las principales críticas que se le hacen a este álbum es precisamente la contraria a la
que puede esgrimirse contra el posterior, “La Mina y el Gorila”: si en éste hay puntos que no quedan suficientemente desarrollados, en aquél la trama es demasiado escasa para justificar sus 46 páginas. Pero ello no significa que sea una lectura aburrida, ni mucho menos. Ni que incluya momentos magníficos o ideas originales.

Por ejemplo, la de sumir a toda una ciudad en el sueño para poder así robar sin molestias los principales puntos de la misma, es ingeniosa y ofrece un clímax muy potente. La propia Incógnito City, refugio de millonarios y famosos, ya es un concepto interesante que funciona muy bien como premisa de arranque. Habría mejorado la historia la inclusión de Seccotine, quizá compitiendo y fastidiando a Fantasio por completar el reportaje prohibido.

Hay que entender también el contexto en el que surge este álbum y que lleva a Franquin a pedir a un amigo y colega, Maurice Rossy, que le haga un guion. En 1955, había firmado un nuevo contrato con Editorial Dupuis para el siguiente álbum (el autor no tenía un contrato general con la empresa sino que se iban acordando individualmente los emolumentos y condiciones de cada obra) en virtud del cual y a cambio de una reducción en la cantidad a percibir por cada ejemplar vendido, Dupuis se comprometía a aumentar la tirada. Pero he aquí que la parte de la editorial no se cumple y Franquin ve sus ingresos recortados.

El rechazo de la editorial a hacer honor a lo acordado enfurece a Franquin, que inmediatamente la deja plantada y poco después firma un contrato de cinco años con su gran competidora, Lombard, que edita el semanario “Tintin”. Sus responsables querían cambiar la imagen de seriedad que les identificaba y encargan a su fichaje la creación de unos personajes muy diferentes a Spirou. En lugar de grandes aventuras con exotismo y misterio que se alargan hasta la duración de un álbum, “Modesto y Pompón” es una serie costumbrista compuesta de gags cómicos autoconclusivos de una sola plancha, un formato entonces poco habitual en el comic francobelga.

Pero he aquí que Franquin, poco después del debut de su nueva serie, se reconcilia con su
antiguo empleador cuando su propietario, Charles Dupuis, intercede y le da la razón. Así que vuelve a casa, pero ahora tiene doble trabajo. Ha de satisfacer su contrato con Lombard y aportar todas las semanas una página de “Modesto y Pompón”; y, en Dupuis, seguir con las aventuras de Spirou y Fantasio. Demasiado trabajo y demasiadas ideas que generar en poco tiempo. Así que recluta colaboradores que le ayuden. En el caso de “Modesto y Pompón”, serán Greg (alias de Michel Gregnier y futuro suministrador de guiones también para Spirou), Goscinny, Tibet, Peyo o François Craenhals. Tras lanzar dos álbumes que Lombard no publicitó como se esperaba y que tampoco se saldaron con éxito de ventas, la editorial le libera del contrato antes de los cinco años inicialmente pactados. Franquin puede ya centrarse en su labor para Dupuis y cede los derechos sobre los personajes a Lombard, que contratará a Dino Attanasio para que continúe con ellos.

Pues bien, es en ese frenético periodo, con un pie en cada editorial, cuando nace “Los Piratas del Silencio”. No es de extrañar que el exhausto Franquin pidiera a su colega Maurice Rosy, director artístico de Dupuis y guionista, que le aportara una
historia. Años atrás, Rosy había sido quien le diera la trama para “El Dictador y el Champiñón”. En aquella ocasión, Franquin modificó mucho la propuesta de Rosy pero ahora, sin demasiadas energías, decide ceñirse a lo que éste le entrega. Un sistema, el de seguir escrupulosamente un guión ajeno, que iba contra su propia naturaleza y experiencia y cuyo dibujo, como luego admitiría, abordó sin demasiada convicción.

Lo cual, en el caso de Franquin, es relativo, porque sus páginas y desarrollo de secuencias siguen siendo maravillosas aun cuando los fondos los realice su amigo y colega Will (Willy Maltaite, al que había conocido durante su periodo de aprendizaje bajo la tutela de Jijé y que se encargaba de la también excelente serie “Tif y Tondu” para el semanario “Spirou”). Seguimos encontrando la misma elegancia, dinamismo y fluidez de siempre y nadie diría que terminara la historia a regañadientes y poco contento con el resultado. Al fin y al cabo, Franquin siempre fue alguien muy crítico con su propio trabajo, eternamente insatisfecho con sus páginas por mucho que éstas gozaran de una calidad muchos puntos por encima de las de sus colegas.

Comentar por último un punto discutible relacionado con el guión. Maurice Rosy dotó al
Marsupilami de otra –otra más- habilidad fantástica: el habla. Ciertamente, no articula el lenguaje de acuerdo a un discurso inteligente y se limita más bien a repetir palabras o frases como lo haría un loro, pero aun así esta nueva adición nunca fue del gusto de Franquin, que opinaba que ya eran demasiados los dones y virtudes del animal y temía que se antropomorfizara en exceso. De hecho, en el futuro pocas veces volvería a mostrar al Marsupilami hablando.

En cualquier caso, “Los Piratas del Silencio” es una aventura completamente reivindicable y de la que su autor no tenía por qué avergonzarse. Puede que no sea el culmen del personaje pero ni mucho menos es un fracaso.

En “La Mina y el Gorila” (serializada en 1957, álbum en 1959), los dos héroes regresan a África, un continente en el que ya habían corrido un par de aventuras. En esta ocasión su propósito es realizar un reportaje fotográfico sobre los gorilas del monte Kilimakali. Una vez allí, conocen a un par de ingenieros blancos de una mina, Lebon y Leblond, que tratan de disuadirlos diciéndoles que ya no quedan gorilas en la región. Para colmo, han venido produciéndose varias desapariciones de nativos, que éstos achacan a algún gorila maligno.

Por el contrario, el administrador de la mina, Badman, les dice que los ingenieros tienen algún tipo de agenda oculta y que no deben hacerles caso. Así que, guiada por él, la expedición se pone en marcha, sufriendo continuos percances provocados por los ingenieros. Badman acaba rindiéndose ante la adversidad pero Spirou y Fantasio, acompañados por Spip, el Marsupilami y un par de porteadores leales, siguen adelante. No sólo acabarán encontrando a los gorilas sino un diabólico tinglado organizado por europeos para esclavizar a los nativos y extraer ilegalmente oro de esas montañas.

Siendo un álbum de menor extensión de lo habitual, “La Mina y el Gorila” es uno de los títulos
clásicos de la serie y muestra a Franquin en la cúspide de su talento como narrador y dibujante.

Hoy y con la perspectiva que da el tiempo, es fácil comparar “La Mina y el Gorila” con las experiencias y testimonios que, a través de National Geographic, dejó Diane Fossey sobre sus estudios con esos primates en el Congo, muy populares sobre todo a raíz del estreno de su biopic cinematográfico, “Gorilas en la Niebla” (1988); pero hay que tener en cuenta que Fossey llegó al Congo en 1967 mientras que Franquin publicó esta historia diez años antes.

Y, efectivamente, el artista belga utilizó esta aventura para subrayar algunos de los temas que más le preocupaban y que hicieron de él también un pionero, sobre todo la ecología, algo que a mediados de los cincuenta no era en absoluto habitual. Recordemos que el movimiento ecologista empezó a tomar impulso, tanto entre los científicos como en el interés popular, a partir de mediados de los sesenta del pasado siglo. Para empezar y a diferencia de muchos otros aventureros del comic que operaban en África o
viajaban allí, Spirou y Fantasio llegan allí no para embarcarse en una cacería sino para hacer un reportaje fotográfico (y además, no enviados, como en ocasiones anteriores, por “Le Moustique” o “Spirou” sino por iniciativa propia y trabajando independientemente). Esto es, su objetivo no es dañar a los animales sino retratarlos para mostrárselos al mundo. Y, efectivamente, en toda la aventura no resulta dañado ningún animal más allá de los inevitables gags, sobre todo pequeños altercados sin consecuencias protagonizados por el Marsupilami.

Pero es que, además y bajo esa superficie de historia ligera, se denuncian otros atropellos, como la explotación de los recursos naturales de África, la desaparición de los grandes simios, la codicia de los occidentales y el abuso al que someten éstos a los nativos. Por el contrario, Franquin enfatiza la hospitalidad de los africanos o la salvaje belleza de los Wagundus. Y tengamos en cuenta que, aunque no se menciona de palabra –sí gráficamente, en el símbolo que adorna la puerta del vehículo de los protagonistas- el país en el que transcurre la aventura es el Congo, entonces una colonia belga. No faltaba ya mucho –tan solo unos meses en realidad- para que el territorio alcanzara la
independencia pero Franquin se atreve a denunciar los múltiples abusos que su país cometió en ese territorio en forma de expolio de riquezas mineras y segregación racial.

Así que conviene no dejarse engañar por la caricaturización con la que retrata a sus indígenas en “La Mina y el Gorila”. Tradicionalmente, en el comic de aventuras –también en el cine de ese género- los nativos aparecían divididos en aquellos que, como niños grandes, eran tutelados por los sabios blancos a los que trataban con servil reverencia; o como primitivos salvajes muy peligrosos y con los que escenificar momentos de tensión. Franquin se ajusta a esos parámetros al tiempo que los subvierte. Los dos porteadores que acompañan a Spirou y Fantasio son valientes y tienen iniciativa propia (por desgracia, el autor parece olvidarse completamente de ellos en el último tercio); y la aparentemente feroz tribu de los Wagundus resultan ser unos infelices manipulados por un pérfido blanco y, desde luego, menos terribles de lo que sus pinturas de guerra les hacen parecer.

En segundo lugar, Franquin deja claro que –y eso parece inaceptable hoy, en los tiempos de la extrema corrección política- no tiene problemas para caricaturizar a los negros. “Dibujo negros ridículos como dibujo blancos ridículos”, dijo. Es una actitud perfectamente consecuente. “Spirou y Fantasio”, la serie, tiene un dibujo caricaturesco; y esto vale para los individuos de todas las razas (que normalmente eran blancos dado que por entonces en Europa la diversidad racial estaba mucho menos extendida que ahora). Por otra parte, como he dicho, Franquin hizo un esfuerzo por mejorar los clichés con que se retrataban los nativos en el tebeo de aventuras de la época; se documentó para hacerles hablar con un auténtico dialecto africano; e hizo que los verdaderos villanos de la historia fueran, precisamente, los codiciosos blancos que desprecian y esclavizan a los africanos.

Otro punto a destacar es precisamente la forma en que Spirou y Fantasio lidian con estos
individuos. A diferencia de, por ejemplo, Tintín, que hubiera hecho lo imposible por atraparlos y llevarlos ante la justicia, los dos amigos lo único que quieren es que los dejen tranquilos y, eso sí, que liberen a los esclavos. Cuando el líder de la banda trata de comprar su voluntad con el oro que extraen de la mina clandestina, Spirou estalla: “¿Y por qué cree que nos importan su oro y su pequeño negocio? ¿Eh? ¡No nos interesa nada! ¡Rebusque en el suelo a escondidas para encontrar oro, chicles, gominolas o guano, que eso no nos interesa! ¡Pero déjenos en paz!”. No se molestan en tomarlos prisioneros para que las autoridades los castiguen y, de hecho y como vemos, son ellos mismos los que se buscan la ruina llevados por su codicia. Es una desviación considerable respecto al molde del héroe justiciero que dominaba las viñetas de la época.

Franquin se documentó también para representar las distintas facetas del Congo: la época de
lluvias y el barro, la luminosa sabana, las frondosas laderas de las montañas... utilizando al Marsupilami para puntuar la trama principal con interludios cómicos en los que el animal interactúa con la fauna local. Son momentos en los que el Marsupilami se apodera de la historia gracias al ingenio con el que Franquin sabe sacar partido de sus habilidades y temperamento. Ya sea enfrentándose a un león para comer sus pulgas, plantando cara a un gorila enfurecido o disparando accidentalmente a Leblond con un fusil al que toma por un juguete, las travesuras del Marsupilami son un ejemplo impecable de narrativa, ritmo, composición e inventiva para cualquiera que desee entender cómo funciona el lenguaje visual del comic. Si, además, recordamos que este álbum tiene más de sesenta años de edad, que apareció en un momento en el que no existían ni Spiderman, ni Asterix, entenderemos la grandeza de Franquin y su modernidad. La belleza de su línea, su elegancia y sentido del movimiento no han envejecido un ápice.

Un álbum, en definitiva, esencial dentro de la serie y completamente vigente para lectores de todas las edades. 



(Continúa en la siguiente entrada)

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