6 sept 2020
2002- SHUTTERBUG FOLLIES – Jason Little
En los años noventa, antes de que la fotografía digital hiciera desaparecer los laboratorios tradicionales de revelado rápido, Bee, una joven neoyorquina de 18 años, acaba de terminar el instituto y mientras decide qué hacer con su futuro y ahorra dinero para ello, trabaja positivando carretes de clientes en uno de esos establecimientos. Le gusta su trabajo sobre todo porque, de vez en cuando, tiene la oportunidad de quedarse con copias de las fotografías que encuentra divertidas, curiosas o inquietantes.
Un día, un fotógrafo profesional, Oleg Khatchatourian, le entrega un carrete con fotos de cadáveres víctimas de crímenes violentos. Él dice que dispone de un escáner para la emisora de la policía que le permite acudir rápidamente a las escenas del crimen. Pero Bee, tras el análisis minucioso de una de las sangrientas imágenes, una mujer asesinada en una bañera, cree que Oleg está manipulando los cuerpos, quizá para conseguir efecto dramático.
Así que empieza a seguirle y espiarle para averiguar la verdad. Sus sospechas aumentan cuando la esposa de él muere después de que Bee contemplara una discusión entre ambos. Sus pesquisas acaban involucrando a otras personas que va conociendo por el camino (un taxista que ejerce de músico nocturno y un nervioso ayudante de fotógrafo que hace sus pinitos como voyeur) en una peligrosa red de gangsters de Europa del Este.
Jason Little serializó originalmente “Shutterbug Follies”, su primera obra de larga extensión, en internet como un webcómic (en su sitio BeeComix) y cuando se le planteó la edición en papel, decidió mantener el formato apaisado, lo que ya de por sí es algo poco habitual. Así, la experiencia trata de remedar la de revisar un álbum de fotografías, una propuesta adecuada dado el tema del que se trata. Un efecto que, completado con el uso de viñetas con bordes redondeados, como si fueran viejas fotos, busca convertir al lector en un voyeur de las andanzas de Bee, exactamente igual que ésta lo es de las vidas de sus clientes a través de las fotos que revela, facilitando así la identificación del uno con la otra.
El estilo gráfico de Little es amable y accesible, menos “artístico” y pretencioso que el de otros autores independientes. Sus viñetas, limpias y ordenadas, se centran en lo relevante y no suelen incluir más detalles que los esenciales. Pero es necesaria una lectura muy atenta -más de lo que en una primera revisión permite el rápido ritmo que imprime el autor- para darse cuenta de la cantidad y variedad de técnicas que utiliza a la hora de contar la historia. Algunas, como el mencionado recorte de los bordes de las viñetas o el uso de la distorsión de la “lente ojo de pez” están tomadas de la fotografía, pero también juega de manera muy eficaz con los planos o las composiciones para enfatizar tanto los momentos domésticos más calmos como los de suspense o acción. Prueba de lo afinado de su sentido narrativo es que las más de 150 páginas del comic se engullen tan fácilmente como una pildorita.
En general, Little sabe cuándo dejar que los dibujos cuenten la historia y cuándo insertar diálogos. No hay cartuchos de texto ni burbujas de pensamiento por lo que el lector debe interpretar las viñetas exclusivamente a través de las expresiones y acciones de los personajes. Este esfuerzo de síntesis y sutileza por parte del autor da como resultado no solo una estética cinematográfica sino un perfil realista que se opone al estilo caricaturesco de los personajes.
El autor admitió la fuerte influencia que sobre él dejó “Tintín”, influencia que deja su rastro en esta obra bajo la forma de la línea clara, las figuras con un punto caricaturesco, los vivos colores (sobre todo naranjas, verdes y violetas), los fondos detallados pero no agobiantes, el ritmo o la elección como protagonista de una detective adolescente. Eso sí, hay detalles escabrosos (el cliente que fotografía cuerpos en una morgue, los asesinatos truculentos y la participación de un niño discapacitado por su propia madre) que el mítico autor belga jamás se hubiera atrevido a incorporar en las aventuras de su joven héroe. La huella de Hergé sobre Little fue tan profunda que tuvo que esforzarse por incorporar a su estilo otras fuentes, eligiendo para ello ciertas tiras de prensa de los años veinte y treinta del siglo XX, como “Gasoline Alley” de Frank King o “Little Orphan Annie” de Harold Gray. Es visible también en sus figuras la influencia del “Archie” de Bob Montana.
“Shutterbug Follies” es un comic que puede defraudar a quien se acerque a él con unas expectativas generadas a partir de su formato, su carácter de obra independiente o su estilo gráfico. Y es que a pesar de sus toques adultos, no deja de ser un pastiche ligero de aventura adolescente y género negro (el propio Little la calificó como “bubblegum noir”) que si se examina con cierta severidad, deja traslucir sus defectos: la historia es bastante superficial; el misterio es, a la hora de la verdad, poco complejo; los protagonistas no son tan profundos como sería deseable (no se revela lo suficiente de su pasado y circunstancias como para construir una imagen más nítida de ellos); hay personajes que entran y salen de forma demasiado conveniente solo para justificar algunos diálogos que compensen la ausencia de cartuchos de texto; y al menos un tercio del comic está dedicado a construir un clímax que va aumentando el suspense pero cuyo desenlace se alarga y desinfla, rematando la historia de una forma bastante brusca, implausible y estereotipada, como si el autor se hubiera cansado de trabajar o agotado las ideas.
Con todo, es un comic de lectura agradable que ofrece momentos muy logrados, como las ilustraciones que describen la colección fotográfica de Bee; el regalo que recibe en forma de viejas fotos que narran toda una vida; los vehículos genéricos o la representación de la ciudad de Nueva York como un lugar vibrante y colorido. Además, tiene un ritmo muy cinematográfico y no es difícil imaginarla convertido en un thriller para la gran pantalla. De hecho, son patentes las influencias y homenajes, gráficos, temáticos y conceptuales a películas que mezclan la fotografía, el voyeurismo y el asesinato como “La Ventana Indiscreta” (1954) de Alfred Hitchcock, “Impacto” (1981) y “Doble Cuerpo” (1984) de Brian de Palma o “Blow Up” (1966) de Antonioni.
También es de alabar que Little hiciera de su protagonista alguien en absoluto cercano a los estereotipos de las heroínas de acción. Su juventud, curiosidad natural, perspicacia, tenacidad y el deseo de salir de la monotonía a través de lo extraordinario es lo que la lleva a correr riesgos y traspasar la línea que separa la valentía de la imprudencia. Sin embargo, no exhibe un físico epatante de formas neumáticas ni una belleza notable. Por el contrario, tiene un aspecto corriente que resulta realista y con el que el lector puede identificarse fácilmente. Su temperamento amable y positiva actitud hacia la vida y la gente le facilita conocer gente un tanto extraña que, llegado el momento, la ayudará de forma decisiva. Por otra parte, Bee no está exenta de defectos: su ética profesional es discutible (si bien su mala costumbre de escamotear sin permiso copias de las fotos de los clientes es lo que pone en marcha la intriga) y su gusto en hombres deja que desear.
Por desgracia, la historia carece de un villano con carisma y, además, Little cierra la aventura de forma demasiado apresurada, dejando al lector deseoso de saber algo más de la historia y contexto de Bee y los secundarios, una información que podría haberse encajado acompasada a la resolución del misterio.
A muchos chocará que un comic con una estética ligera y luminosa y una protagonista y trama que remiten a las historias de detectives juveniles de Nancy Drew, los Tres Investigadores o los Cinco, contenga generosas dosis de violencia, no sólo física sino también psicológica; desde las fotos de cadáveres de la morgue hasta los asesinatos de los mafiosos, el frío uxoricidio o el maltrato al que es sometido el inocente niño con el que congenia Bee. Es este un equilibrio difícil que no estoy seguro que Little consiga o, al menos, no de forma que todos los lectores se sientan cómodos con él. El sustrato turbio de la intriga quizá no sea lo más adecuado para un lector adolescente, pero, como he apuntado más arriba, la simplicidad en la resolución de la historia puede que tampoco satisfaga al adulto. Que convenza más o menos esta aproximación “a lo David Lynch”, en la que todo es sucio y siniestro bajo la pulida superficie cotidiana, dependerá del gusto y sensibilidad de cada lector.
Jason Little retomaría a su protagonista para una segunda historia, “Motel Art Improvement Service”, que no he tenido la oportunidad de leer pero que a decir de la crítica es un ejemplo más refinado de su pericia narrativa y artística. Es una lástima que Little se prodigue tan poco porque ya aquí, en “Shutterbug Follies”, cuando su carrera aún estaba en los inicios, apunta buenas maneras y tan solo le falta algo más de solidez en los guiones.
“Shutterbug Follies” es un comic peculiar a mitad de camino entre “Ghost World” y “Tintín”, una intriga amable en sus personajes y estilo gráfico pero muy turbia en el fondo, que puede recomendarse a los amantes del thriller detectivesco y quienes aprecien las historias con protagonistas femeninas más realistas de lo habitual. Según su sensibilidad y grado de madurez, posiblemente también los lectores adolescentes podrán encontrar en él un buen entretenimiento.
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