(Viene de la entrada anterior)
“El Prisionero de Buda” (serializado en la revista “Spirou” en 1958 y cuyo álbum apareció en 1960) recoge el espíritu de la Guerra Fría que se estaba viviendo en aquellos años en todo el mundo, en concreto la carrera de armamento y el robo de secretos tecnológicos por parte de espías de una u otra potencia. Y fue también la primera colaboración de Franquin con el aún joven guionista Michel Greg para Spirou.
Spirou, Fantasio, Spip y el Marsupilami llegan a Champignac para hacerle una visita sorpresa el conde, pero se encuentran no sólo con que el parque que rodea a su mansión ha sido invadido por una vegetación de tamaño imposible sino que ha sido instalado un sistema de seguridad. Champignac esquiva las preguntas de sus amigos pero al anochecer, Fantasio, curioseando por el edificio, se topa con lo que el sabio les había estado ocultando: un científico ruso refugiado, Nicolas Nicolaïevitch Inovskyev, coinventor del GAG (Generador Atómico Gamma), un aparato portátil que puede anular la gravedad, acelerar el crecimiento de las plantas o alterar a pequeña escala las pautas climáticas. El ruso huyó de su país porque no quería que su invención fuera utilizada con fines militares, pero ahora se encuentra perseguido por unos espías que quieren devolverlo a su gobierno.
Éstos son detenidos algo después durante un altercado con los protagonistas en la feria local, pero entonces se descubre que el otro inventor del GAG, el norteamericano Harold W.Longplaying, ha sido hecho prisionero en un país del Lejano Oriente (que, aunque no se nombra explícitamente, queda meridianamente claro que se trata de China), cuyos militares quieren torturarle para que revele el secreto. Spirou convence a Fantasio, Nicolai y Champignac para ir a rescatar al científico y ya en una ciudad colonia inglesa próxima al lugar (que sin duda es Hong Kong), los oficiales británicos les informan de que se halla prisionero en el Valle de los Siete Budas…
Tras los tres álbumes anteriores, compuestos de dos historias cada uno, esta entrega con una sola aventura de sesenta páginas supone la entrada de Greg como guionista en Spirou, todo un hito en la serie. Como ya comenté en una entrada anterior, Franquin, tras unas desavenencias con su editor, Dupuis, a cuenta de unos royalties, Franquin se marcha a Lombard, que publicaba la revista competidora de “Spirou”, “Tintin”, para la cual firma un contrato de cinco años y crea la serie de humor costumbrista “Modesto y Pompón”. Pero he aquí que se reconcilia con Dupuis y vuelve a “casa”, asumiendo en el semanario “Spirou” todavía más trabajo del que ya venía realizando antes de su marcha, con el agravante de que contractualmente debía continuar entregando gags de “Modesto y Pompón" para “Tintín”.
Así que ahora Franquin tenía que dibujar a esa parejita para Lombard y Spirou para Dupuis (además de nuevas historias para “Le Parisién Libéré”, como comentaré luego), las páginas de “Gaston ElGafe” y dibujos varios cada semana para la portada e interiores del semanario. Un auténtico suplicio para Franquin que, para empeorar su estado anímico y a pesar de que todo el mundo lo consideraba un genio, jamás estaba conforme con la calidad de sus comics.
Con el fin de aliviar su carga de trabajo, en 1957, Franquin alquila un pequeño apartamento en Bruselas y lo habilita como estudio. Allí dará la bienvenida a dos jóvenes autores, Jidéhem y Roba, que le ayudarán en sus diferentes encargos. No serán, de todas formas, los únicos que pasarán por allí: Verbruggen, un viejo amigo, coloreará las planchas de “Modesto y Pompon” y Kiko, autor del personaje “Foufi” para “Spirou”, dormirá en el estudio durante varios meses. Todos acudirán allí bien sea para trabajar en sus respectivas series o para colaborar en el mismo proyecto.
Jidéhem (alias de Jean de Mesmaeker) fue el primero en unirse al estudio en 1957. Previamente había comenzado en el mundo del comic a través de la revista “Heroic-Albums”. Al cancelarse ésta y siguiendo la recomendación de Maurice Tilleux, había enviado muestras de su trabajo a Dupuis, que lo redigirió al estudio de Franquin. Empezó allí encargándose de ilustrar los artículos sobre automovilismo que constituían una sección fija de la revista y que hasta entonces había realizado Franquin. Luego le ayudaría en el entintado de “Gaston” y los fondos de varios álbumes de Spirou, como “El Prisionero de Buda”.
Aunque no trabajaba físicamente en el estudio de Franquin, Greg sí pasó a ser una pieza fundamental del equipo. Se habían conocido a finales de los cincuenta, cuando Greg era sólo un joven dibujante aún sin demasiado bagaje y durante varios meses Franquin le enseñó y ayudó mucho. Tras colaborar con su maestro en los guiones de “Modesto y Pompon”, Greg atendió a su petición de ayuda con los guiones de Spirou. Su extraordinario talento para el gag, los diálogos y las tramas, abrió una nueva etapa en la serie, abandonando hasta cierto punto el tipo de argumentos fantásticos construidos alrededor de intrigas con ladrones o traficantes, para internarse en un terreno más plausible que reflejaba el espíritu de la época.
Así, en “El Prisionero de Buda”, Greg ayudó a Franquin con el guión y Jidéhem se encargó de los fondos, pero a diferencia de lo que hacía Hergé, que nunca acreditó a Edgar Pierre Jacobs como colaborador en los álbumes de Tintín que rehicieron juntos, Franquin no tuvo inconveniente alguno en compartir los méritos creativos en una época en la que los guionistas apenas eran considerados y los ayudantes todavía menos. Este es, por tanto, la primera colaboración del trío de autores antes del díptico de “Z”, que constituiría su cumbre y una de las mejores aventuras de la colección.
No fue, de todas formas, una colaboración sencilla. Greg tuvo que pasar de los gags de una sola plancha de “Modesto y Pompón” a un álbum entero. Y Franquin no era un dibujante dócil que asumiera todo lo que Greg le pasaba. Había escenas que alargaba por su cuenta y otras que discutía por no considerarlas ajustadas a los personajes. El GAG, por ejemplo, le parecía un deux ex machina demasiado inverosímil, una herramienta en exceso conveniente para sacar a los héroes de todos los apuros. Pero al final, los gags que con él creaba Greg eran tan divertidos que se avino a dejar las cosas como estaban.
El resultado es, por una parte, una aventura fiel al espíritu de Spirou: ahí tenemos todos sus elementos característicos, como el descubrimiento inesperado de un objeto o persona, el viaje a un lugar exótico, el rescate de alguien preso o desaparecido y una sucesión de giros y gags provocados por el Marsupilami o Fantasio. Spirou se destaca aquí como líder: es él quien convence a los demás de embarcarse en la misión de rescate de Longplaying y quien traza y dirige el plan sin achantarse ni retroceder ante ningún peligro (y, sin embargo, sin caer tampoco en el estereotipo de héroe infalible y estoico).
Por otra parte, Greg y Franquin ofrecen una historia claramente deudora del clima de Guerra Fría que en ese momento se vivía en el planeta, pero sin posicionarse a favor de ninguno de los dos grandes bloques en liza. Rusos, americanos y chinos se enfrentan por la posesión de una tecnología que podría darles la hegemonía mundial, pero Spirou y sus amigos por lo que en realidad luchan es, precisamente, porque no caiga en manos de ninguno de ellos. Como ya había hecho antes en “El Dictador y el Champiñón” y, en menor medida, en “El Viajero del Mesozoico”, Franquin inserta en “El Prisionero del Buda” un mensaje pacifista que, además, ha conseguido sobrevivir en una burbuja de atemporalidad gracias a no mencionar explícitamente naciones ni eventos históricos concretos.
La aportación de Greg se hace patente sobre todo en su nervio para los diálogos, que en otros de sus comics rozaban lo excesivo pero que aquí, gracias al inmenso talento visual de Franquin, nunca llegan a ralentizar la acción. El delicado equilibrio entre las fortalezas de ambos creadores es lo que llevará a la serie a su punto más alto. Greg también contribuye a darle a las aventuras de Spirou un mayor rigor en lo referente a la construcción narrativa. Es por ello que la trama jamás flaquea en ritmo, intensidad y diversión pese a sus sesenta páginas de extensión, permitiendo que cada personaje tenga su momento y alternando y mezclando con precisión el suspense, la acción y el humor.
Gráficamente, la energía de Franquin está intacta y ofrece planchas magníficas gracias a los meticulosos decorados de Jidéhem. El montaje y composición de las escenas es irreprochable y el dinamismo, la fluidez y la elegancia de la línea siguen siendo dignos de un maestro del comic.
La siguiente aventura dentro de la colección de Spirou que firmaría Franquin sería “Tembo Tabú” (1959), pero no aparecería en la revista homónima hasta 1971 y su publicación en álbum se demoraría aún más, hasta 1974, cuando hacía ya años que Franquin se había desentendido del personaje, pasándole el relevo a Fournier. De hecho, criticó negativamente la calidad de esa historia que apareció en un momento difícil de su carrera, que aceptó a regañadientes y que no estuvo a la altura de lo que había llegado a ser Spirou en ese punto de su trayectoria.
Pero primero debemos encuadrar históricamente esta obra. En 1958, Editorial Dupuis firmó un extraño acuerdo con la revista “Le Parisien Libéré”: cada semana, ésta publicaría seis viñetas inéditas de Spirou y Fantasio. La ingenuidad del editor belga fue sorprendente: en aras de obtener una mayor visibilidad en Francia de su personaje estrella, permitió que “Le Parisien Libéré” obtuviera esos comics sin pagar nada por ellos.
Ahora bien, los autores seguirían siendo pagados por Dupuis. Y digo “autores” porque hubo varios. Como ya indiqué más arriba, Franquin estaba saturado de trabajo; tanto que se vio obligado a renunciar a su costumbre de trabajar en solitario y formar un estudio que le ayudara. Teniendo ya a Jidéhem y Greg a bordo, el trabajo adicional que supuso el trato con “Le Parisien Libéré” le animó a dar entrada a Jean Roba, seis años más joven que él. Había trabajado hasta ese momento como jefe creativo de una agencia de publicidad de Bruselas pero la oferta de Franquin le permitió dedicarse íntegramente a los comics, creando poco después, en 1959, “Bill y Bolita”, personajes que pronto se convertirían en imprescindibles dentro de la revista “Spirou”. El círculo se había cerrado: habiendo comenzado él mismo en el estudio de Joseph Gillain alias “Jijé”, Franquin se había convertido en cabeza de uno propio, si bien la relación que habría entre sus componentes sería menos cercana que la que existió entre Jijé, Franquin, Peyo y Morris a finales de los años cuarenta.
Y así, desde 1958 a 1960, Dupuis y el estudio de Franquin suministraron a “Le Parisien Libéré” tres historias previamente inéditas –aunque de menor extensión que un álbum-: “Tembo Tabú”, “Spirou y los Hombres Burbuja” y “Las Miniaturas”.
En la primera de ellas (29 páginas), Spirou, Fantasio, Spip y el Marsupilami viajan a Kwakildila, en África, para buscar al misteriosamente desaparecido escritor Thristywell. En la selva, los protagonistas se topan con unos elefantes rojos que atemorizan a los pigmenos nativos, víctimas además del chantaje de unos bandidos que les obligan a extraer oro.
Se trata de una historia no a la altura de lo que venía siendo la norma en la colección regular pero aún así agradable de leer. Hay que tener en cuenta que fue hecha a seis manos siguiendo un método con el que ninguno de los involucrados estaba todavía familiarizado: Franquin le dio a Greg carta blanca para inventarse el argumento (aunque posiblemente le sugirió una ambientación exótica y la inclusión de los elefantes) y luego él lo desarrollaba visualmente en los exigidos bloques de seis viñetas, dibujando con detalle los personajes, vehículos y elefantes; a continuación Roba se encargaba de los secundarios y la mayor parte de los fondos.
La aventura (un homenaje a “El Corazón de las Tinieblas” de Joseph Conrad) retrocede al espíritu de las primeras peripecias que Franquin dibujó para el personaje y, aunque tiene un guión muy básico y predecible, es moderadamente divertida. Greg demuestra un buen control del ritmo y mantiene a raya su verborrea y, aunque el Marsupilami le estorbaba más que ayudaba, le aporta una nueva característica: es un voraz devorador de hormigas. Visualmente, el binomio Franquin-Roba funciona sorprendentemente bien y su representación de una África estereotipada es magnífica.
La segunda aventura que realizaron Franquin y Roba para “Le Parisien Libéré” fue “Spirou y los Hombres Burbuja” (1959) y Dupuis lo pubicó en álbum (junto a la tercera, “Las Miniaturas”) en 1964 sin serialización previa en la revista “Spirou”.
Para “Los Hombres Burbuja”, Franquin recuperó a un viejo villano, John Helena “La Morena”, el capitán de navío y submarinista que había puesto en apuros a Spirou años atrás en “La Guarida de la Morena”. Parece ser que en 1959, Franquin y sus ayudantes habían realizado algunos dibujos promocionales para un álbum-disco en el que se narraba esa aventura, y ello le dio la idea de volver a ese mundo submarino que tanto le fascinaba.
Así, la historia se abre con una emocionante persecución automovilística en la que John Helena huye de la policía tras haberse fugado de la cárcel. Cuando Spirou, Fantasio y el Conde de Champignac se enteran de la noticia, se imaginan que Helena tratará de utilizar uno de los submarinos diseñados por el sabio en “La Guarida de la Morena” y que nunca apareció tras ser robado, para hacerse con el oro que aún debe estar en la bodega del “Discreto”, el barco que el propio Helena hundió.
Una vez finalizada la acelerada fabricación de un nuevo sumergible, los tres amigos se trasladan al sur, donde son acogidos por un éxcéntrico y acaudalado caballero local, Herbert d´Oups. Pero en sus inmersiones, Spirou tiene extrañas visiones de “hombres burbuja” y el Marsupilami surge del agua –recordemos que es anfibio- en un par de ocasiones portando extraños objetos. Cuando John Helena aparece en la costa, casi en coma y amnésico, se hace evidente que en las profundidades del mar está ocurriendo algo más siniestro de lo que los héroes pensaban.
En “Las Miniaturas”, Franquin flirtea con lo fantástico y sumerge a Spirou en solitario en un thriller cuyo grado de angustia sólo sería igualado en la colección muchos años más tarde por Tome y Janry. La súbita y misteriosa desaparición de Fantasio cuando se dirigía a entrevistar al doctor Solfatare, un coleccionista de miniaturas, lleva a Spirou a iniciar una investigación al respecto.
Un binomio de historias de temática muy diferente pero de calidad más que considerable en las que la sintonía de Franquin y Roba parece absoluta, apenas distinguiéndose la aportación de cada cual.
(Continúa en la siguiente entrada)
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