9 abr 2018

1979- IRON MAN – David Michelinie, John Romita Jr y Bob Layton


En 1979, como parte del giro hacia el lado más oscuro del mundo superhéroico que se estaba produciendo en la Marvel de finales de los setenta y al mismo tiempo que Frank Miller añadía una generosa dosis de violencia y realismo urbano a “Daredevil”, el guionista David Michelinie, el coargumentista y entintador Bob Layton y el dibujante John Romita Jr. insuflaban un tipo diferente de verismo a las páginas de “Iron Man”: convirtieron a su alter ego, el millonario industrial Tony Stark en un alcohólico.



El trío había comenzado su andadura conjunta en la colección del Vengador Dorado en su número 116 (nov 78) y durante esta etapa, que se prolongaría hasta el 153 (dic 81), el superhéroe pasó a ser uno de los personajes más relevantes del elenco Marvel y un gran éxito editorial. Igualmente significativo fue la importancia que adquirió Tony Stark, quien, por primera vez disfrutó de una auténtica personalidad y un recorrido personal con mayor peso dramático que el de los enfrentamientos superheroicos de su alter ego. Ello, a su vez, enriqueció el mundo de las Industrias Stark, aportando una mayor profundidad a ese rincón del Universo Marvel.

Layton y Michelinie habían ya trabajado juntos en DC en “Claw the Unconquered” y “Star Hunters”, estableciendo desde entonces una relación de amistad. Ambos abandonaron DC antes de que esos títulos fueran cancelados en aquella época como parte del gran recorte de catálogo que experimentó la editorial; y ello gracias a una oferta de Jim Shooter, a la sazón nuevo editor en jefe de Marvel, que consistía en elegir uno de tres títulos, todos ellos en la parte más baja de las listas de ventas. Uno era “El Motorista Fantasma”, del segundo ninguno de los dos se acuerda ya; el tercero resultó ser “Iron Man”, que Bob Layton seguía apasionadamente desde hacía años. Michelinie, en cambio, no lo había leído nunca y tan apenas conocía al personaje, pero confió en el criterio de su compañero y se unió a él en este nuevo encargo. Así, Bob Layton
aportó su extenso conocimiento del pasado del personaje mientras que David Michelinie, contagiado por el entusiasmo de aquél, contribuyó con una visión fresca, libre de las posibles cargas del pasado.

Cuando ambos se sentaron para discutir qué debían hacer con el personaje para mejorar la colección, coincidieron en que, además de los mandatorios combates con supervillanos, era necesario introducir una mayor dosis de “realismo” en el personaje, especialmente en lo que se refería a su identidad civil, Tony Stark. Esto pasaba por delinearlo mejor y hacer que se desenvolviera como lo haría una persona de su estatus en el mundo real. Se preguntaron qué es lo que hacía diferente a este personaje respecto a otros del Universo Marvel. La conclusión es que Stark es un hombre de negocios, alguien al frente de una compleja multinacional, una responsabilidad que, sin duda, provocaría más de un dolor de cabeza a cualquiera. Así pues, enfatizaron este aspecto y lo convirtieron en fuente de diversos conflictos personales. Efectivamente, la mayoría de las historias giraban de un modo u otro alrededor de las actividades empresariales e investigadoras de industrias Stark. No era Iron Man quien salía a combatir el crimen y buscar supervillanos sino que eran éstos los que, por la razón que fuese, se infiltraban, saboteaban o atacaban las instalaciones de Stark.

Otro de los rasgos distintivos del superhéroe es, precisamente, que no es “super”. No tiene
ningún poder especial, todas sus capacidades sobrehumanas derivan de su armadura. No le mordió una araña radioactiva ni recibió un baño de rayos gamma. Tony se construyó su propia identidad superheroica a partir de su inteligencia y talento (y fortuna financiera, claro está).

Fruto de ese doble enfoque fue uno de los primeros y más celebrados arcos argumentales de esta etapa: el aclamado “El Demonio en la Botella”. En él, se descubre que SHIELD había estado comprando en secreto acciones de Stark International para apropiarse de ella y utilizarla como su división de armamento. Sin haberlo previsto, Stark se encontraba tratando de neutralizar un “golpe de estado” organizado por su viejo amigo Nick Furia (119); los vecinos lo expulsan de su lujoso apartamento debido a los continuos ataques que sufre (117); y, debido a un perverso plan que incluía la manipulación de su armadura, asesina involuntariamente a un diplomático extranjero, lo que a su vez lleva a confrontaciones con la policía y la confiscación de su armadura (125).

A la pérdida de su legado empresarial y el cuestionamiento de su identidad superheroica se sumaban los inevitables problemas con las mujeres (Madame Masque, Bethany Cabe). Ante problemas y tensiones de esa envergadura, ¿cómo reaccionaría una persona normal? Pues buscando algún tipo de válvula de escape y siendo Stark un playboy millonario de los ochenta, antes de la llegada de la cocaína y el crack, el legal alcohol parecía la salida más lógica (por no hablar de que hacerlo drogadicto hubiera probablemente provocado la reacción del censor Comics Code Authority). De esta forma, Layton y Michelinie presionaron al personaje para provocar un cambio en él, llevarlo a tocar fondo y hacer que, como todo gran héroe, superara las dificultades y emergiera renacido. Hoy es difícil encontrar algún personaje sin traumas, desequilibrios o adicciones, pero en aquel entonces lo que Michelinie y Layton hicieron fue bastante rompedor dentro del género.

En 1971, Stan Lee decidió saltarse las directrices del Comics Code Authority, concretamente las referidas a mostrar o mencionar drogas en los
comic-books, y escribió, a petición de las autoridades sanitarias norteamericanas, tres números de “Amazing Spiderman” en los que se advertía del abuso de esas sustancias, haciendo que un secundario de la colección, viejo amigo de Peter Parker, se enganchara a las pastillas. Ese arco argumental fue un éxito instantáneo y llevó a que el órgano censor de la industria revisara su rígida normativa. DC Comics no tardó en ir un paso más allá. Denny O´Neil y Neal Adams, en la colección “Green Lantern/Green Arrow”, convirtieron al sidekick del segundo, Speedy, en un yonqui de la heroína. Fue un episodio –y una portada- verdaderamente impactantes, pero ese personaje, seamos sinceros, no dejaba de ser un secundario con poca presencia en el Universo DC.

Durante los años siguientes, los guionistas abordaron el tema de las drogas y los traficantes de forma más abierta y en 1979, Michelinie y Layton pensaron que el momento era propicio para ir un poco más allá. ¿Qué pasaría si el adicto no fuera un amigo del héroe, o un compañero de armas, sino el titular de su propia colección, alguien respetado en la comunidad superheroica y, en el mundo real, modelo de figuritas de acción, juguetes y
merchandising diverso? Es más, ¿y si en lugar de drogas ilegales su vicio fuera el perfectamente legal y socialmente aceptado alcohol?

Siendo como era una idea provocativa cuyo desarrollo, además, contenía momentos de gran dureza, los autores no sufrieron ningún tipo de interferencia editorial. No sólo es que los tiempos estuvieran cambiando. En aquel momento, Iron Man no era el personaje popular en que se convertiría más tarde (en buena medida gracias a Michelinie y Layton). No tenía la categoría de Spiderman, el Capitán América o Hulk y ocupaba una posición más discreta tanto en el ranking de ventas como en la percepción de los lectores. Si los autores hubieran intentado convertir en un yonqui a Peter Parker, probablemente Marvel les hubiera parado los pies. Pero estando las cosas en ese punto, Jim Shooter no tuvo ningún problema en que ambos siguieran adelante con su idea en tanto en cuanto el desarrollo
fuera sólido, no cayeran en el mal gusto (por ejemplo, haciendo que Stark se orinase en el lobby de su empresa o vomitara por las esquinas) ni la situación alcanzara un punto en el que el personaje ya no pudiera continuar siendo Iron Man (algo a lo que sí llegaría Denny O´Neil en la etapa siguiente, sumiendo al playboy en un auténtico infierno personal que le incapacitaría para vestir la armadura).

A comienzos de los años ochenta, la idea de una celebridad como Tony Stark cayendo en el alcoholismo hubiera sido carnaza para las revistas de cotilleo. Hoy, en el mundo de la
información global e instantánea, todo el mundo es perfectamente consciente de que los “famosos” suelen sufrir de estrés y, como consecuencia, de dependencias al alcohol o las drogas. Layton y Michelinie comprendieron ya entonces cómo podría reaccionar alguien como Stark, un individuo con grandes poderes gracias a su armadura y una inagotable fortuna, pero que no puede controlar su vida personal. Así, hicieron que Iron Man se convirtiera en su primera válvula de escape, una armadura que le otorgaba anonimato y aislamiento respecto a sus problemas “civiles” por no hablar de experiencias emocionantes (recordemos que entonces nadie sabía quién se escondía tras la armadura). Pero cuando en el curso de la historia ya no puede transformarse en superhéroe (puesto que su equipo le es requisado por las autoridades tras el mencionado fallo que causa la muerte de un diplomático (nº 125, agost 79), empieza a sentir la presión, a desequilibrarse y entregarse a la bebida.

Otro de los aciertos fue lo sutilmente que fue introduciéndose el tema en la trama principal. El lector de la época probablemente no se dio cuenta de hacia dónde la iban dirigiendo los autores. Sí, Stark bebía mucho, pero parecía tan solo una característica propia del personaje, nada más. La atención se ponía sobre todo en las aventuras superheroicas en las que Iron Man peleaba con diferentes villanos, se aliaba con colegas como Namor (nº 120), trataba de resolver el misterio de los fallos de su armadura, profundizaba en su relación sentimental con Bethany Cabe o intentaba detener los intentos de OPA hostil de SHIELD.

Pero las primeras pistas del verdadero peligro habían sido introducidas ya desde el comienzo: en el número 117, durante una fiesta de etiqueta afirma “la
única manera que tengo de salir de esta es con unas copas de champán”. Hacia el nº 120, Stark ya consume cantidades alarmantes de alcohol, hasta cuatro martinis a bordo del avión en el que viaja, justificándose: “Después de todo, bebo por dos hombres”, aludiendo a su segunda identidad como Iron Man. En el nº 123, su amante Bethany Cabe tiene motivos para preocuparse y le dice: “¿No crees que ya has tenido bastante? Necesitas relajarte, pero no podríamos encontrar… otra forma de hacerlo?”. Y, por fin, en el nº 128, Stark no tiene más remedio que enfrentarse a su adicción para averiguar que sus demonios personales son mucho más difíciles de vencer que supervillanos como el Fundidor o Latigazo. La portada de aquel número, a cargo de Bob Layton, ha acabado convirtiéndose en una de las más famosas de la historia de Marvel: en lugar del previsible duelo entre héroe y villano, ofrecía la imagen impactante de un Stark demacrado y sudoroso mirándose con expresión enloquecida al espejo con una botella de whiskey a la derecha y el casco de Iron Man a la izquierda.

Al comenzar el número, en una viñeta página, vemos a Stark vestido con la armadura en su despacho, bañado por luz crepuscular, con la mesa ocupada por botellas, un vaso, alcohol derramado y un periódico con un titular acusatorio. Sosteniendo su casco como si fuera Hamlet, pasa revista a todos sus fracasos mientras busca el valor en el vaso de licor. Tras tres páginas de autocompasión, sale volando destrozando la ventana del despacho –porque había olvidado que estaba cerrada- y se dirige al lugar de un
accidente ferroviario. La ebriedad le hace actuar impulsivamente y empeora la situación. A esas alturas, su agresiva actitud había incluso causado la renuncia del fiel Jarvis, el mayordomo de los Vengadores. Al final, Bethany Cabe tiene que intervenir y le cuenta la trágica historia de su ex marido, un hombre que parecía haber alcanzado el éxito profesional, pero que mantenía a raya el estrés a base de pastillas, una adicción que finalmente lo llevó a la muerte en forma de un accidente automovilístico (si bien este desenlace resultaría no ser del todo cierto, tal y como se revelaría tiempo después, en el número 152). Enfurecida y frustrada, Beth le exige a Tony que se enfrente a su alcoholismo y, tras un tenso momento en el que él a punto está de sucumbir a la botella, el héroe finalmente suplica su ayuda. Durante días, Beth está al lado de Tony, apoyándole en su síndrome de abstinencia. En el clímax de ese número, el protagonista, de nuevo atacado por la tensión, vuelve al bar, pero Beth le ruega que, por él y por los que le rodean, resista la tentación. Si se deja vencer, no sólo perderá su negocio, sino todo lo que le hace una buena persona, incluyendo el amor de ella. Al final, devuelve la botella a la estantería. La última página muestra a Beth conduciendo su deportivo hacia el ocaso; sentado a su lado, Stark dice: “Voy a ganar”.

En la actualidad, los guionistas estirarían todo lo que se condensa en “El Demonio en la Botella” durante meses. Michelinie y Layton demostraron que no era necesario y hoy este episodio en concreto goza de la consideración de clásico del género de superhéroes y punto y aparte en la historia de Iron Man/Tony Stark, un momento dramático que condicionaría y definiría al personaje durante décadas.

Pero la bebida no fue el único recurso que los guionistas utilizaron para añadir profundidad al personaje y su entorno. Otro de sus aciertos fue ampliar el plantel de secundarios que rodeaban a Stark, tanto aliados como enemigos. La colección no tenía en ese momento el necesario entorno de secundarios con los que añadir definición al protagonista, alguien con
quien discutir, compartir opiniones o crear drama. Sí, Iron Man tenía amigos entre los Vengadores, como el Capitán América, pero como Michelinie declaró en una entrevista, ellos preferían centrarse en Tony Stark. Éste y Iron Man eran el mismo personaje y aunque el Capitán América sí interviene –en el número 125, adiestrando a Tony Stark en combate sin armas-, lo que necesitaban los guionistas no eran superhéroes, sino gente “normal” que pudieran relacionarse con Stark en su identidad civil.

¿Qué tipo de personas pueden rodear a un playboy millonario y empresario como Stark? Pues, desde luego, alguien que lo lleve a los sitios, un piloto. Y aquí es donde entra una de las mejores y más longevas adiciones a la colección: Jim Rhodes, presentado en el nº 118 (enero 79), muy al comienzo de la etapa de Michelinie y Layton, y que pronto se convirtió en alguien
en quien Stark podía confiar hasta el punto de revelarle su auténtica identidad. No sólo eso: Rhodes, antiguo marine que había servido en Vietnam, llegó a intervenir regularmente en la acción para ayudar a su jefe y amigo. Años más tarde, sería quien asumiera la armadura de Iron Man cuando Stark se viera incapacitado para ello y, más adelante, la identidad de Máquina de Guerra.

También sería de utilidad una secretaria ejecutiva, pero no la tópica mujer de curvas irresistibles, sino una señora madura inmune a los encantos de Stark. Y ésta resultó ser la señora Arbogast, presentada en aquel mismo episodio nº 118. Eficaz, temperamental y resolutiva, no tiene problemas en decir lo que piensa y hacer lo que debe.

El principal villano de esta etapa, Justin Hammer, fue también producto de la necesidad. “Iron
Man” era una serie repleta de supervillanos ineptos que ni siquiera podían robar un banco, pero eso sí, portadores de sofisticados ingenios tecnológicos. Algunos de esos individuos eran claramente estúpidos y jamás podrían haberse fabricado semejante armamento, así que Michelinie y Layton dieron con una solución en la figura de Justin Hammer. Es un villano, pero no se mancha las manos. Financia a otros en sus delitos y crímenes y se lleva una parte de las ganancias. Era una solución ingeniosa que venía a llenar un hueco del Universo Marvel. Además y de alguna forma, era una especie de “contrapartida oscura” de Stark, un inteligente hombre de negocios que vive recluido y dirige sus actividades en la clandestinidad.

El otro personaje femenino relevante de esta etapa (además de la mencionada señora Arbogast)
es Bethany Cabe, a la que Stark conoce en el curso de una fiesta en el nº 117. Esta atractiva pelirroja de fuerte carácter y especialista en seguridad, será una pieza clave en la superación del alcoholismo de Stark, si bien acabará desvaneciéndose de la colección en los últimos números de Michelinie y Romita tras revelarse que no todo lo que se sabía de su pasado era cierto.

En una historia en dos partes serializada en los “Marvel Premiere” nº 47 y 48 (abril-mayo 79), Michelinie y Layton (con dibujos de John Byrne) presentaron una nueva versión del Hombre Hormiga: Scott Lang, antiguo ladrón ahora reformado –no un hombre injustamente acusado por un crimen que no cometió, sino un auténtico delincuente- que hereda el traje y gas reductor originalmente utilizados por Henry Pym, miembro fundador de los Vengadores. Aunque Lang no recibió su propia serie tras esta presentación, Michelinie y Layton lo introdujeron en la colección de “Iron Man” en el número 125 (agosto 79) como ingeniero de Industrias Stark. Sería un personaje secundario regular de esta colección, llegando incluso a protagonizar números de la misma casi en solitario, como el 133 o el 151.

Ambos guionistas introdujeron también, siempre cuando la historia lo requirió y no por mero exhibicionismo creativo, nuevos y vistosos diseños de la armadura de Iron Man. Es el caso, por ejemplo, del nº 142, en el que se presenta una fabricada expresamente para salir al espacio; o el 152, con una armadura
negra de infiltración. No sólo le proporcionaron al personaje mayor variedad visual, verosimilitud y capacidades específicas de combate, sino que se correspondía con lo que en realidad hubiera hecho alguien de mente inquieta, autoexigente y brillante como Stark. Bob Layton, un gran aficionado al automovilismo desde su infancia, fue quien se encargó de dibujar esas armaduras diseñadas para propósitos específicos, dotándolas además de esos brillos y reflejos tan llamativos que, por primera vez, les daban una apariencia auténticamente metálica. En años posteriores, esta idea se utilizaría tantas veces y de formas tan ridículas que caería en la autoparodia, como es el caso de la “Legión de Hierro”, presentada a comienzos de los noventa y compuesta por todos aquellos secundarios que alguna vez conocieron la identidad secreta de Iron Man, cada uno vistiendo una armadura diferente. Para entonces, todo lo que pudiera haber hecho de Iron Man un personaje único, se había disuelto.

Quizá merezca la pena destacar por el lugar que ocupa en el corazón de muchos aficionados el
arco argumental que enfrentó a Iron Man con el Doctor Muerte en el marco geográfico y temporal del Camelot del Rey Arturo (nº 149-150, agosto-sept 1981). La idea provino de Layton, gran amante de la mitología artúrica. En sus periódicas reuniones con Michelinie para bosquejar los guiones, solía hacer referencia a que veía a Stark como un moderno Arturo y a la Stark International como su Camelot. En su infancia, solía imaginar historias de Iron Man ambientadas en los días del Rey Arturo. Ahora era el momento de cumplir sus fantasías. Y para hacerlo escogió a otro personaje Marvel embutido en una armadura, el Doctor Muerte, que para Layton siempre debiera haber sido un villano de Iron Man.

Muchos fans consideran esta historia la quintaesencia de este superhéroe y, desde luego, es un
arco muy entretenido, magníficamente dibujado y con una interesante dinámica entre héroe y villano en la que Muerte, aunque respeta –casi- como un igual a Stark por su inteligencia, desprecia a Iron Man como un simple lacayo al que dispensa el trato correspondiente. Ambos se verán atrapados en el juego de intrigas y poder urdido por Morgana LeFay contra su hermanastro Arturo.

También dignos de recordar son los números con Hulk (131-132), donde los intentos de Stark por ayudar a Banner acaban teniendo unas consecuencias imprevisibles; el ya mencionado 133, en el que Ant-Man realiza un viaje al interior de la armadura de Iron Man para tratar de salvarle la vida y que es un homenaje al ya clásico nº 93 (nov.1971) de Los Vengadores, en el que su predecesor, Henry Pym, hacía lo mismo por el interior del cuerpo androide de la Visión.

John Romita Jr., a instancias del guionista Bill Mantlo –que entonces escribía la colección- se ocupó del apartado gráfico desde el nº 115 hasta el 128 (con dos excepciones, el 118, dibujado por John Byrne; y el 122, un fill-in contando de nuevo el origen del héroe dibujado por Carmine Infantino) para ser sustituido por Sal Buscema (129), Bob Layton (130) y, con algo más de estabilidad, el igualmente novato Jerry Bingham (131-135). El 136, un fill-in desconectado de las tramas que venían desarrollándose, lo dibujó Alan Weiss. Bob Layton se encargó de los tres siguientes episodios hasta que en ya en el 142, un algo más maduro Romita regresa para convertirse en el dibujante regular de la colección y el más identificado con la misma.

Fue este el primer trabajo de importancia para Romita en Marvel, pero aunque era el hijo de una auténtica leyenda de la editorial, su entrada en “Iron Man” no fue fruto del nepotismo. Todo lo contrario: tuvo que ganarse a pulso el encargo. Se pasó dieciocho meses ejerciendo de ayudante de producción, haciendo fotocopias y correcciones de dibujo y realizando portadas e ilustraciones para la Marvel británica. Durante este tiempo, le dejaron dibujar una historia de complemento de seis páginas para el Anual nº 11 de “Amazing
Spiderman” (1977). Habiendo completado satisfactoriamente ese peaje de iniciación, le dejaron dibujar su primer número entero, el “Iron Man” 115 (oct.78) que, con guión de Bill Mantlo, fue el inmediatamente anterior a la entrada de Michelinie y Layton.

A los 22 años, aún trataba de encontrar su propio estilo, demostrando lo que había aprendido de su insigne padre. Aunque su manejo de las figuras, la anatomía y las proporciones es irregular, puede apreciarse claramente en cada número su evolución hacia la madurez. Supo aprovecharse de los puntos fuertes de Layton como entintador y se concentró principalmente en la narrativa, dejándole a éste el embellecimiento y terminado de las viñetas. Así, Layton utilizó referencias como revistas de moda o de electrónica para dar vida, realismo y actualidad a los fondos. Fue una colaboración tan satisfactoria que gracias a su recuerdo Romita acabó, como he dicho, volviendo a la colección algún tiempo después de abandonarla por primera vez.

Jerry Bingham fue el segundo dibujante en importancia en esta etapa. Había empezado su carrera profesional tan solo un año y medio antes en DC, así que, como Romita, era un recién llegado. Sin embargo, su dibujo y su narrativa no eran tan buenos como los de éste. Bingham mejoraría bastante en los años venideros (su trabajo para la novela gráfica “Batman: Hijo del Demonio”, de 1987, pasa por ser una de las obras más relevantes de ese personaje), pero en este punto, no podía hacer sombra a Romita. De todas formas, hay que decir que no se sintió una gran ruptura con el estilo impreso inicialmente por Romita y ello fue debido a Bob Layton, quien tenía una idea muy clara de cómo debía ser el apartado visual de Iron Man. Layton nunca fue un gran dibujante y sus figuras jamás consiguieron escapar de la rigidez anatómica, pero como entintador, su característico estilo homogenizó a los diferentes artistas que pasaron durante toda su andadura con Michelinie. Esa coherencia no sólo gráfica sino argumental, fue sin duda uno de los factores que ayudaron a mejorar considerablemente las ventas.

Pero todo tiene que llegar a su fin. Durante tres años, al tiempo que aportaba ideas para
guiones y colaboraba con Michelinie en trazar el recorrido general de la serie, Layton aprendió el oficio de guionista y decidió que había llegado el momento de hacer lo que deseaba desde el principio: crear algo en solitario. Aunque “Iron Man” tenía sus puntos de humor, el núcleo de la serie era esencialmente dramático, a veces rozando incluso la tragedia. Layton quería realizar algo mucho más orientado hacia la comedia y sus aspiraciones e ideas cristalizarían en una de las primeras miniseries de Marvel: “Hércules” (sept-dic 82), comic que escribiría, dibujaría y entintaría. Su éxito propiciaría la publicación de una secuela en 1984 y una novela gráfica en 1988.

Así, el último número en el que aparece acreditado como coguionista es el 153 (dic. 81). David Michelinie seguiría escribiendo los guiones ya en solitario hasta el número 157 (abril 82), si bien Romita se fue un episodio antes. Para Michelinie ya no resultaba tan divertido sin la colaboración de su compañero y, en vez de seguir escribiendo una colección por inercia y sobre la que ya tenía poco nuevo que contar, decidió marcharse también.

Años después, cuando la colección cayó otra vez en el estancamiento, el editor Mark Gruenwald contactó de nuevo con ellos y les ofreció reunirse para regresar a la colección. Habían pasado muchas cosas desde entonces en el mundo de Stark/Iron Man: nueva y profunda crisis de alcoholismo, pérdida de la empresa, Jim Rhodes asumiendo la identidad de Iron Man y presentación de una nueva armadura roja y blanca cuando Stark retoma su yo superheroico. Por cierto, que este diseño lo realizó en su momento Bob Layton a petición de Gruenwald inspirándose en la estética samurái. Fue un encargo no del gusto de Layton, que entendía que conforme la tecnología progresa, las líneas se suavizan y el tamaño se minimiza, por lo que un regreso a algo más voluminoso y de formas agudas como era aquella armadura roja y blanca le parecía innecesario e incoherente.

Esta segunda etapa abarcó desde el número 215 (dic 1987) hasta el 250 (dic.1989), incluyendo la también celebrada “Guerra de las Armaduras (nº 225-231). No voy a extenderme demasiado sobre ello, primero por no alargar más este artículo y, segundo, porque este retorno no tiene la misma
categoría ni importancia para Marvel y el género de los superhéroes que la primera. Tampoco tuvieron ahora los guionistas el apoyo gráfico de alguien de la talla de Romita y los lectores hubieron de conformarse con un mediocre Mark Bright y un Jackson Guice que, aunque aceptable, no hacía olvidar la etapa anterior.

Michelinie, Layton y Romita formaron parte de la tercera generación de autores de comic-book de superhéroes que se ocuparon de impulsar a Marvel durante los ochenta y que, en su mayor parte, firmaron trabajos honestos y sólidos aunque no particularmente geniales (las excepciones fueron gente como Frank Miller, John Byrne o, ya años después, el propio Romita). Pero a veces, en esa “cadena de montaje” de tebeos que era la Marvel de Jim Shooter, en la que se producían tebeos como salchichas, tenía lugar una inesperada mutación con la forma de un clásico instantáneo. En el caso de Michelinie y Layton fue “El Demonio en la Botella”, un recordatorio actualizado del tipo de realismo que Stan Lee y Steve Ditko trataron de introducir en sus comics en los sesenta.

Pero aunque fue ese número en particular uno de los que marcó la Marvel de los ochenta, el resto de su producción para “Iron Man” en esta etapa no baja mucho de calidad. Son historias de superhéroes muy entretenidas con tramas, acción y personajes con gancho. De hecho, las subtramas suelen revestir más intriga e interés que las escenas centrales de acción, bien realizadas pero poco novedosas. Y es que el problema de Iron Man es que es demasiado poderoso; siempre tiene algún artilugio en su armadura adecuado para cada crisis, lo que lleva a resoluciones simplonas de las historias. El resultado es que es un personaje más interesante en su identidad civil que superheróica…siempre y cuando los guionistas sepan encauzarlo bien.

En resumen, a pesar de que los momentos de pura acción son un tanto simples, toda esta etapa, y especialmente a partir del nº 123, constituye una lectura entretenida que mezcla el puro escapismo con temas más serios y una buena caracterización. Para aficionados al género superheroico en su vertiente clásica.


1 comentario:

  1. Que buena reseña esta de Iron Man, quería empezar a leer algo clásico de Iron Man y esto me ayuda para empezar con esta etapa de Michelinie.
    Gracias por este contenido.

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