2 feb 2020

1996- LA ASCENSIÓN DEL GRAN MAL – EPILÉPTICO - David B


Todos valoramos el control; y, sobre todo, el autocontrol. Los niños tienen berrinches y pataletas cuando se les niega el control sobre un mundo que se mueve sin escuchar sus caprichos. A menudo, se describe el terror asociado a la violación no tanto como repulsión al contacto físico como ira, aversión e indefensión ante la negación al control sobre el propio cuerpo. Determinismo y destino son conceptos que nos inquietan o repelen por su insensible indiferencia a nuestros deseos, al control que queremos ejercer sobre nuestro futuro. El control lo es todo para nosotros.

Por eso tiene todo el sentido que “Epiléptico”, la autobiografía en viñetas de alguien que ha vivido con una víctima de la enfermedad que le da título, pueda entenderse como un canto al control. Porque ejercerlo sobre el paciente y su dolencia es imposible y, sin embargo, luchan desesperadamente por conseguirlo.



Nacido Pierre-François Beauchard, David B, fue miembro fundador de la editorial vanguardista “La Asociación” (1990), que dominó y revolucionó el ámbito del comic alternativo francés en la década de los noventa y primeros dos mil. El autor creció en una pequeña ciudad francesa cercana a Orleans durante los años sesenta, segundo hijo de dos profesores de dibujo de creencias eclécticas. Los padres de Pierre-François, su hermano mayor Jean-Christophe y su hermana pequeña Florence, eran buenas personas, atentos con sus hijos, a los que leían cuentos antes de dormir y que iban a misa todos los domingos. Era una familia feliz…hasta que, a los siete años, Jean-Christophe manifiesta por primera vez epilepsia y empieza a tener recurrentes y graves ataques.

Pues bien, la forma en que él y su familia vivieron la epilepsia del niño primero y adulto después, es lo que David B nos cuenta en este comic, publicado originalmente como “La Ascensión del Gran Mal” (nombre que se daba antiguamente en francés a esa enfermedad) en forma de seis álbumes publicados por “La Asociación” entre 1996 y 2003 y recopilados después en un solo volumen bajo el título menos poético y sutil de “Epiléptico”.

La epilepsia, poco a poco, como un no deseado sexto miembro de la familia, se apodera de la energía de todos sus componentes y consume su alma. Cualquiera que haya sufrido de esa dolencia o que tenga algún familiar o amigo relacionado con ella, reconocerá lo que viene después. Los padres de Pierre-Françoise empiezan buscando ayuda en la medicina occidental, psiquiatras y neurólogos. Pero ante la falta de resultados y el trato que recibe su hijo (más como un espécimen de laboratorio que como un ser humano), buscan cura y alivio en el extrarradio de la ciencia oficial y la religión mayoritaria, en la forma de un amplio catálogo de terapias alternativas y progresivamente más estrafalarias, desde la macrobiótica al espiritismo pasando por los rosacruces, la iglesia Swedenborgiana, el vudú, la antroposofía, la antipsiquiatría o curanderos, milagreros y charlatanes de diferente calaña. Algunos de esos métodos parecen funcionar al principio, pero dejan de ser efectivos a no mucho tardar. La dinámica familiar acaba convirtiéndose en un tortuoso círculo vicioso en el que se suceden la búsqueda, prueba y abandono de una larga cadena de gurús; un carrusel de esperanza y desilusión que corroe el ánimo de todos sus miembros.

Conforme van pasando los años, Jean-François, intentando lidiar con esa difícil situación
emocional, va creándose un universo interior que le permite dar sentido a su mundo y, al mismo tiempo, brindarle un escape a la devastadora realidad de esa enfermedad incurable. Sueña con tener una infancia normal, pero esos sueños se metamorfosean en visiones demoniacas y sangrientas que representan su lucha interior por asimilar sus sentimientos hacia su hermano. Se obsesiona dibujando grandes escenas de batalla, le fascinan los conquistadores como Gengis Khan, luego pasa a los monstruos nocturnos, los amigos imaginarios, las conspiraciones… todo ello plasmado con una rica iconografía e imaginación a raudales. Bestias fantásticas y criaturas oscuras pueblan los márgenes de los acontecimientos reales que se nos van narrando, a veces incluso saltando a escena de forma figurada. Perdido en sus historias de golems, hombres-pájaro y esqueletos danzantes, Jean-François se escudó de la deprimente condición mental de su hermano.

Pierre-François estuvo preocupado por la guerra desde que era un niño, encontrando placer y evasión en las narraciones de guerreros matándose entre sí en el fragor de batallas multitudinarias. Aunque el dibujo de estas historias empezó siendo una experiencia compartida
con su hermano, la discordia pronto los separó. Discordia creativa pero también ideológica (a Jean-Christophe le fascinaban los nazis y Adolf Hitler mientras que Pierre François abraza la causa judía) e intelectual (el mayor, acosado por la enfermedad, acaba retrasándose respecto al menor). Ambos estaban atrapados en un combate el uno contra el otro y cada cual, además y simultáneamente, libraba en solitario sus propias y personales batallas contra la desesperación. Los dos sentían rabia por la situación que vivían, pero la expresaban de formas diferentes. Jean-Christophe cayendo presa de sus ataques incapacitantes, mientras que la afición por el dibujo de Pierre-François tiene la fuerza de una obsesión. La obvia interpretación psicológica es que canalizaba sus emociones negativas a través del dibujo dado que era incapaz de mostrarlas directamente ante su familia.

En un momento dado, el autor averigua la horrenda experiencia de su abuelo en la Primera Guerra Mundial y en una de las secuencias más poderosas del comic, se nos van contando las terribles matanzas que tuvo que presenciar. La madre de Pierre-François le pregunta: “¿Por qué estás tan decidido a contar esas historias sobre tus antepasados? No tienen nada que ver con tu hermano, no?”, a lo que él responde: “¡Son
importantes! Nuestros ancestros estaban atrapados en una lucha constante por escapar de su miseria!”.

Esta emotiva y poderosa autobiografía no se ahorra ningún golpe ni sinsabor y David B se retrata a sí mismo y a sus seres queridos con una sinceridad brutal en un carrusel de emociones en el que se alternan la frustración, la ira, la confusión y la tristeza. No tiene inconveniente en presentarse a él y a sus allegados como seres falibles e incluso mezquinos. Los padres, llevados por la desesperación y a pesar de ser personas ilustradas, caen presas de la credulidad y la falta de espíritu crítico. Sus esfuerzos entran de lleno en lo ridículo y lo patético, aunque hay que ser benevolente y entender los extremos a los que llegará cualquier padre por ayudar a su hijo, agarrándose cuantas veces sea necesario a clavos ardiendo. Las comunidades “utópicas” en las que van recalando están llenas de inadaptados, perdedores y trastornados. Los intelectuales y gurús sólo quieren tener sexo con sus acólitos. Y el propio Pierre-François, liberando su frustración e ira infantiles, maltrata y tortura a su hermano provocándole ataques.

Jean-Christophe, que indudablemente es una víctima de su enfermedad, tampoco hace nada para ayudarse a sí mismo, Al principio, aun siendo un niño, lucha; pero la vida sin control resulta ser demasiado dura para él y se rinde al monstruo que le persigue, convirtiéndose en una criatura patética. No es que deje de ser humano, pero sí que al final esto no importa demasiado. Se abandona a la ira, la pereza y la paranoia. Dado que no puede controlar su propia vida y que se ha convertido en una carga para quienes más le quieren, ejercita en su beneficio el poco control que posee sobre ellos, absorbiendo toda su atención, conformándose con ser el enfermo al que hay que cuidar y tiranizando y arrastrando a toda la familia en su desgracia.

Esa situación hace de la ira de Pierre-François –que un momento dado llega incluso a considerar asesinar a su hermano- resulte perfectamente comprensible aunque no por ello sea menos perturbador. También se reproducen con total honestidad las discusiones del autor con sus padres respecto a lo adecuado de revelar ciertos pasajes de la historia familiar y la preocupación respecto a cómo otros miembros de la misma los interpretarán.

La trama principal, la de la enfermedad y sus consecuencias, es muy potente en sí misma. Pero
lo que sitúa a “Epiléptico” por encima de otras autobiografías –y especialmente las que se centran en enfermedades, como las posteriores “Píldoras Azules” (2001), “Arrugas” (2007), “Psiquiátrico” (2009) o “Majareta” (2012) - son las fascinantes desviaciones que hace el autor para tratar otros temas o personajes. Se nos narran, por ejemplo, las historias de los antepasados familiares de una y otra rama; se explican las dietas macrobióticas, el funcionamiento de las comunas o las filosofías y métodos que defienden diversas terapias alternativas y creencias de lo más extrañas; la historia de otros personajes ajenos a la familia, los mencionados recuerdos del abuelo en la Primera Guerra Mundial o los del guionista Jacques Lob sobre la Guerra de Argelia…

Cuando, ya en el último tercio del comic, Pierre-Françoise se independiza, la enfermedad de su hermano toma un papel más secundario al perder ambos contacto cotidiano, y pasa a centrarse en cómo aquél inicia su carrera profesional e integra en ella sus obsesiones, afronta dificultades y soledad, conoce a una joven con la que inicia una vida en común, descubre su esterilidad y la
pareja se embarca en un largo y frustrante proceso de inseminación que desembocará en ruptura…Las periódicas reuniones familiares, no obstante, vuelven a traer a la palestra a un Jean-Christophe cada vez más violento y cómodo en su papel de víctima, un hermano con el que ya nada tiene en común, que se ha convertido en un extraño del que desea librarse.

Hay quien puede encontrar este libro muy pesimista y oscuro en cuanto a crónica de la vida y destino de un epiléptico. Una vez que se hace evidente que Jean-Christophe ya no puede seguir viviendo en casa, el narrador se lamenta: “Su enfermedad lo ha alcanzado. Se ha convertido en un minusválido condenado a vivir en un universo de minusválidos”. Ciertamente, esto no debe entenderse como una certeza respecto a que gente con este tipo de dolencias no puedan participar con normalidad en la vida social, sino como la forma que tenía de ver la situación Jean-François en ese momento y, probablemente, la opinión de la mayoría de la gente en aquella época, los años setenta, cuando la epilepsia era una enfermedad apenas mejor entendida que en la Edad Media, considerada una forma de locura y contempladas sus víctimas con rechazo e incomodidad.

También hay que recordar que la obra no tiene un espíritu didáctico ni ilustra demasiado
respecto a la naturaleza de la epilepsia, sino que es un relato subjetivo y muy personal sobre un recorrido vital. De hecho, aunque la enfermedad de Jean-Christophe sea el motor y centro de la historia, él y su mente permanecen siendo un misterio hasta el final. “Epiléptico” es, en cambio, el viaje catártico mediante el cual David B puede librarse de los sueños, pesadillas y cinismo que le habían acompañado hasta ese momento. Y, sobre todo, es la forma en la que, por fin, puede tomar el control de su vida y sus recuerdos, asumiendo la inefable realidad: que hay cosas sobre las que jamás tendrá ningún poder.

Como he dicho, “Epiléptico” es una obra ecléctica, densa y que toca múltiples temas haciendo continuos desvíos respecto a la sencilla y lineal trama principal. Aunque nunca resulta confusa ni fragmentada, sí puede ser desconcertante por su salvaje heterodoxia y ambición. Y precisamente lo que le da coherencia al conjunto es su magnífico dibujo, quizá no muy atractivo a primera vista, pero que una vez se inicia la lectura, resulta ser absolutamente adecuado para una historia subjetiva y profundamente emocional como es esta.

Dibujada en blanco y negro muy contrastado, con un estilo aparentemente sencillo y caricaturesco a base de trazos gruesos y grandes masas oscuras, pero de gran energía y enorme plasticidad, David B demuestra en sus páginas ser capaz de representar cualquier cosa, emoción y momento, por muy abstracto y complejo que sean la idea o el concepto, encarnando lo intangible y dando forma a lo desconocido. Entre los muchos recursos gráficos y narrativos que utiliza, desde lo más convencional a lo más arriesgado, la metáfora visual es particularmente importante y omnipresente, dando literalidad a ciertas expresiones del lenguaje, por ejemplo; o representando la enfermedad de su hermano como un dragón fantasmal que lo rodea o atraviesa; o a varios de los personajes como animales. Cuando, llegada la adolescencia, Jean-Christophe es internado en un centro para discapacitados mentales y su madre llora la pérdida de su hijo y la muerte de su padre, las viñetas pasan a estar dominadas por imágenes relacionadas con la muerte, como calaveras y esqueletos.

Siempre puede determinarse, a tenor de la forma en que están dibujados, si tal o cual personaje
es del agrado de David B. o no. Cuanto más exageradas sean sus facciones, más intensos serán sus sentimientos y recuerdos de él. Es el caso del Maestro N, un gurú japonés por el que el autor parece sentir un gran respeto al dibujarlo como un venerable individuo felino. El Maestro N enseñó a la familia de Jean-François una forma mejor de vida y consiguió durante un tiempo detener los ataques de Jean-Christophe gracias a la utilización de una dieta especial, masajes, acupuntura, etc.

Asumiendo una libertad total, el autor incorpora estilos artísticos históricos para representar las batallas que tanto le interesaban en su niñez, imaginería oriental para reflejar conceptos espirituales, o africana para la magia y lo desconocido. Muchas viñetas están repletas de tótems, arcanos y símbolos tomados de ideologías absurdas y caminos esotéricos sin salida, dispuestos con un caos solo aparente, porque una mirada más atenta descubrirá lo cuidadosamente que están dispuestos todos los elementos de la viñeta –figuras, líneas y masas de blanco y negro- para alcanzar una composición de perfecto equilibrio y significado.

Por otra parte, algunos de los segmentos del último tercio de la obra están dedicados a trasladar los intranquilos sueños del autor, sucesores en su simbolismo de los amigos imaginarios y las fantasías bélicas infantiles, si bien nunca llegan a causar en el lector la misma perturbación que la forma en que veía el mundo real durante su infancia.

Dado el dilatado periodo de tiempo durante el que fue publicado en forma de álbumes, es natural que el dibujo acuse una evolución que responde tanto al progreso del propio autor y la cambiante perspectiva sobre su obra como a la transformación y progresivo oscurecimiento de la vida de los personajes. Esto ocurre sobre todo al final, quizá porque entre el quinto y el sexto álbum transcurrieron nada menos que tres años. Así, cuando Pierre-Françoise asume por fin la condición de su hermano, deja de verlo como lo que imagina que es para percibir su auténtica realidad física: un hombre obeso, hinchado, cubierto de cicatrices y de mirada perdida. Al mismo tiempo, el trazo se suelta y la mancha cobra mayor importancia que la línea simultáneamente a la adopción de un enfoque más fantasioso u onírico que realista.

“Epiléptico” es muchas cosas. Uno de los más influyentes y mejores retratos que puedan
encontrarse en viñetas de una familia sometida a la presión y la carga de una enfermedad incurable e intratable. Un análisis agudo y lúcido de lo que significa convivir con ella cuando alguien cercano y querido la sufre, de cómo afecta al carácter, a la forma de ver el mundo y relacionarse con él y con otras personas; y cómo, ante la posibilidad de ver aniquilada la propia identidad y resistencia mental, la expresión artística puede ser una defensa providencial y efectiva. Una pesadilla familiar retratada con dureza y sensibilidad, honestidad y ningún romanticismo. Un memorable conjunto de imágenes brillantes que, mezclando fantasía y realidad, cuajan en una exploración inteligente de las consecuencias anímicas de una enfermedad mental crónica, abordando por el camino muchos otros temas personales y familiares. Y también es, sin duda, un comic sobre una vida, un comic sobre la Vida y el comic definitorio de una vida, ésta última artística.

“Epiléptico” es un comic exigente con el lector en términos de tiempo, esfuerzo y complicidad; un comic que no busca agradar en su desarrollo ni en su conclusión; pero también un comic imprescindible para todo aquel interesado en el mundo de las viñetas y de lo que la narración con imágenes es capaz de lograr utilizando herramientas propias a las que no pueden acceder ni la literatura ni el cine.


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