15 oct 2019

LOS CUATRO FANTÁSTICOS EN LOS SESENTA (17)


(Viene de la entrada anterior)

Tras el número 54 (septiembre 66), hubo un entendimiento tácito por parte de los lectores de que la Antorcha, como dijimos antes, había abandonado sus estudios en el Metro College. Ahora se dedicaría a buscar a Crystal en compañía de Wyatt Wingfoot. Era un cliché cultural de los sesenta: interrumpir los estudios y emprender un viaje; pero pasado por el tamiz de Kirby, claro. Así, Johnny y Wyatt sustituirían el habitual coche americano por el sofisticado vehículo que les regala T´Challa y en vez de conducir hasta Tijuana, visitan parajes perdidos, remotos y laberínticos habitados por seres grotescos. Después de esto, Johnny ya nunca regresó al colegio. ¿Quién lo hubiera hecho?


En medio de todos estos espectáculos cósmicos y dioses galácticos, uno podría pensar que la serie abandonaría su antigua tradición de enraizarse en la realidad. Pero eso nunca llegó a suceder. Ese número 54 se abría con un partido de beisbol. Ben tenía problemas para aparcar su ciclo-jet; Reed utilizaba su genio científico para construir un lavavajillas; Johnny y Wyatt encontraban tiempo para beber café de sus termos mientras buscaban a Crystal; y Sue diseñaría un uniforme con minifalda para atraer la atención de su siempre distraído esposo. Estos momentos familiares, entrañables, le seguían dando a los Cuatro Fantásticos una cercanía y humanidad que los lectores identificaban como verosimilitud y autenticidad. Era una acertada yuxtaposición de lo cotidiano y el increíble mundo de los superhéroes.

Lo que pasó a continuación no tuvo precedentes. Dos meses atrás, Lee y Kirby habían experimentado brevemente con una narración secundaria, llevando la acción del Edificio Baxter a las vivencias estudiantiles de Johnny en el Metro College. Ahora ambos creadores tenían mayores ambiciones. Los intentos de Goodman de ampliar su línea entre 1966 y 1967 exigían que Jack y Stan mantuvieran vivos y en un lugar bien destacado a los personajes secundarios de Los Cuatro Fantásticos con el fin de promocionarlos hasta que llegara el momento de darles una
colección propia. Por tanto, empezaron a recurrir de forma regular a la Pantera Negra, Silver Surfer, Wyatt Wingfoot y el Vigilante; y a tejer narraciones que implicaban a todos esos personajes y que se alargaban durante meses. El número 55 (octubre 66), por ejemplo, no es sino una larga pelea entre La Cosa y Silver Surfer debido al típico malentendido suscitado por los celos del primero. Su choque venía intercalado por escenas en las que Wyatt y Johnny eran acechados en las montañas del Himalaya por una misteriosa criatura que resultaba ser Mandíbulas, uno de los Inhumanos.

Comenzando en el número 54, Lee y Kirby transformaron a los Cuatro Fantásticos en una saga a tres bandas cuyos pilares eran Reed, Sue y Ben en Nueva York, los Inhumanos en el Gran Refugio y Johnny y Wyatt en el curso de su viaje; ésta última aventura formando el nexo de unión entre las otras dos líneas narrativas. Este enfoque fue completamente nuevo en el ámbito del comic book. En la historia de este formato no se había intentado antes nada tan ambicioso. Una cosa era dar vida a todos aquellos personajes, pero otra era desarrollarlos, integrarlos y hacerlos desempeñar papeles relevantes en una estructura narrativa de complejidad creciente. Ninguna otra serie de superhéroes había gozado anteriormente de un catálogo de personajes tan variopinto y asombroso.

Pero este nuevo experimento también tenía sus inconvenientes. La queja principal era que
ahora los 4F parecían unos personajes más en su propia revista en lugar de los protagonistas absolutos. Aparte de esto, se había convertido en una tarea harto difícil para cualquier recién llegado el comprender inmediatamente todo lo que allí estaba sucediendo, quién era cada cuál, de dónde venía y qué pretendía.

Además, de vez en cuando, todas esas líneas narrativas tendían a sobrecargar la capacidad de un siempre atareado Stan Lee. Éste nunca recordaba si la gran cúpula que aprisionaba a los Inhumanos estaba localizada en el Himalaya o en los Andes. Algunas veces la llamaba Gran Barrera, otras se refería a ella como Zona Negativa o Barrera Negativa. Pistas, detalles o presentaciones de nuevas líneas narrativas nunca llegaban a cuajar o resolverse. Por ejemplo, en el número 54 vemos a Gorgon tratando de engañar a un enloquecido Maximus para que invente un artefacto que destruya la Gran Barrera. Antes de trasladar la acción a Los Cuatro Fantásticos, Medusa tiene un dramático pensamiento: “Lo hará? ¿O está demasiado loco? Todo depende de lo que pase a continuación”. Pues bien, a continuación no pasó nada. La siguiente ocasión en la que vemos a Maximus será modificando alegremente el aparato respirador de Tritón. Kirby tendía a olvidar estos detalles y Stan Lee, en su papel de editor, los pasaba por alto.

Pero a pesar de las ocasionales meteduras de pata, este periodo de los 4F que comprende los números 54 al 60, sintetizó todo el potencial que Los Cuatro Fantásticos habían estado prometiendo desde el primer día.

El número 56 (noviembre 196) fue el primero en el que los créditos anunciaban: “Producido por Stan Lee y Jack Kirby” en lugar de asignarle a cada cual la tarea de guionista e ilustrador respectivamente. Esto se hizo a solicitud del propio Kirby, que quería hacer público de forma expresa su participación en el desarrollo argumental de las historias. Inexplicablemente, Stan aún se negaba a otorgar a su colega la acreditación de guionista aun cuando sí se lo había concedido a otro dibujante, Jim Steranko, que llevaba sólo cuatro meses en Marvel, en el serial de “Nick Furia” publicado en la cabecera “Strange Tales”.

Es extraño que el villano Klaw sólo apareciera en un número de los Cuatro Fantásticos de Lee y Kirby. Habida cuenta de las dificultades que tenían para encontrar nuevos villanos a la altura de los 4F, uno podría pensar que este “Amo del Sonido” sería un mejor candidato que el retorno de, digamos, el Hombre Topo. Al final del nº 53, Klaw se había zambullido en el núcleo de su convertidor sónico, alterando de esta forma la estructura más íntima de su cuerpo. Desde ese momento, no habíamos sabido nada de él. El desesperado
experimento lo convirtió en un ser magnífico, completamente rojo y de aspecto satánico, con una prótesis sónica en lugar de su mano. Desde luego, era un villano con potencial y su ausencia de la colección quizá fuera debida a que resultaba muy fácil derrotarlo: todo lo que hacía falta era un buen puñetazo del no particularmente fornido Mr.Fantástico siempre y cuando llevara puestos sus nudillos de vibranium proporcionados por Pantera Negra.

Los argumentos paralelos continuaban su marcha, con Johnny y Wyatt transportados por el inhumano Mandíbulas a un entorno sombrío que, sospechan, no se halla en la Tierra. Ahora que la Antorcha y su amigo se habían unido al perro de Crystal, su búsqueda adquiere un giro siniestro: ya no controlan su dirección ni destino. Mientras tanto, en el Himalaya, Medusa se enfurece con Maximus al enterarse de que puede neutralizar la Gran Barrera a voluntad pero que no quiere hacerlo.

El Anual nº 4 (noviembre 1966) supuso una cierta decepción. Contenía una buena historia: “La Antorcha que Fue”, con excelentes páginas de Kirby y Sinnott, pero sólo duraba 19 páginas. El resto del número, que debería haber contenido algún tipo de acontecimiento relevante para el grupo, no revestía gran interés.

Los Cuatro Fantásticos parecían el lugar ideal para reintroducir en el Universo Marvel personajes nacidos en las amarillentas páginas de la Edad de Oro de Timely Comics. Esta práctica sin duda tuvo la aprobación de algunos fans veteranos que anhelaban el retorno de sus viejos héroes de infancia. El antepasado de Johnny Storm, el androide Antorcha Humana, hace aquí su primera aparición desde 1954. ¿Por qué recuperar a ese antiguo personaje solo para matarlo al final de la historia? La razón no estaba en el campo creativo, sino en el empresarial.

Carl Burgos había creado y dibujado la Antorcha para la editorial de Goodman durante los años cuarenta, cincuenta y sesenta. Su última colaboración había tenido lugar a comienzos de los sesenta dentro de la colección “Strange Tales”, aquel mediocre título en el que se narraban las aventuras de la Antorcha y la Cosa. Burgos nunca se llevó bien con Stan Lee, lo que hacía de su trabajo en Marvel una experiencia desagradable. Quizá esa fuera una de las razones por las que, en 1966, entabló un pleito contra la editorial por los derechos de la Antorcha Humana original. Entonces, Marvel se apresuró a incluir al personaje dentro de su nuevo Universo para demostrar que su vínculo con la editorial era mayor que con el autor. El asunto se zanjó mediante un acuerdo privado entre las partes nunca desvelado, aunque la hija de Carl recordaría más tarde que aquel día su padre se enfureció tanto que tiró a la basura toda su colección de comics de la Golden Age. En 1967, su carrera como dibujante de comic books había acabado.

En el tiempo transcurrido entre el Anual 3 y el 4 se habían consolidado definitivamente las
personalidades del cuarteto. Todos se habían suavizado algo con la edad. Las dudas y tropiezos iniciales de Sue y Reed dejaron lugar a un profundo amor y compromiso en el seno del matrimonio. Las peleas entre ambos se convirtieron en algo menos frecuente. Como muchas parejas casadas, se hicieron aburridos –lo cual no dejaba de tener su dosis de realidad-. Los cambios de humor de Ben, pasando de la depresión a la furia, también eran ya cosa del ayer. Pareció conformarse con su aspecto y su papel en el grupo, pasando de figura trágica a elemento cómico. Johnny también había cambiado significativamente en su transición hacia la madurez. Lee ya no le dejaba perder los nervios y Kirby le dio un aspecto menos enclenque, más fornido. Tan pronto como Crystal y la Antorcha se reunieron, la primera pasó a vivir en el Edificio Baxter. El asunto de quién dormía dónde permaneció siempre en la ambigüedad, lo que, a la postre, contribuyó a darle un perfil más adulto a Johnny. En resumen, en 1966, los Cuatro Fantásticos pasaron a ser quienes seguirían siendo ya para siempre.

La Trilogía de Galactus y la casi simultánea saga de Ego en la colección de Thor, resultaron ser las cumbres más destacadas de la Marvel de esta
etapa y aunque lo que siguió todavía sobresalía por su imaginación, creatividad e incluso puntual brillantez, fue más o menos una repetición de los mismos esquemas. Se había alcanzado una especie de meseta, a mucha distancia de casi todo lo que se había conseguido en los comics de superhéroes hasta entonces pero, en comparación con los primeros cinco años de la colección, ya no con el mismo grado de originalidad. Naturalmente, Lee y Kirby aún tenían un buen puñado de historias por contar pero ninguna con la inventiva arrolladora de Galactus o Ego.

En no poca medida, esto fue resultado de la creciente insatisfacción de Kirby con Marvel. No importaba lo mucho que aportara al proceso creativo en términos de argumento, ritmo y estructura: el resultado final estaba en manos de Stan Lee (quien, entretanto, se había convertido en la cabeza visible y símbolo de la editorial, un rostro que todo el mundo reconocía y apreciaba). Es más, la marcha de Steve Ditko de “Amazing Spiderman”, demostró que las ventas de esa colección, lejos de resentirse, aumentaban. Y así Kirby quedó como el último de los mosqueteros que habían entrado en la editorial antes de que esta diera en la diana con los superhéroes. Esto no quiere decir que Lee no participara en la formación de Marvel en estos años. Todo lo contrario, su visión editorial, sus textos (que, aunque hoy puedan parecer envejecidos entonces fueron un soplo de aire fresco en el acartonado género) y su
interés en introducir temas que iban más allá del provinciano mundo de los comic books, fueron contribuciones de importancia capital.

Y así, los números que siguieron a la Trilogía de Galactus fueron un ejemplo de todo lo que hizo a los comics Marvel de esta época tan importantes, fascinantes y entretenidos. De hecho, en el número 57 (diciembre 66) arrancó una historia en cuatro partes tan espectacular que desafió incluso a los episodios de Galactus. Hasta ese momento, el elemento “clásico” más importante de la colección que estaba ausente en la Etapa Cósmica era la siniestra intervención del Señor de Latveria. De repente, el Doctor Muerte volvía para vengarse.

Fue de Jack Kirby la idea de que Silver Surfer llegara al mundo de los humanos como una página en blanco, absorbiendo en cada aventura nuevas lecciones sobre nuestra voluble naturaleza. En el 49, Surfer aprendió el valor de una vida humana. En el 55, supo de la fuerza de las emociones a través de los celos de Ben Grimm. En esta nueva saga, descubre la traición. En el magnífico arco argumental que comienza en este episodio, Muerte le roba a traición sus poderes cósmicos.

Esta historia fue posiblemente la última de su clase. Comienza de una forma casi cotidiana…si es que así puede calificarse la fuga de la cárcel de uno de los Cuatro Terribles, el Hombre de Arena, cuando éste y el Mago tienden una trampa a Reed, Sue y Ben. Sin embargo, no tardarán en averiguar que el Hombre de Arena es el menor de sus problemas porque a un continente de distancia, un zalamero Doctor Muerte, haciéndose pasar por pacífico benefactor de la Humanidad, engaña a Silver Surfer para que baje su guardia. Le enseña el castillo y cínicamente explica el fin de la letal maquinaria que desarrollan sus científicos: “Hace mucho que libro una eterna batalla por la paz y la justicia. Pero para eso necesito armas con las que defenderme de los enemigos de la libertad”.

Finalmente, Muerte lo atrae hasta una pantalla en la que se proyectan imágenes del espacio profundo. Extasiado por la visión de lo que perdió tras enfrentarse a Galactus, Surfer no se percata de que Muerte se apresta para aplicarle un artefacto que le privará de su poder, traspasándoselo a sí mismo. La secuencia termina con una espectacular y dramática página-viñeta en la que aparece el victorioso y exultante Muerte, con sus manos crepitando con chispazos de pura energía, sobre un derrotado Surfer a sus pies. “¡Que la Humanidad tiemble, pues el Dr.Muerte se ha hecho con un poder sin límites, un poder como para desafiar al mismísimo Galactus!”. Entonces, abandonando su castillo, Muerte inicia un enloquecido y
destructor vuelo que aterroriza a los campesinos de sus tierras, los primeros en entrever el terrible destino que aguarda a toda la especie humana.

El Doctor Muerte había sido un villano carismático que había constituido una amenaza puntualmente peligrosa para el cuarteto, pero del que todos los lectores sabían en el fondo que no era un auténtico rival para la fuerza combinada de los protagonistas. Sin embargo, en esta ocasión, con el ilimitado poder cósmico de Silver Surfer a su disposición, Victor von Muerte se convertía en mucho más que un dictador molesto de un pequeño país: un enemigo contra el que los poderes de los 4F no tenían ninguna oportunidad. La extraordinaria viñeta de Kirby en la que se muestra a Muerte acechando al inocente alienígena parece la mismísima encarnación de la maldad y la vileza.

Incluso los críticos más duros encontraran difícil hallar algún defecto en el nº 58 (enero 1967), una historia rebosante de poder y acción desde su viñeta-página inicial hasta su final, en el que el Doctor Muerte surca los cielos sobre su tabla de surf robada. Tras la sensación de amenaza inminente que, en mitad de una tormenta eléctrica sobre Nueva York, se respira en las dos primeras planchas, la Cosa es atacada y derrotada por el doctor
Muerte mientras la Antorcha Humana (que, recordemos, se había pasado los últimos meses buscando el Gran Refugio de los Inhumanos) llega a la azotea del Edificio Baxter gracias a los poderes teleportadores de Mandíbulas. Observando la destrucción sembrada por el choque entre su amigo y Muerte, parte para avisar a Reed y Sue, que se encuentran en su residencia de las afueras. A punto están de sucumbir a su enemigo cuando la Antorcha llega para defenderlos en un combate singular que les obliga a huir so pena de perecer ante tal despliegue de poder. En línea con la grandiosidad que Kirby y Lee imprimían a las historias de esta etapa, la Antorcha Humana, que sólo unos años antes tenía problemas para vérselas con Spiderman, es ahora inmensamente más poderosa. Por ejemplo, aquí le vemos amenazar a Muerte con la Explosión Supernova, tan intensa, nos dicen, que mataría instantáneamente a la mitad de la población del hemisferio.

Pero a pesar de todo su poder, Doom prevalece, flotando intacto sobre las ruinas del hogar de Reed y Sue mientras comete su gran error: permitir que los Cuatro Fantásticos sigan viviendo. “Vosotros, que nunca antes habíais sido vencidos, viviréis el resto de vuestros días en la desesperación más absoluta sin saber cuándo me apetecerá extinguir vuestra lamentable vida”. Por el momento, Muerte se alza más triunfante que nunca en su innoble gloria. Ya no volvería a lucir tan poderoso y oscuro.

El número 59 (febrero 66), certeramente titulado “El Día del Juicio Final”, comienza con Reed
Richards emitiendo un siniestro comunicado al mundo:”¡Ha llegado el momento de que todas las naciones, todos los bloques enfrentados, olviden sus diferencias y se unan contra un enemigo común, tal vez el más mortífero al que el hombre civilizado se haya enfrentado jamás!”. Una declaración nada tranquilizadora viniendo de alguien que se ha enfrentado a amenazas como Galactus. Pero lo que diferencia a Galactus de Muerte es que mientras el primero no siente amor ni odio por lo que destruye, el segundo está enteramente alentado por la ambición y el resentimiento. Y así, el mundo tiembla imaginando el siguiente paso de Muerte mientras Reed se enclaustra en su laboratorio para inventar un arma que pueda derrotarle, y Johnny practica con sus llamas para lanzarse a un nuevo duelo de poder contra el monarca de Latveria.

En mitad de esta tragedia y sin que la Antorcha sepa nada al respecto, su sueño se hace realidad. En la página 11, Rayo Negro, el digno monarca de los Inhumanos, se coloca al borde de la Gran Barrera, toma aire y lanza un angustiado y destructor grito. Es un acto cataclísmico, ensordecedor, que redujo la aparentemente impenetrable Gran Barrera –y a la ciudad de los Inhumanos con ella- a la nada.
Todo lo que quedó fueron ruinas. Por fin se descubre el secreto del permanente silencio del rey de Attilan. Fue uno de los clímax más poderosos jamás vistos en el comic, uno que sólo Jack Kirby podría haber imaginado.

Pero la alegría de los Inhumanos al recuperar su libertad pasa desapercibida en un mundo que sufre los caprichos y locuras de un Muerte cegado por su poder. El episodio finaliza con un tono sombrío: Reed, Sue y Ben, angustiados, comparten la cena en una habitación en penumbra.

La historia llega a su apoteósico final en el número 60 (marzo 67), cuando Muerte decide tomar las riendas del poder de todos los países del planeta y se declara gobernante supremo. En el explosivo desenlace, Kirby se suelta y deja salir toda la energía y dinamismo del estilo que había pasado años desarrollando. Conforme cada miembro del equipo va turnándose en su lucha contra Muerte, Kirby retrata sus combates individuales con todo el vigor de una épica de Homero. La Antorcha Humana, con su poder al máximo, es el primero en llegar hasta Muerte y su choque tritura el territorio circundante; el siguiente es La Cosa, que carga contra su adversario en lo que resulta ser un duelo más de voluntades que de fuerza bruta, cuando el héroe de piedra se niega a rendirse ante el cósmicamente reforzado cuerpo de Muerte. Nada sirve contra él y cuando,
arrinconados, a punto están de morir a manos de su enemigo, éste es golpeado por un “Ala Volante Anticósmica”, uno de esos convenientes inventos de Reed. El artefacto succiona parte del poder cósmico de Muerte, pero no el suficiente. Recobrado de la sorpresa, decide perseguir el ingenio volador y destruirlo antes de regresar y rematar a los Cuatro Fantásticos.

Resulta que eso es exactamente lo que Reed Richards esperaba: al perseguir al Ala, Muerte choca contra la barrera invisible dejada por Galactus para impedir que Silver Surfer escapara de su exilio en la Tierra. Instantáneamente, pierde su poder y éste regresa a su legítimo propietario. El propio Muerte parece desintegrarse en el proceso.

Ese fue el final de uno de las mejores historias de la Marvel de los sesenta, página tras página de acción yuxtapuesta con inquietantes momentos de calma dramática, el mismo contraste y sofisticación narrativa que inmortalizó la saga de Galactus. No es, ya lo he dicho, la única similitud entre ambas aventuras: los héroes se enfrentan a una amenaza demasiado poderosa como para derrotarla con sus poderes y la única forma de superarla es recurriendo a la astucia. Rebosante de drama, suspense, terror, maravilla y heroísmo, tuvo la ventaja –de la
que careció la aventura de Galactus- de contar con más espacio para desarrollarse e ir cogiendo ímpetu. Además, la amenaza que suponía el Doctor Muerte era tal que permitía albergar la esperanza de victoria para los héroes. Al fin y al cabo, Victor con Muerte no dejaba de ser humano.

Pero sobre todo, había quedado claro que Lee y Kirby encontraron una fórmula con la que producir clásicos instantáneos. Consiguieron crear de cero un mundo propio y dejaron atrás al resto de las editoriales. Fue una fórmula, no obstante, a la que no se adhirieron permanentemente. Cuando el editor y los guionistas se dieron cuenta de que las sagas de larga duración sólo satisfacían a un grupo reducido de lectores muy entregados, probaron a atraer otro tipo de comprador menos fiel mediante historias más simples, con más acción y menos subtramas.

Por otra parte y si se examina con más frialdad la etapa que abarca los números 44 al 60, se detectan algunas debilidades notables que en un primer análisis pueden quedar ocultas por el carisma de los personajes y el feroz ritmo de las aventuras. Así, tenemos un guionista sin supervisión de un editor que detectara los gazapos y fallos en los que incurría; y un dibujante cuyo lápiz apenas podía seguir la velocidad de su propia imaginación. No eran estos detalles nimios en lo que a mantener coherencia y estabilizar tramas se refiere. Una solución podría haber sido poner a Roy Thomas a supervisar la continuidad. Habría sido perfecto para el trabajo.

Y, en cualquier caso, ese nivel de creatividad y frescura no podía durar para siempre. Tanto Lee como Kirby llevaban décadas trabajando a destajo en la industria del cómic y aunque todo lo que habían hecho anteriormente podría ser considerado una especie de prólogo para su edad de oro en Marvel, el acto final no estaba ya lejos.


(Continúa en la siguiente entrada)

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