9 jul 2019
LOS CUATRO FANTASTICOS EN LOS SESENTA (13)
(Viene de la entrada anterior)
Con Chic Stone fuera de la serie, Stan Lee se encontró con problemas para encontrar un sustituto para las tintas de Kirby. Desde el ya lejano número 5, Lee había querido a Joe Sinnott en el título, pero seguía sin poder quitárselo a Archie Comics a base de tirar de talonario. Frank Giacoia, el más próximo a Sinnot en lo que a talento se refería, fue su segunda opción. Frank había querido entintar el trabajo de Kirby desde aquel día de 1956 en el que le sugiriera a Lee volver a contratar a Jack. Aunque sus tintas (firmó como Frank Ray) en este número 39 ayudaron a facilitar la transición entre los opuestos estilos de Chic Stone y Vince Colletta, lo más destacable, como de costumbre, fue el propio Kirby, que ofreció a los lectores su habitual energía gráfica y una nueva y espectacular página de collage. Por desgracia, Giacoia no cumplió los plazos de entrega y Lee decidió retirarle de la colección (aunque aún entintaría las portadas de los números 40 y 41).
El número 39 marcó el comienzo de un cambio, el más importante quizá desde que empezara la serie: los cinco números que acompañaron la transición de las tintas de Chic Stone a las de Joe Sinnott trajeron una nueva sofisticación y una cierta oscuridad que habían estado hasta el momento ausentes de la serie. Durante esta fase, elementos humorísticos como las broncas entre Johnny y Ben en el Edificio Baxter o la enemistad de La Cosa con la banda de la calle Yancy, desaparecerían totalmente de la colección. Entre los nº 39 y 43 asistimos a un reforzamiento de los argumentos, una mejora en la descripción de las relaciones entre los personajes y una profundización en la épica. Desde este punto en adelante, las historias acusaron una mayor influencia de Jack Kirby.
El acto final de este primer ciclo argumental tiene lugar en el nº 40 (julio 1965), cuando los 4F consiguen llegar a los pisos superiores del Edificio Baxter. En un desarrollo bastante mediocre tras haber acumulado tanto suspense, cuando los debilitados héroes alcanzan su meta, Mr.Fantástico se saca del sombrero un “estimulador electrónico” que, aplicado sobre ellos, restaura sus perdidos poderes. Resulta que el estimulador era todo lo que necesitaba, pero necesitaba “unos pocos días para recargarlo”. Además, Daredevil desaparece de la historia en la página trece y su ausencia sólo es explicada de mala manera a través de unas líneas de diálogo al final. Probablemente, Kirby se olvidó de Daredevil en mitad de la batalla por el Edificio Baxter.
Desde luego, no era el clímax más satisfactorio para una historia tan interesante, pero proporcionó a Lee y Kirby el tipo de drama humano que volvía a poner de manifiesto por qué la Edad de Plata de Marvel estaba muy por delante de la competencia. Además, la Cosa nunca había actuado de forma tan incontenible y rabiosa. Para derrotar a Muerte, Reed se ve obligado a transformar a un recientemente humanizado Ben Grimm de nuevo en la Cosa sin su consentimiento. En un alud volcánico de furia, Ben aguanta todo lo que el arrogante Muerte le lanza: puños de hierro, rocas voladoras y rayos nerviosos. Nada le detiene. Un espíritu indomable le empuja hacia adelante para conseguir su venganza y machaca a su oponente hasta casi matarlo. A pesar de vencer a Muerte, no hay sentimiento de victoria o celebración. “Saqué el palito corto en este asunto. ¡Vosotros os podéis casar, pero yo no! Podéis ser normales… pero yo no!” La historia finaliza con el anuncio de la Cosa de que abandona el grupo, lo que lleva la línea argumental a su siguiente etapa.
Ben ya no es el ingenioso y hasta cómico sobrino de la tía Petunia, sino el monstruo asesino y consumido por la amargura y la autocompasión de los primeros números de la serie. El drama recaía sobre él, el único del grupo descontento con la restauración de sus poderes: “¡Pero…quizá no quiera convertirme en la Cosa otra vez! ¡Por fin soy normal, como cualquier otro! Pero Reed Richards tiene otra opinión, afirmando que la batalla contra Muerte requiere de medidas desesperadas. Necesitan la fuerza de La Cosa. “¡Pobre Ben! Es tan cruel!, dice la Chica Invisible. “Puede que me odie para siempre por esto”, responde Reed Richards, “pero para bien o para mal, La Cosa debe regresar!” La Cosa, sin duda influenciado por la visión trágica de Jack Kirby, nunca tuvo un mejor momento.
Los números 41-43 constituyeron la primera aventura de tres números de duración dentro de la colección. Las páginas extra permitieron a Kirby ampliar su sentido visual y narrar a su propio ritmo. Habiendo escapado del límite de las veinte páginas, ya no tenía que ajustarse a las planchas de nueve viñetas tan comunes en los primeros números de la colección. Ahora recurriría a ese tamaño de viñeta con menor frecuencia, reservándolo a menudo para mostrar momentos más tranquilos y con mayor intensidad emocional. Con más páginas a su disposición, Kirby aumentó el número de planchas con tan sólo tres o cuatro viñetas y viñetas alargadas para potenciar el sentido épico.
Desde el principio, una de las características más apreciadas de Los Cuatro Fantásticos había sido su yuxtaposición de lo mundano y lo maravilloso y esta historia está llena de esos contrastes. Reed, Sue y la Antorcha quieren salir a buscar a la Cosa, que, amargado, ha abandonado el grupo, pero no pueden. El propietario del Edificio Baxter les ha amenazado por los desperfectos causados en su batalla contra el Doctor Muerte y antes de nada deben limpiar el desastre. Otra de esas mezclas de lo ordinario y lo increíble lo constituye la gran viñeta en la que se ve a Medusa y al Hombre de Arena jugando a las cartas. Medusa utiliza sus cabellos para barajar los naipes mientras se sirve de las manos para beber té. Medusa hace en esta saga su debut en una memorable viñeta en la que aparece recostada en un sofá en una pose inequívocamente sensual y provocativa. Madam Medusa, la peligrosa femme fatal de los Cuatro Terribles, inyectaría un claro matiz erótico a la historia, otra novedad en el mundo del comic de superhéroes. Los celos –o el deseo- suscitan el conflicto y la lucha entre el Hombre de Arena, el Trampero y La Cosa, todos ellos compitiendo por llamar la atención de la atractiva fémina.
Todo el mundo había quedado satisfecho con el trabajo que Frank Giacoia había realizado en el número anterior sobre los lápices de Kirby, Joe Sinnott incluido, quien pensaba que el estilo de su colega era el más cercano al propio. También Kirby estaba de acuerdo con la forma en que su amigo y vecino Frank mantenía sus enérgicas figuras en movimiento en las escenas de acción, lo cual no es poca cosa porque es muy común que un magnífico trabajo a lápiz pierda su espontaneidad en el proceso de entintado.
Pero Stan necesitaba a alguien más constante que Giacoia. Y entonces hace su aparición Vince Colletta, que ejemplifica cómo un entintador perfectamente adecuado para el estilo de una colección, puede ser una elección insatisfactoria en otra. Colletta se había dado cuenta del volumen de trabajo –y el correspondiente dinero- que podía caer en sus manos si se convertía en el entintador regular de Kirby y solicitó el puesto recordándole a Stan que ya había cumplido tal labor en el pasado, en comics románticos como “Love Romances”. Aún así, Stan, con buen criterio, no consideraba que Colletta fuera un artista adecuado para el género de los superhéroes y llevaba tiempo rechazando sus ofertas. Ni siquiera lo quería para colecciones secundarias como “Millie the Model” o “Patsy Walker”.
Infatigable al desaliento, Vince pidió a Sol Brodsky su intermediación. Éste le aconsejó que pusiera el énfasis en los volúmenes negros y el detallismo. Tan pronto como se le presentó la ocasión, Vince consiguió algunas páginas a lápiz de Charlton Comics y las entintó de la forma en que Brodsky le había indicado. Se las enseñó a Stan y, aunque no se diferenciaban demasiado de lo que ya venía haciendo, por alguna razón Lee le contrató.
Probablemente, en esa contratación más que las páginas de Charlton tuvo que ver la suerte. Por entonces, Dick Ayers estaba ocupado con sus propios títulos y George Roussos había dejado parte de sus encargos en Marvel a favor de otros de DC mejor pagados. Así que Colletta era casi el único dibujante autónomo que Lee podía permitirse financieramente. El problema era que su línea suave y fina, que tenía buen encaje en los comics románticos y resultaba pasable en las fantasías medievales de “Thor”, no le hacía justicia a los lápices de Kirby en historias de ciencia ficción repletas de barroca tecnología futurista que exigían un pincel más duro que, simplemente, estaba más allá de la capacidad de Colletta, incapaz de insuflar vida a los frecuentes “efectos explosivos” de Kirby.
Por otro lado, Colletta tenía una bien ganada reputación de profesional rápido que respetaba las fechas de entrega y muchas veces salvó al editor de turno que necesitaba inmediatamente llevar un comic a imprenta. Pero esa productividad tenía un precio. Independientemente de la idoneidad de su estilo, la velocidad con la que trabajaba la conseguía a base de borrar los detalles del lápiz de Kirby que él estimaba innecesarios.
Colleta, pues, debutó en Los Cuatro Fantásticos en La Trilogía de los Cuatro Terribles, demostrando lo que Kirby siempre había afirmado: ningún entintador profesional podría jamás arruinar una historia bien dibujada. Al fin y al cabo la colección ya había sufrido reveses de este tipo durante la época en la que Georges Roussos se encargó de tal labor.
Un cambio menor pero interesante tuvo lugar en el número 42 (septiembre 1965). Aparentemente, Marvel ya no estaba produciendo comic books. De acuerdo con sus logos de portada, sus revistas eran ahora “producciones pop-art”. Era un concepto en el que Lee perseveraría tan solo cuatro meses.
Estrictamente hablando, Stan interpretó mal la idea. Puesto que el artista Roy Lichtenstein había situado en sus cuadros la estética del comic en un nuevo contexto, el del Arte con mayúsculas y dado que su trabajo había sido calificado como “pop-art”, Stan asumió que los comics eran también pop-art. Pero no lo eran. Los comic books eran tan sólo uno de los vehículos de la cultura de masas que fue incorporado por algunos artistas de los sesenta a su trabajo con el objeto de enfatizar lo banal, insulso y de escasa calidad que era la estética dominante en la sociedad. Aún así, la iniciativa de Stan sirvió para demostrar que Marvel estaba dispuesta a cambiar con los tiempos, expandirse, progresar y experimentar.
En el nº43 (octubre 1965), los lectores daban el adiós a la erótica y malvada Medusa. Sí, volvería, pero ya no como la seductora miembro de los Cuatro Terribles, sino como la novia de Rayo Negro y miembro de la raza perdida de los Inhumanos. Curiosamente, en esa transición perdió su carnalidad, su capacidad de seducción. Al final de la etapa Lee/Kirby, se revelaría que Rayo Negro era el hermano de Crystal… de lo que se seguía inmediatamente que la relación entre aquél y Medusa era incestuosa… ¿en qué estaría pensando Stan?
Por otra parte, Los Cuatro Fantásticos de Jack y Stan siempre estuvieron más centrados en La Cosa que en cualquier otro personaje. Siendo como era el primer superhéroe que suscitaba más lástima que admiración, Ben era el miembro del grupo más neurótico, complejo y popular. Con el final de la Trilogía de los Cuatro Terribles, La Cosa llega a una nueva encrucijada, otro punto de inflexión en su caracterización. Aquí terminaron la amargura y el resentimiento. Finalmente, Ben es capaz de aceptar su deformidad y vivir con ella. A pesar de algunas recaídas en la autocompasión, desde ahora, su papel será el del tipo gruñón, ingenioso y entrañable, el mejor amigo de Reed, protector de Sue y hermano mayor de la Antorcha.
Mientras tanto, aparece el Anual nº 3 (verano de 1965). Ejemplo perfecto de la consolidación externa e interna en un solo comic, portada e historia mostraban una catarata de héroes y villanos, prácticamente todos los que hasta ese momento habían aparecido en el Universo Marvel y la respuesta a los sueños de cualquier aficionado. Apenas se puede decir que haya argumento pero, ¿a quién le importaba con semejante desfile de superseres? Dejando al margen su naturaleza de crossover perfecto, el acontecimiento principal de la historia, la boda de Sue Storm y Reed Richars también constituye un ejemplo de la antedicha consolidación.
El subargumento del romance de la pareja venía desarrollándose y evolucionando desde el primer número de la colección. Se reveló que ambos habían sido novios desde la escuela durante la Segunda Guerra Mundial; conforme la serie avanzó, se introdujo el elemento perturbador de Sub-Mariner, que obligó a Sue a reexaminar sus sentimientos hacia Reed. Con el tema resuelto en el número 27, Reed y Sue anunciaron su compromiso en el 36.
Reed Richards y Sue Storm no fueron los primeros superhéroes en contraer matrimonio. Hawkman y el Hombre Elástico, de DC Comics, ya habían pasado por el altar. Pero nadie había sacado tanto provecho de una boda entre héroes como Stan y Jack.
Para los lectores, acontecimientos como estos le daban al universo Marvel una pátina de realismo y cuando el hijo de los Richads nació en el Anual nº 6, esa sensación de cambio y progresión verosímiles fue renovado. La evolución de la relación de ambos personajes desde novios juveniles a padres se convirtió en la metáfora perfecta para la dirección que toda la línea de superhéroes Marvel había ido siguiendo en sus cinco primeros años. Era un lugar en el que los lectores habían aprendido a esperar cambio, evolución, idas y venidas e incluso la muerte de personajes. En ninguna otra compañía de comics de superhéroes se había podido leer algo parecido. Y, sin embargo, aún quedaba mucho por llegar, ya que los años de grandeza estaban a la vuelta de la esquina, llenos de planetas vivientes, la maravilla de seres cósmicos, nacimiento y muerte, drogas, contaminación…
La boda de Reed y Sue supuso también el adiós de Vince Colletta a la colección. Martin Goodman se sintió tan molesto con la forma en que el entintador estaba masacrando las páginas del principal título de la casa, que autorizó el desembolso adicional que Lee necesitaba para contratar a Joe Sinnott. Es irónico, pero si no hubiera sido por el incompatible entintado de Colletta sobre los lápices de Kirby, Sinnot jamás habría contribuido al periodo de mayor grandeza de la colección.
Aunque parezca increíble, al final del Anual, cuando Reed y Sue se besan, el estilo suave de Colletta que tanto daño hacía a las escenas de acción, pareció el más adecuado en ese único y particular momento.
(Continúa en la siguiente entrada)
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