15 dic 2018

1987-IRON MAN: LA GUERRA DE LAS ARMADURAS – David Michelinie, Bob Layton y Mark Bright


Como muchos superheroes de largo recorrido, Iron Man ha tenido una historia cíclica. Tras su enfermedad cardiaca crónica, el alcoholismo de Stark pasó a ser uno de los temas recurrentes en su trayectoria y central en dos arcos argumentales importantes, “El Demonio en la Botella” y “La Saga de Stane”, la última de las cuales dio origen al villano Obadiah Stane para la primera película del personaje. Otro de los eternos problemas de Stark es el de mantener su avanzada tecnología fuera del alcance de sus enemigos, algo que también sirvió de base para el guión de la segunda entrega cinematográfica. Este último desafío tuvo su origen en una de las más famosas sagas de Iron Man: “La Guerra de las Armaduras”.



Sobre la etapa de David Michelinie, Bob Layton y John Romita Jr en la colección de “Iron Man” ya hablé en una entrada anterior y a ella me remito. La posterior incorporación del guionista Denny O´Neil en 1981 supuso el inicio de una de las épocas más oscuras en la historia del personaje, con su recaída en el alcoholismo, la pérdida de su empresa y su degeneración física y mental hasta convertirse en un vagabundo desahuciado. La armadura de Iron Man, además de cambiar de aspecto, pasaría a llevarla Jim Rhodes. O´Neil se marchó –despedido por Jim Shooter- en el nº 208 (julio 86), pero ya antes la colección había entrado en una deriva sin rumbo claro. En la subsiguiente etapa de transición el héroe se limitaba a ir solventando cada mes la pelea con el enemigo de turno en unas historias autoconclusivas y bastante sosas escritas principalmente por Danny Fingeroth.

Era una situación que el editor del título, Mark Gruenwald, no quería perpetuar so pena de ahuyentar definitivamente a los lectores y poner en peligro la propia continuidad de la veterana colección. Así que se puso en contacto con Michelinie y Layton para negociar su regreso a la serie, cosa que consiguió a partir del número 215 (febrero 87), aunque no contando ya con Romita Jr (que, además de haber aumentado su categoría profesional no se hablaba con Layton a causa del abandono de éste de Iron Man años atrás). Ambos coguionistas
–Layton también entintaría y ocasionalmente dibujaría-, y los lectores con ellos, hubieron de conformarse con Mark Bright, quien ya venía ocupándose de la colección desde la última parte de la época O´Neil.

Lo primero que hizo el nuevo equipo de guionistas fue soltar lastre y tomar las riendas de la colección. Cerró las líneas argumentales que no le interesaban, como la carrera espacial que había iniciado Stark construyendo una estación orbital, o las intrigas con IMA; se libró de personajes con los que no simpatizaba (Clytemnestra Erwin), recuperó otros de la antigua etapa (la señora Arbogast) e inventó alguno nuevo (Marcy Pearson como nueva relaciones públicas e interés amoroso de Rhodey).

Ahora bien, a pesar de que la serie había mejorado considerablemente en interés y que estaba recuperando el enérgico tono que Michelinie y Layton le habían insuflado años atrás, su equipo creativo sentía que no contaba con el esperado apoyo por parte de Marvel. Una noche, Michelinie, Layton y el editor ayudante de la serie, Howard Mackie se reunieron con el gran jefe en ese momento –aunque ya por poco tiempo-, Jim Shooter, en un restaurante italiano para poner en común ideas y argumentos. Layton expresó su insatisfacción por la falta de publicidad que la editorial estaba dándole al personaje; pensaba que él y Michelinie junto al dibujante Mark Bright, estaban haciendo buenas historias que merecían más apoyo por parte
de la compañía. Shooter respondió que la calidad no era suficiente…porque la calidad era precisamente el estándar de la casa. Para recibir más atención deberían ofrecer algo especial. ¿Qué tal una saga en la que alguien se hiciera con los diseños de la armadura de Tony Stark y se la vendiera a sus enemigos? ¿Podría considerársele responsable último de las villanías de éstos?

Con esa premisa, “Iron Man” tomó una nueva dirección y Marvel, esta vez, sí, apoyó la idea con una campaña publicitaria bajo el título genérico “Stark Wars” (“La Guerra de las Armaduras” fue la denominación que se utilizaría luego para los tomos recopilatorios). “Es el momento para el Vengador de comenzar la Venganza”, rezaba el anuncio que apareció en los comics de la casa antes de que la saga comenzara en el número 225 (diciembre 87).

En el primer episodio se pone de manifiesto que en el Universo Marvel abundan los villanos acorazados que utilizan tecnologías muy avanzadas. Al examinar el equipo de un villano derrotado, Fuerza, Tony Stark averigua que éste contiene algo inquietamente familiar. Cuando investiga más a fondo, se da cuenta de que muchos de sus adversarios con armadura utilizan variaciones de los diseños que él mismo inventó para Iron Man, diseños tan secretos que ni siquiera se atrevió a patentar. Pues bien, inmediatamente queda claro que alguien –que
resulta ser el ya fallecido Espía Maestro trabajando para Justin Hammer- le robó la tecnología y la vendió a sus enemigos, quienes, armados con ella, han causado todo tipo de desastres.

Cuando las autoridades no se muestran dispuestas a actuar con decisión y rapidez, Stark pide ayuda a un antiguo empleado suyo, Scott Lang (alias el Hombre Hormiga) para recuperar de los ordenadores de Hammer el fichero con los criminales receptores de la tecnología robada. Y a continuación toma una decisión que sabe que lo va a llevar por un camino espinoso: encontrar a todos aquellos que portan su tecnología o variaciones de ella y someterlos a un ingenio que quemará los chips dejando inservible la armadura correspondiente. Al mismo tiempo, un experto informático de una subsidiaria de Stark, pondrá en circulación por internet un gusano autorreplicante que borrará los planos de la tecnología de la armadura de cualquier ordenador ajeno a las Empresas Stark. Así, en el curso de su cruzada, Iron Man se enfrentará al Zancudo, el Escarabajo, el Controlador o los Saqueadores.

El verdadero problema es que muchos de sus aliados también utilizan la tecnología de las armaduras diseñadas por Stark y éste no está dispuesto a dejar que alguno de sus enemigos
pueda algún día hacerse con ellas. Así que se enfrenta también a Manta Raya, que trabaja para el gobierno americano; engaña a SHIELD para neutralizar a los Mandroides (armaduras de combate creadas por él mucho tiempo atrás) e incluso se pelea con el Capitán América cuando irrumpe en la Bóveda, una prisión especial para villanos con poderes, para destruir las armaduras de los Guardianes, el personal de seguridad (una pelea que anticipa lo que veinte años más tarde se vería en “Civil War”). Pero la línea definitiva la cruza al invadir territorio ruso para enfrentarse con el Hombre de Titanio y Dínamo Rojo, un combate en el curso del cual el primero resulta muerto accidentalmente. A raíz de esto, el gobierno ruso plantea un conflicto diplomático al americano y éste, harto ya de las andanzas descontroladas de Iron Man, lo declara enemigo público.

El tormento por sentirse culpable de las muertes provocadas por sus enemigos con su tecnología, le ha llevado al término de la saga a comprometer el futuro de su empresa, perder su reputación, arruinar la vida sentimental de su incondicional amigo Rhodey, enemistarse con el Capitán América, ser expulsado de los Vengadores y perseguido por SHIELD y el gobierno americano. Aún así, no ceja en su empeño y para enfrentarse a la última amenaza, una imparable armadura diseñada por Edwin
Cord que lo destroza en batalla. Stark no tiene otra opción que mejorar su propio diseño, abandonando la armadura roja y plateada que había vestido desde hacía años por una nueva y actualizada que recupera las formas redondeadas y los colores rojo y dorado..

Al término de la saga, Stark parece haber conseguido su objetivo. No sólo ha eliminado todas las armaduras existentes con su tecnología sino que ha engañado al mundo haciéndole creer que la persona que ocupaba la armadura roja y plateada ha muerto. Puede reanudar su vida, reconstruir lo que ha perdido en su cruzada y levantar la empresa a la que tenía abandonada. Su intención es destruir la armadura que acaba de fabricar para evitar que alguno de sus componentes vuelva a caer en malas manos. El último capítulo de la saga, el 232 (julio 88), es una larga pesadilla en la que Stark debe hacer frente a la culpa por haber permitido el robo de sus armas y al término de la cual comprende que: “Me creía con fuerza para enfrentarme a la culpa…para negarla. Pero seguía mordiéndome como…en fin, una bestia insaciable. Mi subconsciente ha sido más listo que yo. Sabe que no podré destruir a la bestia. Sólo puedo aceptarla. Admitirla como parte de mí. Reconciliarme…y seguir adelante como pueda el resto de mi vida”.

De la misma forma que la anterior etapa de Michelinie y Layton en la serie redefinió, actualizó
e impulsó al personaje, “La Guerra de las Armaduras” fijó las principales líneas sobre las que se iba a mover Iron Man en los noventa y más allá. Tras bastantes años utilizando la armadura Centurión Plateado, regresa a la dorada y roja que, con algunos cambios, ha llevado hasta hoy. Fue la oportunidad que Layton había estado esperando. Él había sido quien diseñó originalmente y a regañadientes aquella armadura a petición de Gruenwald inspirándose en la estética samurái. Fue un encargo no de su gusto porque entendía que conforme la tecnología progresa, las líneas se suavizan y el tamaño se minimiza, por lo que un regreso a algo más voluminoso y de formas agudas como era aquella armadura roja y plateada le parecía innecesario e incoherente. El gusto de Layton por diseñar armaduras nos hace disfrutar en estos números de algunos otros modelos, como el específico para las profundidades marinas o el Stealth negro.

Pero sobre todo, es aquí donde empiezan a emerger la paranoia y tendencias controladoras de Stark. El remordimiento de las muertes causadas por el mal uso de su tecnología lo lleva a un comportamiento impulsivo e irracional que, de hecho, acaba provocando una muerte. En este punto, Stark llevaba años tratando de deshacerse de su pasado como fabricante de armas. Como alcohólico en perpetua rehabilitación, sus problemas para controlar sus impulsos también están presentes en la historia.

Por otra parte, en “La Guerra de las Armaduras” encontramos un buen plantel de secundarios y villanos del Universo Marvel. Estos últimos están extraídos de la galería de enemigos recurrentes de Iron Man, a excepción del Escarabajo, un adversario tradicional de Spiderman. En un momento determinado, Stark llega a considerar el perseguir al Doctor Muerte para averiguar si su armadura también contiene tecnología suya, pero afortunadamente Michelinie no desarrolla esa idea ya que con un villano de semejante peso, la trama general podría haberse desviado. Encontramos también al Capitán América con el uniforme negro de finales de los ochenta, cuando abandonó su nombre y atuendo característico rehusando seguir obedeciendo órdenes del gobierno. De hecho, en el nº 228, Stark le fabrica un nuevo escudo –el original se lo había quedado el individuo que lo sustituyó en la identidad de Capitán América y que más tarde adoptaría ese mismo uniforme negro como USAgente.

Tengo poco que decir respecto al apartado gráfico. Mark Bright es un dibujante del montón, eficaz pero poco imaginativo, alguien que no lleva a nadie a comprar sus comics simplemente por el dibujo. El entintado de Layton, sobre todo a la hora de dibujar esas armaduras centelleantes, mejora algo el resultado –no en vano ha sido uno de los artistas más influyentes a la hora de conformar
la imagen popular del héroe- pero desde luego no son tebeos destacables por su arte. La excepción la constituye el último número, el 232, dibujado por Barry W.Smith, un maestro del comic que hace todavía más evidentes las carencias de Bright. Su dominio de la anatomía, la composición de página y viñeta, el movimiento y los recursos narrativos para generar dramatismo y tensión, son indiscutibles.

“La Guerra de las Armaduras” está considerada todavía hoy como una de las mejores sagas del personaje y no sin razón. “El Demonio en la Botella” supuso en su momento un auténtico aldabonazo no sólo para Tony Stark/Iron Man sino para el propio comic de superhéroes. Puede que “La Guerra de las Armaduras” no tenga ese carácter transgresor y sea una historia más conformista, pero también es más madura, está mejor narrada y sufre de menos apresuramiento y desorganización que aquélla. Michelinie y Layton aumentan la tensión episodio a episodio, haciendo que el protagonista deba hacer sacrificios cada vez más dolorosos hasta perderlo casi todo, armadura incluida, antes de sobreponerse y triunfar. Es una historia de obsesión, remordimientos y deseo de justicia, con abundante acción, tratamiento de personajes, una premisa interesante y temas de calado como la responsabilidad sobre las propias creaciones, los límites de la justicia y la ética, la sensatez –o falta de ella- de los ataques preventivos, el coste del compromiso y el peligro de las obsesiones. Es sencilla de seguir y no requiere de un profundo conocimiento del mito del personaje, al cual redefinió para los años siguientes –y en buena medida hasta hoy- como un hombre poderoso dentro del Universo Marvel, implacable y obsesivo, respetado por unos y odiado por otros.




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