11 dic 2018
1961-LOS CUATRO FANTASTICOS - Stan Lee y Jack Kirby (5)
(Viene de la entrada anterior)
En aquel primer número, los cuatro protagonistas se embarcaban en un cohete experimental y tras atravesar una tormenta de rayos cósmicos, adquieren unos poderes extraordinarios. El arranque de la nueva serie tenía mucho en común con otra colección de la que se había encargado Kirby años atrás en DC, “Challengers of the Unknown”, un grupo de cuatro aventureros que investigaban misterios de todo tipo. Kirby y Lee llevaban ya mucho tiempo contando historias de monstruos, robots y extraterrestres malignos y en la presentación de la colección y puesta de largo de los recién conseguidos poderes de los protagonistas volvieron a utilizar esos mismos elementos en la forma del primer villano de la colección, el Hombre Topo, un individuo patético que, refugiado en las grandes cavernas del subsuelo, ha conseguido dominar las enormes y grotescas criaturas que allí moran.
Reed Richards era el sabio del grupo y su líder natural. Como anécdota cabe mencionar que fue el primer superhéroe con canas, una temprana inyección de verismo que probablemente fue idea de Kirby, puesto que contradecía la sinopsis de Stan, en la que se describía a Reed como “un joven y atractivo científico”.
Los poderes de los Cuatro Fantásticos eran analogías con los elementos naturales. La elasticidad de Mr.Fantástico simbolizaba el agua y no era una habilidad nueva en los comics. Cuatro personajes antes que él ya habían disfrutado de un cuerpo elástico: Flexo the Rubber Man, un personaje de la propia Marvel, Plastic Man, creado por Jack Cole para Quality Comics; y Elongated Man y su compañero Elastic Lad, ambos en DC. En el resumen original de Stan Lee, Reed experimentaba un gran dolor cuando se estiraba. Aunque Kirby rechazó la idea, ello ponía de manifiesto el concepto de Lee de superhéroes con defectos.
Algún tiempo después, Lee le contó a Roy Thomas que siempre creyó que los poderes elásticos de Reed le habían parecido cómicos y que no quería convertirlo en otro Plastic Man. Al final, resultó que no tenía de qué preocuparse, porque la aportación de Kirby fue lo suficientemente oscura y heterodoxa como para dejar que eso ocurriese. Tal y como fueron las cosas, el cerebro de Richards ganaría más batallas para el grupo que sus superpoderes. En este sentido, Reed siempre se acercó más a Doc Savage que a cualquiera de sus antecesores elásticos.
Reed Richards era el científico más brillante de todos los tiempos pero también un tipo aburrido y hasta pesado. Su genio inventor no sólo lo convierte en el líder del grupo sino en su base financiera, ya que son las patentes de sus artefactos lo que les permite dedicarse en exclusiva y de forma independiente a salvar el mundo. Reed habla demasiado y a menudo no es capaz de empatizar con las emociones y necesidades de sus amigos, prefiriendo la soledad de su laboratorio al bullicio del hogar. El contraste entre la elasticidad de su cuerpo y la rigidez de su carácter lo convertía en un personaje muy diferente a Plastic Man.
Sue Storm era también algo más que una mera copia de “Invisible Scarlett O´Neil”, la mencionada tira de prensa de los años cuarenta. A diferencia de la típica “novia” del superhéroe que nunca se entera de la verdadera identidad de su amado, Sue luchó desde el principio junto a Reed, voluntariamente y sin quejarse, compartiendo los peligros como un miembro más.
Su belleza la convirtió en el vértice de triángulos románticos, el primero de los cuales incluía a Ben y Reed, idea de Stan Lee que fue abandonada tras el tercer episodio. Después, Sue animó y correspondió las ofertas de Sub-Mariner, iniciando una rivalidad entre Reed y Namor que duraría años. Este amor prohibido entre una superheroina y un villano no tenía paralelo en la historia de los comics. Lee afirma que también consideró el convertir a Susan en el objeto de deseo del Dr.Muerte, lo que hubiera explicado su obsesión con destruir a Mr.Fantástico. Para bien o para mal, aquella intención nunca llegó a sustanciarse.
Desde el principio, el papel de la Chica Invisible como el elemento integrador del conjunto siempre fue más importante que su propio superpoder (símbolo de otro elemento natural, el aire). Como hermana de la Antorcha Humana y novia de Reed, constituía el nexo que los mantenía a todos juntos hasta rozar lo incestuoso (línea que los autores traspasarían años más tarde con los Inhumanos). Sue era el corazón de un lazo sin precedentes en el género: gracias a ella, los Cuatro Fantásticos eran una verdadera familia. Esa fue su auténtica contribución.
El fuego estaba representado por Johnny Storm, la Antorcha Humana, hermano menor de Sue. Sus poderes eran exactamente iguales a los del personaje de Timely de los cuarenta y, según Stan Lee, esto se debió a una solución de compromiso con el fin de complacer a Martin Goodman, quien había sugerido originalmente el regreso de los Tres Grandes de la antigua etapa de la compañía. Sin embargo, lo único que esta nueva Antorcha Humana tenía en común con la antigua eran sus poderes ígneos.
Hasta 1961, la inmensa mayoría de adolescentes que aparecían en los comics de superhéroes no eran más que “ayudantes” del protagonista principal, adjuntos cuya única función era evitar que su adulto compañero hablara solo: Robin, Wonder Girl, Kid Flash, Speedy… Existía también la Legión de Superhéroes, que no dejaban de ser un grupo bastante rancio de jovencitos que luchaban contra el Mal. La Antorcha Humana fue el primero que dejó de encajar en el rol de “chico maravilla”. La principal diferencia era, sencillamente, que “molaba”. Incluso su nombre sonaba a ídolo juvenil de los sesenta. Su moderna forma de hablar lo hacía convincente, como también su temperamento exhibicionista y presumido que le lleva a utilizar sus poderes para impresionar a las chicas, asunto éste que parece interesarle más que enfrentarse a los villanos de turno.
Pero el miembro que realmente hizo del grupo algo nunca visto fue La Cosa, el único personaje (simbolizando la tierra) que era realmente original. Ben Grimm, grotescamente deformado, reunía en su persona muchas de las novedades que marcarían el camino a seguir en el futuro por los héroes Marvel. Según Jack Kirby: “Cuando dibujé la Cosa por primera vez, traté de darle una piel similar a la de un dinosaurio. Quería sugerir que era tan fuerte como una bestia prehistórica. La gente a menudo comenta que la Cosa se parecía mucho a mí, fumando cigarros, con aspecto de tipo duro. No lo planee de esa manera, pero supongo que es cierto”.
La Cosa que debutó en el número 1 de la colección no se parecía a ningún otro superhéroe. Tenía una carne anaranjada y de aspecto rocoso y siempre estaba de mal humor. Sembraba el pánico por las calles de Nueva York como un mastodonte herido, destrozando todo lo que se interponía en su camino.
La idea de que la obtención de superpoderes pudiera conllevar miseria y alienación era algo nuevo. Afirma Lee: “Quería algo diferente y me di cuenta de que no había monstruos o tipos feos que fueran héroes. Todos sus compañeros tenían poderes que les gustaban, pero cuanto La Cosa se vuelve poderoso también se transforma en algo grotesco”. Semejante trastorno emocional marcó al personaje y condicionó su vida en mucha mayor medida que los poderes de sus compañeros. Su autocompasión y frustración a menudo se transforma en ira dirigida contra sus propios amigos. Este sentimiento de perpetua angustia lo elevó desde el tópico del héroe forzudo al de una figura trágica y oscura. Había nacido un arquetipo Marvel: el héroe torturado.
Además, abundando en la brecha que lo separaba de sus más afortunados amigos, Lee hizo que Ben Grimm, a través de su lenguaje y actitud, sugiriese provenir de un pasado menos burgués y privilegiado que el de aquellos. Con sus quejas y gruñidos continuos, la Cosa se convirtió no sólo en el alma de los Cuatro Fantásticos, sino en prototipo de muchísimos héroes posteriores de carácter irascible y amargado. Pero no todo era malo: era alguien honrado, directo y sin pretensiones. Su humor sarcástico y personalidad arrolladora lo convirtieron en el personaje preferido de los lectores.
Eran pues, las imperfecciones de los Cuatro Fantásticos lo que constituía el esqueleto de la colección. Sus superpoderes eran secundarios. Eran sus defectos, sus inseguridades, lo que los hacía frescos, atractivos y diferentes. Lee dejó bien claro en su sinopsis original que lo que impulsaba a la serie eran las luchas de poder, los triángulos amorosos y las imperfecciones de los personajes más que la acción o el misterio.
Esas debilidades y sus bien diferenciadas personalidades fue lo que condicionaría las relaciones entre ellos. Había discusiones, rencores, desengaños y decepciones. Lee se esforzó por mostrar que la vida del héroe no siempre es de color de rosa, que luchar contra el Mal no es un reconfortante y entretenido paseo por la gloria. Las vidas de los Cuatro Fantásticos distaban mucho de ser perfectas y a menudo se veían acosados por problemas agobiantes que permitían desarrollar tramas al estilo de los folletines decimonónicos o los seriales radiofónicos y televisivos. Los lectores supieron apreciar que este nuevo grupo estaba formado por seres humanos convertidos por accidente en superhéroes, y no superhéroes que resultaban ser humanos.
Asimismo, y para diferenciarlos todavía más de otros tebeos anteriores y contemporáneos, no llevaban uniformes (introducidos en el nº 3 a demanda de los lectores junto a su cuartel general en el Edificio Baxter) y ni siquiera usaban máscaras o identidades secretas. Este carácter totalmente público de sus actividades era algo único, poniéndoles siempre en el punto de mira de la opinión pública para lo bueno y para lo malo. En sus historias no sólo se encontraban amenazas sobrehumanas o alienígenas amenazadores, sino pequeñas anécdotas cotidianas que los acercaban al lector.
Otra regla no escrita que Lee y Kirby rompieron fue la de utilizar todo el comic para narrar una sola aventura. Esto era algo que Kirby ya había ensayado en “Challengers of the Unknown”, pero en los Cuatro Fantásticos, no era extraño que ni siquiera sus 23 páginas bastaran para contar lo que sus autores querían. No se tardaría mucho en alargar las aventuras más de un solo número. Pero a eso, ya llegaré.
Hemos hablado antes del lenguaje que utilizaba La Cosa. El estilo literario fue otro de los factores diferenciadores de la serie. “¡Mirad! ¡En el cielo! ¿Qué demonios significa?” Con esa frase se abría el comic a la que seguían un buen número de diálogos en los que se plasmaba un habla coloquial –difícilmente traducible al español- que los jóvenes lectores no habían encontrado nunca en los escrupulosamente correctos tebeos de DC. Las expresiones eran coloristas, la forma de escribir las palabras, arbitraria, e incluso una frase meramente declarativa se remataba con signos de exclamación. Era un estilo visceral, directo, al que la industria no estaba en absoluto acostumbrada. Sin tener que rendir cuentas ante editor alguno ni autoridad superior que corrigiera su descarado estilo, Stan Lee hizo lo que mejor le pareció.
Aún faltaban por refinar y encarrilar varias cosas, claro, en especial el apartado artístico y de diseño general. Los primeros números tenían una producción básica y poco cuidada, el coloreado era pésimo, los globos de texto tenían los bordes demasiado gruesos… Además, Jack Kirby aún tendría que recuperar su impactante poderío gráfico y los diseños y perfiles de los personajes todavía debían alcanzar su forma definitiva. Reed Richards era demasiado viejo y estirado; la Cosa tenía una fisonomía pétrea poco nítida que iría limpiándose en números posteriores; y la Chica Invisible tardaría mucho tiempo en superar su papel de matrona de clase media (rol que, antes de tener un hijo propio, ejercía sobre la persona de su alocado hermano Johnny). Además, sus aventuras se desenvolvían en un mundo imaginario (la ciudad en la que viven se llama Central City, no Nueva York).
Eso sí, con todos sus defectos, las bases de la genialidad ya se encontraban allí, unas bases que han perdurado hasta el día de hoy sin necesidad de alterarlas. Es más, el comic tenía una vitalidad ausente en la industria desde hacía bastante tiempo. Parecía una serie oscura y subversiva, el antídoto perfecto para los antisépticos comics de Superman. Era, en todos los sentidos, la némesis de la Liga de la Justicia.
Ahora bien, ¿podemos asumir que los lectores de entonces se dieron cuenta de lo diferente que era este nuevo título comparado con sus coetáneos en, por ejemplo, DC? ¿O simplemente les llamó la atención el gran monstruo verde de la portada, un monstruo similar a los que aparecían regulamente en otros títulos de Atlas? Es difícil de creer que habida cuenta del pulido aspecto profesional de los productos que ofrecía la competencia (básicamente DC), con su sólida plantilla de profesionales, un tebeo de producción tan basta como “Los Cuatro Fantásticos” tuviera una oportunidad entre lectores con criterio. No ayudaba en esto el aspecto gráfico del comic. Kirby había acumulado una justificada fama de artista sólido, dinámico e innovador, pero en los primeros números de los FF, en marcado contraste con el trabajo que estaba realizando para otras series de Atlas, se diría que funcionaba en piloto automático, agobiado por el exceso de trabajo y quizá sin demasiada fe en las auténticas posibilidades de la nueva colección. Sus lápices se ven dispersos y apresurados. Tampoco ayudó el crudo entintado del veterano George Klein –que pasó a tinta los dos primeros números aunque no aparece en los créditos-. Casi todos sus trabajos anteriores, desde los “Challengers of the Unknown” hasta “Sky Masters” o incluso contemporáneos, como Rawhide Kid, tenían mejor aspecto.
Sea como fuere, algo detectaron los lectores más allá del convencional argumento y el aspecto poco cuidado de la reproducción. Supieron reconocer los elementos distintivos e innovadores y le dieron a Lee la oportunidad que tanto deseaba y necesitaba. Roy Thomas, entonces un muchacho, se sintió tan fascinado con los tres primeros números que inmediatamente compró una suscripción por dos años, tal y como contaba en una de las primeras cartas que se publicaron en la revista.
Pero lo cierto es que al principio, el propio Lee no se sentía muy seguro sobre si había acertado o no con la dirección que había imprimido al nuevo comic. Pronto, no obstante, se daría cuenta de las grandes posibilidades de la misma y, con el tiempo, los Cuatro Fantásticos se convirtieron en el principal soporte para contar algunas de las más sorprendentes aventuras del género además de ser la cabeza de playa para el desembarco de todo un nuevo catálogo de personajes que llevarían a Marvel al lugar que hoy ocupa.
(Continúa en la siguiente entrada)
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