20 dic 2018

LOS CUATRO FANTÁSTICOS - Stan Lee y Jack Kirby (6)



(Viene de la entrada anterior)

El primer número de Los Cuatro Fantásticos, que Lee pensó iba a ser su canto del cisne en los comics, tuvo una acogida inesperada. Hasta tal punto el nuevo grupo tuvo éxito que en el tercer número Lee pudo incluir una página de correo de los lectores. Por primera vez en años, los lectores de comics se tomaban la molestia de escribir a la editorial. Marvel y DC estaban estupefactos. Incluso cuando en 1962 ambas editoriales hubieron de subir los precios de sus colecciones de 10 a 12 centavos, éstos no hicieron más que aumentar sus ventas.


El incremento de precios respondía a la inflación y al continuo aumento de costes, pero también tuvo un impacto directo en la forma de concebir y desarrollar las historias. Efectivamente, los imperativos económicos hicieron que el número de páginas disminuyera progresivamente: de un máximo de 64 en los buenos tiempos, a comienzos de los sesenta se había reducido a una veintena. Así, aunque tradicionalmente los comic books habían ofrecido varias historias cortas en cada número, el decreciente espacio hizo tal planteamiento poco aconsejable. Lee decidió que Los Cuatro Fantásticos contaría en cada número una sola historia, lo que permitió un mejor desarrollo de la misma con el consiguiente aumento de calidad.

En un claro ejemplo de lo cerca que los superhéroes Marvel siempre estaban de provocar el miedo y la sospecha entre el público, el segundo número de los Cuatro Fantásticos (enero de 1962) se abre con lo que parecen ser los miembros del grupo realizando actividades propias de criminales o delincuentes: la Cosa hunde una plataforma petrolífera, la Chica Invisible roba una valiosa gema, Mr.Fantástico interrumpe la energía eléctrica de Nueva York y la Antorcha derrite una estatua en su acto de inauguración. En poco tiempo, la confianza popular ganada en el número 1, se ha esfumado y los FF “se han convertido en una de las amenazas más peligrosas que jamás hayamos enfrentado”.

La volubilidad del público desde la más rendida adoración hasta el amargo resentimiento formaría parte del espíritu superheróico Marvel desde entonces, aunque normalmente la causa de ello era la intervención de algún villano manipulador de la opinión pública. En este caso fueron los Skrulls, unos alienígenas con capacidad para cambiar su apariencia y cuya intención era conquistar la Tierra. Al pasar los años, los Cuatro Fantásticos fueron objetivos fáciles de este tipo de conspiraciones. Siempre que el equipo salía de su cuartel general en un rascacielos de Manhattan, o su bengala de emergencia iluminaba el cielo, o propiedad privada o pública resultaba destruida en un combate, los viandantes los señalarían y se preguntarían cuantas leyes estaba rompiendo el supergrupo cuando lanzaban su avión desde su base.

Y aunque este tema de la hostilidad pública subyacente fue suavizándose con el paso del tiempo y haciéndose menos evidente, siempre habría héroes que la padecerían hasta el punto de perder la calma, como La Cosa en este episodio (y, especialmente y en años posteriores, Spiderman): “¡Todo el país está cazándonos como si fuéramos cuatro monstruos! ¡Bueno, quizá estén en lo cierto! ¡Quizá yo sea un monstruo! ¡Parezco uno y a veces me siento como tal!”. Era un sentimiento de alienación común a todos los héroes que salieron de la imaginación de Stan Lee, un sentimiento
compartido hasta cierto punto por sus jóvenes lectores, que en pocos años ocuparían los campus universitarios de Norteamérica en la década socialmente más tumultuosa de todo el siglo.

Este número 2 es todavía deudor en gran medida de la etapa anterior y simultánea de Atlas, la de los comics de monstruos y alienígenas. Aquí tenemos a la Tierra amenazada por invasores espaciales y la derrota de éstos no por la fuerza sino haciendo uso del ingenio. Incluso el extraño final, en el que Mr. Fantástico hipnotiza a los derrotados Skrulls ¡y les hace creer que son vacas! tiene el estilo de la colección “Tales to Astonish” que los autores aún se hallaban realizando. Lo último que vemos de los Skrulls son cuatro vacas pastando tranquilamente en un campo. Los Cuatro Fantásticos son a continuación exonerados de toda culpa.

Hasta el momento, tanto en los comics de Atlas como en los de DC, los invasores alienígenas llovían sobre la Tierra procedentes de una miríada de planetas y galaxias sin que hubiera dos iguales. En cambio, en esta ocasión, los Skrull volverían una y otra vez, añadiendo una consistencia especial al ya expansivo Universo Marvel.

El trabajo que Kirby estaba realizando para otras colecciones de Goodman en estos meses parece considerablemente superior al tosco dibujo de los dos primeros números de los FF. Sin ir más lejos, tomemos como ejemplo la historieta “Sserpo”, publicada en Amazing Adventures nº 6 (noviembre de 1961). El arte de Kirby en este número es claramente más preciso en comparación con las viñetas sin fondos, personajes de simple delineación y falta de detalle de los FF. Obviamente, Kirby tenía una enorme cantidad de trabajo en la editorial, pero ¿por qué no dedicó más atención a estos importantes números? Nunca dijo nada al respecto pero posiblemente no tenía tanta confianza en el título como Lee.

Asombrosamente, sólo hicieron falta tres números para que Stan y Jack estabilizaran la serie. Las bases que establecieron en el número 3 (marzo 1962), se convertirían en las directrices a seguir durante los siguientes cincuenta años. “La amenaza del Hombre Milagro” es un buen ejemplo de cómo los autores trataban de explorar nuevos campos. En esta ocasión, el grupo se enfrentaba al villano del título, un mago de inmensos poderes y el monstruo que éste animaba. Stan Lee y la modestia nunca han coincidido en la misma habitación. De ahí la leyenda que aparecía en la portada de este número 3 y que acompañaría al título durante
décadas: “¡¡El mejor comic del mundo!!”. Ahí es nada. Y tan solo tras tener publicados tres números.

El elemento emocional se introduce en la página 16, cuando La Cosa vuelve a reconocer la atracción que siente hacia la Chica Invisible (ya lo había hecho en el número 1). Parte de la amargura que carcomía a Ben Grimm por haberse convertido en la monstruosa Cosa tenía que ver con su frustración al verse incapaz de competir con Reed Richars por las atenciones de Sue Storm. “Quiero que Sue me mire de la misma forma que te mira a ti”, le dice a Reed amenazándolo con su puño. Mientras tanto, Johnny demuestra lo inmaduro y cruel que puede llegar a ser un adolescente: “¿Mi hermana? ¡No te engañes, Cosa! ¡No iría detrás de ti ni aunque te parecieras a Rock Hudson!” Es el comienzo de una amarga discusión que pone de manifiesto la poca armonía entre los miembros del equipo. Pero lo que era malo para ellos, era bueno para los lectores, que siguieron pidiendo más de lo mismo. Después de todo, en comparación con esas escenas, la pelea contra el Hombre Milagro carecía de todo interés.

La presentación de otro monstruo “tipo Atlas”, el segundo en tres episodios, parece responder al miedo de los autores a romper completamente con la línea editorial, y quizá también, como comentaremos más adelante, a no delatar de forma demasiado evidente la condición superheróica del título.

Pero lo que más merece la pena destacarse es la concesión de Lee a algunas convencionalidades del género. Se presentaban los uniformes del grupo, evitados hasta ese momento. Sin embargo, no se trataba de trajes de licra ajustados de colores chillones, sino de unos uniformes poco llamativos que más se asemejaban a monos de trabajo y cuyo estilo Kirby había ensayado ya en “Challengers of the Unknown”. Es más, aunque Kirby había presentado al principio páginas completas en las que aparecían Mr.Fantástico y la Chica Invisible con máscaras, Lee se las hizo borrar. Los Cuatro Fantásticos iban a ser celebridades públicas cuyas hazañas y problemas privados serían objeto de la atención de la prensa amarilla. No habría dramáticos cambios de vestuario ni bases secretas.

En muchas ocasiones, Lee afirmó que los trajes de los FF fueron una concesión a las peticiones de los lectores, pero no hay evidencia de ello en las páginas que dedicaba al correo. Al principio había tan poca correspondencia que el propio Lee escribía algunas y encargaba otras a Sol
Brodsky, el colorista Stan Goldberg y otros. Si los aficionados estaban enviando cartas pidiendo uniformes (o cualquier otra cosa) seguro que las habría publicado.

Hay una explicación alternativa. En 1961, los comics de Goodman estaban siendo distribuidos, como ya hemos apuntado, por Independent News, subsidiaria de National Publications / DC. Ésta había impuesto a Goodman un tope de comics de superhéroes como condición para distribuirlos a nivel nacional y estos nuevos personajes podrían haber supuesto un conflicto de intereses. Si molestaba a DC, podrían cancelarle el contrato de distribución una vez expirase. Así que quizá Lee y Kirby trataron de “colar” el nuevo título haciéndolo similar a otras series de monstruos y ciencia ficción de la casa. Sólo cuando las quejas de National no se materializaron, se decidieron a convertirlo en lo que realmente era, un comic de superhéroes.

Por otra parte, aparecía ya su característico medio de transporte, el Fantasticar, una especie de bañera voladora decididamente poco elegante. Y se presentaba también su cuartel general, el rascacielos del Edificio Baxter.

El número terminaba tal y como había empezado: discutiendo. “¡Oh, por favor! ¡No empecéis a pelearos otra vez! ¡Yo...no puedo soportarlo más!” se quejaba Sue. Y en este final inesperado es donde reside la importancia de este número. Frustrado y furioso, la Antorcha abandona el equipo y se marcha
volando, dejando a los otros preguntándose si se volverá en contra de la Humanidad. Desde luego, este no era como el resto de supergrupos que se habían visto hasta el momento.

El drama continuaba en el siguiente número, el 4 (mayo 1962), cuando los tres miembros del grupo que aún permanecían juntos discutían sobre quién era el responsable de que la Antorcha hubiera renunciado. “Es tu culpa”, le decía Reed a la Cosa, señalándole con un dedo acusador. “¡Seguro!, ¡Seguro!, ¡Todo lo que pasa aquí es mi culpa!”. A pesar de sus diferencias, sin embargo, deciden buscar a la Antorcha y traerlo de vuelta.

Johnny se oculta en el distrito neoyorquino del Bowery, donde encuentra cama en un hogar de acogida. Allí, un vagabundo amnésico que está siendo acosado por unos matones le llama la atención. Tras dispersarlos, la Antorcha afeita y corta el pelo al misterioso individuo para descubrir a un personaje que no se había visto en los comics durante diez años (bueno algo menos, en los cincuenta se intentó revivirlo brevemente sin obtener éxito alguno): El Príncipe Namor, Sub-Mariner, fue uno de los dos primeros superhéroes que Marvel publicó en 1939 –el otro, ya lo dije, fue la Antorcha Humana-. Creado por el irlandés Bill Everett, Namor de Atlantis fue desde el principio un héroe poco convencional: amargado, con escasa paciencia, arrogante y violento. ¿Fue simple casualidad que en el número 4 de los Cuatro Fantásticos la versión actualizada de la Antorcha Humana de la Edad de Oro se enfrentara al Sub-Mariner del mismo periodo? ¿Y que algo después, en el número 4 de “Los Vengadores”, Sub-Mariner devolviera el favor resucitando a otro colega de los años cuarenta, el Capitán América?

A partir de la aparición de Namor, las páginas de los FF se convirtieron en un continuo banco
de pruebas para nuevos personajes que luego tendrían vidas propias e independientes en sus propias colecciones. El continuo desfile de poderosas imágenes e ideas convirtieron durante muchos años a los Cuatro Fantásticos en el eje alrededor del cual giraba buena parte del Universo Marvel.

En esta ocasión, sin embargo, Sub-Mariner obtendría como supervillano mayor popularidad que en sus anteriores encarnaciones, siendo el primero de una larga lista de tipos malvados cuyas personalidades eran tan complejas que los lectores no solo no podían odiarlos, sino que a veces incluso simpatizaban con ellos. Namor recupera su memoria y con ella su odio contra la especie humana por la destrucción de su hogar a causa de las pruebas nucleares submarinas. De nuevo encontramos aquí un monstruo, en esta ocasión despertado de su sueño en las profundidades abisales por Sub-Mariner y lanzado contra Nueva York. Tragándose su orgullo, la Antorcha lanza la bengala de aviso para sus compañeros y cuando éstos llegan al lugar lo primero que hacen es criticarlo por utilizar la señal cuando no existe ninguna emergencia. Naturalmente, sí la hay, y los cuatro se enfrentan al primer intento de Namor de destruir la humanidad.

Empezaba a verse ya la habilidad con que Lee y Kirby desarrollaban las relaciones entre los diferentes personajes: la atracción mutua entre Namor y una insegura y algo voluble Chica Invisible complica las cosas e introduce tensión adicional en el grupo. El triángulo Sue Storm-Reed Richards-Namor se mantendría durante años hasta su resolución final en el FF nº 27 (junio 1964). Porque Namor volvería, una y otra vez, ayudando a crear el sentido de continuidad y realismo que atraería a tantos lectores a Marvel.

Fantastic Four nº 4 hizo habitual algo que hasta el momento era una novedad. En 1962, muy pocos comics de superhéroes utilizaban todo el cuaderno para narrar una sola historia. E incluso en esta etapa temprana, 23 páginas no siempre eran suficientes, como vimos en el caso de Johnny Storm renunciando al grupo y continuando su periplo en este siguiente número. La misma idea de un superhéroe adolescente vagabundeando por el Bowery neoyorquino y buscando refugio en un albergue de
la beneficencia ya lo convierte en una excepción.

Y relacionado con lo anterior, otro cambio: a partir de este número 4, la ciudad ficticia donde transcurrían las aventuras del cuarteto, “Central City”, se convierte en Nueva York, una idea que Lee probablemente tomó, ya lo apunté, de las historias de Doc Savage. La metrópolis fue desde entonces el hogar de la mayor parte de héroes de la casa (excepto Hulk, que sólo se pasaba de visita). Nueva York se convirtió en un elemento fundamental de la serie. Su presencia tangible era tan importante como los personajes. Hombres normales con trajes (todos con acentos propios del Bronx) y mujeres tocadas con sombreritos a la moda, contemplaban desde la calle el vuelo de héroes y villanos, sus combates y la destrucción que causaban. Kirby, un nativo de la ciudad, obviamente sentía un profundo afecto por ella. La Gran Manzana, vista desde todos los ángulos a través de la particular interpretación que de ella hacía Kirby, asentó a los Cuatro Fantásticos en el mundo “real”.

(Continúa en la entrada siguiente)

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